El motor tosió y el coche se agitó. El ozagenio sentado a la derecha en el asiento trasero se inclinó hacia adelante y gritó algo.
—¿Qué? —dijo Hal, volviendo la cabeza. Luego repitió, en siddonita—: ¿Abhudai-akhu?
Fobo, sentado directamente detrás de Hal, puso la boca contra la oreja del terrestre. Tradujo las palabras de Zugu, aunque su americano sonaba extraño con sus aproximaciones resonantes y sus gorjeos.
—Zugu dice y recalca que deberías mover aquella pequeña varilla hacia la derecha. Hace llegar más… alcohol al… carburador.
Las antenas que salían del cráneo de Fobo le hacían cosquillas a Hal en las orejas. Hal dijo una fórmula de una sola palabra que constaba de treinta sílabas, y que significaba aproximadamente «Gracias». Constaba inicialmente del verbo usado en presente primera persona masculino animado singular. Unida al verbo iba una sílaba que indicaba libertad de obligación tanto por parte del que hablaba como del que oía, el pronombre de la primera persona declinado, otra sílaba que indicaba que el que hablaba reconocía al oyente como el que más sabía de los dos, el pronombre de la tercera persona masculino animado singular, y dos sílabas que, en el orden empleado, clasificaban toda la presente situación como semihumorística. Usadas en orden inverso, esas dos sílabas habrían dado a la situación un aspecto solemne.
—¿Qué dijiste? —gritó Fobo, y Hal se encogió de hombros. De pronto se dio cuenta de que se había olvidado de una pausa glótica que o bien cambiaba el significado de la frase o le quitaba todo sentido. En cualquier caso, no tenía ni tiempo ni ganas de repetirla.
Movió la palanca, como le había indicado Fobo. Para hacerlo tuvo que inclinarse sobre el agpt, sentado a su derecha.
—¡Mil perdones! —vociferó Hal.
Pornsen no miró a Yarrow. Tenía las manos sobre el regazo, los dedos entrelazados. Los nudillos estaban blancos. Lo mismo que para su pupilo, ésa era su primera experiencia con un motor de combustión interna. A diferencia de Hal, él iba asustado del ruido, el humo, los golpes y las sacudidas, y la idea de viajar en un vehículo de superficie controlado manualmente.
Hal sonrió mostrando los dientes. Amaba ese coche hermoso y arcaico; le hacía pensar en las fotografías de automóviles de la segunda década del siglo veinte que había visto en los libros de historia terrestres. Le emocionaba poder mover aquel tieso volante y sentir cómo el pesado cuerpo del vehículo obedecía a sus músculos. Los estampidos de los cuatro cilindros y el olor fuerte del alcohol quemado le excitaban. Y el rudo paseo era divertido. Era romántico, como salir al mar en un barco de vela, otra de las cosas que esperaba hacer antes de irse de Ozagen.
Además, aunque se negara a admitirlo, le gustaba cualquier cosa que asustase a Pornsen.
El placer se acabó. Los cilindros chasquearon, luego chisporrotearon. El coche se estremeció y, lentamente, se detuvo. Los dos wogglebugs saltaron por el lado (no había puertas) fuera del vehículo y levantaron la capota. Hal salió también. Pornsen se quedó en el asiento. Sacó un paquete de Serafín Piadoso (si los ángeles fumaran, preferirían Serafín Piadoso) del bolsillo del uniforme y fumó uno. Las manos le temblaban.
Hal notó que ése era el cuarto cigarrillo que le había visto fumar a Pornsen desde las oraciones matinales. Si Pornsen no se cuidaba, excedería incluso la cuota permitida a los agpts de primera. Eso significaba que la próxima vez que Hal se metiese en dificultades, podría conseguir ayuda del agpt recordándole… ¡No! Era un pensamiento demasiado vergonzoso. Definitivamente irreal, sólo pertenecía a un seudofuturo. Quería al agpt y el agpt le quería a él, y no debía planear una conducta tan contraria a Sigmen.
Sin embargo, a juzgar por las dificultades que había tenido hasta ese momento, bien podía usar alguna ayuda de Pornsen.
Hal sacudió la cabeza para alejar esos pensamientos y se inclinó sobre el motor para ver cómo trabajaba Zugu. Aparentemente, Zugu sabía lo que hacía. Y era natural, pues él había inventado y construido el único (hasta donde sabían los terrestres) vehículo ozagenio movido por un motor de combustión interna.
Zugu usó una llave para desenroscar un tubo largo y delgado de un recipiente redondo de vidrio. Hal recordó que era un sistema de diferencia de nivel. El combustible pasaba del tanque al recipiente de vidrio, que era una cámara de sedimentación. De allí iba al tubo de alimentación, que a su vez lo pasaba al carburador.
—Querido hijo —dijo Pornsen, severamente—, ¿nos vamos a quedar aquí atascados todo el día?
Aunque llevaba la máscara y las gafas que le habían dado los ozagenios para protegerse del viento, sus labios apretados eran harto elocuentes o, a menos que mejorase la situación, era evidente que el agpt presentaría un informe desfavorable sobre su pupilo.
El agpt (A.G.P.T. o Ángel de la Guarda-Pro Tempore) había querido retrasar el viaje dos días, el tiempo necesario para poder requisar un bote. El viaje a las ruinas podría haber sido hecho en quince minutos, un paseo aéreo cómodo y silencioso. Hal había sostenido que en un país con tanta forestación un vehículo terrestre sería mucho más apto para el espionaje que una observación desde el aire. Que los superiores hubiesen estado de acuerdo era otra de las cosas que exasperaban a Pornsen. Adonde iba su pupilo tenía que ir él.
Por lo tanto había estado todo el día de mal humor, mientras el joven terrestre, dirigido por Zugu, conducía aquel ruinoso coche entre los bosques. La única vez que Pornsen habló fue para recordarle a Hal que el ser humano era sagrado y para decirle que fuese más despacio.
—Perdóname, estimado guardián —decía entonces Hal, levantando el pie del acelerador. Pero después de un tiempo volvía a aumentar lentamente la presión, y otra vez rugían y saltaban por el áspero camino de tierra.
Zugu desenroscó las dos puntas del tubo, se llevó una a su boca en forma de V y sopló. Pero por el otro lado no salió nada. Zugu cerró sus enormes ojos azules e hinchó otra vez los carrillos. No sucedió nada; sólo que su cara verdosa se puso aceitunada. Entonces golpeó el tubo de cobre contra la capota y sopló una vez más. El mismo resultado.
Fobo metió la mano en una enorme bolsa de cuero que llevaba colgada de un cinturón puesto alrededor del abultado vientre. Al sacar la mano sostenía entre dos dedos un diminuto insecto azul. Suavemente, introdujo la criatura por uno de los extremos del tubo. Cinco segundos más tarde un pequeño insecto rojo saltó apresuradamente de la otra punta. Detrás, batiendo unas mandíbulas hambrientas, apareció el insecto azul. Fobo cazó hábilmente su animalito y lo puso de nuevo en la bolsa. Zugu aplastó el bicho rojo con la sandalia.
—¡Mira! —dijo Fobo—. ¡Un devorador de alcohol! Vive en el tanque de combustible y chupa todo lo que quiere, sin ser molestado. Extrae los hidratos de carbono. Nada sobre los dorados océanos del alcohol. ¡Qué vida! Pero de vez en cuando se vuelve demasiado aventurero, viaja hasta la cámara de sedimentación, devora el filtro y pasa al tubo de alimentación. ¡Mirad! Zugu está poniendo otro filtro. En un momento estaremos viajando por el camino.
El aliento de Fobo tenía un olor extraño y repugnante. Hal se preguntó si el wog habría estado bebiendo licor. Nunca lo había olido en el aliento de nadie, así que no tenía experiencia para comparar. Pero sólo pensar en eso ponía nervioso a Hal. Si el agpt sabía que en el asiento trasero iba y venía una botella, no perdería de vista a Hal ni un minuto.
Los wogs subieron al coche.
—¡En marcha! —dijo Fobo.
—Un minuto —le susurró Pornsen en el oído a Hal—. Creo que sería mejor que Zugu manejase esta cosa.
—Si le pides al wog que maneje, sabrá que no tienes confianza en mí, tu compañero terrestre —dijo Hal—. Seguramente no quieres que piense que estás convencido de que un wog es superior a un ser humano, ¿verdad?
Pornsen tosió, como si le costara tragar las palabras de Hal.
—¡Cla-cla-claro! —farfulló—. ¡No lo quiera Sigmen! Sólo pensaba en tu bien. Pensé que podrías estar cansado después de la tensión de guiar todo el día este artefacto primitivo y peligroso.
—Gracias por tu cariño —dijo Hal, y agregó, sonriendo—: Es confortante saber que estás siempre de mi lado, dispuesto a apartarme del peligro de los seudofuturos.
—He jurado sobre el Talmud de Occidente guiarte a través de esta vida —dijo Pornsen.
Purificado por la mención del libro sagrado, Hal puso el motor en marcha. Al principio manejó con lentitud para complacer al agpt, pero a los cinco minutos el pie pesaba sobre el acelerador, y los árboles comenzaron a silbar a los lados. Hal echó una mirada a Pornsen. La espalda rígida y los dientes apretados del agpt mostraban que estaba otra vez pensando en el informe que presentaría al jefe uzzita al volver a la nave. Parecía suficientemente furioso como para exigir el Medidor para su pupilo.
Hal Yarrow aspiró profundamente aquel aire que le golpeaba la máscara facial. ¡Al I con Pornsen! ¡Al I con el Medidor! La sangre le saltaba en las venas. El aire de ese planeta no era el aire sofocante de la Tierra. Sus pulmones lo absorbían como un alegre fuelle. En ese momento se sentía capaz de chasquear los dedos debajo de la nariz del mismísimo Archiurielita.
—¡Cuidado! —gritó Pornsen.
Hal, por el rabillo del ojo, vio que una bestia grande, parecida a un antílope, saltaba en el camino, delante del lado derecho del coche. Al mismo tiempo hizo girar el volante para esquivarla. El vehículo patinó en la tierra, giró sobre sí mismo. Y Hal no estaba demasiado familiarizado con los rudimentos del conductor para saber que debía volver las ruedas en la dirección del patinazo para enderezar el coche.
Esa falta de conocimiento no fue fatal, excepto para la bestia, cuyo cuerpo golpeó el lado derecho del vehículo. Sus largos cuernos se enredaron en la chaqueta de Pornsen y le abrieron una manga.
Contrarrestado el patinazo por el enorme bulto del antílope, el coche se enderezó. Pero se movió en línea recta saliendo del camino y subiendo por una pequeña loma de tierra. Al llegar arriba saltó al aire y aterrizó con el estallido simultáneo de cuatro neumáticos.
Ni siquiera lo detuvo ese impacto. Delante de Hal había un enorme matorral. Movió el volante. Demasiado tarde.
El pecho de Hal empujó con fuerza el volante, como si quisiera enterrarlo en el tablero. Fobo chocó contra la espalda de Hal, aumentándole el peso en el pecho. Los dos lanzaron un grito.
Después reinó el silencio, interrumpido tan sólo por un silbido. Una columna de vapor, que salía del radiador roto, subía entre las ramas que aprisionaban la cara de Hal en un áspero abrazo.
Hal Yarrow miró a través del vapor unos enormes ojos castaños. Sacudió la cabeza. ¿Ojos? ¿Y brazos como ramas? ¿O ramas como brazos? Pensó que estaba atrapado por una ninfa de ojos castaños. ¿O las llamaban dríadas? No podía preguntarle a nadie. Se suponía que no sabían nada de esas criaturas. Ninfa y dríada habían sido borradas de todos los libros, incluso de la versión de Hack de Milton, Revisado y Real. Sólo porque era lingüista, Hal había tenido oportunidad de leer una edición no expurgada del Paraíso Perdido, y allí había aprendido mitología griega clásica.
Los pensamientos se encendían y se apagaban como las luces en el tablero de control de una nave espacial. Las ninfas se transformaban a veces en árboles para escapar a sus perseguidores. Aquellos ojos grandes y hermosos que le miraban a través de las pestañas más largas que había visto jamás, ¿serían de una legendaria mujer de los bosques?
Hal cerró los ojos y se preguntó si esa visión sería producto de la herida en la cabeza y, en ese caso, si sería permanente. Alucinaciones como ésa valía la pena conservarlas. No le importaba si se ajustaban o no a la realidad.
Abrió los ojos. La alucinación había desaparecido.
Pensó: «Era el antílope que me miraba. Escapó, después de todo. Corrió detrás del matorral y se volvió para mirar. Ojos de antílope. Y mi lado oscuro formó la cabeza alrededor de los ojos, el pelo largo y negro, el cuello blanco y esbelto, los pechos turgentes… ¡No! ¡Irreal! Era mi mente enferma, aturdida por el susto, abierta momentáneamente a todo aquello que me había estado emponzoñando el cerebro tanto tiempo en la nave, sin ver una mujer aunque fuese en las cintas…».
Se olvidó de los ojos. Sintió que se ahogaba. Un olor nauseabundo flotaba sobre el coche. El choque debía de haber asustado mucho a los wogs. De lo contrario no habrían aflojado voluntariamente los músculos del esfínter que controlaban el cuello de la «bolsa de la locura». Este órgano, situado en la parte inferior de la espalda, había sido usado por los antepasados preinteligentes de los ozagenios como una poderosa arma de defensa, un caso parecido al del escarabajo bombardero. Casi un órgano atrofiado, ahora la bolsa de la locura servía para aliviar tensiones nerviosas extremas. Los psiquiatras wog, por ejemplo, se veían obligados a tener abiertas las ventanas durante las sesiones de terapia o a usar máscaras antigás.
Keoki Amiel Pornsen, ayudado por Zugu, se arrastró saliendo de abajo del matorral a donde había sido arrojado. Su enorme panza, el color azul del uniforme, y las alas blancas de nilón cosidas a la parte trasera de la chaqueta, le daban un aire de obeso insecto azul. Se levantó y se quitó la máscara, mostrando un rostro pálido. Sus dedos temblorosos tocaron la cruz formada por el reloj de arena y la espada, símbolo de la Unión Haijac. Finalmente encontraron el borde magnético del bolsillo, lo abrieron y sacaron un paquete de Serafín Piadoso. Con el cigarrillo ya en los labios, acercó trémulamente el encendedor.
Hal tocó la punta del cigarrillo de Pornsen con la llama de su propio encendedor. Su mano no tembló.
Treinta y un años de disciplina contuvieron la sonrisa que sentía dentro de la cara.
Pornsen aceptó el fuego. Un segundo más tarde un temblor alrededor de sus labios mostró que sabía que había perdido muchas de sus ventajas sobre Yarrow. Se daba cuenta de que no podía permitir que un hombre le hiciese un servicio (incluso un servicio tan menor como éste) y luego castigarle con el látigo.
Sin embargo, comenzó a decir, formalmente:
—Hal Shamshiel Yarrow…
—Shib, abba, escucho y obedezco —respondió Hal, en el mismo tono.
—¿Cómo explicas este accidente?
Hal se sorprendió. La voz de Pornsen era mucho más suave de lo que había esperado. Pero no confió en eso: quizá Pornsen quería pillarle desprevenido y lanzarle entonces un latigazo.
—Yo, o más bien el Regresor que habita en mí, se apartó de la realidad. Yo, mi lado oscuro, precipité un seudofuturo.
—¿Ah, sí? —dijo Pornsen, con una voz tranquila en la que había una nota de sarcasmo—. ¿Dices que lo hizo tu lado oscuro, el Regresor que llevas dentro? Eso es lo que siempre has estado diciendo desde que aprendiste a hablar. ¿Por qué tienes que echarle siempre la culpa a otro? Sabes, o tendrías que saberlo porque ya me he visto obligado a azotarte muchas veces, que tú y solamente tú eres el responsable. Cuando te enseñaron que era tu lado oscuro el que provocaba esas desviaciones de la realidad, también te enseñaron que el Regresor nada podía provocar a menos que tú, tu ser real, Hal Yarrow, cooperase plenamente.
—Eso es tan shib como la mano izquierda del Precursor —dijo Hal—. Pero, mi querido agpt, te olvidaste de un detalle en tu pequeño discurso.
Ahora Hal hablaba con el mismo sarcasmo que Pornsen.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Pornsen, con voz chillona.
—¡Quiero decir —continuó Hal, triunfalmente—, que tú también estuviste en el accidente! ¡Por lo tanto lo provocaste tanto como yo!
Pornsen miró a Hal con ojos saltones.
—Pero, pero —gimió—, ¡tú conducías el coche!
—¡No importa, según lo que siempre me has enseñado! —dijo Hal, sonriendo con aire de vencedor—. Aceptaste estar en el choque. Si no hubieras estado de acuerdo, no habríamos chocado con la bestia.
Pornsen se detuvo a chupar el cigarrillo. La mano le temblaba. Yarrow miró la mano que colgaba al lado del cuerpo de Pornsen; los dedos retorcían los siete látigos de cuero que salían del mango sujeto al cinturón.
—Siempre has mostrado señales de un orgullo y una independencia lamentables —dijo Pornsen—. Ese comportamiento no se ajusta a la estructura del universo revelada a la humanidad por el Precursor, real sea su nombre.
»He (puff), ¡que el Precursor los perdone!, enviado dos docenas de hombres y mujeres al I. No quería hacer eso, porque los amaba con todo mi corazón y mi ser. Lloré cuando los denuncié a la jerarquía sagrada, porque soy un hombre de corazón tierno. (¡Puff!). Pero era mi obligación como Ángel de la Guarda-Pro Tempore estar alerta ante las repugnantes enfermedades que se propagan e infectan a los seguidores de Sigmen. La irrealidad no debe ser tolerada. El ser humano es demasiado débil y precioso para estar expuesto a la tentación.
»He sido tu agpt desde que naciste. (¡Puff!). Siempre fuiste un niño desobediente. Pero con el amor te volvías obediente y sumiso; sentiste mi amor muchas veces (¡Puff!).
Yarrow notó un hormigueo en la espalda. Miró cómo la mano del agpt apretaba el mango del «amante» que le asomaba del cinturón.
—Sin embargo, no te apartaste realmente del futuro y mostraste tu debilidad por seudofuturos hasta que cumpliste los dieciocho años de edad. Fue ahí cuando decidiste ser un atón y no un especialista. Yo te advertí que como atón no irías muy lejos en nuestra sociedad. Pero tú insististe. Y como hay necesidad de atones y como mis superiores no apoyaban mi propuesta, te permití que fueras un atón.
»Y como si eso (puff) fuera poco, cuando escogí la mujer más adecuada para ser tu esposa, como era mi obligación y mi derecho, porque quién más que tu amante agpt sabe cuál es el tipo de mujer que te conviene, vi todo lo orgulloso e irreal que eras. Discutiste y protestaste y trataste de pasar por encima de mi cabeza y tardaste un año en acceder a casarte con ella. En ese año de comportamiento irreal, le costaste al Iglestado…
La cara de Hal palideció, mostrando siete delgadas marcas rojas que partían en abanico de la comisura izquierda de los labios y le atravesaban la mejilla hasta la oreja.
—¡No le costé nada al Iglestado! —gruño Hal—. Mary y yo estuvimos casados nueve años, pero no tuvimos hijos. Los análisis mostraban que ninguno de los dos era físicamente estéril. Por lo tanto uno, o los dos, no tenía pensamientos fértiles. Pedí el divorcio, aunque sabía que podía terminar en el I. ¿Por qué no insististe con nuestro divorcio, como era tu obligación, en vez de archivar mi solicitud?
Pornsen sopló humo, con aire de indiferencia, pero un hombro le bajó más que el otro, como si acabara de sufrir un derrumbe interno. Yarrow, al ver eso, supo que su agpt estaba a la defensiva.
—Cuando supe que ibas en la Gabriel —dijo Pornsen—, tuve la seguridad de que no estabas allí por un deseo de servir al Iglestado. Inmediatamente (puff) pensé una razón por la cual aceptabas. Y ahora estoy shib, shib hasta la médula de que esa razón era tu malvado deseo de escapar de tu mujer. Y como la esterilidad, el adulterio y el viaje interestelar son los únicos fundamentos legales para el divorcio, y el adulterio significa ir al I, tú (puff) usaste la única salida que tenías. Se te consideró muerto legalmente al convertirte en tripulante de la Gabriel. Tú…
—¡No me hables de legalidad! —gritó Hal. Temblaba de rabia, y se odió porque no podía ocultar su emoción—. ¡Sabes que no cumplías correctamente tus funciones de agpt cuando arrinconaste mi petición! Tuve que aceptar…
—¡Ah, lo que yo pensé! —dijo Pornsen. Sonrió, expulsó humo y agregó—: Lo rechacé porque pensé que sería irreal. Verás, tuve un sueño, un sueño muy vívido, donde vi a Mary dando a luz a tu hijo al cabo de dos años. No era un sueño falso: tenía las inconfundibles características de una revelación enviada por el Precursor. Después de ese sueño supe que tu deseo de divorcio era un deseo de un seudofuturo. Supe que el verdadero futuro estaba en mis manos y que sólo guiando tu conducta haría que se cumpliese. Grabé este sueño al día siguiente de tenerlo, que fue sólo una semana después de analizar tu petición, y…
—¡Comprobaste que habías sido traicionado por un sueño enviado por el Regresor y no diste una revelación enviada por el Precursor! —volvió a gritar Hal—. ¡Pornsen, voy a denunciar esto! ¡Por tu propia boca te has condenado!
Pornsen su puso pálido; la boca se le abrió y el cigarrillo cayó al suelo; las mejillas le temblaban del susto.
—¿Qué… qué quieres decir?
—¿Cómo podría ella dar a luz a un niño al cabo de dos años si yo no estoy en la Tierra para engendrarlo? ¡Eso significa que lo que dices que soñaste no puede llegar a ser un futuro real! Por lo tanto te dejaste engañar por el Regresor. ¡Y ya sabes lo que eso significa! ¡Que eres candidato al I!
El agpt se envaró. Su hombro izquierdo subió a la altura del otro. La mano derecha buscó el mango del látigo, se cerró alrededor de la crux ansata de la punta, y lo arrancó del cinturón. El látigo chasqueó en el aire, a pocos centímetros de la cara de Hal.
—¿Ves esto? —chilló Pornsen—. ¡Siete trallas! ¡Para cada una de las Siete Irrealidades Mortales! Ya las has sentido; ¡las sentirás otra vez!
—¡Cállate! —dijo Hal, ásperamente.
La mandíbula de Pornsen volvió a caer. Con voz plañidera, dijo:
—¿Cómo, cómo te atreves? Yo, tu querido agpt, estoy…
—¡Te dije que te callaras! —dijo Hal, sin levantar tanto la voz pero con la misma mordacidad—. Tu lloriqueo me enferma. Me ha enfermado durante años… toda mi vida.
Mientras hablaba, Hal vio que Fobo se acercaba a ellos. Detrás de Fobo estaba el antílope muerto en el camino.
«El animal está muerto. Pensé que había conseguido escapar. Esos ojos que me miraban desde el matorral. ¿Ojos de antílope? Pero si el antílope está muerto, ¿de qué eran los ojos que vi?».
La voz de Pornsen trajo a Hal al presente.
—Pienso, hijo mío, que hablamos enojados, y no con maldad premeditada. Perdonémonos el uno al otro y no digamos nada a los uzzitas cuando volvamos a la nave.
—Para mí está shib si lo está para ti —dijo Hal.
Hal se sorprendió al ver que asomaban lágrimas en los ojos de Pornsen. Y aún se sorprendió más, conmoviéndose casi, cuando el agpt intentó rodearle los hombros con el brazo.
—Ah, muchacho, si supieras cuánto te quise, cuánto me dolía cuando tenía que castigarte.
—Eso me resulta bastante difícil de creer —dijo Hal, echando a andar hacia Fobo.
Fobo también tenía lágrimas en sus ojos inhumanamente grandes y redondos. Pero eran por otra causa. Lloraba por compasión hacia la bestia y por el susto del accidente. Sin embargo, a medida que se acercaba a Hal su expresión fue perdiendo aquella tristeza, y las lágrimas se secaron. Hizo una señal circular encima de la cabeza con el dedo índice derecho.
Hal sabía que era una señal religiosa que los wogs usaban en muchas situaciones diferentes. Ahora Fobo la usaba aparentemente para liberar tensión. De pronto, en la cara del wogglebug se formó la horrible sonrisa de los ozagenios, una V dentro de otra V. Fobo estaba ya alegre. Aunque supersensible, su sistema nervioso era de procesos rápidos y cortos. Se cargaba y se descargaba fácilmente.
Fobo se detuvo ante ellos y preguntó:
—¿Un choque de personalidades, caballeros, una discrepancia, una discusión, una disputa?
—No —respondió Hal—. Simplemente estábamos un poco excitados. Dime, ¿cuánto tendremos que caminar para llegar a las ruinas humanoides? Vuestro coche está destrozado. Dile a Zugu que lo lamento.
—No os molestéis los cráneos… las cabezas. Zugu estaba dispuesto a fabricar otro vehículo mejor. En cuanto al paseo, será agradable y estimulante. Las ruinas están a sólo un… ¿kilómetro? Ésa es la distancia, aproximadamente.
Hal tiró la máscara y las gafas en el coche, donde las habían puesto también los ozagenios. Sacó la maleta del compartimento que había en el suelo, en la parte posterior del asiento trasero, y dejó allí la del agpt. No sin sentir un ligero remordimiento, porque sabía que, como pupilo de Pornsen, debía haberse ofrecido para llevársela.
—Que se vaya al I —murmuró. Volviéndose a Fobo, dijo—: ¿No tienes miedo de que nos roben las máscaras y las gafas?
—¿Perdón? —dijo Fobo, ansioso por aprender una palabra nueva—. ¿Qué significa «roben»?
—Apoderarse a hurtadillas, sin permiso, de un artículo que es propiedad de alguien, y guardárselo para uno. Es un crimen, castigado por la ley.
—¿Un crimen?
Hal se dio por vencido, y echó a andar rápidamente camino arriba. Allá atrás el agpt, furioso porque había sido rechazado y porque su pupilo no se ajustaba a la etiqueta, forzándole a llevar su propia maleta, gritó:
—No presumas demasiado… ¡atón!
Hal no se volvió. Siguió caminando. La airada respuesta que empezaba a expresar entre dientes se esfumó en el aire. Por el rabillo del ojo acababa de ver piel blanca entre el verde follaje.
La piel desapareció en un parpadeo, con la misma rapidez con que había aparecido. Y Hal no podía estar seguro de que no hubiese sido el ala blanca de un pájaro al abrirse. Sí, podía estar seguro. En Ozagen no había pájaros.