Capítulo 5

Pareció como si hubieran abofeteado a Jane.

—¿Qué? ¿Qué es? ¿Qué es el Cónclave? —pregunté. Miré a Zane, quien hizo un gesto de disculpa. Tampoco lo sabía.

—Se han puesto en marcha —dijo Jane, tras una pausa.

—Oh, sí —dijo Stross.

—¿Qué es el Cónclave? —repetí.

—Es una organización de razas —dijo Jane, todavía mirando a Stross—. La idea era unirse para controlar esta parte del espacio e impedir que otras razas colonizaran —se volvió hacia mí—. La última vez que oí hablar del tema fue justo antes de que nos estableciéramos en Huckleberry.

—Lo sabías y no me lo dijiste.

—Órdenes —replicó Jane, no de muy buen humor—. Era parte del trato que hice. Pude dejar las Fuerzas Especiales con mis condiciones, siempre que olvidara todo lo que había oído acerca del Cónclave. No podría habértelo dicho aunque hubiera querido. Y además, no había nada que decir. Todo estaba aún en fase preliminar y, por lo que yo sabía, no iba a ninguna parte. Y yo lo supe por Charles Boutin. No era el observador de política interestelar más fiable.

Jane parecía verdaderamente enfadada; no pude decir si conmigo o con la situación. Decidí no presionar y me volví hacia Stross.

—Pero ahora eso del Cónclave se está convirtiendo en una preocupación.

—Así es —dijo Stross—. Desde hace más de dos años. Lo primero que hizo fue advertir a todas las especies que no eran parte del Cónclave de que no siguieran colonizando.

—¿O qué? —preguntó Zane.

—O el Cónclave aniquilaría las nuevas colonias —dijo Stross—. Ese es el motivo de este cambiazo. Hicimos creer al Cónclave que íbamos a fundar una colonia y asentarnos en un mundo. Pero de hecho enviamos la colonia a otro mundo completamente distinto. Un mundo que no está en los archivos ni en las cartas de navegación y del que nadie sabe nada, aparte de unos cuantos peces muy gordos. Y yo, porque estoy aquí para decírselo. Y ahora ustedes. El Cónclave estaba dispuesto a atacar la colonia Roanoke antes de que pudieran desembarcar siquiera. Ahora no pueden atacarlos porque no pueden encontrarlos. Eso los hace parecer estúpidos y débiles. Y eso nos hace parecer mejores a nosotros. Así es como yo lo entiendo.

Ahora me tocó a mí el turno de cabrearme.

—Así que la Unión Colonial está jugando al escondite con ese Cónclave —dije—. Qué divertido.

—Divertido es una palabra —dijo Stross—. No le parecería tan divertido si los encuentran.

—¿Y cuánto tiempo va a durar esto? —pregunté—. Si esto es un golpe al Cónclave tan grande como dicen, entonces vendrán a buscarnos.

—En eso tiene usted razón —dijo Stross—. Y cuando los encuentren, los aniquilarán. Así que nuestro trabajo es hacer que sean difíciles de encontrar. Y creo que ésa es la parte que no les va a gustar a ustedes.

* * *

—Punto número uno —dije a los representantes de la colonia Roanoke—. Ningún tipo de contacto entre la colonia Roanoke y el resto de la Unión Colonial.

La mesa se sumió en el caos.

Jane y yo estábamos sentados a ambos extremos, esperando que el alboroto se calmara. Tardó varios minutos.

—Eso es una locura —dijo Marie Black.

—Estoy completamente de acuerdo —contesté—. Pero cada vez que haya un contacto entre Roanoke y cualquier otro mundo colonial, dejará una pista que los conducirá hasta nosotros. Las naves espaciales tienen tripulaciones que se cuentan por centenares. No es realista asumir que ninguno de ellos hable con sus amigos o sus cónyuges. Y todos ustedes saben que habrá gente buscándonos. Sus antiguos gobiernos y sus familias y la prensa estarán buscando a alguien que pueda darles una pista de dónde estamos. Si alguien nos puede señalar con el dedo, ese Cónclave nos encontrará.

—¿Y la Magallanes? —preguntó Lee Chen—. Va a regresar.

—No, en realidad no va a hacerlo —dije yo.

Esta noticia fue acogida con exclamaciones de sorpresa. Recordé la furia absoluta del rostro del capitán Zane cuando Stross le dio esa información. Zane amenazó con desobedecer la orden; Stross le recordó que no tenía ningún control sobre los motores de la nave, y que si la tripulación y él no se dirigían a la superficie con el resto de los colonos, descubrirían que tampoco tenía ningún control sobre los sistemas de soporte vital. Fue un momento bastante desagradable.

La cosa se puso peor cuando Stross le dijo a Zane que el plan era deshacerse de la Magallanes lanzándola directamente al sol.

—La tripulación de la Magallanes tiene familias en la Unión Colonial —dijo Hiram Yoder—. Cónyuges. Hijos.

—Así es —dije yo—. Eso les dará una idea de lo serio que es esto.

—¿Podemos permitírnoslos? —preguntó Manfred Trujillo—. No estoy diciendo que los rechacemos. Pero los almacenes de la colonia fueron calculados para dos mil quinientos colonos. Ahora vamos a añadir, ¿cuántos, doscientos?

—Doscientos tres —contestó Jane—. No es ningún problema. Cargamos un cincuenta por ciento más de lo habitual para colonias de este tamaño, y este mundo tiene vida vegetal y animal que puede servirnos de alimento. Esperemos.

—¿Cuánto tiempo durará este aislamiento? —preguntó Black.

—Indefinidamente —respondí. Otro gruñido—. Nuestra supervivencia depende del aislamiento. Es así de simple. Pero en cierto modo hace que las cosas sean más sencillas. Las colonias seminales tienen que preparar la siguiente oleada de colonos dos o tres años más tarde. Nosotros no tendremos que preocuparnos por eso ahora. Podremos concentrarnos en nuestras necesidades. Eso marcará la diferencia.

Hubo un sombrío acuerdo ante mis palabras. Por el momento, era lo mejor que podía esperar.

—Punto dos —dije, y me tensé esperando la reacción—. Ningún uso de tecnología que pueda revelar la existencia de nuestra colonia desde el espacio.

Esa vez no se calmaron después de unos cuantos minutos.

—Eso es completamente ridículo —dijo Paulo Gutiérrez al cabo de un rato—. Todo lo que tenga conexión inalámbrica es potencialmente detectable. Lo único que hay que hacer es un barrido con una señal de amplio espectro. Intentará conectar con cualquier cosa y dirá qué es lo que encuentra.

—Lo entiendo —dije.

—Toda nuestra tecnología es inalámbrica —dijo Gutiérrez. Alzó su PDA—. Mire esto. Ni un maldito cable. No podría conectar uno si lo intentara. Todo nuestro equipo automatizado de la bodega de carga es inalámbrico.

—Olviden el equipo —dijo Lee Chen—. Todos mis colonos llevan un localizador implantado.

—Y los míos también —dijo Marta Piro—. Y no tienen ningún interruptor de desconexión.

—Entonces van a tener que extraerlos —dijo Jane.

—Eso requiere una operación quirúrgica —dijo Piro.

—¿Dónde demonios los pusieron? —preguntó Jane.

—En el hombro —respondió Piro. Chen asintió: sus colonos también llevaban el implante en el hombro—. No es una operación de importancia, pero habrá que abrirlos de todas formas.

—La alternativa es exponer a todos los otros colonos a ser descubiertos y aniquilados —dijo Jane, marcando sus palabras—. Supongo que su gente va a tener que sufrir.

Piro empezó a abrir la boca para responder, pero luego pareció pensárselo mejor.

—Aunque extraigamos los localizadores, seguimos teniendo otros equipos —dijo Gutiérrez, centrando de nuevo la conversación—. Todo es inalámbrico. El equipo granjero. El equipo médico. Todo. Lo que nos están diciendo es que no podemos usar nada del equipo que necesitamos para sobrevivir.

—No todo el equipo de la bodega de carga tiene conexión inalámbrica —dijo Hiram Yoder—. El equipo que nosotros trajimos no la tiene. Es equipo antiguo. Necesita una persona tras los controles, y nos funciona bien.

—Ustedes tienen el equipo —dijo Gutiérrez—. Nosotros no. Los demás no.

—Compartiremos lo que podamos —dijo Yoder.

—No es una cuestión de compartir —escupió Gutiérrez. Se tomó un segundo para calmarse—. Estoy seguro de que intentarán ayudarnos —le dijo a Hiram—. Pero han traído equipo suficiente para ustedes. Somos diez veces más.

—Tenemos el equipo —dijo Jane. Todos en la mesa se volvieron a mirarla—. Les he enviado a todos una copia de los albaranes de la nave. Verán que además de todo el equipo moderno que tenemos, también nos han proporcionado todo tipo de herramientas y utensilios que eran, hasta hoy, obsoletos. Eso nos dice dos cosas. Nos dice que la Unión Colonial pretendía que nos las arregláramos solos. También nos dice que no quieren que muramos.

—Es una forma de verlo —dijo Trujillo—. Otra es que sabían que nos iban a abandonar ante ese Cónclave y, en vez de darnos algo con lo que pudiéramos defendernos, nos dicen que cerremos la boca y agachemos la cabeza, y tal vez ese Cónclave no nos oirá.

Hubo murmullos de acuerdo por toda la mesa.

—No es momento de discutir —dije yo—. Sea cual sea la forma de pensar de la UC, el hecho es que estamos aquí y no vamos a ninguna otra parte. Cuando estemos en el planeta y tengamos la colonia en marcha, podremos discutir qué significa la estrategia de la UC. Pero por el momento, tenemos que concentrarnos en lo que es necesario que hagamos para sobrevivir. Bien, Hiram —dije, y le tendí mi PDA—. Entre todos nosotros, es usted quien tiene más idea de la capacidad de este equipo para satisfacer nuestras necesidades. ¿Es factible?

Hiram cogió la PDA y repasó el contenido de los albaranes durante varios minutos.

—Es difícil de decir —contestó por fin—. Necesitaría tenerlo todo delante. Y necesitaría ver a la gente que va a manejar el equipo. Y hay muchos otros factores. Pero creo que podríamos conseguir que funcionara —contempló la mesa—. Les aseguro que todo lo que pueda hacer para ayudarles, lo haré. No puedo hablar por todos mis hermanos en esta cuestión, pero puedo decirles por mi experiencia que cada uno de ellos está dispuesto a atender la llamada. Podemos lograrlo. Podemos hacer que funcione.

—Hay otra opción —dijo Trujillo. Todos los ojos se volvieron hacia él—. No nos escondamos. Usemos todo el equipo que tenemos, todos los recursos que tenemos, para sobrevivir. Cuando ese Cónclave aparezca, si aparece, les diremos que somos una colonia montuna. Ninguna afiliación con la UC. Su guerra es con la Unión Colonial, no con una colonia montuna.

—Estaríamos desobedeciendo órdenes —dijo Marie Black.

—La desconexión funciona a dos bandas —dijo Trujillo—. Si tenemos que estar aislados la UC no podrá comprobar cómo estamos. Y aunque desobedeciéramos órdenes, ¿qué? ¿Somos de las FDC? ¿Van a fusilarnos? ¿Van a despedirnos? Y además, ¿consideramos los que estamos aquí presentes que esas órdenes son legítimas? La Unión Colonial nos ha abandonado. Es más, tenían planeado abandonarnos. Han incumplido su promesa con nosotros. Por eso digo que hagamos lo mismo. Volvámonos montunos.

—Creo que no sabe lo que dice cuando propone que nos volvamos montunos —le dijo Jane a Trujillo—. Los colonos de la última colonia montuna en la que estuve habían sido asesinados para comérselos. Encontramos los cadáveres de los niños en un almacén, esperando a ser troceados. No se engañe. Volverse montuno es firmar la propia sentencia de muerte.

Las palabras de Jane flotaron en el aire varios segundos, retando a todos a refutarlas.

—Hay riesgos —dijo Trujillo por fin, aceptando el desafío—. Pero estamos solos. Somos una colonia montuna en todo menos en el nombre. Y no sé si ese Cónclave suyo es tan horrible como la Unión Colonial dice. La UC nos ha estado engañando todo este tiempo. No tiene ninguna credibilidad. No podemos confiar en que tenga en cuenta nuestros intereses.

—Así que quiere pruebas de que el Cónclave pretende hacernos daño —dijo Jane.

—No estaría mal.

Jane se volvió hacia mí.

—Enséñaselo —me dijo.

—¿Enseñarnos qué? —preguntó Trujillo.

—Esto —dije. Con mi PDA (que pronto ya no podría usar) envié una señal al gran monitor de pared y le suministré un vídeo. Mostraba a una criatura en una colina o un montículo. Tras la criatura se veía algo que parecía ser un pueblecito. Todo estaba bañado por una luz cegadora.

—La aldea que ven es una colonia —dije—. La fundaron los whaid, poco después de que el Cónclave advirtiera a las razas que no pertenecen a él que dejaran de colonizar. El Cónclave se precipitó, porque no podía reforzar su decreto en ese momento. Así que algunas de las razas no afiliadas colonizaron de todas formas. Pero ahora el Cónclave se está poniendo al día.

—¿De dónde procede esa luz? —preguntó Lee Chen.

—De las naves del Cónclave en órbita —contestó Jane—. Es una táctica de terror. Desorienta al enemigo.

—Tienen que haber un montón de naves allá en lo alto —dijo Chen.

—Sí —respondió Jane.

Los rayos de luz que iluminaban la colonia whaidiana se apagaron de pronto.

—Aquí viene —dije yo.

Los rayos de la muerte apenas eran detectables al principio; su finalidad era destruir, no presentar un espectáculo, y casi toda la energía iba dirigida a sus objetivos, no a la cámara. Sólo hubo un leve ondular en el aire por el súbito calor, visible incluso desde la distancia donde se encontraba la cámara.

Entonces, en una fracción de segundo, la colonia entera prendió y explotó. El aire supercalentado hizo volar por los aires los fragmentos y el polvo de los edificios, estructuras, vehículos y habitantes de la colina en medio de un remolino iluminado por la potencia de los rayos mismos. Los aleteantes fragmentos de materia reflejaban las llamas que, como ellos, ahora también se alzaban al cielo.

Una oleada de calor y polvo se extendió desde los restos calcinados de la colonia. Los rayos volvieron a apagarse. El espectáculo de luces en el cielo desapareció, dejando tras de sí humo y llamas. En la periferia de la destrucción, se veía una puntual erupción de llamas solitarias.

—¿Qué era eso? —preguntó Yoder.

—Creemos que algunos de los colonos estaban fuera la colonia cuando fue destruida —dije—. Así que los barrieron.

—Cristo —dijo Gutiérrez—. Con la colonia destruida, esa gente probablemente habría muerto de todas formas.

—Están dejando clara su opinión —dijo Jane.

Desconecté el vídeo. La sala quedó en completo silencio.

Trujillo señaló a mi PDA.

—¿Cómo conseguimos eso? —preguntó.

—¿El vídeo? —inquirí. Él asintió—. Al parecer, fue entregado en mano al Departamento de Estado de la UC y a todos los gobiernos no afiliados al Cónclave, por mensajeros del Cónclave mismo.

—¿Por qué hicieron eso? —dijo Trujillo—. ¿Por qué mostrarse cometiendo una… atrocidad como ésta?

—Para que no quede duda de que hablan en serio —contesté—. Esto me dice que no importa lo que pensemos de la Unión Colonial en este momento, no podemos permitirnos trabajar sobre la suposición de que el Cónclave actuará de manera razonable con nosotros. La UC les ha dado un pellizco en la nariz a esa gente, y no van a poder ignorarlo. Vendrán a buscarnos. No queremos darles la oportunidad de encontrarnos.

Mis palabras fueron recibidas con más silencio.

—¿Y ahora qué? —preguntó Marta Piro.

—Creo que tienen que votar —dije yo.

Trujillo alzó la cabeza, con una leve expresión de incredulidad en el rostro.

—Perdone —dijo—. Me ha parecido oírle decir que tendríamos que votar.

—El plan sobre la mesa ahora mismo es que el acabamos de mostrarles —dije yo—. El que nos han dado a Jane y a mí. A la luz de los hechos, creo que es el mejor plan que tenemos ahora mismo. Pero no va a funcionar si todos ustedes no están de acuerdo. Van a tener que volver con sus colonos y explicárselo. Van a tener que vendérselo. Si queremos que la colonia funcione, todo el mundo tiene que estar a una con esto. Empezando por ustedes.

Me levanté. Jane me siguió.

—Es algo que deben discutir en privado —dije—. Les esperaremos fuera.

Salimos.

—¿Algo va mal? —le pregunté a Jane mientras nos marchábamos.

—¿Me lo preguntas en serio? —replicó ella—. Estamos atrapados fuera del espacio conocido esperando a que el Cónclave nos encuentre y nos arrase, y me preguntas si algo va mal.

—Te estoy preguntando si algo va mal contigo —dije—. Le has saltado al cuello a todo el mundo ahí dentro. Estamos en una mala situación, pero tú y yo tenemos que permanecer concentrados. Y ser diplomáticos, si es posible.

—El diplomático eres tú.

—Bien. Pero no me estás ayudando.

Jane pareció contar hasta diez mentalmente. Y luego otra vez.

—Lo siento —dijo—. Tienes razón. Lo siento.

—Dime qué es lo que pasa.

—Ahora no. Más tarde. Cuando estemos solos.

—Estamos solos.

—Date la vuelta —dijo Jane. Lo hice. Savitri estaba allí. Me volví hacia Jane, pero ella se había apartado un momento.

—¿Todo bien? —preguntó Savitri, viendo cómo Jane se marchaba.

—Si lo supiera, te lo diría —respondí. Esperé una respuesta cortante por parte de Savitri. No se produjo, lo que en realidad decía aún más sobre cómo se sentía—. ¿Ha descubierto alguien ya nuestro problema con el planeta?

—Creo que no —dijo Savitri—. La mayoría de la gente es como tú… lo siento, y no saben qué aspecto tiene el planeta. Eso sí, tu ausencia se ha notado. La tuya y la de los representantes de las colonias. Pero nadie parece pensar que haya nada siniestro. Después de todo, tenéis que reuniros y hablar de la colonia. Sé que Kranjic te está buscando, pero creo que quiere unas declaraciones tuyas acerca de la celebración y el salto.

—Muy bien —dije.

—Cuando quieras decirme qué está pasando, puedes hacerlo —dijo Savitri. Empecé a replicarle, me mordí la lengua y me detuve cuando vi la expresión en sus ojos.

—Pronto, Savitri —dije—. Lo prometo. Tenemos que resolver un par de cosas.

—Muy bien, jefe —respondió Savitri. Se relajó un poquito.

—Hazme un favor. Localízame a Hickory y Dickory. Tengo que hablar de algo con ellos.

—¿Crees que saben algo de esto?

—Sé que saben algo de esto —dije—. Necesito averiguar cuánto saben. Diles que se reúnan conmigo en mi camarote más tarde.

—Muy bien —dijo Savitri—. Buscaré a Zoë. Siempre están a un radio de treinta metros de ella. Creo que están empezando a molestarla también a ella. Parece que ponen nervioso a su nuevo novio.

—¿El tal Enzo? —dije yo.

—Ése es. Buen chico.

—Cuando aterricemos, creo que les pediré a Hickory y Dickory que se lo lleven a dar un largo paseo.

—Creo que es interesante que en medio de una crisis todavía puedas pensar en formas de impedir que un chico se acerque a tu hija —dijo Savitri—. De un modo retorcido, es casi admirable.

Sonreí; Savitri me devolvió la sonrisa, como yo esperaba y pretendía.

—Hay que establecer prioridades —dije. Savitri puso los ojos en blanco y se marchó.

Unos cuantos minutos más tarde Jane regresó con dos tazas. Me tendió una.

—Té —dijo—. Una ofrenda de paz.

—Gracias —respondí, aceptándolo.

Jane señaló la puerta donde estaban los representantes de las colonias.

—¿Alguna noticia?

—Nada. Ni siquiera he estado escuchando.

—¿Tienes alguna idea de lo que vas a hacer si deciden que nuestro plan es una mierda?

—Me alegra que lo preguntes. Porque en ese caso no tendré ni la menor idea de qué hacer.

—Pensando con antelación, ya veo —dijo ella, y sorbió su té.

—No me metas bulla —dije—. Eso es cosa de Savitri.

—Mira. Ahí viene Kranjic —dijo Jane, señalando pasillo abajo, donde había aparecido el periodista, con Beata detrás como siempre—. Si quieres, puedo cargármelo por ti.

—Pero eso dejaría a Beata viuda.

—No creo que le importe.

—Lo dejaremos vivir por ahora —dije.

—Perry, Sagan —dijo Kranjic—, miren, sé que no soy su persona favorita, ¿pero creen que podrían hacer un par de declaraciones sobre el salto para mí? Haré que queden bien.

La puerta de la sala de conferencias se abrió y Trujillo se asomó a ella.

—Espere, Jann —le dije a Kranjic—. Tendré algo para usted dentro de un minuto.

Jane y yo regresamos a la sala de conferencias; oí a Kranjic suspirar con fuerza antes de que cerráramos la puerta.

Me volví hacia los representantes de las colonias.

—¿Y bien? —pregunté.

—No hubo mucho que discutir —dijo Trujillo—. Hemos decidido que por ahora, al menos, deberíamos hacer lo que sugirió la Unión Colonial.

—Vale, bien —dije—. Gracias.

—Lo que queremos saber es qué deberíamos decirle a nuestra gente —dijo Trujillo.

—Díganles la verdad —dijo Jane—. Toda.

—Se estaban quejando ustedes de cómo nos ha engañado la Unión Colonial —le dije a Trujillo—. No sigamos por el mismo camino.

—Quieren que se lo digamos todo.

—Todo —dije yo—. Espere.

Abrí la puerta y llamé a Kranjic. Beata y él entraron en la sala.

—Empiecen con él —dije, señalando a Kranjic.

Todos lo miraron.

—Bueno —dijo Kranjic—. ¿Qué pasa?

* * *

—La tripulación de la Magallanes serán los últimos en bajar —le dije a Jane. Yo acababa de volver de una reunión de logística con Zane y Stross; Jane y Savitri habían estado ocupadas reevaluando las prioridades del equipo de la colonia de acuerdo con nuestra nueva situación. Pero por el momento, estábamos sólo yo, Jane y Babar, quien como perro se mostraba felizmente resistente al estrés que le rodeaba—. Después de que bajen, Stross programará la Magallanes para que se lance contra el sol. No quedará ni rastro de nosotros.

—¿Qué le pasará a Stross? —dijo Jane. No me miraba: estaba sentada ante la mesa del camarote, escribiendo.

—Dijo que iba a «dar una vuelta por ahí» —contesté. Jane alzó la cabeza, intrigada. Me encogí de hombros—. Está adaptado a la vida en el espacio. Es lo que ha estado haciendo. Dijo que su investigación para el doctorado le mantendría ocupado hasta que alguien viniera a recogerlo.

—Piensa que alguien va a venir por él. Eso sí que es optimismo.

—Está bien que alguien sea optimista —dije yo—. Aunque desde luego Stross no me parece que dé el tipo como pesimista.

—Sí —dijo ella. Su escritura cambió de ritmo—. ¿Qué hay de los obin?

—Oh, bueno —dije, recordando mi anterior conversación con Hickory y Dickory—. Eso. Parece que los dos lo saben todo sobre el Cónclave, pero tenían prohibido compartir la información porque nosotros no sabíamos nada. Básicamente, como cierta esposa mía que podría nombrar.

—No voy a pedir disculpas por eso —dijo Jane—. Era parte del trato que hice para estar contigo y con Zoë. En su momento, me pareció justo.

—No te estoy pidiendo que te disculpes —dije, lo más amablemente que pude—. Es que me siento frustrado. Por lo que he leído en los archivos que nos dio Stross, este Cónclave tiene centenares de razas. Que yo sepa, es la organización más grande en la historia del universo. Existe desde hace décadas, desde que yo estaba en la Tierra. Y resulta que es ahora cuando me entero de su existencia. No sé cómo es posible.

—No tenías por qué saberlo.

—Es algo que abarca todo nuestro espacio conocido. No puedes ocultar una cosa así.

—Claro que puedes —dijo Jane, y dejó de teclear de repente—. La Unión Colonial lo hace constantemente. Piensa en cómo se comunican las colonias. No pueden hablar unas con otras directamente: hay demasiado espacio entre ellas. Tienen que compilar su información y enviarla en naves espaciales de una colonia a otra. La Unión Colonial controla todo el viaje estelar de la raza humana. Toda la información se atasca en la Unión Colonial. Cuando controlas la comunicación, puedes ocultar todo lo que quieras.

—No creo que eso sea realmente cierto —dije—. Tarde o temprano, todo se filtra. Allá en la Tierra…

Jane bufó.

—¿Qué? —pregunté.

—Tú —dijo—. «Allá en la Tierra». Si algún lugar del espacio humano puede ser descrito como profundamente ignorante, es la Tierra —hizo un gesto con la mano, abarcando la habitación—. ¿De cuántas de estas cosas tenías noticia, allá en la Tierra? Ni siquiera sabías cómo iban a hacer posible que combatieras. La Unión Colonial mantiene a la Tierra aislada, John. Ninguna comunicación con el resto de los mundos humanos. Ninguna información en ningún sentido. La Unión Colonial no sólo oculta el resto del universo a la Tierra. Oculta la Tierra al resto del universo.

—Es el hogar de la humanidad —dije—. Es normal que la UC prefiera que no llame la atención.

—Venga ya, joder —dijo Jane, verdaderamente irritada—. No puedes ser tan estúpido como para creer eso. La UC no oculta la Tierra porque tenga ningún valor sentimental. Lo hace porque es un recurso. Es la fábrica que escupe un interminable suministro de colonos y soldados, ninguno de los cuales tiene la menor idea de lo que pasa aquí. Porque a la Unión Colonial no le interesa que lo sepan. Por eso no saben nada. no lo sabías. Eras tan ignorante como el resto. Así que no me digas que no se pueden ocultar cosas. Lo sorprendente no es que la Unión Colonial os ocultara lo del Cónclave. Lo sorprendente es que os esté hablando del tema.

Jane volvió a teclear durante un momento y luego dio un fuerte manotazo contra la mesa.

—¡Mierda! —dijo. Se llevó las manos a la cabeza y se quedó allí sentada, claramente furiosa.

—Quiero saber qué es lo que te pasa.

—No eres tú —dijo—. No estoy furiosa contigo.

—Me alegro de oírlo. Aunque desde que me has llamado ignorante y estúpido, es comprensible que tenga dudas.

Jane extendió una mano hacia mí.

—Ven aquí —dijo.

Me acerqué a la mesa. Ella puso mi mano sobre la superficie.

—Quiero que hagas algo por mí. Quiero que golpees la mesa tan fuerte como puedas.

—¿Por qué? —dije.

—Por favor. Hazlo.

La mesa era de fibra de carbono estándar con el barniz de la madera prensada: barata, duradera y difícilmente rompible. Cerré el puño y golpeé con fuerza. Sonó apagado, y el antebrazo me dolió un poco por el impacto. La mesa se sacudió un poco, pero nada más. Desde la cama, Babar miró para ver qué idiotez estaba haciendo.

—Ay —dije.

—Es tan fuerte como tú —dijo Jane, sin ninguna inflexión en la voz.

—Supongo —respondí. Me aparté de la mesa, frotándome el brazo—. Tú estás en mejor forma que yo. Puede que seas un poco más fuerte.

—Sí —dijo Jane, y todavía sentada golpeó la mesa con la mano. La mesa se rompió con un crujido como un disparo de rifle. Media superficie se desprendió y salió girando, haciendo una muesca en la puerta. Babar gimió y retrocedió en la cama.

Miré boquiabierto a mi esposa, quien contemplaba impasible lo que quedaba de la mesa.

—Ese hijo de puta de Szilard —dijo, invocando el nombre del jefe de las Fuerzas Especiales—. Sabía lo que habían planeado para nosotros. Stross es uno de los suyos. Así que tenía que saberlo. Sabía contra qué nos enfrentaríamos. Y decidió darme un cuerpo de las Fuerzas Especiales, lo quisiera yo o no.

—¿Cómo? —pregunté.

—Almorzamos —dijo Jane—. Debió de ponerlo en mi comida.

Los cuerpos de las Fuerzas de Defensa Colonial eran actualizables, hasta cierto punto, y las actualizaciones solían ir acompañadas de inyecciones o infusiones de nanobots que podían reparar y mejorar los tejidos. Las FDC no usaban nanobots para reparar cuerpos humanos normales, pero no había ninguna prohibición técnica para hacerlo, ni para usar los nanobots para hacer cambios corporales.

—Tuvo que ser una cantidad minúscula. Lo suficiente para meterlos en mí, donde pudieran crecer más.

Se me encendió una bombillita en la cabeza.

—Tuviste fiebre.

Jane asintió, todavía sin mirarme.

—La fiebre. Y tuve hambre y me sentí deshidratada todo el tiempo.

—¿Cuándo te diste cuenta de esto? —pregunté.

—Ayer. No paraba de doblar y romper cosas. Le di un abrazo a Zoë y tuve que soltarla porque se quejó de que le estaba haciendo daño. Le di una palmadita a Savitri en el hombro y quiso saber por qué la golpeaba. Me sentí torpe todo el día. Y entonces vi a Stross —Jane casi escupió el nombre—, y me di cuenta de lo que era. No es que fuera torpe. Es que había cambiado. Volví a ser lo que era. No te lo dije, porque creí que no importaba. Pero desde entonces lo llevo en la cabeza. No puedo evitarlo. He cambiado.

Jane me miró por fin. Sus ojos estaban húmedos.

—No quiero esto —dijo, ferozmente—. Lo dejé cuando elegí una vida con Zoë y contigo. Decidí dejarlo, y me dolió hacerlo. Dejar atrás a todos los que conocía —se dio un golpecito en la sien para indicar el CerebroAmigo que ya no llevaba—. Dejar sus voces después de tenerlas conmigo. Estar sola así por primera vez. Dolió aprender los límites de estos cuerpos, aprender todas las cosas que ya no podía hacer. Pero lo elegí yo. Lo acepté. Traté de ver la belleza de todo aquello. Y por primera vez supe que mi vida era más de lo que tenía directamente delante. Aprendí a ver las constelaciones, no sólo las estrellas. Mi vida es tu vida y la vida de Zoë. Todas nuestras vidas. Todas. Merecía la pena por todo lo que dejé atrás.

Me acerqué a Jane y la abracé.

—Está bien —dije.

—No, no lo está —contestó Jane. Dejó escapar una risita amarga—. Sé qué pensaba Szilard, ¿sabes? Pensaba que me estaba ayudando, que nos estaba ayudando, al hacerme más que humana. Pero no sabe lo que yo sé. Cuando conviertes a alguien en más que humano, lo conviertes también en menos que humano. Me he pasado todo este tiempo aprendiendo a ser humana. Y él me lo quita sin pensárselo dos veces.

—Sigues siendo tú. Eso no cambia.

—Espero que tengas razón —dijo Jane—. Espero que sea suficiente.