La Gabriel apuntó hacia su destino y, acelerando a 1 g, comenzó a aumentar la velocidad, cuyo límite sería el 99.1 por ciento de la velocidad de la luz. Mientras tanto todo el personal, menos el estrictamente necesario para atender al funcionamiento de la nave, fue al suspensor. Allí estarían en animación suspendida durante muchos años. Algún tiempo después, cuando hubiese sido probado todo el equipo automático, se les uniría la tripulación. Dormirían mientras los motores de la Gabriel aumentaban la aceleración hasta un punto en que los cuerpos sin congelar de los pasajeros no habrían resistido. Al alcanzar la velocidad deseada, el equipo automático apagaría los motores, y el vehículo silencioso pero no vacío se lanzaría hacia la estrella que era el final del viaje.
Muchos años más tarde, el aparato cuentafotones que iba en la nariz de la nave determinaría que había un estrella suficientemente cerca como para iniciar la desaceleración. Una fuerza demasiado poderosa para ser resistida por cuerpos que no estuviesen congelados volvería a actuar sobre la nave. Luego, después de reducir considerablemente la velocidad del vehículo, los motores se ajustarían a una desaceleración de 1 g. Y la tripulación sería automáticamente sacada de su hibernación. Esos miembros descongelarían entonces al resto del personal. Y, en el medio año que tendrían antes de llegar a destino, llevarían a cabo todos los preparativos necesarios.
Hal Yarrow fue uno de los últimos en entrar en el suspensor y uno de los primeros en salir. Tenía que estudiar las grabaciones del idioma de la principal nación de Ozagen, Siddo. Y, desde el comienzo, se vio ante una tarea difícil. La expedición que había descubierto Ozagen había conseguido correlacionar dos mil palabras siddonitas con un número similar de palabras americanas. La descripción de la sintaxis siddonita era muy limitada. Y (descubrió Hal) obviamente errónea en muchos casos.
Este descubrimiento inquietó a Hal. Su obligación era escribir un texto y enseñar a toda la tripulación de la Gabriel a hablar ozagenio. Pero si usaba los escasos medios de que disponía, estaría instruyendo mal a sus alumnos. Incluso sería difícil lograr transmitirles esa poca información.
Entre otras cosas, los órganos del habla de los nativos de Ozagen diferían un poco de los órganos de los terrestres; por lo tanto los sonidos emitidos por una y otra raza eran distintos. Naturalmente, los sonidos podían ser imitados, pero ¿entenderían los ozagenios esas imitaciones?
Otro obstáculo era la construcción gramatical del siddonita. Por ejemplo, los tiempos de los verbos. En vez de conjugar un verbo o usar una partícula para indicar el pasado o el futuro, el idioma siddonita usaba una palabra totalmente diferente. Así, el infinitivo masculino animado dabhumaksanigalu'ahai, que significaba vivir, era ksu'u'peli'ajo en el perfecto, y mai'feipa en el futuro. El mismo uso de una palabra totalmente diferente se aplicaba a todos los otros tiempos de verbo. Lo que se sumaba al hecho de que el siddonita no sólo tenía los tres géneros normales (para terrestres) de masculino, femenino y neutro, sino otros dos más, para lo inanimado y lo espiritual. Afortunadamente, el género se declinaba, aunque su expresión sería difícil para alguien que no hubiese nacido en Siddo. El sistema para indicar el género variaba según el tiempo del verbo.
Todas las otras partes de la oración (nombres, pronombres, adjetivos, adverbios y conjunciones) se regían por el mismo sistema que los verbos. Para complicar el uso de la lengua, diferentes clases sociales usaban muy a menudo diferentes palabras para expresar la misma cosa.
La escritura del siddonita sólo podía ser comparada con la del japonés antiguo. No había alfabeto; había, en cambio, ideogramas, líneas cuya longitud, forma y ángulo relativo transmitían un significado. Los signos que acompañaban cada ideograma indicaban la declinación correcta del género.
En la intimidad de su cubículo de estudio, Hal lanzó un juramento. ¿Por qué tenía que ser Siddo la nación dominante de Ozagen? Los siddonitas ocupaban uno de los dos continentes del planeta; en el otro hemisferio la masa terrestre estaba repartida entre veinte naciones. Cada una de esas naciones hablaba una lengua tan diferente del siddonita como lo era el siddonita del islandés o del swahili. Una, sin embargo, había desarrollado hacía ya bastante tiempo un alfabeto fonético; con el tiempo quizá sustituiría los difíciles ideogramas usados en Siddo. Además, el idioma de esa nación era relativamente fácil para los terrestres.
Pero la expedición de la Haijac que había estudiado a Ozagen había decidido hacer de Siddo el punto de contacto porque parecía ser la nación más grande y más fuerte. Si el jefe de la expedición había llegado luego a la conclusión de que había cometido un error, no lo había admitido.
Hal lanzó un juramento y se puso a trabajar. Estudió las ondas de los siddonitas en el osciloscopio y trató de analizar los movimientos musculares que tendrían que hacer los terrestres para aproximarse, aunque fuese un poco, a esos sonidos. Comenzó a escribir un diccionario siddonita-americano que, esperaba, permitiría a los compañeros de la nave expresar ideas simples. También se esforzó en cumplir con su obligación personal, que era aprender a hablar fluidamente el idioma, aunque sabía que eso sólo sería posible viviendo entre los indígenas durante muchos años.
Desafortunadamente, si los planes se ejecutaban, todos los ozagenios estarían muertos antes de que llegase ese lejano momento.
Hal trabajó seis meses; al final de ese tiempo, todos habían entrado en el suspensor, menos el equipo mínimo necesario para mantener la nave. Lo que más molestaba a Hal de todo el proyecto era la presencia de Pornsen. El agpt habría entrado en hibernación, pero tenía que quedarse despierto para vigilar a Hal, para corregir cualquier comportamiento no real de su parte. El único atenuante era que Hal no tenía que hablar con Pornsen a menos que lo desease, porque siempre estaba la excusa de la urgencia de su trabajo. Pero después de un tiempo se cansó del trabajo, y de la soledad. Pornsen era el ser más disponible, así que hablaba con él.
Hal Yarrow fue también de los primeros en salir del suspensor. Le dijeron que habían pasado cuarenta años. Intelectualmente lo aceptó. Pero nunca lo creyó de veras.
No había ningún cambio físico en su aspecto o en el de los compañeros de la nave. Y el único cambio fuera de la nave era que la estrella hacia la cual iban había aumentado de brillo.
Finalmente, la estrella se convirtió en el objeto más brillante del universo. Luego se volvieron visibles los planetas que giraban a su alrededor. Se destacó Ozagen, el cuarto desde la estrella. Aproximadamente del tamaño de la Tierra, desde lejos tenía exactamente el mismo aspecto que la Tierra. La Gabriel entró en órbita, después de alimentar con información a la computadora durante semanas. El vehículo giró catorce días alrededor del planeta, mientras se llevaban a cabo observaciones desde la propia Gabriel y desde botes que entraron en la atmósfera y que hicieron incluso algunos aterrizajes. Como había descubierto la primera expedición, Ozagen sólo tenía dos enormes masas terrestres, separadas por miles de kilómetros de océano. El continente en el que planeaban descender sólo había sido descubierto por los indígenas hacía setecientos años. Lo habían encontrado ocupado por seres inteligentes notablemente parecidos a los seres humanos, a los que habían exterminado en seiscientos años de guerra.
Finalmente, Macneff le dijo al capitán que hiciese descender la Gabriel.
Despacio, usando inmensas cantidades de combustible a causa de su masa tan enorme, la Gabriel entró en la atmósfera, hacia Siddo, la ciudad capital, en el centro de la costa oriental. Se deslizó con la suavidad de un copo de nieve hacia una zona descubierta en un parque en el corazón de la ciudad. ¿Un parque? Toda la ciudad era un parque; los árboles eran tan abundantes que, desde el aire, Siddo daba la impresión de que allí sólo vivían unas pocas personas y no el cuarto de millón calculado. Había muchos edificios, algunos de diez pisos de altura, pero estaban tan separados que no daban una impresión de conjunto. Las calles eran anchas, pero estaban cubiertas por una hierba tan dura que podía resistir cualquier desgaste. Sólo en el bullicioso puerto se parecía Siddo a una ciudad terrestre. Allí los edificios se amontonaban y el agua estaba atestada de veleros y vapores de ruedas.
La Gabriel siguió descendiendo, mientras la multitud que se había reunido allá abajo corría hacia los bordes del prado. El colosal bulto se posó en la hierba, y en seguida comenzó a hundirse imperceptiblemente en la tierra. El Sandalphon, Macneff, ordenó que abriesen la puerta principal. Y, seguido de cerca por Hal Yarrow, que le ayudaría si se trabucaba al decir su discurso a la delegación de bienvenida, salió al aire libre del primer planeta habitable descubierto por el hombre terrestre.
«Como Colón», pensó Hal. «La historia, ¿será la misma?».
Desde el día en que aterrizó, la nave espacial Gabriel siguió en el parque. Desde que salía el sol hasta el crepúsculo, el personal de la Gabriel se aventuraba entre los ozagenios (o wogglebugs, como los llamaban despectivamente los terrestres) y aprendían todo lo que podían de su lenguaje, costumbres, historia, biología, y otras cosas.
Las otras cosas, acerca de las cuales los terrestres tenían una secreta curiosidad, eran las tecnologías ozagenias. Lógicamente, nada había que temer de ellos. Hasta donde era posible determinarlo, los wogs no habían progresado más allá de la ciencia terrestre de principios de siglo veinte (d.C.). Pero los seres humanos tenían que asegurarse de que no había otra cosa detrás de esa apariencia. ¿Y si los wogs ocultaban armas de potencia devastadora, esperando para coger desprevenidos a los visitantes?
No había que temer ni misiles ni bombas atómicas. Obviamente, Ozagen no estaba todavía en condiciones de fabricar esa clase de armas. Pero donde los wogs parecían estar de veras muy adelantados era en la ciencia biológica. Y eso era tan temible como las armas termonucleares. Además, aunque los ozagenios no usasen enfermedades para atacar a los terrestres, las enfermedades eran una amenaza mortal. Lo que podía ser una molestia para un ozagenio con milenios de inmunidad adquirida, para un terrestre podía ser una muerte rápida.
Por lo tanto, la orden era lentitud y cautela. Averiguar todo lo posible. Reunir datos, correlacionar, interpretar. Antes de iniciar el Plan Ozagenocidio asegurarse de que la represalia era imposible.
Así fue que, cuatro meses después de la aparición de la Gabriel encima de Siddo, dos terrestres presumiblemente amistosos (para los wogs) emprendieron un viaje con dos wogglebugs presumiblemente amistosos (para los terrestres). Iban a investigar las ruinas de una ciudad construida hacía dos mil años por unos humanoides ahora extinguidos. Estaban inspirados por un sueño soñado en el planeta Tierra cuarenta y cuatro años antes y a cuarenta y dos años-luz de distancia.
Viajaban en un vehículo fantástico para los seres humanos…