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Advertencia

Dado que Thomas ha vuelto a su trabajo en Wildcat, dejo a Bitsy junto a la cama de Twyla y voy andando a la consulta del veterinario, para ver si consigo que nos lleve en coche a casa. Antes de irme, examino a la madre y al bebé por última vez. La señora Hudson ya ha calentado una botella con tetina, de esas que se pueden comprar por catálogo en Sears Roebuck. No me gusta nada verlo, pero si algo he aprendido es que si una madre realmente no quiere dar el pecho, no sirve de nada obligarla. No lo conseguirá y todo el mundo lo pasará mal, incluido el bebé.

Cruzo Main, y atisbo a mi amiga Becky Myers que sale de Gold’s Dry Goods con Priscilla Blum, la mujer del médico. El viento de abril agita el pelo negro de Becky, que lleva una media melena nueva, y sus ojos, castaños y muy separados, centellean. La señora Blum lleva un pañuelo largo de color lavanda que dibuja la estela de la brisa. Ambas tienen un aspecto tan lozano que por un momento tengo celos. Becky es amiga mía, pero yo nunca he vivido en su mundo de tiendas de ropa y peinados a la moda.

Me trago el resentimiento, espero a que la esposa del médico se desvíe por Second Street y la llamo.

—¡Eh, Becky! Justo estaba pensando en ir a verte. ¿Tienes tiempo para un poco de compañía? —Su casa está una manzana más allá, en la esquina con Sycamore—. Solo me quedaré unos minutos, y te contaré lo del parto de Twyla Savage. Luego tengo que buscar un coche para volver a casa.

La cojo del brazo con camaradería, como hago con Bitsy, sin la menor conciencia ni sensación de estar desafiando una ley no escrita.

—Es un niño precioso, y tiene un pelo que ya debe de medir cinco centímetros. ¿Podrás venir a verme a casa esta semana? —Sigo parloteando, todavía eufórica por el buen parto.

—Espero que a Twyla le vaya bien —reflexiona Becky en voz alta—. En un momento dado dijo que no quería al bebé. Lo que de verdad quiere es volver al colegio.

Yo frunzo el ceño.

—¿Su madre no puede ocuparse del niño mientras ella va a clase?

—Su madre tiene que trabajar para los Hudson, y dicen que el juez está buscando una familia para que lo adopte. Una familia negra.

Subimos los escalones de su pulcro porche con dos butacas altas de mimbre, y entramos en la cocina de baldosas blancas. Mientras Becky prepara un té, yo miro por la ventana y me pregunto qué familia negra podría ser. Twyla estaba tan orgullosa de sí misma al final… Odio que se lleven al bebé.

Becky cambia de tema.

—¿Sabes, Patience?, desde que Bitsy Proudfoot se trasladó a tu casa hay algo que me gustaría hablar contigo.

Eso me pone en guardia, y me quedo quieta, con la taza de té suspendida junto a la boca.

—¿Qué?

—Tú sabes que el Klan se está reorganizando en Union County, ¿verdad?

Me echo hacia atrás, como si me hubieran abofeteado.

—¿El Ku Klux Klan?

¿Por qué lo pregunto? Todo el mundo sabe que solo hay un Klan, el Klan de encapuchados a favor de la supremacía blanca que impone su poder con la intimidación y la violencia. El Klan anticatólico, antijudío, anticomunista, antinegros que no saben cuál es su sitio.

—He oído que estos últimos años iba de baja, que pasó de cuatro millones a apenas unos cientos de miles, excepto en el profundo Sur.

—En el Sur y en los montes Apalaches. Los hombres del Klan pretenden intimidar a cualquiera que sea pobre y oprimido. Eso es lo que pasa por aquí y yo no quiero que esa persona seas tú.

—¿Tú crees que soy un objetivo? —Estoy conmocionada—. Yo creía que pasaba desapercibida, allí lejos en el campo…

—Sé realista, Patience. Tú no pasas desapercibida. Todo el mundo sabe quién eres. Son tiempos difíciles. Los hombres buscan formas de liberar su frustración, y tú te relacionas con un grupo de negros arrogantes… Ha habido comentarios. Vives con una mujer negra… Por Dios santo, te paseas por ahí con ella del brazo. Yo iría con cuidado, si fuera tú.

—¿Como quién? ¿Quién es arrogante? ¿Thomas y Bitsy?

—Thomas y Bitsy… y el reverendo Miller, y todos esos parroquianos de su iglesia. A la señora Potts la aceptan por sus conocimientos. Ella ha traído al mundo a muchos bebés de Union County, negros y blancos, pero la gente dice que el pastor predica la igualdad y eso a los blancos no les gusta.

—Bien —continúo—, yo no soy responsable de lo que dice la gente en el púlpito ni en ninguna otra parte. De todas formas, estoy de acuerdo con el predicador.

Becky y yo nunca habíamos hablado de política, y ella no tiene ni idea de lo importante que es para mí el tema de la igualdad.

—Puede que algunas personas piensen que los negros son inferiores, pero tú y yo sabemos que eso no es verdad —afirmo—. Los Proudfoot y los Miller son tan inteligentes y capaces como cualquiera de nosotros, quizás más. Además, si queremos ver cómo cambia el mundo hemos de cambiarlo nosotros, ¡y me cogeré del brazo de Bitsy siempre que quiera!

—Dejémoslo —musita mi amiga y pone la taza en el fregadero—. Ojalá no lo hubiera dicho. Yo solo intentaba… —El teléfono de su cocina suena tres veces—. Hola —contesta—. De acuerdo, se lo comunicaré. —Por el modo como va a comunicármelo se nota que está enfadada—. Era Bitsy. Está con el señor Hester; él os llevará a casa.

—Becky, perdona. Yo no quería discutir. Pero me cuesta creer que en 1930 el Klan pueda ser un problema. Virginia Occidental luchó con el Norte en la guerra civil, por Dios…, esto no es Mississippi ni Georgia. Además, ¿no deberían todas las personas sentirse orgullosas y ser libres, sean del color que sean?

Becky menea la cabeza, se sienta y contempla por la ventana los narcisos del sendero. Ni siquiera me abraza para despedirse. De todos modos, yo me inclino y le doy una especie de abrazo.

—Eres demasiado ingenua, Patience. Tienes que enfrentarte a la realidad. No todo el mundo es tan bueno como tú.

¡Bueno como yo! Si ella supiera…

El trayecto a casa con el veterinario y Bitsy transcurre en silencio. El Ford T avanza resoplando y cada uno está inmerso en sus propios pensamientos. Yo sigo preguntándome a qué se refiere Becky con «arrogante». Estoy escandalizada por su actitud, ella es una mujer instruida. Pero a lo mejor no debería estarlo. Yo vivo en mi propio y pequeño mundo y en realidad no sé qué piensan los MacIntosh, los Hudson y los Blum.

Fue en la huelga de la Westinghouse de 1916 cuando vi por primera vez a trabajadores negros y blancos, y hombres y mujeres también manifestándose juntos. Antes de eso, los patronos solían azuzarnos a unos contra otros. Si los blancos iban a la huelga para mejorar las condiciones de trabajo o reducir horarios, ellos utilizaban a los negros como esquiroles. Si los obreros, todos varones, de la AFL dejaban de trabajar por un aumento del sueldo, los jefes contrataban mujeres. Pero en la planta de munición de la Westinghouse, seis mil trabajadores, incluidas trescientas mujeres y unas cuantas docenas de negros, fueron a la huelga todos juntos.

En segunda fila, justo detrás de la banda Dish Pan Drum Corps exclusivamente femenina, vamos Nora y yo cogidas del brazo, orgullosas y felices junto a las hermanas Rosenberg y Daisy, nuestra amiga sufragista de color, y cantando a voz en grito: «¡Solidaridad para siempre! ¡Solidaridad para siempre! ¡Solidaridad para siempre! Porque la unión nos hace fuertes». Aquel mismo día nos metieron a las cinco en el talego, cuando la poli salió a disolvernos, pero a las setenta y dos horas ya estábamos en la calle. Daisy Lampkin solo estuvo un día. Su marido era un restaurador rico.

Pese a mi intención de no permitir que la advertencia de Becky sobre el KKK me preocupe, siento frío en el estómago y me pregunto qué es lo que no me ha dicho. Me gustaría volver y preguntárselo. ¿Quién habla de mí? ¿Qué dicen?

Amenaza

El señor Hester solo viene una vez por semana a examinar a Star. La mayoría de las veces va directamente al granero, sin pasar por casa, pero ayer tenía buenas noticias.

Star está mejorando mucho —me dijo, mientras se lavaba las manos en la pila de la cocina—. Sus pezuñas ya pueden soportar más peso. ¿Sigue bajándola al arroyo tres veces al día? Podía intentar montarla, si quiere.

—Creo que el arroyo le gusta —contesto—. Le gusta estar parada en el agua, y yo también disfruto de esos ratos. Es como si tumbándome de espaldas allí, a ver pasar las nubes, estuviera cumpliendo una obligación. —Le sirvo una taza de té de sasafrás y acerco una silla—. El rumor del agua me calma, me recuerda mi infancia en las orillas del río Des Plaines.

El veterinario asiente como si me entendiera, pero vuelve enseguida al caballo, con lo que sin duda está más cómodo.

—Al principio móntela solo en el prado, y después la baja al Hope.

—Nunca he montado a caballo. Si Bitsy sabe, iremos esta tarde…, pero ¿puedo hacerle una pregunta?

El veterinario, consciente de que he cambiado el tono de voz, se encoge de hombros.

—Es un poco incómodo, pero ¿usted ha oído algún rumor sobre el Ku Klux Klan de Union County? —Hester sopla sobre su taza y no dice nada al principio, se limita a beber un sorbo, así que continúo—: Me resulta raro preguntarlo… No sé por qué, pero es que Bitsy y yo nunca hemos hablado de nada relacionado con la raza. En cierto sentido yo no sé nada de su mundo. Nosotras vivimos como si eso no importara, y a mí no me importa, pero Rebecca Myers, la enfermera de sanidad de la ciudad, me dijo la semana pasada que el Klan de Virginia Occidental se está reorganizando. ¿Hay algo de eso?

Hester mira por la ventana y encoge los hombros.

—Puede. El mes pasado me invitaron a una reunión del Rotary Club en Oneida Inn. Fui con Dresher, el anterior propietario de Star. Él valora mucho mi trabajo, y creyó que yo debía hacer contactos con gente de por aquí, pero me parece que no volveré más.

»Hubo muchos comentarios desagradables sobre la gente de Hazel Patch, sobre eso de que están formando una cooperativa agrícola, y compran al mayor a la cooperativa de granjeros de Torrington, incluso se organizan para transportar su ganado desde Pittsburgh por Mon River, en un barco de vapor. A los vecinos no les gusta, sobre todo a los comerciantes.

—Se encoge de hombros.

—La mayoría eran simples quejas. Los negocios van mal y todo el mundo se siente amenazado. Han cerrado otra mina importante, la Minute Man al oeste de Liberty. William MacIntosh es copropietario de esa también.

Se lo pregunto directamente.

—Pero ¿usted cree que el Klan supone algún peligro para mí, para Bitsy y para mí? Becky dice que ha oído comentarios. ¿Es algo serio o solo hombres que sueltan discursos?

—No. Solo son habladurías. —Deja la taza en el mostrador—. Yo no les haría caso. De todas formas, ¿qué va a hacer usted al respecto?

Al oír eso me quedo clavada. ¿Qué podría hacer yo? ¿Echar a Bitsy a patadas? ¿Fingir que es mi criada, y obligarla a arrastrar los pies e inclinar la cabeza? ¿Recurrir al sheriff Hardman? Probablemente él es uno de ellos. ¿Llamar al editor del periódico y hacer públicos sus nombres? A lo mejor él también es uno de ellos.