Ofelia hizo de Arkady y el doctor Blas, de Rufo. Colocaron las mesas y, con una cinta adhesiva en el suelo de la sala de conferencias del IML, marcaron el perímetro de las paredes, las estanterías y las puertas del apartamento de la embajada rusa, a fin de «reconstruir los hechos» de la muerte de Rufo Pinero, para su propia información.
«La reconstrucción de los hechos» diferenciaba la medicina forense cubana de la norteamericana, la rusa y la alemana. En laboratorios cubanos, en la selva tropical de Nicaragua, en los polvorientos campos de Angola, Blas había reconstruido homicidios para asombro, no sólo de los jueces, sino también de los propios criminales. Una reconstrucción de los hechos que tuvieran que ver con la muerte de un «neumático» ruso podría resultar imposible debido a que el cuerpo había ido a la deriva y se había deteriorado. La muerte de Rufo, sin embargo, tuvo lugar en un apartamento, no en el mar, y dejó ciertos hechos irrefutables: el cuerpo de Rufo con una descomunal jeringa arterial en la mano, un cuchillo con las huellas dactilares de Rufo clavado en una librería-vitrina, ninguna magulladura en el cuerpo del muerto, ningún desorden en la ropa, ninguna señal que indicara nada que no fuera un enfrentamiento rápido y mortal.
No obstante, el médico estaba fastidiado y respiraba con dificultad. Tuvieron en cuenta el hecho de que Rufo Pinero era un ex atleta, más alto y veinte kilos más pesado que Renko, tal vez más. El ruso, que obviamente no era del tipo atlético, se encontraba cansado y confuso por el viaje, aunque a todas luces no era obtuso. En opinión de Blas, esto describía bastante bien a Renko.
Escenificaron el ataque de diversos modos. Rufo se levantaba de una silla, esperaba en la habitación, entraba por la puerta. Daba igual. Blandían unas tijeras y un lápiz en lugar de un cuchillo y una jeringa. Blas no conseguía despachar a Ofelia con eficacia y rapidez, ni mucho menos. Parte del problema era que Ofelia se movía muy deprisa. Había corrido los cien metros en la escuela y no había engordado ni un kilo desde entonces; además, tenía la costumbre de apoyar el peso del cuerpo en una pierna y luego en la otra, costumbre que irritó a Blas.
Otro problema era que el ataque indicaba sorpresa. Pero, al usar tanto el «cuchillo» como la «jeringa», Blas se movía con lentitud y torpeza. El mero hecho de que sacara no sólo una, sino dos armas, daba a la víctima tiempo para reaccionar. Rufo habría tenido que correr mucho por la habitación; tanto la mesa como las sillas habrían salido disparadas en todas direcciones de haber sido Ofelia la víctima.
—Tal vez fue un ataque impremeditado —comentó Blas.
—Rufo vestía un mono impermeable encima de la camisa y el pantalón. No hay nada de impremeditado en eso. Sabía lo que iba a hacer.
—Renko no parece tan escurridizo.
—Quizá sí, si lo amenazaron con un arma.
—Dos armas.
—No —decidió Ofelia—. Rufo tenía un arma, el cuchillo. La jeringa fue una sorpresa para él. —Se apresuró a hablar, pues era una mera detective y Blas un patólogo reconocido por el vigor de su metodología. Sin embargo, casi podía visualizar la lucha que había tenido lugar en ese apartamento—. Sabe que el ruso lleva siempre puesto ese ridículo abrigo. Creo que el cuchillo sujetó el abrigo a la librería. Hay una rasgadura en la solapa del abrigo y había una fibra del abrigo en el cuchillo. Creo que ése fue el momento en que Rufo murió.
—¿Con la jeringa?
—En defensa propia.
Blas tomó la mano de Ofelia, una mano fina en su palma olorosa a jabón.
—Lo que me maravilla de ti es lo comprensiva que eres con las gentes más increíbles. Sólo que ahora no hacemos una investigación. Tú y yo no tratamos más que de satisfacer nuestra curiosidad profesional acerca de los hechos físicos de una muerte.
—¿Pero no se pregunta los motivos?
—No. —La expresión de Blas decía que no era machista, pero que, a su juicio, las mujeres solían perder el enfoque—. A ti te preocupa la jeringa. Muy bien. Perdimos una en el laboratorio. Tanto Rufo como Renko pudieron robarla. Pero ¿por qué iba a robarla Renko? ¿Para drogarse? No encontré drogas en la jeringa. ¿Como arma? Si temía por su vida no habría venido a La Habana. Analicémoslo mejor. Por ejemplo, observemos el carácter. Rufo era un timador, un oportunista. Vio la jeringa y la tomó. Renko es un ruso flemático; para él, todo está sujeto a un debate mental, te lo garantizo. Además está lo de la fuerza física. Renko no puede haber creído que sometería a alguien tan fuerte como Rufo. Ni siquiera en defensa propia.
—Tal vez no pensó, sino que reaccionó.
—¿Con una jeringa ya en la mano? ¿Una jeringa que de nada le servía? ¿Una jeringa que acabó en la mano de Rufo?
Ofelia apartó la mano de la de Blas.
—Acaso Rufo se la arrancó de la cabeza. Yo lo haría.
—¿Acaso? ¿Haría? Estás haciendo conjeturas. La verdad se revela mejor a la lógica que a la inspiración. —Blas había contenido el aliento—. Intentemos la reconstrucción de nuevo. Pero esta vez muévete más despacio; te olvidas de que Renko es un fumador, probablemente un bebedor y que ciertamente no está en buena forma. Tú, por otro lado, estás definitivamente en buena forma, eres más joven y más alerta. No veo cómo Renko podría empezar a defenderse. Tal vez Rufo resbaló. ¿Lista?
Rufo no era de los que resbalan, pensó Ofelia.
En la universidad, Ofelia tenía una buena amiga, María. Unos años más tarde, María se casó con un poeta que se declaró defensor de los derechos humanos en La Habana.
Al poco tiempo, Ofelia vio en la televisión que lo habían condenado a veinte años por asalto y que a María la habían detenido por prostitución. Cuando Ofelia la visitó, María le dio una versión muy distinta; dijo que acababa de salir de casa por la mañana, cuando un hombre la agarró y le arrancó la ropa, allí mismo en la puerta de su propia casa. Cuando su marido salió corriendo para protegerla, el hombre lo tumbó de un puñetazo y le destrozó los dientes a patadas. Sólo entonces apareció un coche de la policía, conducido por un único agente. Éste sólo tomó declaración al hombre, que alegó que María le había hecho proposiciones indecentes y que, cuando él la rechazó, el marido lo asaltó. María recordaba dos cosas más: que el asiento trasero del coche estaba cubierto ya por un plástico y que, al sentarse en el asiento del pasajero en el coche patrulla, el hombre que golpeó a su marido cogió dos tubos de aluminio, tubos de puros, y se los metió en el bolsillo de la camisa. Los puros eran suyos y los había dejado allí para no perderlos. El poeta y María se ahorcaron en diferentes cárceles el mismo día. Impulsada por la curiosidad, Ofelia leyó el informe de las detenciones, que declaraba que el buen ciudadano que había llegado paseando frente a la puerta era Rufo Pinero.
Rufo no necesitaba un arma, y mucho menos dos.
La cuestión de la jeringa la molestaba y la muerte de María la perturbaba, pero el ruso la enfurecía. Qué arrogancia, robar la llave de Rufo, como si supiera qué buscar en la habitación del cubano. ¡Pensar que podía ponerse frente a un plano de La Habana en el despacho de Pribluda y ver más que un papel!
Para Ofelia, cada calle en el plano, cada esquina, tenía recuerdos. Por ejemplo, su primera excursión escolar a La Habana, cuando saltaba vallas en lo que había sido el canódromo, en Miramar, a la que regresó esa noche con Tolomeo Duran y perdió su virginidad en la colchoneta del salto de altura. Eso era Miramar para ella. O el teatro en el barrio chino, donde a su tío Chucho lo apuñalaron mientras veía una película pornográfica. O la heladería Copelia en La Rampa, donde conoció a su primer marido, Humberto, mientras hacían cola durante tres horas para poder comer una cucharada de helado. O el bar La Floridita en La Habana vieja, donde pilló a Humberto con una mexicana. Más de un matrimonio había acabado porque las turistas acudían en busca de cubanos. Era fácil divorciarse en Cuba. Ofelia tenía amigos que se habían divorciado hasta cuatro o cinco veces. ¿Qué sabría un ruso de todo esto?
—Todavía demasiado rápido —resopló Blas.