Se tambaleó hasta la pared y se hundió en una silla. Uno de los uzzitas inició un movimiento, pero Macneff le detuvo con un ademán.
—Turnboy había estado leyendo la historia del hombre en Ozagen. Encontró tantas referencias a las lalitha que inevitablemente nació la sospecha de que la muchacha podía ser una de ellas.
»La semana pasada un médico wog, hablando con Turnboy, comentó que había examinado una vez a una lalitha. Luego, dijo, la lalitha había escapado. ¡No nos costó adivinar dónde se estaba escondiendo!
—Muchacho —dijo Fobo, volviéndose hacia Hal—, ¿no has leído el libro de We'enai?
Hal negó con la cabeza.
—Empezamos a leerlo, pero Jeannette lo extravió.
—Y se encargó sin duda de hacerte pensar en otras cosas… Son buenas para distraer la mente del hombre. ¿Por qué no? Es su finalidad en la vida.
»Hal, te lo voy a explicar. Las lalitha son el ejemplo más alto de parasitismo mimético que se conoce. Además, tienen una característica única entre los seres inteligentes: son todas mujeres.
»Si hubieras leído un poco más en el libro de We'enai te habrías enterado de que los restos fósiles nos muestran que, en la época en que el hombre ozagenio era todavía una criatura insectívora, parecida a un tití, tenía en su grupo familiar no sólo sus propias hembras sino también hembras de otra rama evolutiva. Esos animales se parecían, y probablemente hedían, tanto como las hembras del tití prehomo, y así podían vivir y aparearse con él. Parecían mamíferos, pero un examen cuidadoso de sus cuerpos habría mostrado claramente su ascendencia seudoartrópoda.
»Es razonable suponer que esos precursores de la lalitha eran los parásitos del hombre mucho antes de su etapa simiesca. Quizá lo conocieron cuando salió del mar. Originalmente bisexuales, se transformaron en hembras. Y, siguiendo un proceso evolutivo desconocido, adaptaron sucesivamente su forma a la de los peces con pulmones, los anfibios, los reptiles, los mamíferos, y así sucesivamente.
»Lo que sí sabemos es que la lalitha fue el experimento más asombroso de la Naturaleza en parasitismo y evolución paralela. A medida que el hombre se metamorfoseaba hacia formas más altas, la lalitha lo acompañaba en esa transformación. Todas hembras, dependiendo para la continuación de su especie del macho de otra rama evolutiva.
»Es asombrosa la manera como se integraron a las sociedades prehumanas, de los pitecantropoides y neandertalianos. Sólo cuando apareció el homo sapiens empezaron a tener problemas. Algunas familias y tribus las aceptaban; otras las mataban. Así usaron su maña, y se disfrazaron de mujeres humanas. Lo que no les resultaba muy difícil… a menos que quedasen embarazadas.
»En ese caso, morían.
Hal soltó un gemido y se llevó las manos a la cara.
—Doloroso pero real, como diría nuestro conocido Macneff —prosiguió Fobo—. Claro que esas condiciones exigían una hermandad secreta. En las sociedades donde la lalitha se veía obligada a camuflarse, al quedar embarazada tenía que irse. Y perecer en algún escondite entre los suyos, que se encargaban de cuidar a las ninfas —ahí Hal se estremeció— hasta que pudiesen entrar en las culturas humanas. O ser introducidas como niños expósitos.
»En el folklore de las tribus, las lalitha son frecuentemente personajes centrales o secundarios de fábulas y mitos. Se las considera brujas, demonios, o cosas peores.
»La introducción del alcohol en tiempos primitivos fue para la lalitha un hecho beneficioso. El alcohol las volvía estériles. Al mismo tiempo, salvo un accidente, las volvía inmortales.
Hal apartó sus manos de la cara.
—¿Quieres… quieres decir que Jeannette habría vivido… para siempre? ¿Que yo le impedí… eso?
—Podría haber vivido muchos miles de años. Sabemos que algunas lo hicieron. Más aún, no sufrieron ningún deterioro físico y siempre se quedaron en la edad fisiológica de veinticinco años. Déjame explicarte todo. En orden. Algunas de las cosas que te voy a contar serán para ti dolorosas. Pero hay que decirlas.
»Debido a sus largas vidas, las lalitha eran adoradas como diosas. A veces sobrevivían a la caída de poderosas naciones que habían sido pequeñas tribus cuando se unieron a ellas las lalitha. Las lalitha, naturalmente, se convirtieron en almacenes de sabiduría, riqueza y poder. Se fundaron religiones en las que la lalitha era la diosa inmortal, y los efímeros reyes y sacerdotes sus amantes.
»Algunas culturas las proscribieron. Pero las lalitha condujeron a las naciones que ellas gobernaban a conquistar los pueblos que las rechazaban, o se infiltraron y llegaron a gobernar como un poder detrás del trono. Siempre muy hermosas, se convirtieron en mujeres y amantes de los hombres más influyentes. Competían con la mujer humana, y la vencían fácilmente. En la lalitha, la Naturaleza había forjado a la hembra completa.
»Así, dominaron a sus amantes. Pero no a ellas mismas. Aunque organizaron al principio una sociedad secreta, pronto se desunieron. Comenzaron a identificarse con las naciones que gobernaban y a usarlas contra otros países. Además, sus largas vidas provocaban la impaciencia de las lalitha más jóvenes. Resultado: asesinatos, luchas por el poder, etcétera.
»Su influencia era demasiado estabilizadora, tecnológicamente hablando. Trataron de mantener el statu quo en todos los aspectos de la cultura, y en consecuencia las culturas humanas tendieron siempre a eliminar toda idea nueva y progresista y a los hombres que las defendían.
»Cuando los wogs atravesamos finalmente el ancho océano que separaba nuestro continente del de ellos, encontramos la mitad de sus ciudades en ruinas. Pero, aunque debilitado, el hombre luchó contra nosotros ferozmente. Las lalitha les incitaban a continuar esa lucha, porque veían en nosotros su perdición. No podrían influir en nosotros como influían en los hombres. Y no se equivocaban. Murieron con sus hombres. Pero, naturalmente, nosotros no guardamos rencor hacia las pocas sobrevivientes. No nos pueden hacer daño.
Una enfermera wog salió de la sala de operaciones y le dijo algo al oído al empatista.
Macneff se adelantó, evidentemente con la intención de escuchar lo que decía la enfermera. Pero como hablaba en ozagenio, que él no entendía, Macneff siguió caminando de un lado a otro. Hal se preguntó por qué no se lo habían llevado de allí inmediatamente, por qué el sacerdote había esperado a escuchar a Fobo. Entonces, de pronto, comprendió: Macneff quería que él escuchase toda la historia de Jeannette y se diese cuenta de la enormidad de su hazaña.
La enfermera regresó a la sala de operaciones.
—¿Murió ya la bestia de los campos? —preguntó el Archiurielita.
Hal se estremeció como si le hubieran golpeado al oír la palabra «murió». Pero Fobo ignoró al sacerdote.
Se volvió hacia Hal.
—Le han sacado tus larv… es decir, tus hijos. Están en una incubadora y… —Fobo titubeó—… y comen bien. Vivirán.
Hal supo por el tono de voz que era inútil preguntar por la madre.
De los redondos y azules ojos de Fobo brotaron unas grandes lágrimas.
—No podrás entender lo que pasó, Hal, a menos que comprendas el singular método de reproducción de la lalitha. La lalitha necesita tres cosas para reproducirse. Una de esas cosas debe preceder a las otras dos. Ese hecho primario es ser infectada en la pubertad por otra lalitha adulta. La infección es necesaria para la transmisión de genes.
—¿Genes? —dijo Hal. Aun en medio de toda la confusión, sintió interés y asombro por lo que Fobo estaba diciendo.
—Sí. Como las lalitha no reciben genes de los machos humanos, deben intercambiar material hereditario entre ellas. Sin embargo, usan al hombre como un medio.
»Déjame y permíteme aclarar este punto. Una lalitha tiene tres bancos de genes. Dos son duplicados de los cromosomas del otro.
»Sobre el tercero ya volveré en un instante.
»En el útero de la lalitha hay óvulos cuyos genes están duplicados en los cuerpos de unas larvas microscópicas que se forman en las gigantescas glándulas salivales de la boca de la lalitha. El ser adulto produce continuamente esas larvas… óvulos salivales.
»La lalitha adulta transmite los genes a través de esas criaturas invisibles; se infectan unas a otras como si los transmisores de herencia fuesen una enfermedad. No pueden evitarlos; basta con un beso, un estornudo, un contacto.
»La lalitha preadolescente, no obstante, parece ser naturalmente inmune a la infección de las larvas.
»La lalitha adulta, al ser infectada, crea anticuerpos que impiden la recepción de óvulos salivales de una segunda lalitha.
»Mientras tanto, las primeras larvas que recibió entran en la sangre, los intestinos, la piel, perforando, flotando, hasta llegar al útero.
»Allí, el óvulo salival se une al óvulo uterino. La fusión de los dos produce un cigoto. Al llegar a ese punto, la fertilización se suspende. Está reunida toda la información genética necesaria para producir una nueva lalitha. Toda menos los genes de los rasgos específicos de la cara del bebé. Esa información será aportada por el amante humano de la lalitha. Aunque antes deberán suceder dos cosas, simultáneamente.
»Una es la excitación por el orgasmo. La otra es la estimulación de los nervios fotocinéticos. No puede tener lugar la una sin la otra. Ni pueden producirse las dos últimas si no sucede la primera. Aparentemente, la fusión de los dos óvulos provoca un cambio químico en la lalitha que le permite experimentar el orgasmo y desarrollar plenamente los nervios fotocinéticos.
Fobo hizo una pausa y levantó la cabeza como si estuviese escuchando algo que venía de fuera. Hal, que por su intimidad con los wogs conocía el significado de sus expresiones faciales, tuvo la sensación de que Fobo esperaba algún hecho importante. Muy importante. Y que, seguramente, tenía que ver con los terrestres.
De pronto se estremeció, al comprender que estaba del lado de los wogs. Ya no era un terrestre, o por lo menos no era un haijac.
—¿Estás suficientemente aturdido? —dijo Fobo.
—Sí —respondió Hal—. Por ejemplo, nunca había oído hablar de nervios fotocinéticos.
—Los nervios fotocinéticos son propiedad exclusiva de las lalitha. Van desde la retina del ojo hasta el cerebro, junto con los nervios ópticos. Pero bajan luego por la columna vertebral y salen de la base para entrar en el útero. El útero no es como el de la hembra humana. Ni siquiera los podemos comparar. Se podría decir que el útero de la lalitha es el cuarto oscuro del vientre. Donde es revelada biológicamente la fotografía del rostro del padre. Y, como quien dice, pegada sobre la cara de los hijos.
»Todo eso lo realizan los fotogenes, que están en el tercero de los bancos de que te hablé. Durante el coito, en el momento del orgasmo, ocurre en ese nervio un cambio electroquímico, o una serie de cambios. A la luz que la lalitha pide durante el coito para poder experimentar el orgasmo, es fotografiado el rostro del macho. Un reflejo le impide a ella cerrar los ojos en ese momento. Si el hombre le tapa los ojos con la mano, ella pierde inmediatamente el orgasmo.
»Quizá hayas notado durante el coito, porque estoy seguro de que ella insistía en que no cerrases los ojos, que las pupilas de Jeannette se contraían hasta el tamaño de la punta de un alfiler. Esa contracción era un reflejo involuntario que limitaba su campo de visión a tu cara. ¿Para qué? Para que los nervios fotocinéticos recibiesen datos solamente de tu rostro. Así, la información acerca del color específico de tu pelo era enviado al banco de fotogenes. No sabemos exactamente de qué manera transmiten esta información los nervios fotocinéticos. Pero lo hacen.
»Tu pelo es castaño. De algún modo el banco recibe esa información. El banco rechaza entonces los otros genes que controlan otros colores de pelo. El gen “castaño” es duplicado e incorporado a la constitución genética del cigoto. Y lo mismo sucede con los otros genes que determinan los demás rasgos del futuro rostro. La forma de la nariz, modificada para que sea femenina, es establecida por una combinación correcta de genes del banco. Esa combinación es duplicada, y las copias incorporadas al cigoto…
—¿Oyes eso? —gritó Macneff, con voz triunfante—. ¡Has engendrado larvas! ¡Monstruos de una unión impía e irreal! ¡Niños insectos! Que llevarán tu cara como prueba de esta repugnante carnalidad…
—Naturalmente, yo no entiendo de rasgos humanos —interrumpió Fobo—. Pero los del joven me parecen vigorosos y atractivos. A su manera humana, se entiende.
Se volvió hacia Hal.
—Ahora ves por qué Jeannette deseaba la luz. Y por qué fingía ser alcohólica. Mientras tomase una cantidad suficiente de licor antes del coito, el nervio fotocinético, muy sensible al alcohol, estaría anestesiado. De ese modo habría orgasmo pero no preñez. Ni muerte provocada por la vida que llevaba dentro. Pero cuando mezclaste el jugo de escarabajo con euforina… sin saber, por supuesto…
Macneff soltó una estridente carcajada.
—¡Qué ironía! ¡Bien se ha dicho que el premio a la irrealidad es la muerte!