Los dos se encontraban al borde de un acantilado que asomaba a un río, contemplando la puesta de sol sobre la lejana pradera.
—Tenéis preciosas puestas de sol aquí —le dijo el general Tarsem Gau a Chan orenThen.
—Gracias —dijo orenThen—. Son los volcanes.
Gau miró a orenThen, divertido. La ondulante pradera quedaba interrumpida sólo por el río, sus acantilados y la pequeña colonia que se extendía donde los acantilados descendían hacia el agua.
—Aquí no —dijo orenThen, advirtiendo la silenciosa observación de Gau. Señaló al oeste, donde el sol acababa de hundirse tras el horizonte—. A medio planeta de distancia. Hay mucha actividad tectónica. Hay un anillo de volcanes alrededor del océano Occidental. Uno de ellos entró en erupción justo cuando terminaba el otoño. Todavía hay polvo en la atmósfera.
—Debe esperaros un duro invierno —dijo Gau.
OrenThen hizo un gesto que sugería lo contrario.
—Una erupción bastante grande para causar hermosas puestas de sol. No lo suficiente para crear cambios climáticos. Tenemos inviernos moderados. Es uno de los motivos por los que nos asentamos aquí. Veranos calurosos, pero buen sitio para cultivar. Suelo rico. Excelente suministro de agua.
—Y ningún volcán —dijo Gau.
—Y ningún volcán —reconoció orenThen—. Tampoco hay terremotos, porque estamos justo en el centro de una placa tectónica. Las tormentas, sin embargo, son increíbles. Y el verano pasado hubo tornados con granizos del tamaño de tu cabeza. Perdimos las cosechas. Pero ningún sitio es completamente perfecto. En conjunto es un buen lugar para fundar una colonia y construir un nuevo mundo para mi pueblo.
—Estoy de acuerdo —dijo Gau—. Y por lo que puedo ver, has hecho un trabajo maravilloso dirigiendo esta colonia.
OrenThen inclinó levemente la cabeza.
—Gracias, general. Viniendo de ti, es toda una alabanza.
Los dos devolvieron su atención a la puesta de sol, contemplando cómo la oscuridad se hacía más densa a su alrededor.
—Chan —dijo Gau—. Sabes que no puedo permitir que conservéis esta colonia.
—Ah —dijo orenThen, y sonrió, todavía contemplando la puesta de sol—. Así que esto no es una visita de cortesía.
—Sabes que no lo es.
—Lo sé. Que derribaras del cielo mi satélite de comunicaciones fue la primera pista —orenThen señaló la pendiente del acantilado, donde esperaban un pelotón de soldados de Gau, vigilados con atención por la propia escolta de granjeros de orenThen—. Ellos fueron la segunda.
—Son para alardear —dijo Gau—. Necesito poder hablar contigo sin tener que preocuparme de que me disparen.
—¿Y derribar mi satélite? —dijo orenThen—. Eso no fue para alardear, sospecho.
—Fue necesario, por vuestro bien.
—Lo dudo.
—Si dejara vuestro satélite, tú o alguien de tu colonia podríais enviar una cápsula de salto y permitir que vuestro gobierno sepa que os atacan —dijo Gau—. Pero no estoy aquí por eso.
—Acabas de decir que no podemos conservar esta colonia.
—No podéis —dijo Gau—. Pero eso no es lo mismo que ser atacados.
—La diferencia se me escapa, general —dijo orenThen—. Sobre todo cuando tus soldados vuelan en pedazos un carísimo satélite y montan guardia en mi suelo.
—¿Cuánto tiempo hace que nos conocemos, Chan? —preguntó Gau—. Nos conocemos desde hace mucho tiempo, como amigos y adversarios. ¿Me has visto alguna vez decir una cosa y pretender otra?
OrenThen guardó silencio durante un momento.
—No —dijo por fin—. Puedes ser un capullo arrogante. Tarsem. Pero siempre has dicho lo que querías decir.
—Entonces confía en mí una vez más —dijo Gau—. Sobre todo, quiero terminar esto pacíficamente. Por eso estoy aquí, y no por otra cosa. Porque lo que tú y yo hagamos aquí cuenta, más allá del planeta y esta colonia. No puedo permitir que tu colonia continúe aquí. Lo sabes. Pero eso no significa que ni tú ni ninguno de los tuyos tenga que sufrir por ello.
Otro momento de silencio por parte de orenThen.
—Tengo que admitir que me sorprendió que vinieras en esa nave —le dijo a Gau al cabo de un rato—. Sabíamos que corríamos el riesgo de que el Cónclave viniera a por nosotros. No os habéis pasado todo ese tiempo metiendo en cintura a todas esas razas y declarando el fin de la colonización para dejar que nos coláramos por los huecos. Planeamos esta posibilidad. Pero asumí que al mando habría algún oficial joven. En cambio, tenemos al líder del Cónclave.
—Somos amigos —dijo Gau—. Te mereces la cortesía.
—Eres muy amable al decirlo, general. Pero, amigo o no, es una exageración haber venido personalmente.
Gau sonrió.
—Bueno, posiblemente. O tal vez es más adecuado decir que parece exagerado. Pero tu colonia es más importante de lo que piensas, Chan.
—No veo por qué —dijo orenThen—. Me gusta este sitio. Hay buena gente aquí. Pero somos una colonia seminal. Apenas llegamos a dos mil. Nos encontramos a nivel de subsistencia. Lo único que hacemos es cultivar para nosotros mismos y prepararnos para la siguiente oleada de colonos. Y todo lo que ellos harán es preparar la oleada siguiente. No hay nada importante en eso.
—Ahora eres tú quien se está haciendo el tonto —dijo Gau—. Sabes muy bien que no es lo que tu colonia cultive o haga lo que la vuelve importante. Es el simple hecho de que exista, en violación del Acuerdo del Cónclave. No habrá nuevas colonias que no sean administradas a través del Cónclave. El hecho de que tu pueblo ignorara el Acuerdo es un desafío explícito a la legitimidad del Cónclave.
—No lo ignoramos —dijo orenThen, con la voz cargada de irritación—. Simplemente, no se aplica a nosotros. No firmamos el Acuerdo del Cónclave, general. Ni nosotros, ni un par de cientos de otras razas. Somos libres de colonizar como queramos. Y eso es lo que hicimos. No tenéis ningún derecho a cuestionar eso, general. Somos un pueblo soberano.
—Te estás poniendo formal conmigo —dijo Gau—. Recuerdo que eso es un signo seguro de haberte fastidiado.
—No te permitas demasiada familiaridad, general —dijo orenThen—. Hemos sido amigos, sí. Tal vez aún lo seamos. Pero no deberías dudar de a qué cosas debo lealtad. No pienses que porque habéis atrapado a la mayoría de las razas en vuestro Cónclave tenéis más autoridad moral. Antes del Cónclave, si fuerais a atacar mi colonia, sería simplemente un robo de tierras, puro y simple. Ahora que tenéis vuestro precioso Cónclave, sigue siendo un robo de tierras, puro y simple.
—Recuerdo cuando pensabas que el Cónclave era una buena idea —dijo Gau—. Recuerdo que discutías a su favor con los otros diplomáticos whaid. Recuerdo que los convenciste, y luego convenciste a tu ataFuey para que los whaid se unieran al Cónclave.
—El ataFuey fue asesinado —dijo orenThen—. Lo sabes. Su hijo tenía una opinión completamente diferente.
—Sí que la tenía. Extrañamente conveniente para él que su padre fuera asesinado cuando lo fue.
—No tengo nada que decir de eso —dijo orenThen—. Y después de que el nuevo ataFuey tomara el trono, yo no tenía derecho a ir contra su voluntad.
—El hijo del ataFuey era un necio, y lo sabes.
—Es posible. Pero, como decía, no deberías dudar sobre de qué lado se encuentran mis lealtades.
—No lo dudo —dijo Gau—. Nunca lo he hecho. Se encuentran con el pueblo whaidi. Por eso luchaste a favor del Cónclave. Si los whaid se hubieran unido al Cónclave, podríais haber colonizado este planeta, y más de cuatrocientas razas respaldarían vuestro derecho a estar aquí.
—Tenemos derecho a estar aquí. Y tenemos el planeta.
—Vais a perderlo.
—Y nunca habríamos tenido este planeta con el Cónclave —dijo orenThen, sorteando las palabras de Gau—. Porque sería territorio del Cónclave, no whaidi. Simplemente seríamos recolectores de cosechas, compartiendo el planeta con otras razas del Cónclave. Ésa sigue siendo la forma de pensar del Cónclave, ¿no? ¿Múltiples razas en mundos únicos? Construir una identidad planetaria que no esté basada en las especies sino en la fidelidad al Cónclave, para crear una paz duradera. O eso creéis.
—Antes también pensabas que era una buena idea.
—La vida sorprende —dijo orenThen—. Las cosas cambian.
—En efecto. Me haces recordar qué me puso en el camino del Cónclave.
—La batalla de Amin, o eso te gusta decir —dijo orenThen—. Cuando le arrebatasteis el planeta a los kies.
—Algo completamente innecesario. Son acuáticos. No había ningún motivo racional para que no pudiéramos compartir el planeta. Pero no quisimos. Ellos no quisieron. Y ambos perdimos más de lo que podríamos haber ganado. Antes de esa batalla, yo era tan xenófobo como tu maldito ataFuey, y tanto como tú pretendes serlo ahora. Después, me avergoncé de cómo envenenamos ese planeta cuando lo recuperamos. Avergonzado, Chan. Y supe que no se terminaría nunca. A menos que yo le pusiera fin. A menos que yo hiciera cambiar las cosas.
—Y aquí vienes con tu gran Cónclave, con tu supuesta esperanza por la paz en esta parte del espacio —se burló orenThen—. Y lo que estás haciendo con ello es intentar expulsarnos a mí y a mi colonia de este planeta. No le has puesto fin, general. No has cambiado las cosas.
—No, no lo he hecho —admitió Gau—. Todavía no. Pero me voy acercando.
—Todavía estoy esperando oír cómo todo esto hace que mi colonia sea tan importante.
—El Acuerdo del Cónclave dice que las razas miembros del Cónclave no pueden tener mundos nuevos propios: colonizan los mundos que descubren pero otros miembros del Cónclave los colonizarán también —dijo Gau—. El acuerdo dice también que cuando el Cónclave encuentre un planeta colonizado por una especie que no pertenezca al Cónclave después del Acuerdo, tomará ese planeta para el Conclave. Nadie colonizará si no es a través del Cónclave. Advertimos sobre eso a las especies que no forman parte del Cónclave.
—Lo recuerdo —dijo orenThen—. Me eligieron para liderar esta colonia poco después de que dijerais eso.
—Y, sin embargo, habéis colonizado.
—El Cónclave no era una cosa segura, general. A pesar de tu sentido del destino, podrías haber fracasado.
—Muy cierto —dijo Gau—. Pero no fracasé. Ahora el Cónclave existe, y tenemos que aplicar el Acuerdo. Se han creado varias docenas de colonias después de la creación del Acuerdo. Incluyendo ésta.
—Ahora comprendo —dijo orenThen—. Somos los primeros en una serie de conquistas para mayor gloria del Cónclave.
—No —dijo Gau—. Conquista no. Os lo digo de nuevo. Espero otra cosa.
—¿Y qué es?
—Que os marchéis voluntariamente.
OrenThen miró a Gau.
—Viejo amigo, te has vuelto completamente loco.
—Escucha, Chan —dijo Gau, con urgencia—. Hay un motivo por el que empiezo aquí. Te conozco. Sé dónde se encuentran tus lealtades: con tu pueblo, no con tu ataFuey y su política de suicidio racial. El Cónclave no permitirá que los whaid colonicen. Es así de sencillo. Quedaréis confinados en los planetas que teníais antes del Acuerdo. No más. Y desde esos pocos planetas, veréis el resto del espacio llenarse sin vosotros. Estaréis aislados, sin comercio y sin viajar a ningún otro mundo. Quedaréis confinados, amigo mío. Y confinados, os marchitaréis y moriréis. Sabes que el Cónclave puede hacer eso. Sabes que yo puedo hacerlo.
OrenThen no dijo nada. Gau continuó.
—No puedo hacer que el ataFuey cambie de opinión. Pero puedes ayudarme a demostrar a los demás que el Cónclave prefiere la paz. Renuncia a tu colonia. Convence a tus colonos para que se marchen. Podéis regresar a vuestro mundo. Os prometo un viaje en paz.
—Sabes que es una oferta vacía —dijo orenThen—. Si abandonamos esta colonia, seremos tildados de traidores. Todos nosotros.
—Entonces uníos al Cónclave, Chan. No los whaid. Tú. Tú y tus colonos. El primer mundo colonial del Cónclave está a punto de abrirse a los emigrantes. Tus colonos pueden estar entre ellos. Podéis seguir siendo los primeros en un mundo nuevo. Podéis seguir siendo colonos.
—Y tú podrías apuntarte el tanto propagandístico de no haber masacrado una colonia llena de gente —dijo orenThen.
—Sí. Naturalmente. Eso es una parte. Será más fácil convencer a otros colonos de que dejen sus mundos si pueden ver que os respeté en éste. Evitar un derramamiento de sangre aquí puede ayudarnos a evitar derramar sangre en otras partes. Salvarás más vidas que las de tus colonos.
—Eso es una parte, has dicho. ¿Cuál es la otra parte?
—No quiero que mueras —dijo Gau.
—Quieres decir que no quieres matarme.
—Eso es.
—Pero lo harás —insistió orenThen—. A mí y a todos y cada uno de mis colonos.
—Sí.
OrenThen bufó.
—A veces quisiera que no dijeras siempre lo que pretendes.
—No puedo evitarlo.
—Nunca pudiste —dijo orenThen—. Forma parte de lo que llaman «tu encanto».
Gau no dijo nada, y contempló las estrellas, que empezaban a asomarse al cielo oscuro. OrenThen siguió su mirada.
—¿Buscas tu nave?
—La he encontrado —dijo Gau, y señaló—. La Estrella Tranquila. ¿La recuerdas?
—Sí. Era pequeña y vieja cuando te conocí. Me sorprende que sigas al mando.
—Una de las cosas buenas que tiene gobernar el universo es que se te permiten los caprichos.
OrenThen señaló el pelotón de Gau.
—Si la memoria no me falla, tienes suficiente espacio en la Tranquila para una pequeña compañía de soldados. No dudo que sean suficientes para hacer el trabajo aquí. Pero si estás decidido a hacer una declaración de principios, parece abrumador.
—Primero exagerado, y ahora abrumador —dijo Gau.
—Que tú estés aquí es exagerado —dijo orenThen—. Es de tus soldados de lo que estamos hablando ahora.
—Esperaba no tener que utilizarlos. Y que tú atendieras a razones. Si ése fuera el caso, no habría ninguna necesidad de traer nada más.
—¿Y si no atiendo a «razones»? —preguntó orenThen—. Podrías tomar esta colonia con una compañía, general. Pero nosotros podemos hacértelo pagar. Algunos de los míos fueron soldados. Todos ellos son duros. Algunos de tus soldados serían enterrados con nosotros.
—Lo sé —dijo Gau—. Pero mi plan no fue nunca utilizar a mis soldados. Si no quieres atender a razones… ni a las súplicas de un viejo amigo, tengo otro plan en mente.
—¿Cuál?
—Te lo mostraré —dijo Gau, y se volvió hacia su pelotón. Uno de los soldados se adelantó; Gau le hizo un gesto. El soldado saludó y empezó a hablar por un aparato comunicador. Gau devolvió su atención a orenThen.
—Como una vez trataste de convencer a tu propio gobierno para que se uniera al Cónclave (y fracasaste, aunque no fuera culpa tuya), estoy seguro de que sabrás apreciarlo si te digo que el Cónclave existe casi de milagro. Hay cuatrocientas doce razas dentro del Cónclave, cada una de ellas con sus propios planes y planteamientos, todos los cuales tuvieron que ser tomados en cuenta para el nacimiento del Cónclave. Incluso ahora, el Cónclave es frágil. Hay facciones y alianzas. Algunas razas se unieron pensando que podrían ganar tiempo antes de apoderarse del Cónclave. Otras lo hicieron pensando que el Cónclave sería un viaje gratis a la colonización, sin que se esperara nada más de ellos. He tenido que hacerles comprender a todos que el Cónclave significa seguridad para todos, y que espera responsabilidad por parte de todos. Y esas razas que no se unieron al Cónclave tienen que aprender que lo que el Cónclave hace, lo hacen todos sus miembros.
—Así que estás aquí en nombre de todas las razas del Cónclave —dijo orenThen.
—No es eso a lo que me refiero.
—Me he vuelto a perder, general.
—Mira —dijo Gau y señaló de nuevo hacia su nave—. ¿Puedes ver la Tranquila?
—Sí.
—Dime qué más ves.
—Veo estrellas —dijo orenThen—. ¿Qué más se supone que debo ver?
—Sigue mirando.
Un momento más tarde un puntito de luz apareció en el cielo, cerca de la Tranquila. Luego otro, y otro.
—Más naves —dijo orenThen.
—Sí.
—¿Cuántas?
—Sigue mirando.
Las naves fueron apareciendo, primero una a una, luego en parejas y tríos, luego en constelaciones.
—Muchas —dijo orenThen, después de un rato.
—Sigue mirando.
OrenThen miró hasta que estuvo seguro de que no aparecían más naves. Se volvió entonces para mirar a Gau, que seguía contemplando el cielo.
—Hay cuatrocientas doce naves en tu cielo —dijo Gau—. Una nave por cada raza miembro del Cónclave. Ésta es la flota con la que visitaremos cada mundo colonizado, sin autorización, después del Acuerdo.
Gau se volvió de nuevo y miró a su lugarteniente, a quien apenas podía ver en la penumbra. Asintió por segunda vez. El soldado volvió a hablar por su comunicador.
Desde el cielo, cada nave lanzó un rayo de luz hacia la orilla de la colonia, cubriéndola de blanco. OrenThen dejó escapar un grito de agonía.
—Reflectores, Chan —dijo Gau—. Sólo reflectores.
Pasó un momento antes de que orenThen pudiera responder.
—Reflectores —dijo por fin—. Pero sólo por el momento, ¿correcto?
—A una orden mía, cada nave de la flota volverá a enfocar su rayo —dijo Gau—. Tu colonia será destruida y cada una de las razas miembros del Cónclave participará en ello. Así es como tiene que hacerse. Seguridad para todos, responsabilidad para todos. Y ninguna raza puede decir que no estuvo de acuerdo en el coste.
—Ojalá te hubiera matado la primera vez que te vi aquí —dijo orenThen—. Nosotros hablando de puestas de sol cuando me tenías reservado esto. Tú y tu maldito Cónclave.
Gau abrió los brazos, ofreciéndose.
—Mátame, Chan. Eso no salvará a esta colonia. Tampoco detendrá al Cónclave. Nada de lo que puedas hacer impedirá que el Cónclave tome este planeta, o el siguiente, o el siguiente. El Cónclave son cuatrocientos pueblos. Toda raza que lucha contra él lucha sola. Los whaid. Los raey. Los fran. Los humanos. Todas las otras que han fundado colonias desde el Acuerdo. Es cuestión de número. Nosotros somos más. Pero una raza que lucha contra otra raza es una cosa. Una raza contra cuatrocientas es otra muy distinta. Es cuestión de tiempo.
OrenThen se volvió hacia su colonia, bañada de luz.
—Voy a decirte una cosa —le dijo orenThen a Gau—. Puede que te parezca irónico. Cuando me eligieron para dirigir esta colonia, advertí al ataFuey de que vendrías a por ella. Tú y todo el Cónclave. Él me dijo que el Cónclave nunca se formaría y que eras un necio por intentarlo, y que yo había sido un necio por escucharte. Que existían demasiadas razas para poder ponerse de acuerdo en algo, mucho menos en una gran alianza. Y que los enemigos del Cónclave estaban trabajando demasiado duro para fracasar. Dijo que los humanos os detendrían, aunque no lo hiciera nadie más. Tenía en gran consideración su habilidad para lograr que se enfrenten unos con otros sin implicarse ellos mismos.
—No estaba demasiado equivocado —dijo Gau—. Pero los humanos pretenden abarcar demasiado. Siempre lo hacen. La oposición que crearon para contrarrestar el Cónclave se disolvió. La mayoría de esas razas están ahora más preocupadas por los humanos que por nosotros. Para cuando el Cónclave llegue a los humanos, puede que no queden muchos.
—Podrías haber ido tras los humanos primero.
—A su tiempo.
—Déjame que lo exprese de otra manera —dijo orenThen—. No tenías por qué venir aquí primero.
—Tú estabas aquí —respondió Gau—. Tienes una historia con el Cónclave. Tienes una historia conmigo. Cualquier otro lugar y no habría ninguna duda de que esto comenzaría con destrucción. Aquí tú y yo tenemos una oportunidad de hacer algo distinto. Algo que contará más allá de este momento y esta colonia.
—Has depositado una gran carga sobre mí. Y sobre mi pueblo.
—Lo he hecho. Lo siento, viejo amigo. Era el único modo de hacerlo. Vi una oportunidad para demostrar a la gente que el Cónclave quiere la paz, y tuve que aprovecharla. Es pedirte mucho. Pero te lo pido, Chan. Ayúdame. Ayúdame a salvar a tu pueblo, no a destruirlo. Ayúdame a construir la paz en nuestra parte del espacio. Te lo ruego.
—¿Me lo ruegas? —dijo orenThen, alzando la voz. Avanzó hacia Gau—. ¿Tienes cuatrocientas doce naves de combate apuntando con sus armas a mi colonia y me ruegas que te ayude a construir la paz? Bah. Tus palabras no significan nada, viejo amigo. Vienes aquí, blandiendo esa amistad, y a cambio me pides que entregue mi colonia, mi lealtad, mi identidad. Todo lo que tengo. A punta de pistola. Para ayudarte a proporcionar la ilusión de paz. La ilusión de que lo que haces aquí es algo distinto que una simple y pura conquista. Amenazas las vidas de mis colonos ante mis narices y me dices que elija entre convertirlos en traidores o matarlos a todos. Y luego me sugieres que eres compasivo. Puedes irte al infierno, general.
OrenThen se dio media vuelta y echó a andar, distanciándose de Gau.
—¿Ésa es tu decisión, entonces? —dijo Gau poco después.
—No —dijo orenThen, todavía dando la espalda al general—. No es una decisión que pueda tomar yo solo. Necesito tiempo para hablar con mi gente, para hacerles saber cuáles son sus opciones.
—¿Cuánto tiempo necesitas?
—Las noches aquí son largas —dijo orenThen—. Concédeme ésta.
—Es tuya —dijo Gau.
OrenThen asintió y empezó a marcharse.
—Chan —empezó a decir Gau, caminando hacia el whaid. OrenThen se detuvo y alzó una de sus enormes zarpas para hacer callar al general. Entonces giró sobre sus talones y extendió las zarpas hacia Gau, quien las estrechó.
—Recuerdo cuando te conocí —dijo orenThen—. Yo estaba delante cuando el ataFuey recibió la invitación para reunirse contigo y todas las otras razas que quisieran acudir a aquella maldita luna de rocas frías que tan pomposamente llamabas «suelo neutral». Te recuerdo en aquel podio, dando la bienvenida en todas las lenguas que podías croar y compartiendo por primera vez con nosotros tu idea del Cónclave. Y recuerdo haberme vuelto hacia el ataFuey y decirle que sin duda estabas absoluta y totalmente loco de atar.
Gau se echó a reír.
—Y después te reuniste con nosotros, como hiciste con todas las embajadas que quisieron oírte —continuó orenThen—. Y recuerdo que intentaste persuadirnos de que el Cónclave era algo de lo que queríamos formar parte. Recuerdo que me convenciste.
—Porque en realidad no estaba absoluta y totalmente loco de atar.
—Oh, no, general. Lo estabas —dijo orenThen—. Absoluta y totalmente. Pero también tenías razón. Y recuerdo que pensé: «¿Y si este general loco lo consigue?» Traté de imaginarlo: nuestra parte del espacio, en paz. Y no pude. Era como si tuviera una muralla blanca de piedra delante, impidiéndome verlo. Y fue entonces cuando supe que yo lucharía por el Cónclave. No podía ver la paz que traería. Ni siquiera podía imaginarla. Todo lo que sabía era que la quería. Y sabía que si alguien podía conseguirlo, sería ese general loco. Lo creí —orenThen soltó las manos del general—. Ha pasado tanto tiempo…
—Viejo amigo —dijo Gau.
—Viejo amigo —reconoció orenThen—. Viejo, en efecto. Y ahora debo irme. Me alegro de haber vuelto a verte. Tarsem. De verdad. Naturalmente, éstas no son las circunstancias que habría elegido.
—Naturalmente.
—Pero las cosas son como son. La vida sorprende.
OrenThen se volvió de nuevo para marcharse.
—¿Cómo sabré cuándo habéis llegado a una decisión? —preguntó Gau.
—Lo sabrás —respondió orenThen, sin mirar atrás.
—¿Cómo?
—Lo oirás —dijo orenThen, y volvió la cabeza hacia el general—. Eso puedo prometértelo.
Luego se volvió, caminó hacia su transporte y se marchó con su escolta.
El lugarteniente de Gau se le acercó.
—¿Qué ha querido decir cuando ha dicho que oirá usted su respuesta, mi general? —preguntó.
—Cantan —dijo Gau, y señaló la colonia, todavía bajo los reflectores—. Su forma más superior de arte es un cántico ritualizado. Así es como festejan, y lloran, y rezan. Chan me estaba haciendo saber que cuando termine de hablar con sus colonos, me cantarán su respuesta.
—¿Vamos a oírla desde aquí? —preguntó el teniente.
Gau sonrió.
—No me preguntaría eso si hubiera oído alguna vez un cántico whaid, teniente.
Gau esperó toda la larga noche, escuchando, su vigilia interrumpida ocasionalmente por el teniente o uno de los otros soldados que iba a ofrecerle una bebida caliente para mantenerlo alerta. No fue hasta que el sol de la colonia asomó por el cielo oriental que Gau oyó lo que estaba esperando.
—¿Qué es eso? —preguntó el teniente.
—Silencio —ordenó Gau, y agitó molesto una mano. El teniente retrocedió—. Han iniciado su cántico —dijo Gau un momento más tarde—. Ahora mismo cantan una bienvenida a la mañana.
—¿Qué significa eso? —preguntó el teniente.
—Significa que le dan la bienvenida a la mañana. Es ritual, teniente. Lo hacen todos los días.
La oración de la mañana se alzaba y caía en volumen e intensidad, continuando durante lo que al general le pareció un tiempo enloquecedoramente largo. Y entonces llegó a un entrecortado y vacilante final; Gau, que había estado caminando de un lado a otro durante las últimas partes de la oración, se detuvo en seco.
De la colonia llegó un nuevo cántico, con un nuevo ritmo, que se hacía progresivamente más fuerte. Gau lo escuchó durante varios minutos y luego se desplomó, como si de pronto se sintiera cansado.
El teniente acudió junto a él casi al instante. Gau lo despidió.
—Estoy bien —dijo—. Estoy bien.
—¿Qué están cantando ahora, mi general? —preguntó el teniente.
—Su himno —dijo Gau—. Su himno nacional.
Se levantó.
—Están diciendo que no se marcharán. Están diciendo que prefieren morir como whaidi que vivir bajo el Cónclave. Cada hombre, mujer y niño de esa colonia.
—Están locos.
—Son patriotas, teniente —dijo Gau, volviéndose hacia el oficial—. Y han elegido aquello en lo que creen. No desprecie esa decisión.
—Lo siento, mi general —dijo el teniente—. Pero no comprendo la decisión.
—Yo sí —dijo Gau—. Sólo esperaba que fuera diferente. Tráigame un comunicador.
El teniente se marchó corriendo. Gau devolvió su atención a la colonia, escuchando a sus miembros cantar su desafío.
—Siempre fuiste testarudo, viejo amigo —dijo.
El teniente regresó con un comunicador. Gau lo cogió, tecleó su clave y abrió un canal común.
—Soy el general Tarsem Gau —dijo—. Que todas las naves recalibren sus rayos y se preparen para disparar a mi orden.
Los reflectores, todavía visibles a la luz de la mañana, desaparecieron mientras los artilleros de las naves recalibraban sus rayos.
El cántico cesó.
Gau casi dejó caer su comunicador. Permaneció de pie, boquiabierto, contemplando la colonia. Se acercó lentamente al borde del acantilado, susurrando algo en voz baja. El teniente, que estaba cerca, trató de oír lo que decía.
El general Gau estaba rezando.
El momento quedó suspendido en el aire. Y entonces los colonos iniciaron su himno una vez más.
El general Gau permaneció en el acantilado sobre el río, ahora silencioso, los ojos cerrados. Escuchó el himno durante lo que pareció ser una eternidad.
Alzó su comunicador.
—Fuego —dijo.