Capítulo 3

Ésta es una forma de colonizar: coges a doscientas o trescientas personas, les permites que lleven los suministros que consideren adecuados, los dejas en el planeta de su elección, dices «hasta luego», y regresas un año más tarde (después de que todos hayan muerto por desnutrición o por ignorancia y falta de suministros, o de que hayan sido aniquilados por otra especie que quiere el lugar para sí) a recoger los huesos.

No es una forma de colonizar que tenga mucho éxito. En nuestro demasiado breve período de formación, tanto Jane como yo leímos los suficientes informes sobre la desaparición de colonias montunas diseñadas de este modo como para quedar convencidos de este hecho.

Por otro lado, tampoco se quiere soltar a cien mil personas en un nuevo mundo colonial con todas las comodidades de la civilización. La Unión Colonial tiene los medios para hacer algo así, si quisiera. Pero no quiere. No importa lo cerca que esté de la Tierra el campo gravitacional de un planeta, ni cuáles sean su circunferencia, su masa, su atmósfera o su composición bioquímica, porque cualquier planeta que la Tierra no haya colonizado todavía no es la Tierra, y no hay ningún modo práctico de saber qué tipo de sorpresas desagradables tiene reservadas ese planeta para los humanos. La Tierra misma tiene un modo gracioso de diseñar nuevos males y enfermedades para matar a los humanos desprevenidos, y eso que éramos la especie nativa. Somos cuerpos extraños cuando aterrizamos en los nuevos mundos, y sabemos lo que cualquier ecosistema le hace a un cuerpo extraño: intenta matarlo lo más rápidamente posible.

Aquí tienen unos detallitos interesantes que aprendí en las colonias fracasadas: sin contar las colonias montunas, la principal causa de abandono de las colonias humanas no son las disputas territoriales con otras especies, sino que son los insectos nativos que matan a los colonos. Podemos combatir a otras especies inteligentes; es una batalla que comprendemos. Combatir a un ecosistema entero que está intentando matarte es una hazaña mucho más peliaguda.

Hacer desembarcar a cien mil colonos en un planeta para verlos morir de una voraz infección endémica que no puedes curar a tiempo es un despilfarro de colonos perfectamente buenos.

Cosa que no quiere decir que haya que subestimar las disputas territoriales. Es probable que los ataques a una colonia humana sean exponencialmente mayores en sus dos o tres primeros años de vida que en cualquier otro momento. La colonia está concentrada en su creación y es vulnerable a los ataques. La presencia de las Fuerzas de Defensa Colonial en una nueva colonia, aunque no sea insignificante, sigue siendo una fracción de lo que será cuando se construya una estación espacial sobre la colonia una década o dos más tarde. Y el simple hecho de que alguien haya colonizado un planeta hace que sea más atractivo para los demás, porque esos colonos han hecho por ti todo el trabajo duro de la colonización. Todo lo que tienes que hacer es barrerlos del planeta y quedártelo para ti.

Hacer desembarcar a cien mil colonos en un planeta para que los barran es también un desperdicio de colonos perfectamente buenos. A pesar de que la Unión Colonial recurre esencialmente a los países del Tercer Mundo para conseguir colonos terrestres, si empiezas a perder cien mil colonos cada vez que fracasa una colonia, al final acabas por quedarte sin colonos.

Por desgracia, hay un feliz término medio entre estos dos escenarios. Implica coger a unos dos mil quinientos colonos, hacerlos desembarcar en un nuevo mundo a principios de primavera, proporcionarles tecnología sostenible y duradera para atender sus necesidades inmediatas, encomendarles la tarea de ser autosuficientes en el nuevo mundo, y preparar ese mundo, dos o tres años más tarde, para unos diez mil colonos más. Esa segunda oleada de colonos tendrá otros cinco años para ayudar a preparar la llegada de otros cincuenta mil nuevos colonos, y así sucesivamente.

Hay cinco oleadas formales e iniciales de colonos, hasta que la colonia tiene una población ideal de un millón de personas más o menos, dispersa por numerosas poblaciones y una o dos ciudades más grandes. Después de que la quinta oleada se establezca y la infraestructura de la colonia se fije, pasa a ser un proceso de colonización firme. Cuando la población alcanza los diez millones de habitantes, la inmigración se acaba, se autoriza a la colonia a tener su propio gobierno, limitado dentro del sistema federal de la UC, y la humanidad tiene otro bastión contra la extinción racial a manos de un universo despiadado. Es decir, si esos dos mil quinientos colonos iniciales sobreviven a un ecosistema hostil, ataques de otras razas, los propios defectos organizativos de la humanidad, y la simple y siempre presente y maldita mala suerte.

Dos mil quinientos colonos son lo bastante numerosos para iniciar el proceso de convertir un mundo en un mundo humano. Son lo suficientemente pocos para que, si mueren, la UC pueda derramar una lagrimita y seguir adelante. Y, de hecho, la parte de derramar la lagrimita es estrictamente opcional. Es interesante ser a la vez un elemento clave y prescindible en los esfuerzos de la humanidad por poblar las estrellas. En suma, pensé, habría sido mejor quedarme en Huckleberry.

* * *

—Muy bien, me rindo —dije, señalando un enorme contenedor que estaban introduciendo en la sentina del Fernando de Magallanes—. Dígame qué es.

Aldo Ferro, el capataz encargado de la carga, comprobó el albarán en su PDA.

—Eso contiene todos los artilugios para el tratamiento de residuos de su colonia —dijo, y señaló una fila de contenedores—. Y eso son sus tuberías, fosas sépticas y transporte de residuos.

—Nada de letrinas en Roanoke —dije—. Vamos a cagar con estilo.

—No es una cuestión de estilo —dijo Ferro—. Van a un planeta de clase seis, completo con su sistema ecológico no compatible. Van a necesitar todo el fertilizante que puedan conseguir. Ese sistema de tratamiento de residuos cogerá todos sus residuos biológicos, desde la mierda a los restos de comida, y creará compuestos estériles para sus campos. Probablemente es lo más importante que tienen en esta carga. Trate de no romperlo.

Sonreí.

—Parece que sabe mucho de residuos —dije.

—Sí, bueno —dijo Ferro—. Más bien sé de preparar una nueva colonia. Llevo veinticinco años trabajando en esta bodega de carga, y hemos estado abasteciendo a las colonias durante todo ese tiempo. Deme una carga y le diré a qué tipo de planeta va la colonia, cuáles son sus estaciones, lo densa que es su gravedad y si la colonia va a conseguir superar su primer año. ¿Quiere saber cómo supe que su colonia tenía un ecosistema no compatible? Además de la planta de residuos, quiero decir. Eso es estándar en cualquier colonia.

—Claro —dije.

Ferro pulsó algo en la pantalla de la PDA y me la tendió, con una lista de contenedores.

—Muy bien, lo primero —dijo—. La comida. Cada nave colonial tiene un suministro de tres meses de comida liofilizada y alimentos básicos para cada miembro de la colonia, y otro mes de raciones liofilizadas para dar tiempo a la colonia para empezar a cazar y producir su propia comida. Pero ustedes tienen seis meses de suministro de alimentos y dos meses de raciones liofilizadas por colono. Es el tipo de carga que se usa para ecosistemas no compatibles, porque no pueden ustedes comer de la tierra inmediatamente. De hecho, es más de lo habitual para un ENC; normalmente se dan cuatro meses de suministros liofilizados y seis semanas de raciones.

—¿Por qué nos dan más comida de lo habitual? —pregunté. En realidad sabía la respuesta (se suponía que era el líder de la colonia, después de todo), pero quería ver si Ferro era tan bueno como creía ser.

Ferro sonrió.

—Tiene la clave justo delante de las narices, señor Perry. También llevan una carga doble de acondicionadores de suelo y fertilizantes.

»Eso me dice que el suelo de allí no es bueno para cultivar comida para los humanos. Esa comida extra les dará tiempo si algún idiota no acondiciona un campo adecuadamente.

—Así es —dije.

—Sí —reconoció Ferro—. Lo último: llevan más de lo habitual en sus suministros médicos para tratar intoxicaciones, cosa que es típica de los ENC. También tienen un montón de desintoxicadores veterinarios. Lo cual me recuerda —Ferro recuperó la PDA y mostró una nueva lista de contenedores—… Doble carga de alimento para su ganado.

—Es usted un maestro de los albaranes, Ferro —dije—. ¿No ha pensado nunca en colonizar?

—Demonios, no. He visto partir suficientes colonias nuevas para saber que algunas no lo consiguen. Me contento con cargar y descargar y luego decirles adiós y volver a casa con mi esposa y mi gato. No es por ofender, señor Perry.

—No se preocupe —dije, y señalé su albarán—. Así que dice que a partir de un albarán puede saber si una colonia va a conseguirlo. ¿Y nosotros?

—Están ustedes cargados a tope —dijo Ferro—. Les irá bien. Pero algunas de sus cosas son un poco raras. Hay material que no he cargado nunca antes. Tienen contenedores llenos de equipo obsoleto —Ferro me tendió el albarán—. Mire, tienen todo lo necesario para montar una herrería. En 1850. Creía que estas cosas ni siquiera existían ya fuera de los museos.

Miré el albarán.

—Algunos de nuestros colonos son menonitas —dije—. Prefieren no usar tecnología moderna si pueden evitarlo. Piensan que es una distracción.

—¿Cuántos colonos son lo que acaba de decir que son? —preguntó Ferro.

—Unos doscientos o doscientos cincuenta —contesté, devolviéndole la PDA.

—Ah —dijo Ferro—. Bueno, parece que están preparados para todo, incluyendo viajar en el tiempo y regresar al Salvaje Oeste. Si la colonia fracasa, no podrá echarle la culpa al inventario.

—Así que todo será culpa mía.

—Probablemente.

* * *

—Creo que una cosa que podemos decir todos es que no queremos ver fracasar esta colonia —dijo Manfred Trujillo—. No creo que corramos ese peligro. Pero me preocupan algunas de las decisiones que se han tomado. Creo que hacen más difíciles las cosas.

Alrededor de la mesa de reuniones unos cuantos asintieron. A mi derecha, vi a Savitri tomar notas, para marcar qué cabezas asentían. Al otro lado de la mesa, Jane permanecía sentada, impasible, pero supe que también contaba cabezas. Estuvo trabajando en inteligencia. Es a eso a lo que se dedica.

Estábamos a punto de dar por terminada la reunión de inauguración oficial del Consejo de Roanoke, compuesto por Jane y yo mismo como jefes de la colonia, y por los diez representantes de los colonos, uno por cada mundo, que actuarían como nuestros delegados. Teóricamente, al menos. Aquí, en el mundo real, la lucha por el poder había empezado ya.

Manfred Trujillo era el primero entre ellos. Trujillo había empezado a presionar para permitir que los mundos coloniales fundaran una nueva colonia varios años antes, desde que consiguió un escaño como representante de Erie ante la legislatura de la UC. Se molestó cuando el Departamento de Colonización adoptó su idea pero no lo nombró líder, y se molestó aún más cuando los líderes de la colonia resultamos ser nosotros, a quienes no conocía, y que no parecíamos especialmente impresionados con él. Pero fue lo bastante listo para enmascarar su frustración en términos generales, y se pasó la mayor parte de la reunión tratando de chincharnos a Jane y a mí de la manera más sutil posible.

—Por ejemplo, este Consejo —dijo Trujillo, y miró arriba y abajo de la mesa—. Cada uno de nosotros tiene a cargo representar los intereses de nuestros compañeros colonos. No dudo que cada uno de nosotros hará ese trabajo admirablemente. Pero este Consejo es un consejo asesor de los jefes de la colonia… asesor, solamente. Me pregunto si eso nos permite representar del mejor modo las necesidades de la colonia.

«Ni siquiera hemos zarpado todavía y ya está hablando de revolución», pensé. En los tiempos que yo tenía mi CerebroAmigo, podría haberle enviado ese pensamiento a Jane; tal como estaban las cosas, tan sólo la miré, de una manera que expresaba bastante bien lo que estaba pensando.

—Las nuevas colonias se administran bajo las regulaciones del Departamento de Colonización —dijo Jane—. Las regulaciones requieren que los líderes de la colonia ostenten el poder administrativo y ejecutivo. Las cosas serán lo bastante caóticas cuando lleguemos: proponer un quorum por cada decisión no facilitará nada.

—No estoy sugiriendo que ustedes dos no hagan su trabajo —dijo Trujillo—. Simplemente que nuestra participación debería ser algo más que simbólica. Muchos de nosotros estamos implicados en esta colonia desde los días en que sólo era un proyecto en una mesa de dibujo. Tenemos un montón de experiencia.

—Mientras que nosotros sólo llevamos implicados un par de meses —insté.

—Son ustedes una adición reciente y valiosa al proceso —dijo Trujillo, sibilino—. Esperaba que vieran las ventajas de que formáramos parte del proceso de toma de decisiones.

—Me parece que las regulaciones de Colonización están ahí por un motivo —dije—. El DdC ha supervisado la colonización de docenas de mundos. Puede que sepan cómo hacerlo.

—Esos colonos procedían de naciones oprimidas de la Tierra —dijo Trujillo—. No tenían muchas de las ventajas que tenemos nosotros.

Noté que Savitri se tensaba a mi lado: la arrogancia de las colonias antiguas, que habían sido fundadas por los países occidentales antes de que la UC se hiciera cargo del proceso de colonización, siempre la había molestado.

—¿Qué ventajas son ésas? —dijo Jane—. John y yo acabamos de pasarnos siete años viviendo entre esos «colonos» y sus descendientes. Savitri, aquí presente, es una de ellos. No percibo ninguna ventaja notable en los que están sentados ante esta mesa respecto a ellos.

—Debo de haberme expresado mal —dijo Trujillo, dando comienzo a lo que sospeché era otra conciliadora vuelta al cuchillo.

—Es posible —dije yo, interrumpiéndolo—. Sin embargo, me temo que el tema es académico. Las regulaciones del DdC no nos dan mucha flexibilidad en la primera oleada de colonos, ni dan mucha cancha a las afiliaciones nacionales previas de sus colonos. Estamos obligados a tratar a todos los colonos por igual, no importa de dónde procedan. Creo que es una medida sabia, ¿usted no?

Trujillo se detuvo un instante, claramente molesto por el giro retórico.

—Sí, por supuesto.

—Me alegra oírlo. Así que, por el momento, continuaremos siguiendo las regulaciones. Bien —dije, antes de que Trujillo pudiera lanzarse de nuevo—, ¿alguien más?

—Algunos de los míos se quejan por la asignación de camarotes —dijo Paulo Gutiérrez, representante de Jartún.

—¿Hay algo mal? —pregunté.

—Les gustaría estar más cerca de los demás colonos de Jartún.

—La nave tiene sólo unos cuantos cientos de metros de eslora —dije—. Y la información de los camarotes es fácilmente accesible a través de las PDA. No deberían tener ningún problema para localizarse.

—Lo entiendo —dijo Gutiérrez—. Pero esperábamos estar juntos en nuestros grupos.

—Por eso no lo hicimos así —contesté—. Verá, una vez pongamos el pie en Roanoke, ninguno de nosotros será de Jartún, ni de Erie, ni de Kioto —miré a Hiram Yoder, que asintió—. Todos vamos a ser de Roanoke. Bien podíamos llevar eso por adelantado. Sólo somos dos mil quinientos. Es un número muy pequeño para tener diez tribus separadas.

—Es un bonito sentimiento —dijo Marie Black, de Rus—. Pero no creo que nuestros colonos vayan a olvidar muy rápidamente de dónde proceden.

—No espero que lo hagan —respondí—. No quiero que olviden de dónde proceden. Espero que se concentren en dónde están. O estarán, muy pronto.

—Los colonos están representados aquí según sus mundos —dijo Trujillo.

—Tiene sentido hacerlo así —dijo Jane—. Por ahora, al menos. Cuando estemos en Roanoke, tal vez tengamos que revisar eso.

La insinuación quedó en el aire unos segundos.

Marta Piro, de Zhong Guo, levantó la mano.

—Hay rumores de que dos obin vendrán con nosotros a Roanoke —dijo.

—No son rumores. Es la verdad —contesté—. Hickory y Dickory son miembros de mi familia.

—¿Hickory y Dickory? —preguntó Lee Chen, de Franklin.

—Nuestra hija Zoë les puso ese nombre cuando era niña.

—Si no le importa que pregunte, ¿cómo es que dos obin son miembros de su familia? —preguntó Piro.

—Nuestra hija los tiene como mascotas —dijo Jane. Esto arrancó una risa incómoda. No estuvo tan mal. Después de una hora de ser machacados no demasiado sutilmente por Trujillo, no venía mal ser visto como el tipo de gente que puede tener a unos alienígenas aterradores como acompañantes domésticos.

* * *

—Hay que lanzar a ese hijo de puta de Trujillo por una esclusa de la lanzadera —dijo Savitri después de que la sala se despejara.

—Tranquila —dije yo—. Algunas personas no sirven para estar al mando.

—Gutiérrez, Black y Trujillo han creado su propio partido político —dijo Jane—. Y naturalmente, Trujillo va a ir corriendo a ver a Kranjic para contarle los detalles de esta reunión. Se han hecho muy amiguitos.

—Pero eso no causa ningún problema —dije.

—No. Ninguno de los demás representantes parece tener mucha relación con Trujillo, y los colonos están todavía subiendo a bordo: no ha tenido tiempo de darse a conocer entre los que no son de Erie. Aunque lo hubiera hecho, es imposible que el DdC nos sustituya. La secretaria Bell odia a Trujillo desde que eran representantes. Coger su idea y nombrarnos líderes de la colonia es otra forma que tiene de fastidiarlo.

—El general Rybicki nos advirtió que las cosas se habían vuelto políticas.

—El general Rybicki tiene fama de no contarnos todo lo que necesitamos saber.

—Tal vez tengas razón —dije—. Pero en este punto dio de lleno. De todas formas, no nos preocupemos ahora demasiado. Tenemos mucho que hacer y después de que la Magallanes zarpe de la Estación Fénix tendremos más que hacer todavía. Hablando de lo cual, le prometí a Zoë que la llevaría hoy a Fénix. ¿Alguna de vosotras quiere venir? Seremos Zoë, los gemelos obin y yo.

—Paso —dijo Savitri—. Todavía tengo que acostumbrarme a Hickory y Dickory.

—Los conoces desde hace siete años —dije yo.

—Sí. Siete años, en los que los he visto durante cinco minutos cada vez. Necesito tiempo para acostumbrarme a las visitas extensas.

—Muy bien —dije, y me volví hacia Jane—. ¿Y tú?

—Se supone que tengo que reunirme con el general Szilard —contestó ella, refiriéndose al comandante de las Fuerzas Especiales—. Quiere ponerse al día.

—Muy bien. Te lo vas a perder.

—¿Qué vais a hacer ahí abajo? —preguntó Jane.

—Vamos a visitar a los padres de Zoë —dije yo—. A los otros.

* * *

Me detuve ante la tumba que llevaba los nombres de los padres de Zoë, y de Zoë misma. Las fechas que indicaban el principio y el fin de la vida de Zoë, basada en la creencia de que había muerto en un ataque a una colonia, eran, obviamente, incorrectas; también lo eran las de su padre. Las fechas de su madre, sin embargo, sí eran correctas. Zoë se había agachado para leer los nombres; Hickory y Dickory habían conectado sus conciencias lo suficiente para tener un éxtasis de diez segundos ante la idea de estar ante la lápida de Boutin, y luego se desconectaron y esperaron en la distancia, impasibles.

—Recuerdo la última vez que estuve aquí —dijo Zoë. El ramito de flores que traía yacía sobre la tumba—. Fue el día que Jane me preguntó si quería irme a vivir con vosotros.

—Sí —dije yo—. Descubriste que ibas a vivir conmigo antes de que yo descubriera que iba a vivir con ninguna de vosotras dos.

—Creí que Jane y tú estabais enamorados. Que planeabais vivir juntos.

—Lo estábamos. Lo hicimos. Pero fue complicado.

—Todo en nuestra pequeña familia es complicado —dijo Zoë—. Tú tienes ochenta y ocho años. Jane es un año mayor que yo. Soy la hija de un traidor.

—También eres la única chica del universo con su propia escolta obin.

—Hablando de cosas complicadas —dijo Zoë—. De día, chica típica. De noche, adorada por toda una raza alienígena.

—Hay cosas peores.

—Supongo. Cabría pensar que ser objeto de adoración de toda una raza alienígena me salvaría de trabajar en casa alguna que otra vez. No creas que no me he dado cuenta de que no lo ha hecho.

—No queríamos que se te subiera a la cabeza.

—Gracias —dijo ella. Señaló la lápida—. Incluso esto es complicado. Estoy viva, y lo que está enterrado aquí es el clon de mi padre, no mi padre. La única persona real que hay aquí es mi madre. Mi madre real. Todo es muy complicado.

—Lo siento —dije.

Zoë se encogió de hombros.

—Ya estoy acostumbrada. La mayor parte del tiempo no está mal. Y te da perspectiva, ¿no? Cuando estaba en clase y oía que Anjali o Chadna se quejaban de lo complicadas que son sus vidas, yo solía pensar para mí: «Chica, no tienes ni idea de lo complicada que es la mía».

—Me alegra oír que lo has llevado bien.

—Lo intento —dijo Zoë—. Tengo que admitir que no pasé un buen día cuando los dos me contasteis la verdad sobre papá.

—Tampoco fue divertido para nosotros. Pero pensamos que merecías saberlo.

—Lo sé —dijo Zoë, y se levantó—. Pero ya sabes. Me desperté una mañana pensando que mi verdadero padre era sólo un científico y me acosté sabiendo que podría haber aniquilado a toda la raza humana. Te afecta.

—Tu padre fue bueno contigo —dije yo—. No importa quién fuera ni qué otras cosas hiciera, contigo lo hizo bien.

Zoë se me acercó y me dio un abrazo.

—Gracias por traerme aquí. Eres un buen hombre, papá nonagenario.

—Eres una gran chica, hija adolescente —dije—. ¿Estás lista para marcharnos?

—Dentro de un segundo —dijo ella; volvió a la tumba, se arrodilló rápidamente y la besó. Luego se levantó y de repente pareció una adolescente avergonzada—. Lo hice la última vez que estuve aquí —dijo—. Quería ver si me hacía sentir lo mismo.

—¿Y bien?

—Sí —contestó, todavía avergonzada—. Venga. Vamos.

Nos dirigimos hacia la puerta del cementerio. Saqué mi PDA y le indiqué que pidiera un taxi para recogernos.

—¿Qué te parece la Magallanes? —pregunté, mientras caminábamos.

—Es interesante —dijo Zoë—. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que subí a una nave espacial. Me había olvidado de cómo era. ¡Y ésta es tan grande!

—Tiene que albergar a dos mil quinientos colonos y todas sus cosas.

—Lo comprendo —dijo Zoë—. Sólo estoy diciendo que es grande. Está empezando a llenarse, eso sí. Los colonos han llegado ya. He conocido a algunos. Los de mi edad, quiero decir.

—¿Alguno que te agrade?

—Un par. Hay una chica que quiere hacerse amiga mía. Gretchen Trujillo.

—Trujillo, dices.

Zoë asintió.

—¿Por qué? ¿La conoces?

—Creo que conozco a su padre.

—El mundo es pequeño.

—Y va a hacerse mucho más pequeño —dije yo.

—Tienes razón —dijo Zoë, y miró a su alrededor—. Me pregunto si regresaré alguna vez.

—Vas a ir a una nueva colonia. No a la otra vida.

Zoë sonrió.

—No has prestado atención a la lápida —dijo—. He estado en la otra vida. Regresar de allí no fue un problema. Es la vida la que no se supera.

* * *

—Jane está echando una siesta —dijo Savitri cuando Zoë y yo regresamos a nuestro camarote—. Dijo que no se sentía muy bien.

Alcé las cejas. Jane era la persona más sana que conocía, incluso después de haber sido transferida a un cuerpo humano.

—Sí, lo sé —dijo Savitri, captando mi gesto—. A mí también me pareció raro. Dijo que se pondría bien, pero que no la molestáramos hasta al menos dentro de unas pocas horas.

—Muy bien. Gracias. Zoë y yo íbamos a ir a la cubierta recreativa de todas formas. ¿Quieres venir?

—Jane me pidió que trabajara en unas cosas antes de despertarla —dijo Savitri—. En otra ocasión.

—Trabajas más duro para Jane de lo que nunca trabajaste para mí.

—Es la fuerza del liderazgo inspirador.

—Qué bien.

Savitri hizo un gesto de despedida.

—Te daré un toque a la PDA cuando Jane esté despierta. Ahora marchaos. Me estáis distrayendo.

La cubierta recreativa de la Magallanes tenía la forma de un pequeño parque, y estaba repleta de colonos con sus familias que probaban las diversiones que la nave les ofrecería en nuestro viaje de una semana hasta la distancia de salto, y de ahí a Roanoke. Cuando llegamos, Zoë vio a un trío de chicas adolescentes y las saludó; una le devolvió el saludo y la llamó para que se acercara. Me pregunté si sería Gretchen Trujillo. Zoë se despidió de mí con una rápida mirada hacia atrás; yo deambulé por la cubierta, observando a mis compañeros colonos. Pronto la mayoría de ellos me reconocería como el líder de la colonia. Por ahora, sin embargo, me sentía segura y felizmente anónimo.

A primera vista los colonos parecían moverse libremente, pero después de un minuto o dos advertí algunos grupitos, mientras otros colonos se quedaban al margen. El inglés era el idioma común de todas las colonias, pero cada mundo tenía también sus lenguas secundarias, basadas principalmente en la naturaleza de sus colonos originales. Oí fragmentos de estos idiomas al pasar: español, chino, portugués, ruso, alemán.

—Usted también los oye —dijo alguien detrás de mí. Me volví y vi a Trujillo—. Todos los idiomas distintos —dijo, y sonrió—. Residuos de nuestros antiguos mundos, supongo que diría usted. Dudo que la gente deje de hablarlos cuando lleguemos a Roanoke.

—Es su forma sutil de sugerir que los colonos no tendrán ninguna prisa para cambiar sus nacionalidades propias y convertirse en flamantes roanokeños —dije.

—Es sólo una observación. Y estoy seguro de que con el tiempo todos nos convertiremos en… roanokeños —dijo Trujillo, pronunciando la última palabra como si fuera algo con pinchos que hubiera tenido que tragar a la fuerza—. Pero tardará su tiempo. Probablemente más del que ahora sospecha. Después de todo, vamos a hacer algo distinto aquí. No sólo crear una nueva colonia a partir de los antiguos mundos coloniales, sino mezclar diez culturas distintas en una sola. Para ser completamente sincero, tengo mis reservas al respecto. Creo que el Departamento de Colonización debería haber aceptado mi sugerencia original y usar los colonos de una sola.

—Así es la burocracia —dije yo—. Siempre estropeando sus planes perfectos.

—Sí, bueno —dijo Trujillo, y agitó la mano para abarcar a los colonos políglotas, y posiblemente a mí—. Ambos sabemos que esto tiene que ver con mi enemistad con la secretaria Bell. Ella estuvo contra Roanoke desde el principio, pero había demasiada presión por parte de las colonias para impedir que esto sucediera. Sin embargo, nada le impidió hacerla tan impráctica de dirigir. Incluyendo ofrecer el liderazgo de la colonia a un par de neófitos de buena voluntad que no tienen ni idea de dónde están las minas en esta situación, ni saben que serán chivos expiatorios muy convenientes si la colonia fracasa.

—Está usted diciendo que somos cabezas de turco.

—Estoy diciendo que su esposa y usted son inteligentes, competentes y políticamente prescindibles —dijo Trujillo—. Cuando la colonia fracase, la culpa recaerá en ustedes, no en Bell.

—Aunque ella nos eligiera.

—¿Lo hizo? He oído que los propuso el general Rybicki. Él está bien aislado de la caída política porque es de las FDC, y a ellos no tiene por qué preocuparles la política. No, cuando la mierda salpique, Perry, va a caer hacia abajo, justo hacia usted y su esposa.

—Está seguro de que la colonia va a fracasar —dije—. Y sin embargo está aquí.

—Estoy seguro de que la colonia podría fracasar —respondió Trujillo—. Y estoy seguro de hay gente (la secretaria Bell entre ellos) que se alegrarán de verla caer, como desquite contra sus enemigos políticos y para cubrir su propia incompetencia. Desde luego, la han diseñado para que fracase. Lo único que puede impedir que fracase es gente con la voluntad y la experiencia suficiente para ayudarla a sobrevivir.

—Alguien como usted, por ejemplo.

Trujillo se acercó un paso.

—Perry, comprendo que es fácil pensar que todo se debe a mi ego. De verdad, lo comprendo. Pero quiero que piense en una cosa un momento. Hay dos mil quinientas personas en esta nave que están aquí porque hace seis años yo me planté ante la cámara de representantes de la UC y exigí nuestros derechos de colonización. Soy responsable de que estén aquí, y como no pude impedir que Bell y sus secuaces prepararan esta colonia para autodestruirse, soy responsable de haber puesto a esta gente en peligro. Esta mañana, no le sugería que nos dejara ayudarle en la administración de la colonia sólo porque quiera dirigir el cotarro. Lo hice porque con lo que el DdC le ha puesto encima va a necesitar toda la ayuda que pueda obtener, y los que estábamos con usted en la sala de reuniones esta mañana llevamos años viviendo con eso. Si no le ayudamos, la alternativa es el fracaso puro y duro.

—Aprecio su confianza en nuestras capacidades como líderes —dije.

—No me está escuchando —dijo Trujillo—. Maldición, Perry, quiero que tenga usted éxito. Quiero que esta colonia tenga éxito. Lo último que quiero es socavar su liderazgo y el de su esposa. Si lo hiciera, estaría poniendo en peligro las vidas de todos los miembros de esta colonia. No soy su enemigo. Quiero ayudarle a combatir a la gente que lo es.

—Está diciendo que el Departamento de Colonización es capaz de poner en peligro a dos mil quinientas personas por fastidiarlo a usted.

—No —dijo Trujillo—. No por fastidiarme a mí. Para anular una amenaza a sus prácticas coloniales. Para ayudar a la UC a mantener a las colonias en su sitio. Dos mil quinientos colonos no son demasiados para una cosa como ésta. Si sabe usted algo de colonización, sabrá que dos mil quinientos colonos son el tamaño estándar de una colonia seminal. Perdemos colonias seminales de vez en cuando: es algo que se tiene en cuenta. Estamos acostumbrados a ello. No son dos mil quinientas personas. Es sólo una colonia seminal. Pero ahí es donde la cosa se pone interesante. Una colonia seminal perdida entra dentro de las expectativas de los protocolos de colonización del DdC. Pero los colonos proceden de diez mundos distintos de la UC, y todos ellos colonizan por primera vez. Cada uno de esos mundos sentirá el fracaso de la colonia. Será un mazazo a la psique nacional. Y entonces el DdC podrá cambiar de política y decir: «Por eso no os permitimos colonizar. Para protegeros». Argumentarán eso ante las colonias se lo tragarán y volveremos al status quo.

—Es una teoría interesante —dije.

—Perry, se pasó usted años en las Fuerzas de Defensa Colonial —dijo Trujillo—. Conoce los resultados finales de la política de la UC. ¿Puede decirme con sinceridad que el escenario que le he esbozado está completamente fuera del reino de lo posible?

Guardé silencio. Trujillo sonrió torvamente.

—Alimento para el pensamiento, Perry —me dijo—. Algo para que lo considere la próxima vez que su esposa y usted nos den con la puerta en las narices a los demás en una de nuestras reuniones asesoras. Confío en que harán lo que consideren mejor para la colonia.

Miró por encima de mi hombro, más allá de mí.

—Creo que nuestras hijas se han conocido —dijo.

Me di la vuelta y vi a Zoë charlando animadamente con una de las chicas que había visto antes; era la que la había llamado.

—Eso parece.

—Da la impresión de que se llevan bien —dijo Trujillo—. Nuestra colonia Roanoke empieza ahí, creo. Tal vez nosotros podamos seguir su ejemplo.

* * *

—No estoy segura de poder tragarme la idea de un Manfred Trujillo desprendido —dijo Jane. Se había erguido en la cama. Babar agitaba la cola feliz a un lado.

—Ya somos dos —dije yo. Estaba sentado en una silla junto a ella—. El problema es que tampoco puedo descartar por completo lo que dice.

—¿Por qué no? —Jane echó mano a la jarra de agua que había en la mesilla de noche, pero estaba mal colocada. Cogí la jarra y el vaso y empecé a servirle.

—Acuérdate de lo que dijeron Hickory y Dickory sobre el planeta Roanoke —dije, entregándole el vaso.

—Gracias —contestó ella, y apuró el vaso en cinco segundos.

—Guau —dije—. ¿Seguro que te sientes mejor?

—Estoy bien. Sólo tengo sed.

Me devolvió el vaso. Le serví más agua. Ella la bebió esta vez más moderadamente.

—El planeta Roanoke —instó.

—Hickory dijo que el planeta Roanoke seguía todavía bajo el control de los obin —dije—. Si el Departamento de Colonización piensa realmente que esta colonia va a fracasar, eso podría tener sentido.

—¿Por qué cambiar un planeta que sabes que los colonos no van a conservar?

—Exactamente —dije yo—. Y hay otra cosa. He estado en la bodega de carga hoy, repasando los albaranes con el encargado, y mencionó que estábamos cargando un montón de equipo obsoleto.

—Eso probablemente tendrá que ver con los menonitas —dijo Jane, y volvió a beber agua.

—Eso es lo que dije yo también. Pero después de hablar con Trujillo, repasé de nuevo los albaranes. El jefe de carga tenía razón. Hay más equipo obsoleto del que podemos achacar a los menonitas.

—Estamos mal equipados —dijo Jane.

—Ésa es la cosa. No estamos mal equipados. Tenemos un montón de equipo obsoleto, pero no sustituye a equipo más moderno: está ahí además del moderno.

Jane reflexionó sobre eso.

—¿Qué crees que significa?

—No sé si significa algo —dije—. Los errores de suministro suceden constantemente. Recuerdo una vez cuando estaba en las FDC que enviamos calcetines de uniforme en vez de suministros médicos. Tal vez es ese tipo de pifia, un par de grados de magnitud superior.

—Deberíamos preguntarle al general Rybicki.

—Se ha marchado de la estación —dije—. Partió esta mañana hacia Coral, nada menos. Su oficina dice que está supervisando el diagnóstico de una nueva red de defensa planetaria. No volverá hasta dentro de una semana estándar. Le pedí a su oficina que investigara por mí el inventario de la colonia. Pero para ellos no es una prioridad, no es un problema obvio para el bienestar de la colonia. Tienen otras cosas de las que preocuparse antes de que zarpemos. Pero tal vez se nos esté pasando algo por alto.

—Si es así, no tenemos mucho tiempo para averiguarlo —dijo Jane.

—Lo sé. A pesar de que me gustaría etiquetar a Trujillo como otro capullo pagado de sí mismo, tenemos que considerar la teoría de que tal vez sea sincero y tenga los intereses de la colonia en mente. Es mortificante, considerando la situación.

—Existe la posibilidad de que sea un capullo pagado de sí mismo y que tenga los intereses de la colonia en mente —dijo Jane.

—Siempre lo miras todo por el lado positivo.

—Que Savitri revise los albaranes buscando lo que pueda faltarnos —dijo Jane—. La envié a investigar las colonias seminales recientes. Si falta algo, lo encontrará.

—Le estás dando un montón de trabajo.

Jane se encogió de hombros.

—Siempre la has infrautilizado —dijo—. Por eso la contraté. Era capaz de mucho más de lo que le ofrecías. Aunque no es completamente culpa tuya. Lo peor con lo que tuviste que lidiar fueron esos idiotas hermanos Chengelpet.

—Lo dices porque nunca tuviste que tratar con ellos. Deberías haberlo intentado alguna vez.

—Si hubiera tratado con ellos, una vez habría sido suficiente.

—¿Cómo te ha ido el día con el general Szilard? —pregunté, cambiando de tema antes de que mi competencia siguiera siendo cuestionada.

—Bien. Dijo algunas de las mismas cosas que te ha dicho Trujillo.

—¿Que el DdC quiere que la colonia fracase?

—No. Que hay un montón de maniobras políticas en juego que ni tú ni yo conocemos.

—¿Como cuáles? —pregunté.

—No entró en detalles —contestó Jane—. Dijo que porque confiaba en nuestra habilidad para manejar las cosas. Me preguntó si quería recuperar mi antiguo cuerpo de las Fuerzas Especiales, por si acaso.

—Ese general Szilard —dije—, un bromista de primera.

—No bromeaba del todo —dijo Jane, y alzó una mano conciliadora cuando le dirigí mi mejor mirada confusa—. No tiene mi antiguo cuerpo a mano. No me refiero a eso. Sólo quiere decir que prefiere que no vaya a esa colonia con un cuerpo humano sin modificar.

—Qué pensamiento tan alegre —dije yo. Advertí que Jane había empezado a sudar. Le palpé la frente—. Creo que tienes fiebre. Eso es nuevo.

—Cuerpo sin modificar —dijo ella—. Tenía que suceder alguna vez.

—Te traeré más agua.

—No —dijo Jane—. No tengo sed. Pero estoy muerta de hambre.

—Veré si puedo traerte algo del comedor. ¿Qué quieres?

—¿Qué tienen?

—Prácticamente de todo.

—Bien. Uno de cada.

Eché mano a mi PDA para contactar con la cocina.

—Es buena cosa que la Magallanes lleve doble carga de alimentos —dije.

—Tal como me siento ahora mismo, no durará mucho.

—Muy bien. Pero creo que el viejo refrán dice que hay que comer poco cuando se tiene fiebre.

—En este caso, el viejo refrán se equivoca.