I

EN BUSCA DE LA ASNA PERDIDA

MID-E-MID cantaba en el norte. En el norte las montañas son negras y violetas, y las llanuras son amarillas a causa de los alemos[1]. Pero sus canciones viajaban muy lejos, de boca en boca, de tienda en tienda. Resonaban y zumbaban en torno de los fuegos, cuando el puré de mijo[2] para la noche hervía en las tiznadas ollas de hierro.

Mid-e-Mid cantaba en el norte. Y parecía como si el viento mismo llevara sus canciones al verde sur, a las tribus de los Kel Effele[3], a los idnán[4] de la orilla del ued[5] de Tilemsi[6] y a la gran tribu de los ibottenatés[7], cuyos camellos[8] pastan en la tamesna[9].

—Haznos una canción, Mid-e-Mid —decían los hombres cuando encontraban al muchacho de ojos oblicuos y verdes y de pelambrera de erizo.

Mid-e-Mid se rascaba entonces la nariz chata, se reía abriendo la boca de oreja a oreja y pedía tabaco[10]. Los hombres se sentaban en la arena, sacaban de su ropaje unas bolsas rojas y ponían diminutos montoncitos de tabaco en las sucias manos de Mid-e-Mid. El muchacho lo olía, estornudaba y se metía precipitadamente las secas hebras en la boca. Luego lo mascaba, escupía, tosía y se sentía feliz. El tabaco es escaso en el país montañoso de Iforas[11], y es demasiado caro para los pobres pastores. Pero hombres, mujeres y niños no tienen mayor afición que la de macerar los tronquillos parduscos con la saliva y escupir el irritante zumo ante los pies del que les convidó, en señal de agradecimiento.

—Os cantaré algo —dijo Mid-e-Mid—, pero será una canción corta, porque tengo mucha sed y hace días que no tomo té[12].

Uno de los hombres se levantó indeciso y cogió la bolsa de cuero de la silla de montar[13]. Había en la bolsa té verde, un trozo de pan de azúcar, unos vasitos del tamaño de un pulgar y una jarra de cinc. Otro tenía carbón vegetal, yesca y pedernal, y un tercero tomó agua del idit[14], el pellejo de cabra.

—Me gusta fuerte —dijo— y con mucho azúcar.

—Lo tomarás como te lo den —gruñó un hombre que llevaba lujoso ropaje azul; tenía unos dientes salientes y groseros.

—Entonces cantaré como te mereces: tan flojo que casi no lo oirás. Ya veo que quieres hacer el té flojo.

Hervía el agua. Con la base de un vaso rompieron el trozo de azúcar y echaron todo en el té.

—¿Por qué estuvo tu padre en la cárcel, Mid-e-Mid? —quiso saber uno.

—Por culpa de un hombre con el que hacía negocios —dijo el viejo, con cierta vacilación; pero luego echó una mirada al del vestido magnífico y siguió hablando, valientemente—, Agasum había comprado fusiles y los había llevado al norte. Allí un árabe le dio mucho dinero por ellos, y con el dinero compró camellos. El otro hombre le había acompañado en el viaje al norte, pero, luego, se pelearon. El hombre decía que Agasum no había hecho un reparto honrado y que le había dado dos camellos jóvenes de menos…

El viejo tosió. Había echado el agua al té y ahora tenía que posarse un poco, aún al fuego.

—No es verdad —dijo Mid-e-Mid, irritado—. Mi padre le dio la mitad.

—Yo sé que no fue la mitad —repuso el hombre que le había querido dar el té flojo.

Mid-e-Mid escupió con desprecio y decidió vengarse de aquel hombre a la primera ocasión.

El viejo quitó importancia a la cosa:

—Quizá no fuera la mitad, pero también Agasum había hecho el mayor trabajo con los fusiles, y era el que había dirigido la caravana. El otro no había hecho más que acompañarle.

Cayó en los vasos un chorrito de té dorado. El viejo lo probó y echó el resto de la bebida en la tetera.

—El hecho es que discutieron mucho tiempo, hasta que Agasum sacó la takuba[15] de la vaina y desafió al otro. Pero éste no quiso batirse. Ya sabéis que Agasum es muy fuerte y su takuba no es una espada vulgar. La hoja es una tiseraye[16], las nobles hojas tan soberanas como este país y que sólo pasan a los hijos cuando éstos son ya mayores.

—Un día será mía —dijo Mid-e-Mid colérico, y echó la cabeza hacia atrás—. Y entonces le partiré la cabeza hasta el cuello.

Los hombres se echaron a reír, y el de los feos incisivos dijo:

—Un chiquillo como tú, que no ha visto aún catorce lluvias, no debería decir cosas tan grandes.

—Quince —dijo Mid-e-Mid— y haré lo que he dicho.

—Bueno, el hombre se marchó y Agasum se quedó con todos los camellos. Pero no por mucho tiempo. —El viejo se inclinó y tosió porque el humo se le había metido en la garganta—. El hombre se fue a ver al beylik[17], al gobierno, y dijo que Agasum había llevado de contrabando fusiles al norte. El beylik mandó soldados a prender a Agasum. No tuvieron que buscarle mucho tiempo, porque el hombre les había dicho: Agasum está en el ued de Arli[18], acampado junto al pozo. Allí le encontraron. Desde entonces está en la cárcel, y el hombre se quedó con los camellos como premio por haber traicionado al padre de éste.

—Le mataré —repitió Mid-e-Mid; le rechinaron los dientes y agarró el cuchillo con tanta firmeza como si tuviera que empezar en seguida el combate con el traidor.

Le ofrecieron amistosamente el primer vaso. Lo sorbió con satisfacción y se quedó más pacífico.

—No debería haber traficado con fusiles —dijo el enemigo de Mid-e-Mid—; el beylik lo ha prohibido.

Mid-e-Mid gritó:

—No permitimos que nos prohíban nada. Nosotros somos hombres libres. —Sus ojos parecían aún más oblicuos que de costumbre, como tallados en el rostro moreno.

—¿Quién? —preguntó el enemigo.

—Mi padre y yo —contestó Mid-e-Mid orgullosamente.

—Bueno, ¿nos cantas algo? —dijeron los otros, para distraerle.

—Sí —contestó el joven—, cuando me haya bebido el tercer vaso.

Cuando empezó a sonar la voz de Mid-e-Mid los pastores se inclinaron como si quisieran sorber las notas. Luego de las primeras palabras, empezaron a marcar el ritmo con palmadas. Sólo uno no hizo palmas ni escuchó con gusto.

Mid-ed-Mid cantó.

Cuando terminó la canción preguntaron los pastores:

—¿Adónde vas, Mid-e-Mid?

Mid-e-Mid señaló hacia el este:

—Hacia allá. Busco una burra que se le escapó ayer a mi madre.

El viejo asintió:

—He visto las huellas de un asno[19]. Echa hacia dentro la pata delantera derecha al andar.

—Ella es —exclamó Mid-e-Mid—. Se rompió esa pata hace un año.

—Creo que va hacia el pozo de Timea’uin[20].

Dijo Mid-e-Mid:

—Si va hacia Timea’uin la encontraré.

—Son tres días para un asno —dijeron los pastores—. Y tú te perderás, Mid-e-Mid. Entre este lugar y Timea’uin no hay agua.

—Le he atado a mi asno un idit debajo de la panza. No necesito más.

El viejo indicó la dirección que debía tomar Mid-e-Mid:

—Monta, pues, que llevas el asno fresco. Si tu idit está bien lleno tienes agua para tres días. Te diré los ueds que tienes que atravesar.

Dibujó con el dedo una línea en la arena.

—Éstas son montañas que no tienen nombre. Van del sol naciente al sol poniente. Cabalgas dos horas por estas montañas. No hay más que un sendero.

Trazó otras dos líneas paralelas.

—Tienes que atravesar este ued. Se llama Tin Boyeritén[21]. Hay acacias ahaksch[22] y acacias tamat[23]. El suelo es arenoso, pero no blando. Cabalgas una hora por ese ued. A la salida del ued subirás a una colina estrecha de piedra y verás otro ued ante ti. Se llama Timea’uin. Por él cabalgarás dos días y te llevará al pozo.

—Lo recordaré todo —dijo Mid-e-Mid—, pero dime otra cosa: ¿hay gentes en alguno de esos ueds?

—Sí —dijo amistosamente el anciano—. Encontrarás tres campamentos. El primero tiene dos tiendas y sus habitantes son Kel Effele, como tu padre. El otro es muy grande. Tiene cinco tiendas, y no son hombres muy acogedores. Son Kel Rela[24], de las montañas del Hoggar. El tercer campamento está cerca del pozo. Allí encontrarás una tienda de ibottenatés de la tamesna. Tienen muchas camellas y les sobra leche.

—Gracias —dijo Mid-e-Mid—. Pediré comida en todos los campamentos.

—Hazlo —asintieron los pastores—. Y aunque no te den más que mijo, ponte a cantar, verás cómo entonces te darán carne.

—No canto para comer. Canto porque tengo que cantar.

—¡Mira! —dijeron riendo—, pues a nosotros nos has pedido té y tabaco.

Mid-e-Mid frunció la frente.

—También habría cantado sin nada. Pero me di cuenta de que el de los dientes malos quería obligarme a cantar. Por eso he pedido.

—Sí, parece muy avaro —confirmaron ellos—. Pero te has hecho un enemigo con él.

Dio al asnillo gris tal rodillazo en las costillas que parecía que el animal fuera su enemigo. Rebuznó el asno —¡i-haaa!—. Mid-e-Mid le quitó la traba de los pies, se subió a él, apretó las piernas delgadas y morenas y le pegó con una varita por las orejas.

—¡Armad[25]! Adelante, arre.

Vuelto hacia los pastores gritó:

—¡Balafia[26]! ¡Hasta la vista!

—¡Injaláh[27]! —(Dios lo quiera, ojalá)—, contestaron los pastores.

El viejo de rostro raído por los años puso la mano en la cabeza del asno y no le dejó partir.

—Quiero decirte otra cosa que tienes que saber —dijo, en voz baja.

—¿De qué? —preguntó Mid-e-Mid.

—Del hombre de los dientes malos.

—No me gusta —dijo Mid-e-Mid.

—Y tienes razón —contestó el viejo—. Es Tuhaya…

—Muy bien —dijo Mid-e-Mid—, no me olvidaré el nombre.

—No es eso —dijo el viejo, y escupió—: Es el hombre que traicionó a tu padre…

Mid-e-Mid se quedó pálido. El viejo le puso la mano en el hombro:

—Piensa en eso noche y día —dijo con firmeza—, pero no quieras hacer ahora lo que tienes que hacer. Espera hasta que seas fuerte y lleves espada.

—Soy fuerte —dijo Mid-e-Mid, irritado.

—No lo suficiente. Y no olvides tampoco esto: Tuhaya es amigo del príncipe Intaláh[28]. No olvides esto tampoco.

Mid-e-Mid cabalgó a lomos de su asno en busca de la asnilla perdida.

Mid-e-Mid cantó y cabalgó, cabalgó y cantó. Cuando se cansaba, se echaba de pecho en el cuello del asno, cerraba las piernas como garfios por la panza del animal y dormía.

El asno agachaba serio la cabeza y caminaba hacia el este, hacia el pozo de Timea’uin, sin vacilar nunca, como si fuera la cosa más natural del mundo.