¡Pornsen! Había apenas murmurado ese nombre cuando se materializó. A su espalda sonaron unos golpes de duros tacos de botas. Hal se volvió. Una figura baja, con capa, se acercaba por el pasadizo. La luz de una lámpara recortó un hombro caído y brilló en unas botas negras de cuero. Pornsen no llevaba la máscara.
—¡Yarrow! —chilló el agpt, con voz triunfal—. ¡De nada te servirá que corras! Te vi en la taberna. ¡Ahora no podrás salvarte!
Caminó golpeando con las botas hasta la figura alta y rígida de su pupilo.
—¡Bebiendo! ¡Sé que estabas bebiendo!
—¿Sí? —gruñó Hal—. ¿Y qué más?
—¿No es suficiente? —gritó el agpt—. ¿O acaso ocultas algo en el departamento? ¡Quizá sí! ¡Quizá lo tienes lleno de botellas! Vayamos a tu departamento, a ver qué hay. No me sorprendería encontrar toda clase de pruebas sobre tu modo irreal de pensar.
Hal tensó los músculos de la espalda y cerró los puños, pero no dijo nada. Cuando el agpt le ordenó que lo siguiese hasta el edificio de Fobo, caminó sin dar señales de resistencia. Como vencedor y vencido, salieron del pasadizo y entraron en una calle. Yarrow, sin embargo, estropeó el cuadro al tambalearse un poco y tener que apoyar la mano en la pared para recuperar el equilibrio.
—¡Atón borracho! —dijo Pornsen, con desprecio en la voz—. ¡Me das náuseas!
Hal señaló hacia adelante.
—No soy el único enfermo. Mira ese tipo.
Hal no estaba realmente interesado, pero tenía la disparatada esperanza de que cualquier cosa que dijese o hiciese, aunque fuera trivial, retrasaría ese momento final y fatal, la llegada al departamento. Señaló a un corpulento (y evidentemente intoxicado) wogglebug que se abrazaba a un poste del alumbrado para no caerse sobre la nariz con forma de aguja. El cuadro podría corresponder perfectamente al de un borracho del siglo diecinueve o veinte, con chistera, capa, y farol de calle. De vez en cuando la criatura gemía, como si se sintiese muy mal.
—¿No deberíamos ver si está herido? —dijo Hal.
Tenía que decir algo, cualquier cosa, para demorar a Pornsen. Antes de que el agpt pudiese protestar, Hal se acercó al wog. Le puso la mano en el brazo libre (el otro rodeaba el farol) y le habló en siddonita.
—¿Necesita ayuda?
El enorme wog tenía aspecto de haber estado también en alguna pelea. La capa, además de una rasgadura en la espalda, tenía manchas secas de sangre verde. Apartó la cara, para que el terrestre no oyese lo que estaba murmurando.
Pornsen le tiró del brazo.
—Vamos, Hal. Ya se las arreglará. ¡Un wog enfermo! ¿Qué importancia tiene?
—Shib —dijo Hal con voz apagada. Dejó caer el brazo y echó a andar otra vez. Pornsen, que iba detrás, dio un paso… y chocó contra Hal. Hal se había detenido.
—¿Por qué te detienes?
De pronto, la voz del agpt se había vuelto aprensiva.
Y luego se convirtió en un grito agónico.
Hal giró rápidamente… y el horrible presentimiento que le había obligado a detenerse se confirmó. Al poner la mano en el brazo del wog, no había sentido piel tibia sino quitina dura y fría. Tardó unos segundos en darse cuenta del significado que eso encerraba. Entonces comprendió, y recordó la conversación que había tenido con Fobo camino de la taberna, y por qué Fobo llevaba una espada.
El agpt se apretaba los ojos con ambas manos y gritaba. La cosa corpulenta que había estado apoyada en el farol avanzaba hacia Hal. El cuerpo de esa cosa parecía crecer con cada paso que daba. Una bolsa que tenía en el pecho se hinchó hasta transformarse en un palpitante globo gris, y se desinfló con un silbido. La horrenda cara de insecto con los dos brazos atrofiados que se movían a los lados de la boca, y más abajo la trompa en forma de embudo, apuntaban directamente a Hal. Esa trompa era lo que Hal había confundido con la nariz de un wog. En realidad, la cosa debía respirar por tráqueas y dos hendiduras debajo de los enormes ojos. Normalmente, el aliento debía producir un silbido al pasar por esas hendiduras, pero el bicho seguramente se esforzaba por no hacer ruido, para no poner en guardia a las víctimas.
Asustado, Hal lanzó un grito. Al mismo tiempo agarró la capa y la levantó, echándosela por delante de la cara. La máscara quizá podría salvarlo, pero no quería arriesgarse.
Algo le quemó el dorso de la mano. Gimió de dolor, pero saltó hacia adelante. Antes de que la cosa pudiese aspirar aire para hinchar otra vez la boca y expeler el ácido por el embudo, Hal estrelló su cabeza contra la panza.
La cosa dijo «¡Uf!», y cayó hacia atrás; quedó boca arriba en el suelo, moviendo patas y brazos como un gigantesco insecto venenoso que era. Después de la primera sorpresa, el bicho rodó sobre su cuerpo, tratando de levantarse, y entonces Hal lo pateó con fuerza. La bota de cuero penetró con un crujido en la delgada quitina.
La bota retrocedió y detrás salió una sangre oscura a la luz del farol; Hal pateó otra vez en la herida. La cosa gritó e intentó arrastrarse sobre las cuatro patas. El terrestre le saltó encima y la derribó en el pavimento. Le puso el tacón de la bota sobre el delgado pescuezo, y empujó con toda la fuerza de la pierna. El pescuezo crujió, y la cosa dejó de moverse. La mandíbula inferior se abrió, mostrando dos hileras de pequeños dientes-agujas. Los brazos rudimentarios de la boca se sacudieron débilmente un rato, y luego colgaron inertes.
Hal jadeaba, y el pecho le subía y le bajaba. No podía aspirar aire suficiente. Los intestinos le palpitaban y amenazaban con salírsele por la boca. Eso hicieron, y Hal se inclinó sacudido por las arcadas.
De pronto se sintió sobrio. Pornsen había dejado de gritar. Estaba tendido de lado, acurrucado en la cuneta. Hal le dio la vuelta, y lo que vio le hizo estremecerse. Los ojos del agpt estaban parcialmente quemados, y los labios cubiertos de enormes ampollas grises. La lengua, que asomaba entre los dientes, estaba hinchada. Evidentemente, Pornsen había tragado parte del veneno.
Hal se incorporó y echó a andar. Alguna patrulla wog encontraría el cuerpo del agpt y lo entregaría a los terrestres. Que la jerarquía imaginase lo que había sucedido. Pornsen estaba muerto, y ahora que lo estaba Yarrow admitió para sus adentros lo que nunca antes se había permitido admitir. Había odiado a Pornsen. Y se alegraba de que estuviese muerto. Si Pornsen había sufrido horriblemente, ¿qué importaba? El dolor del agpt había sido breve; en cambio, el dolor y los tormentos que el agpt le había causado a Hal habían durado casi treinta años.
Un ruido detrás de Hal le obligó a volverse.
—¿Fobo? —gritó.
Hubo un quejido, seguido de unas palabras penosamente articuladas.
—¿Pornsen? No puedes estar… estás… muerto.
Pero Pornsen estaba vivo. Se había levantado, tambaleándose.
Extendió los brazos hacia adelante, para guiarse con las manos, y dio unos pocos pasos exploratorios.
Durante un instante, Hal sintió tanto pánico que estuvo a punto de salir corriendo. Pero se obligó a no moverse y pensar racionalmente.
Si los wogs encontraban a Pornsen le llevarían a los médicos de la Gabriel. Y los médicos le darían ojos nuevos del banco de órganos, y le inyectarían regeneradores. En dos semanas la lengua de Pornsen habría crecido. Y Pornsen hablaría. ¡Precursor, cómo hablaría!
¿Dos semanas? ¡Ya! No había nada que le impidiese a Pornsen escribir.
Pornsen emitió un quejido de dolor físico; Hal, uno de dolor mental.
Había una única salida.
Hal se acercó a Pornsen y le agarró una mano. El agpt retrocedió y dijo algo ininteligible.
—Soy Hal —dijo Yarrow.
Con la mano libre, Pornsen sacó del bolsillo una libreta y una pluma. Hal le soltó la otra mano. Pornsen escribió algo y luego le entregó la libreta a Hal.
La luna alumbraba con fuerza, y no había dificultades para leer. Las letras eran unos garabatos, pero Pornsen, a pesar de estar ciego, escribía legiblemente.
Llévame a la Gabriel, hijo. Juro por el Precursor que no le diré a nadie lo del licor. Te estaré eternamente agradecido. Pero no me dejes aquí sufriendo a merced de los monstruos. Te quiero.
Hal palmeó a Pornsen en el hombro y dijo:
—Agárrame la mano. Te guiaré.
En ese momento, Hal oyó unas voces en la calle. Se acercaba un grupo de ruidosos wogs.
Llevó a Pornsen a tropezones hasta un parque cercano, guiándole entre árboles y matorrales. Tras caminar cien metros, llegaron a un sitio donde los árboles se espesaban. Hal se detuvo. Del centro del bosquecillo llegaban unos ruidos extraños: chasquidos y silbidos.
Escudándose detrás de un árbol, Hal asomó la cabeza y vio el origen del ruido. La luna brillante iluminaba el cadáver de un wog o, más bien, lo que quedaba del cadáver. En la parte superior no había carne. Alrededor se movían muchos insectos blanco-plateados, parecidos a hormigas pero de unos treinta centímetros de alto. Los chasquidos salían de las mandíbulas que destrozaban el cadáver. Los silbidos, de las bolsas de aire que tenían en la cabeza, al respirar.
Hal había pensado que estaba oculto, pero debieron de detectarle. De pronto los insectos desaparecieron entre las sombras de los árboles, en el otro extremo del bosquecillo.
Yarrow titubeó, y luego decidió que eran carroñeros y que no molestarían a una persona sana. Quizá aquel wog era un borracho que se había quedado dormido y las hormigas lo habían matado.
Llevando a Pornsen de la mano, se acercó al cadáver y lo examinó. Hasta ese momento los hombres de la Gabriel no habían tenido oportunidad de inspeccionar la anatomía interna de los wogs. Los cadáveres que habían pedido a las autoridades ozagenias les habían sido negados, sin una razón específica que justificase esa negativa; simplemente, les habían dicho que no podían entregar cadáveres. Habían dado en cambio muestras de sangre wog a los biólogos humanos. Como era eso lo que querían, los terrestres no hicieron ningún peligroso intento de robar cadáveres.
Hal se inclinó con curiosidad sobre el semiesqueleto, porque ésa era la primera oportunidad que tenía de inspeccionar la estructura ósea de los indígenas. La espina dorsal del wog estaba situada en la parte delantera del torso. Nacía en unas caderas de forma no humana, y describía una curva que era la imagen reflejada de la columna vertebral de un hombre. Sin embargo, los intestinos estaban en dos bolsas, una a cada lado de la columna, delante de las caderas. Formaban en el centro un estómago con una concavidad. El estómago de un wog vivo ocultaba la depresión, porque la piel estaba tirante encima.
Esa construcción interna no era sorprendente en un ser que descendía de antepasados similares a los de los insectos. Cientos de millones de años atrás, los antepasados de los wogs habían sido preartrópodos vermiformes no especializados. Pero la evolución se había propuesto hacer del gusano un ser inteligente, y comprendiendo las limitaciones de los verdaderos artrópodos, la evolución había separado de los artrópodos a los antecesores remotos de los wogs. Cuando los crustáceos, los arácnidos y los insectos formaron dermatoesqueletos y muchas patas, el Bisabuelo Wog no los acompañó. Se negó a endurecer su delicada piel-cutícula y transformarla en quitina. Construyó en cambio un esqueleto dentro de la carne. Pero su sistema nervioso era todavía ventral, y nunca pudo realizar la proeza de pasar los nervios y la espina dorsal de delante para atrás. Formó por lo tanto la espina dorsal donde tenía que estar, y el resto del esqueleto acompañó esa distribución. Los órganos internos de un wog eran inequívocamente diferentes de los de un mamífero. Pero aunque la forma era diferente, la función era similar.
Hal hubiera querido investigar más en el cadáver, pero tenía que hacer un trabajo.
Un trabajo que odiaba.
Pornsen escribió algo en la libreta y se la entregó a Hal.
Hijo, sufro terriblemente. Por favor, no vaciles en llevarme a la nave. No te traicionaré. ¿Alguna vez falté a algo que te haya prometido? Te quiero.
«Lo único que me has prometido hasta ahora ha sido azotarme», pensó Hal.
Miró las sombras entre los árboles. Los cuerpos pálidos de las hormigas parecían un bosque de hongos. Esperando a que él se marchara de allí.
Pornsen dijo algo entre dientes y se sentó en la hierba. La cabeza se le inclinó sobre el pecho.
—¿Por qué tendré que hacer esto? —murmuró Hal.
«No tengo que hacerlo», pensó. «Jeannette y yo podríamos ponernos en manos de los wogs. Tendríamos que recurrir a Fobo. Los wogs podrían ocultamos. Pero ¿estarán dispuestos a hacerlo? Si estuviera seguro… Pero no lo estoy. Pueden entregamos a los uzzitas».
—Es inútil prolongar esto —murmuró Hal. Luego lanzó un quejido y dijo—: ¿Por qué tengo que hacerlo? ¿Por qué no se habrá muerto hace un rato?
Hal sacó un largo cuchillo de la vaina de la bota.
En ese momento Pornsen alzó la cabeza y miró hacia arriba con ojos cubiertos de cicatrices. Buscó a Hal con la mano. En los labios quemados tomó forma la horrible caricatura de una sonrisa.
Hal levantó el cuchillo hasta que la punta estuvo a unos quince centímetros de la garganta de Pornsen.
—¡Jeannette, hago esto por ti! —dijo Hal en voz alta.
Pero la punta del cuchillo no se movió, y después de unos pocos segundos bajó apartándose de la garganta.
—No puedo hacerlo —dijo Hal—. No puedo.
Sin embargo, debía hacer algo, algo que le impidiese a Pornsen denunciarle o que les apartase a él y a Jeannette de la escena del peligro.
Además, tenía que conseguir atención médica para Pornsen. Los sufrimientos del hombre le enfermaban y le hacían retorcerse de empatía. Si hubiera podido matar a Pornsen, habría puesto fin a ese sufrimiento. Pero no podía hacerlo.
Pornsen, musitando con labios abrasados, caminó unos pocos pasos, los brazos extendidos hacia adelante a la altura del pecho, girando para buscar a Hal. Hal se hizo a un lado. Los pensamientos le daban vueltas en la cabeza, furiosamente. Había una única salida: buscar a Jeannette y huir. Descartó su primera idea de conseguir que un wog llevase a Pornsen a la nave; todavía tendría que sufrir un rato aquella agonía. Hal necesitaba hasta el último segundo de tiempo, y cualquier intento de aliviar rápidamente el dolor del agpt sería una traición a Jeannette, y a sí mismo.
Pornsen había estado caminando despacio hacia adelante, explorando el aire con las manos, arrastrando los pies en la hierba para no tropezar con ningún obstáculo. Un pie tocó los huesos del nativo. Pornsen se detuvo y se agachó para palpar. Al cerrar las manos sobre las costillas y la pelvis quedó petrificado. Durante algunos segundos no se movió, luego comenzó a palpar, midiendo el tamaño del esqueleto. Sus dedos tocaron el cráneo, se movieron alrededor, notando los trozos de carne adheridos.
De pronto, aterrorizado, comprendiendo tal vez que lo que había quitado la carne al wog podía andar cerca y que él estaba desvalido, Pornsen se levantó y echó a correr precipitadamente por el claro, lanzando un grito ahogado. Pero ese agudo alarido concluyó abruptamente, al chocar contra el tronco de un árbol y caer boca arriba.
Antes de que pudiese levantarse, fue abrumado por una sibilante y chasqueante horda de cuerpos blancos como hongos.
Hal no se dio cuenta de que no pensaba racionalmente. Lanzó un grito y corrió hacia las hormigas. Al llegar al centro del claro vio cómo desaparecían en las sombras, aunque sin ir demasiado lejos, pues todavía discernía sus bultos entre los árboles.
Al llegar junto a Pornsen, Hal se apoyó sobre una rodilla y le examinó.
En esos pocos instantes la ropa del agpt había sido destrozada, transformada en jirones, y la carne había sido mordida en muchos sitios.
Los ojos del hombre miraban directamente hacia arriba; le habían seccionado la vena yugular.
Hal, lanzando un gemido, se puso en pie y salió rápidamente del bosquecillo. A sus espaldas hubo susurros y silbidos: las hormigas que emergían de la protección de los árboles. Hal no miró hacia atrás.
Y cuando se detuvo bajo la luz del farol, la presión que sentía dentro encontró salida. Las lágrimas corrieron por sus mejillas. Los sollozos sacudieron sus hombros. Se tambaleó como un borracho. Sintió como si le estuvieran rasgando las entrañas.
No sabía si era pesar o si era odio lo que por fin encontraba expresión, porque la causa de su odio ya no podía vengarse. Tal vez era una mezcla de las dos cosas. Fuera lo que fuese, lo estaba expulsando del cuerpo como un veneno. Pero al mismo tiempo, ese veneno le quemaba vivo.
Aunque se sentía al borde de la muerte, cuando llegó a casa ya no le quedaba en el cuerpo una sola gota del veneno. La fatiga le pesaba en los brazos y en las piernas, y apenas encontró fuerzas para subir las escaleras hasta la puerta del edificio.
Al mismo tiempo sentía el corazón liviano, latiendo sin estorbos, como si acabara de abrirse la mano que lo apretaba.