32

Consuelo en la noche

Los días han pasado despacio desde la muerte de Mary. ¿Son tres o cuatro? Los vuelvo a contar. Katherine huyó a nuestra casa el martes a última hora, el día de la gran tormenta. Mary se cayó esa misma noche y murió el miércoles de madrugada. Nosotros no nos enteramos de su muerte hasta esa tarde. Hoy es… Consulto el calendario de Stenger… Viernes o sábado. Es todo muy confuso. La muerte provoca eso. Detiene el tiempo.

El huerto está lleno de malas hierbas y no tengo ánimo para arrancarlas. Bitsy y yo hemos ido dos veces a Wildcat a lomos de Star, pero nadie ha visto a Thomas. Luego Bitsy se fue a Liberty con los Miller para organizar el funeral, pero no podrán enterrar a Mary hasta el domingo, porque la funeraria Emmanuel tiene otro entierro en Delmont el sábado. Por suerte son embalsamadores expertos, si no Mary empezaría a oler mal. Unos nubarrones grises penden sobre nosotros como un sudario, pero la lluvia no llega.

Me despierto de noche, y oigo llorar a Bitsy al otro lado de la pared. El sonido se desliza en mi interior y despierta mi propio duelo por mi madre…, por Lawrence…, por Ruben…, por la señora Kelly…, por todas las personas que he perdido.

Enciendo un candil, me pongo el kimono de seda roja y bajo a la cocina. Cuando vuelvo, ni siquiera llamo a la puerta de su dormitorio. No le pregunto si puedo dormir con ella, simplemente le doy un codazo, ahueco las almohadas sobrantes que tiene, y luego le paso un último resto de licor de frambuesa de la señora Kelly. Nos apoyamos en la cabecera metálica y nos terminamos la botella entera, sin decir nada, simplemente compartiendo nuestra tristeza.

—Gracias —dice Bitsy mientras se da la vuelta hacia su lado y se aparta de mí.

Yo me acurruco a su lado y le paso un brazo alrededor de la cintura, como hice una vez con Katherine cuando creíamos que su bebé estaba muerto y envolvimos nuestros agotados cuerpos.

Bitsy me da un beso en la mano y se la acerca a la mejilla. Sé lo que quiere decirme: nosotras somos más que dos personas que comparten una casa, más que dos mujeres que comparten una vocación, somos más que amigas; y eso me provoca un sollozo que sale de un único y profundo recoveco de mi corazón.

Al día siguiente, Bitsy se levanta al amanecer como de costumbre. Mientras tomamos el té y el pan casero que la señora Miller se empeñó en que nos lleváramos cuando nos fuimos de Hazel Patch, no decimos nada sobre lo de anoche. Yo me aguanto la cabeza palpitante con una mano, y pienso en el licor de frambuesa, y Bitsy me dice que todavía tiene el billete de diez dólares de Katherine y que los parroquianos de Hazel Patch pagarán el funeral. Resulta que somos más ricas, pero carecemos de alegría. Mary Proudfoot se ha ido, Katherine se ha ido, y Thomas…, seguimos sin saber dónde está.

Cuando voy penosamente hacia el granero con un dolor de cabeza del tamaño del lago Michigan, me sorprende ver a Luz de luna lamiendo a una pequeña miniatura de sí misma. Los acontecimientos de los últimos días han hecho que casi haya olvidado que iba a parir.

—¡Bitsy! —grito. Luz de luna se da la vuelta y luego vuelve a su ternero—. ¡Bitsy! —chillo—. ¡Bitsy!

Mi amiga se cuela por la puerta del granero y se apoya conmigo en un lado del compartimento de madera. Es otra hembra que mete su cabecita blanca y negra entre las ubres de Luz de luna y ya está mamando.

La llamaremos Sunny.

Malas noticias

—Bitsy —pregunto—, ¿tú sabes mucho sobre terneros y vacas? Quiero decir, ¿se supone que tenemos que empezar a ordeñar a Luz de luna o esperar a que recupere las fuerzas? No había pensado en eso. —Estamos lavando los platos del mediodía, cada una en su mundo.

—Podría preguntarle al señor Hester. A lo mejor tiene un libro de veterinaria viejo que puede prestarle. ¿Por qué no va con Star a dar un paseo hasta el otro lado de la montaña?

Yo contengo la respiración al máximo y espiro despacio. A lo mejor lo único que Bitsy quiere es librarse de mí. ¿También tiene resaca de licor de frambuesa, o le abruma tanto la pena que estar a oscuras y en silencio es lo único que la tranquiliza?

En lo alto de la cresta, donde los acantilados de arenisca bajan en picado, me paro a admirar las colinas escarpadas, los rectángulos de color verde esmeralda, musgo y oro, los pastos, las plantaciones de árboles y los campos de grano. Es agradable alejarse de la granja y del peso plomizo de la tristeza de Bitsy. Moverme, en el sentido que sea, me permite recuperar mi propio cuerpo. La pena no desaparece, pero la ves en perspectiva. Las reses blancas y negras que pacen en la distancia son de la misma raza que Luz de luna pero parecen muy pequeñas, como de juguete. Se oye el débil silbido del tren en la lejanía.

Hace treinta años esto era un bosque virgen y espeso con álamos y robles inmensos, arces y castaños, abetos y piceas, algunos de más de tres metros de alto. Los industriales borraron todo eso de la faz de la tierra con la llegada del ferrocarril. Ahora pequeños granjeros labran la tierra pobre de pendientes escarpadas y valles estrechos, y sobreviven a duras penas. Serpenteando por el fondo del valle, el Hope River se asoma y desaparece entre los árboles que han crecido después y centellea como un abalorio de vidrio.

Star y yo bajamos la colina, y atisbo a Hester que está vaciando un carro de estiércol con una pala; parece un auténtico granjero con su mono tejano.

—Hola.

Desmonto a Star y la ato a un árbol. Él me echa una mirada, pero no sonríe. Seguramente cree que traigo problemas.

Luz de luna tuvo a la cría anoche.

—¿Todo bien? —Hester clava la horca en la tierra y se limpia la cara con un pañuelo rojo—. Debería haberme llamado.

—Lo habría hecho, pero fue en plena noche. —No le digo que fue en plena noche mientras Bitsy y yo estábamos medio borrachas y que yo me olvidé de ir al granero para ver cómo estaba la vaca—. Es una ternera preciosa, blanca y negra como Luz de luna: ¡una hembra! La vaca ya ha comido y ha amamantado, pero yo me di cuenta de que no le había preguntado si debo empezar a ordeñarla o esperar. ¿No tendría un manual viejo? ¿Algo que yo pueda consultar?

—Entremos. Tengo que enseñarle una cosa.

No contesta a mi pregunta, así que imagino que va a darme un folleto o un libro antiguo sobre cría de animales.

En la cocina en penumbra, yo bombeo el agua mientras él friega. Por una vez, los mostradores están limpios y no hay platos sucios en la pila de porcelana. Cuando Hester vuelve del piso de arriba se ha limpiado el sudor, se ha peinado, y lleva una camisa de trabajo azul de manga corta debajo del mono. Me entrega el ejemplar de ayer del Liberty Times. No necesito preguntarle qué quiere que lea; los titulares son muy claros: DESCUBIERTO UN MAGNATE DEL CARBÓN ESTRANGULADO EN SU PROPIA CASA.

—¡Mierda! —maldigo, y luego me muerdo la lengua. Yo no suelo usar este tipo de lenguaje.

Leo en voz alta el primer párrafo.

—«El cuerpo de William MacIntosh, propietario de MacIntosh Consolidated Mines, fue descubierto por una vecina, la señora Dyke de High St., n.o 140, Liberty, el viernes hacia las nueve de la mañana con una cuerda alrededor del cuello…».

Tiro el periódico encima de la mesa.

—No puedo seguir leyendo.

Hester me informa.

—Según el periodista a MacIntosh le encontraron en el salón con una cuerda alrededor del cuello. Había una silla vuelta del revés, pero no está claro si se suicidó o le asesinaron. No encontraron ninguna nota. Están investigando la muerte.

—Mierda —repito y esta vez no me avergüenzo—. ¿Usted cree que fue Thomas?

Hester se encoge de hombros.

—Recuerde que la noche antes de su muerte, alguien avisó al sheriff de que había un hombre negro frente a la casa de los MacIntosh gritándole a William que saliera. Y escuche esto. —Alisa el periódico y me lo lee en voz alta—: «El sheriff Hardman también está investigando una desaparición relacionada con el caso. La señora Katherine MacIntosh y el hijo de la pareja fueron dados por desaparecidos tres días antes de la muerte del marido. Los lectores que sepan algo de alguno de los dos casos deben llamar inmediatamente a la oficina del sheriff. Quien oculte información sobre el caso puede ser considerado cómplice de asesinato en primer grado».

—¡Mierda! ¡Mierda! —Por lo visto no soy capaz de controlar mi lenguaje—. ¿Qué demonios hacemos ahora? Bitsy y yo hemos ido dos veces a la mina Wildcat y hemos preguntado por ahí, pero nadie ha visto a Thomas, y marcharse de este modo no es propio de él. Si no aparece mañana en el funeral de Mary, entonces sí que nos preocuparemos de verdad. ¿Usted cree que fue él?

Daniel Hester se acerca al fregadero y nos sirve a los dos un vaso de agua.

—Bébase esto.

Yo prácticamente me tiro de los pelos.

—¿Thomas sería capaz de matar a William? —pregunto otra vez.

—Un hombre puede perder el control si cree que el patrón de su madre, borracho, la tiró por las escaleras.

—Pero Thomas… no es así. Yo no lo creo, en cualquier caso, y ¿deberíamos decirle a Hardman que sabemos lo que le pasó a Katherine? Ella no desapareció porque sí; se fue a Baltimore, a casa de su madre, para huir de su marido borracho. Si nos lo callamos, podemos tener problemas.

Mi mente salta de una cosa a la otra, como el aceite en una sartén caliente.

—Respire hondo —ordena Hester.

Lo intento, pero lo que hago es más bien tragar aire.

—Debemos esperar a tener toda la información —dice él—. Hablar con Thomas y escuchar su versión. En el ejército uno aprende a apreciar a los hombres capaces de explotar como un cañón descontrolado; aprendes que se puede confiar en ellos. Si Thomas mató a MacIntosh, es porque ese imbécil se lo merecía.

Una hora después me encuentro a Bitsy sentada en los escalones de la puerta de casa, acariciando la cabeza de Emma, y mirando fijamente el suelo junto a sus pies con una tristeza inmensa. Le doy el ejemplar del Liberty Times, y su reacción me sorprende.

—¡Me alegro!

Luego, poco a poco, a medida que lee el artículo entero, su piel oscura se torna cenicienta.

—¡Creen que fue Thomas! Él nunca haría algo así. Es un buen cristiano. Puede que soltara un par de amenazas, pero él no cree en el ojo por ojo, me lo ha dicho más de una vez.

Bitsy relee la noticia, y yo la leo por encima de su hombro.

Polvo al polvo…

—Ven, deja que te arregle.

Ato a Star a la cerca y le aliso el cuello de tela a Bitsy. Yo llevo mi mejor vestido, uno oscuro con un estampado de flores azul marino, y el pelo recogido en alto. Ella lleva el suyo negro con encaje blanco en las mangas y el cuello, y parece la señora Potts de joven. Ambas nos quitamos los pantalones largos y nos ponemos nuestros zapatos buenos, luego nos limpiamos el polvo de la cara con un paño frío que Bitsy trajo en una cesta. Yo la cojo del brazo para darle apoyo, y nos dirigimos a la entrada de la capillita blanca.

—¡Oh, mira cuánta gente! —susurro.

Me sorprende la cantidad de calesas y vehículos que hay aparcados a lo largo del camino y en el extenso césped junto al cementerio. También hay una carroza fúnebre con cortinas moradas con flecos y el descapotable negro del sheriff Hardman con la palabra POLICE pintada en blanco en un lado.

Entramos a través de una puerta doble de roble y un ujier con ropa de luto nos acompaña hasta el primer banco, justo frente al ataúd de madera. Me alivia ver que Thomas ya está sentado allí, vestido con una sencilla camisa blanca con el cuello abierto. Se levanta y le da un fuerte abrazo a su hermana menor y un reguero de lágrimas recorre su rostro fornido. Bitsy solloza también. Todos lloramos mientras Mildred Miller, la organista, toca «Más cerca de ti, Señor», sin mirar la partitura siquiera.

Entre un himno y el siguiente recorro la capilla con la mirada. Ahí está la señora Potts y unas veinte personas más que no reconozco. Algunos deben de ser de la Iglesia Metodista Episcopal Africana de Liberty. Solo hay otras tres personas blancas en la capilla, y me quedo atónita al ver a Katherine MacIntosh, sentada junto a un hombre de unos sesenta años, su padre probablemente. Después de haber llegado a Baltimore se quedó allí unos días, y debió de volver inmediatamente en cuanto se enteró de la muerte de William. También está Daniel Hester, solo, sentado en el último banco.

Como yo no he asistido nunca a un servicio funerario negro, no sé qué es lo habitual, pero aparte de los cantos es igual que cualquier otro funeral a los que he ido, y han sido varios. Me doy cuenta de que todos de mujeres…, mi abuela, mi madre, y luego la señora Kelly.

El cadáver de mi padre se perdió en el lago Michigan. El cuerpo abrasado de Lawrence, en cuanto lo sacaron del tren destrozado, se lo mandaron a su familia en Iowa. A Ruben, junto con los demás cadáveres de mineros que nadie reclamó, le enterraron en Blair Mountain. Yo siempre pensé que algún día visitaría su tumba, pero nunca lo he hecho. Seguramente porque temo que alguien me reconozca si voy al sur de Virginia Occidental, y también porque imagino que vería la sangre de Ruben en el suelo, una mancha marrón, lo único que queda.

—Cenizas a las cenizas, polvo al polvo —recita el reverendo Miller.

Hoy lloro por todos ellos, por Mary Proudfoot y todos los demás, muertos hace mucho tiempo. No lloro por William MacIntosh, aunque quizás debería. Seguro que una vez fue un tipo decente. Katherine me contó cómo cuidaba las rosas, las azaleas y los arbustos de lilas que había frente a su casa.

Cuando termina la ceremonia y el ataúd de su madre queda cubierto de tierra, Thomas se lleva a Bitsy bajo la copa enorme de un nogal y habla con ella muy seriamente. No quiero entrometerme, y me alejo para hablar con Katherine, Daniel Hester y el otro hombre blanco.

—Es mi tío, el reverendo Martin… Patience Murphy, mi comadrona —me presenta Katherine. Tiene los ojos apagados y secos, de manera que no sé cómo se está tomando la muerte de su marido. ¿Cree que fue suicidio… o asesinato? ¿Cree que pudo ser Thomas? ¿Le importa acaso? Observo su cara, una máscara que no sé interpretar.

Las dificultades de su relación no importan, William fue su amante en algún momento, su amigo. Concibieron dos hijos juntos, y ella conocía su lado más íntimo. Lo que Katherine probablemente pena no es al marido airado, violento y encerrado en sí mismo que se consideraba un fracasado, sino al hombre afable que amaba las flores.

—¿Está bien? —le susurro mientras Hester y Martin observan los campos y hablan de la cosecha y la sequía. Tiro de la manga de su delicado vestido de lino gris y la llevo hasta un banco a un lado de la iglesia—. ¿Se encuentra bien? Esto debe de ser duro para usted. Un golpe terrible lo de William.

Katherine baja la mirada hacia sus manos de dama, blancas y con una cuidada manicura, y da la vuelta a un anillo que veo que no es el de casada. Me contesta algo que me sorprende.

—Para mí no es un golpe. Hubo una época en que fue un buen hombre, hace años, cuando éramos novios… —Mueve la cabeza despacio—. Pero el nuestro no era un matrimonio feliz. Usted ya lo sabe. Él ya había amenazado con suicidarse, más de una vez…, siempre que yo intentaba marcharme.

»Cuando yo solo llevaba un par de horas en Baltimore, él ya empezó a telefonear. Estaba bebido, y me suplicaba que volviera. Igual que siempre. “Vuelve —balbuceaba por teléfono… una y otra vez—. Me perteneces. No puedo vivir sin ti”. Seguramente le parecerá espantoso, pero no estoy triste siquiera… Es como si me hubiera quitado un gran peso de encima.

Me mira a los ojos y espera una reacción, es como una mujer revestida con una coraza de acero.

Yo le devuelvo la mirada con los labios apretados.

—Usted no tuvo más remedio que irse. Tuvo que dejarle por el niño y por sí misma. No se puede permitir que un hombre manipule de esa manera… Había un artículo en el periódico que calificaba de sospechosa la muerte de William. ¿Lo leyó?

—¡Ah, eso! —Agita la mano, como si espantara moscas.

—¿No cree que pudo ser un crimen?

—En absoluto. William tenía armas por toda la casa. Hubiera acribillado a cualquier intruso.

Cuando levanto la vista, veo a Bitsy que cruza el patio de la iglesia como una sonámbula. En lo alto de la colina, detrás de la pequeña capilla, la camisa blanca se desliza entre el roble verde y el arce y desaparece. Es Thomas, que debido a la presencia del sheriff Hardman, vuelve a casa por atrás.

Katherine se pone de pie y abraza a Bitsy.

—No sé cómo expresar cuánto lo siento. Lo siento muchísimo. Tu madre era una santa. De no haber sido por ella, él podría haberme matado la noche que me marché. Nunca habrá nadie como Mary.

Bitsy se suena la nariz. Se ve que ya no le quedan lágrimas.

—Gracias, Katherine. Usted y el bebé eran muy importantes para Ma. Ella siempre estuvo preocupada por usted…

Por el rabillo del ojo veo a la señora Potts que cruza con cuidado el césped con su bastón.

—Hay una recepción en la casa de los Miller —nos comunica.

Barre con la mirada a todo el grupo, pero finalmente se fija en mí. Yo suspiro ostensiblemente. Soy consciente de que debería apoyar a Bitsy, pero estoy agotada y lo único que quiero es irme a casa. Bitsy me libera enseguida.

—No pasa nada. Byrd Bowlin dice que me acompañará en coche a casa. La verdad es que debería ocuparme de Luz de luna y la ternera.

—Perdonen, yo también tengo que marcharme. —Ese es el reverendo Martin.

Hester se ofrece a llevarme, pero tengo a Star, así que le doy un abrazo a Bitsy y a Katherine.

—¿Nos veremos antes de que vuelva a Baltimore? —le pregunto a Katherine.

—Lo intentaré —contesta—, pero tengo que ocuparme de las propiedades que nos quedan, luego he de llevar a William a Baltimore en tren para el funeral del próximo jueves. Su familia vendrá desde Boston.

Vuelvo a abrazarla con fuerza, intento transmitirle un poco de energía. Después me voy detrás de la iglesia a buscar a mi caballo.

Al llegar a la bifurcación de Horse Shoe Run, se me encoge el estómago al ver el coche del sheriff esperando en el cruce.

—¿Dónde están Bitsy y su hermano? —pregunta el hombre con brusquedad.

—Se quedaron a la recepción en casa del reverendo. —Digo una mentira piadosa, sabiendo que Thomas está cruzando la montaña, colándose entre los abetos como la sombra de un zorro gris.

—Por cierto, hablé con la señora MacIntosh después del funeral. ¿Por qué no me informaron de que ella había vuelto a Baltimore después de una pelea doméstica? —Hardman me mira con el ceño fruncido.

—Teníamos miedo. No queríamos que William intentara encontrar a Katherine. Teníamos miedo.

30 de julio de 1930. Luna prácticamente llena navegando a través de unas nubes que se mueven aprisa.

Nacimiento de Daniel Withers, dos kilos ochocientos, séptimo hijo de Edith y Manley Withers de Hog Hollow. Bitsy y yo, con mis manos sobre las suyas, trajimos al niño al mundo juntas. Los Withers son otra familia de la iglesia baptista de Hazel Patch. La señora Potts se encontraba mal y no vino.

Presentes, aparte de Bitsy y yo, las dos hijas mayores, Ida y Judith, de 10 y 12 años. Bitsy les enseñó a cortar el cordón umbilical. Cuando Edith se puso el bebé al pecho, dijo que el dolor de expulsar la placenta había sido peor que el del parto, pero yo le conté que eso era bueno porque impedía una hemorragia. Nos pagaron dos dólares y un jamón curado casero. A Bitsy y a mí nos hizo bien ver llegar una nueva vida al mundo después de la muerte de Mary.