Capítulo 15

—Sabe que no puede quedarse en Roanoke —dijo el general Gau.

Yo sonreí y lo miré. Nos encontrábamos en la diminuta sala de reuniones de su nave insignia, la Estrella Tranquila.

—¿Por qué demonios no? —dije.

Gau vaciló un momento; la expresión era nueva para él.

—Porque sobrevivió usted —dijo por fin—. Porque su colonia sobrevivió, sin duda para sorpresa e irritación de la Unión Colonial. Porque le dio usted al enemigo información vital para su supervivencia y porque aceptó de él información vital para la suya. Porque me permitió venir aquí a recoger a Nerbros Eser. Porque ahora está a bordo de esta nave, hablando conmigo.

—Soy un traidor —dije.

—No he dicho eso.

—No puede decirlo. Está vivo gracias a mí.

—Ciertamente —dijo Gau—. Pero no me refería a eso. No es usted un traidor porque ha guardado lealtad a su colonia, hacia su gente. Nunca los traicionó.

—Gracias —respondí—. Aunque no creo que a la Unión Colonial le guste mucho ese argumento.

—No —dijo Gau—. Probablemente no le guste. Lo cual hace que insista en lo que le decía al principio.

—¿Qué va a hacer con Eser? —pregunté.

—Mi plan es llevarlo a juicio.

—Podría lanzarlo por una escotilla.

—Eso me produciría gran satisfacción personal —dijo Gau—. Pero no creo que fuera bueno para el Cónclave.

—Pero por lo que me cuenta Zoë, ha empezado usted a exigir que le hagan juramentos personales de lealtad —dije—. De eso a tener derecho a lanzar al espacio a aquellos que le molesten sólo hay un paso.

—Pues más motivo aún para celebrar el juicio, ¿no le parece? —dijo Gau—. Preferiría no tener ningún juramento de lealtad. Pero al parecer la gente sólo acepta de sus líderes cierto grado de humildad, sobre todo cuando a sus líderes les han volado sus flotas bajo los pies.

—No me eche a mí la culpa —dije.

—No lo hago. Si se la echo a la Unión Colonial ya es otra cuestión.

—¿Qué piensa hacer con la Unión Colonial ahora?

—Lo mismo que pensaba hacer originalmente. Contenerla.

—No atacarla —dije.

—No —respondió Gau—. Todas las rebeliones internas del Cónclave han sido sofocadas. Eser no es el único que se enfrenta a un juicio. Pero creo que ahora quedará claro para la Unión Colonial que no es fácil erradicar al Cónclave. Espero que no intenten salir de nuevo de la caja.

—No ha aprendido mucho sobre los humanos.

—Al contrario —dijo Gau—. Si cree que simplemente voy a volver a mi antiguo plan, es un necio. No tengo planeado atacar a la Unión Colonial, pero también voy a asegurarme de que no tenga ninguna oportunidad de atacarnos ni a mí ni al Cónclave por segunda vez.

—¿Cómo?

—No esperará que se lo diga.

—Me pareció que merecía la pena preguntarlo.

—Ya veo.

—¿Y cuáles son sus planes con Roanoke? —pregunté.

—Ya le dije que no planeo atacarla.

—Sí que lo dijo. Naturalmente, entonces no tenía ninguna flota.

—¿Duda de mí? —dijo Gau.

—No. Le temo.

—Ojalá no fuera así.

—Pienso lo mismo. Convénzame.

—Roanoke está a salvo de nuevos ataques del Cónclave —dijo Gau—. El Cónclave la reconoce como una colonia humana legítima. La última colonia —dio un golpe sobre la mesa de la sala de conferencias para recalcarlo—, pero colonia legítima al fin y al cabo. Usted y yo podemos firmar un tratado, si quiere.

—No creo que la Unión Colonial lo encontrara vinculante.

—Probablemente no. Sin embargo, enviaré una declaración oficial a su gobierno, con la advertencia de que la prohibición del Cónclave para colonizar es inflexible más allá de este caso. De manera no oficial, transmitiré la noticia a las razas no afiliadas. El Cónclave se sentiría enormemente disgustado si una de ellas intentara hacerse con el planeta. No pueden hacerlo por la prohibición, en cualquier caso. Pero no viene mal recordarlo.

—Gracias, general.

—No hay de qué. No obstante, me alegro de que no todos los líderes de los mundos sean tan problemáticos como usted.

—Yo soy el agradable —dije—. Es mi esposa la que tiene mal carácter.

—Eso he comprendido por Eser y las grabaciones de la batalla. Espero que no le ofenda que solicitara hablar solo con usted.

—Descuide. Soy yo quien se supone que tiene que ser bueno con la gente. Aunque Zoë está decepcionada por no poder verle. Le causó una gran impresión.

—Y ella a mí —dijo Gau—. Tiene usted una familia notable.

—Estoy de acuerdo. Me alegra que me toleren.

—Técnicamente, su esposa y su hija podrían ser acusadas también de traición. Tendrán que abandonar Roanoke también.

—No deja usted de mencionar el tema. Yo intento no pensar en ello.

—No creo que sea aconsejable.

—Pues claro que no lo es. Eso no significa que no quiera hacerlo.

—¿Adónde irán? —preguntó Gau.

—No tengo ni la menor idea —contesté—. No podemos ir a ninguna parte de la Unión Colonial, a menos que queramos pasarnos la vida en una celda familiar. Los obin nos aceptarían por Zoë, pero siempre existiría la presión para extraditarnos.

—Hay otra opción —dijo Gau—. Les he ofrecido unirse al Cónclave antes. La oferta sigue en pie. Usted y su familia podrían vivir entre nosotros.

—Es usted muy amable. No creo que pudiera hacerlo. Sería lo mismo que vivir entre los obin. No estoy preparado para aislarme del resto de la humanidad.

—No se está tan mal —dijo Gau, y capté un atisbo de sarcasmo en su voz.

—En su caso tal vez. Pero yo echaría de menos a mi especie.

—La idea que hay tras el Cónclave es que muchas razas puedan vivir juntas —dijo Gau—. ¿Me está diciendo que no podría hacerlo?

—Podría hacerlo. Pero tres humanos no serían suficientes.

—El Cónclave todavía admitiría gustosamente a la Unión Colonial —dijo Gau—. O a cualquiera de los mundos coloniales individuales. O incluso sólo a Roanoke.

—No creo que esa idea tenga mucho gancho en Roanoke. Ni en la Unión Colonial. Por lo que respecta a las colonias individuales, creo que siguen oficialmente a oscuras en lo referido al Cónclave.

—Sí, la mordaza informativa de la Unión Colonial —dijo Gau—. He de decirle que he pensado seriamente en lanzar satélites a los mundos de la Unión Colonial y bombardearlos con datos sobre el Cónclave hasta que derriben los satélites. No sería eficaz. Pero al menos entonces el Cónclave se haría oír.

Pensé en eso un momento.

—No —dije—. Un bombardeo de datos no funcionaría.

—¿Entonces qué sugiere usted?

—Todavía no estoy seguro —dije. Miré directamente a Gau—. General, ¿puedo proponerle una cosa?

—¿Cuál?

—Algo grande —dije—. Algo caro.

—Eso no es una respuesta.

—Tendrá que valer por ahora —dije.

—Me encantará escuchar su propuesta. Pero «algo grande, algo caro» es demasiado vago para que pueda aprobarlo.

—Muy sensato.

—¿Por qué no puede decirme qué es? —preguntó Gau.

—Tengo que hablar con Jane primero.

—Sea lo que sea, administrador Perry, si se trata de algo que implique mi ayuda, entonces se verá inmerso de manera permanente en territorios de traición —dijo Gau—. Al menos a los ojos de la Unión Colonial.

—Como usted mismo ha dicho, general, todo depende de a qué deba uno lealtad.

* * *

—Me han ordenado que te detenga —dijo Manfred Trujillo.

—¿De veras? —dije. Los dos nos encontrábamos delante de la lanzadera que yo estaba a punto de tomar.

—Las órdenes llegaron hace un par de horas. Junto con el nuevo satélite de comunicaciones que la UC acaba de darnos. A la UC no le hace ninguna gracia que haya una nave del Cónclave en nuestro cielo, por cierto.

—¿Así que vas a detenerme?

—Me encantaría, pero parece que no puedo encontrarte a ti ni a tu familia por ninguna parte —dijo Trujillo—. Sospecho que ya habéis abandonado el planeta. Haremos una búsqueda por toda la colonia, por supuesto. Pero yo no estaría muy seguro de que fuéramos a encontraros.

—Sí que soy sibilino.

—Siempre lo he dicho.

—Podrías meterte en problemas —dije—. Lo último que necesita esta colonia es otro líder convocado a una investigación.

—Como líder de tu colonia, puedo decirte oficialmente que te metas en tus propios asuntos —dijo Trujillo.

—Así que tu ascenso ha sido aprobado formalmente.

—Si no lo fuera, ¿cómo podría arrestarte?

—Buen argumento —dije—. Enhorabuena. Siempre quisiste dirigir la colonia. Ahora ya lo tienes.

—No es así como planeaba conseguir el puesto.

—Lamento que nos hayamos cruzado en tu camino, Manfred.

—Yo no —dijo Manfred—. Si yo hubiera dirigido la colonia, ahora todos estaríamos muertos. Tú, Jane y Zoë salvasteis esta colonia. Me alegro de haber esperado en cola.

—Gracias.

—Quiero que sepas que me ha costado mucho esfuerzo decir eso —dijo Trujillo. Yo me eché a reír, y me volví hacia Zoë, que se despedía entre lágrimas de Gretchen y otros amigos.

—Zoë va a echar de menos a Gretchen —dije.

—Gretchen va a echar de menos a Zoë —dijo Trujillo—. Casi he estado a punto de pedirte que se quedara Zoë. Por Gretchen y por nosotros.

Trujillo señaló con la cabeza a Hickory y Dickory, que estaban aparte, empapándose de las emociones de la despedida de Zoë y sus amigos.

—Dijiste que habéis llegado a un acuerdo con el Cónclave, pero no me importaría tener a los obin apoyándonos.

—Roanoke no tendrá ningún problema —le aseguré.

—Espero que tengas razón. Estaría bien ser otra colonia más. Hemos sido el centro de atención demasiado tiempo.

—Creo que podré desviar la atención de vosotros.

—Ojalá me dijeras qué habéis planeado.

—Como ya no soy el líder de tu colonia, no puedo decirte oficialmente que te ocupes de tus asuntos —dije—. Pero hazte a la idea.

Trujillo suspiró.

—Comprende mi preocupación —dijo—. Hemos sido el centro de los planes de todo el mundo, y ninguno de esos planes salieron ni remotamente como deberían haberlo hecho.

—Incluyendo los tuyos —le recordé.

—Incluyendo los míos —reconoció Trujillo—. No sé qué estás planeando, pero dada la tasa de fracasos por aquí, me preocupa el efecto colateral que pueda tener en Roanoke. Cuido de mi colonia. De nuestra colonia. Nuestro hogar.

—Nuestra colonia —coincidí—. Pero ya no es mi hogar.

—Aun así.

—Vas a tener que confiar en mí, Man —dije—. He trabajado duro para mantener a Roanoke a salvo. No voy a dejar de hacerlo ahora.

Savitri salió de la bodega de la lanzadera y se acercó a nosotros, PDA en mano.

—Carga completada —me dijo—. Jane dice que cuando quieras.

—¿Te has despedido de todo el mundo? —le pregunté.

—Sí —respondió Savitri, y alzó la muñeca, donde llevaba un brazalete—. De Beata. Dice que era de su abuela.

—Te va a echar de menos.

—Lo sé. Y yo la voy a echar de menos a ella. Es mi amiga. Todos vamos a echarnos de menos. Por eso se llama «despedida».

—Podrías quedarte —le dijo Trujillo a Savitri—. No hay ningún motivo para que tengas que irte con este idiota. Incluso te aumentaré el sueldo un veinte por ciento.

—Oooh, un aumento —dijo Savitri—. Es tentador. Pero llevo mucho tiempo con este idiota. Me gusta. Me gusta más su familia, claro, pero a quién no.

—Muy amable —dije yo.

Savitri sonrió.

—Por lo menos, me divierte. Nunca sé qué va a pasar a continuación, pero sé que quiero descubrirlo. Lo siento.

—Muy bien, te subo el sueldo un treinta por ciento —dijo Trujillo.

—Adjudicado —dijo Savitri.

—¿Qué? —exclamé yo.

—Es broma, idiota.

—Recuérdame que te congele la paga —dije.

—¿Cómo vas a pagarme ahora, por cierto? —preguntó Savitri.

—Mira —dije yo—. Algo que reclama tu atención. Allí. Lejos de aquí.

—Hmmm —dijo Savitri. Se acercó a darle un abrazo a Trujillo, y luego me señaló con un pulgar—. Si las cosas no salen bien con este tipo, puede que vuelva a recuperar mi antiguo trabajo.

—Es tuyo —dijo Trujillo.

—Excelente. Porque si he aprendido algo en el último año es que hay que tener un plan de emergencia —le dio a Trujillo otro rápido abrazo—. Voy a por Zoë —me dijo—. En cuanto subas a la lanzadera, estamos listos.

—Gracias, Savitri —dije—. Sólo tardaré un minuto. Hasta ahora.

Me dio un apretón en el hombro y se marchó.

—¿Te has despedido de todos los que querías? —preguntó Trujillo.

—Lo estoy haciendo ahora.

Minutos más tarde la lanzadera estaba ya en el cielo, dirigiéndose a la Estrella Tranquila. Zoë lloraba en silencio, echando de menos a sus amigos. Jane, sentada a su lado, la abrazó. Yo miré a través de las portillas cómo dejaba otro mundo atrás.

—¿Cómo te sientes? —me preguntó Jane.

—Triste —respondí—. Quería que éste fuera mi mundo. Nuestro mundo. Nuestro hogar. Pero no lo fue. No lo es.

—Lo siento —dijo Jane.

—No lo sientas —dije, y me volví hacia ella—. Me alegro de que viniéramos. Sólo estoy triste porque no fue para quedarnos.

Me volví hacia la portilla. El cielo de Roanoke se volvía negro a mi alrededor.

* * *

—Así que ésta es su nave —me dijo el general Rybicki, contemplando la cubierta de observación a la que acababa de ser conducido. Yo lo estaba esperando allí.

—Lo es —contesté—. Por ahora. Podríamos decir que la hemos alquilado. Creo que originalmente era arrisiana, lo cual resulta un poco irónico. También explica los techos bajos.

—¿Entonces debo dirigirme a usted como capitán Perry? —preguntó Rybicki—. Eso es un paso atrás respecto a su anterior rango.

—Lo cierto es que la capitana es Jane. Yo soy su superior nominalmente, pero ella está a cargo de la nave. Creo que eso me convierte en comodoro. Lo cual es un paso adelante.

—Comodoro Perry[4] —dijo Rybicki—. Suena bien. Aunque me temo que no es muy original.

—Supongo que no —contesté. Alcé la PDA que tenía en la mano—. Jane me llamó cuando venía usted para acá. Me dice que le han sugerido que intente matarme.

—Cristo —dijo Rybicki—. Me gustaría saber cómo hace esas cosas.

—Espero que no piense llevarlo a cabo. No es que no pueda. Sigue perteneciendo a las FDC. Es lo bastante rápido y fuerte para romperme el cuello antes de que nadie pueda detenerlo. Pero no lograría salir luego de esta sala. Y no quiero que muera.

—Se lo agradezco —dijo Rybicki secamente—. No. No he venido a matarlo. He venido a intentar comprenderlo.

—Me alegra oírlo.

—Puede empezar explicándome por qué me ha mandado llamar —dijo Rybicki—. La Unión Colonial tiene todo tipo de diplomáticos. Si el Cónclave va a empezar a parlamentar con la UC, debería hablar con ellos. Así que me pregunto por qué ha pedido que sea yo.

—Porque pensaba que le debía una explicación.

—¿Por qué?

—Por esto —dije, haciendo un gesto—. Porque estoy aquí y no en Roanoke. Ni en ningún lugar de la Unión Colonial.

—Supuse que era porque no quería ser juzgado por traición —dijo Rybicki.

—Eso también. Pero no es lo importante. ¿Cómo van las cosas en la Unión Colonial?

—No esperará en serio que le diga nada aquí.

—Me refiero en general.

—Va todo bien —dijo Rybicki—. Los ataques del Cónclave han cesado. Roanoke ha sido asegurada y la segunda oleada de colonos desembarcará allí dentro de un mes.

—Eso es antes de lo previsto.

—Hemos decidido actuar con rapidez. También reforzaremos masivamente sus defensas.

—Bien —dije—. Una lástima que no pudieran hacerlo antes de que nos atacaran.

—Finjamos que no hemos hablado ya de eso.

—¿Cómo se tomó la Unión Colonial nuestra victoria, por cierto? —pregunté.

—Naturalmente, está muy satisfecha.

—Oficialmente, al menos.

—Ya conoce a la Unión Colonial —dijo Rybicki—. La historia oficial es la única historia.

—Lo sé. Y ése es el motivo de todo esto.

—No le entiendo.

—Justo antes de nuestra batalla con Eser en Roanoke, me dijo usted algo. Me dijo que la Unión Colonial más que nadie actuaba velando por los intereses de la humanidad.

—Lo recuerdo.

—Tenía usted razón —dije—. De todos los gobiernos o especies o razas inteligentes, la Unión Colonial es la única que nos cuida. A los humanos. Pero tengo mis dudas de que la Unión Colonial esté haciendo bien ese trabajo. Mire cómo nos trató en Roanoke. Nos engañó respecto al propósito de la colonia. Nos engañó respecto a las intenciones del Cónclave. Nos hizo cómplices en un acto de guerra que podría haber destruido a toda la UC. Y luego estuvo dispuesta a sacrificarnos por el bien de la humanidad. Pero nadie del resto de la humanidad llegó a conocer la historia completa, ¿verdad que no? La Unión Colonial controla las comunicaciones. Controla la información. Ahora que Roanoke ha sobrevivido, la Unión Colonial nunca contará nada. Nadie fuera de la estructura de poder de la UC sabe siquiera que el Cónclave existe. Todavía.

—La Unión Colonial creyó necesario hacerlo así —dijo Rybicki.

—Lo sé. Y siempre han creído necesario hacerlo así. Usted es de la Tierra, general. Recuerda lo poco que sabíamos de cómo son las cosas aquí. Lo poco que sabíamos de la Unión Colonial. Nos enrolamos en un ejército del que no sabíamos nada, cuyos objetivos desconocíamos, porque no queríamos morir viejos y solos allá en casa. Sabíamos de algún modo que volverían a hacernos jóvenes, y eso fue suficiente. Nos trajeron aquí. Y así es como funciona la Unión Colonial. Dicen lo suficiente para conseguir un objetivo. Pero nada más.

—No siempre estoy de acuerdo con los métodos de la Unión Colonial —dijo Roanoke—. Sabe que disentí con el plan de la Unión Colonial de dejar sola a Roanoke. Pero no estoy seguro de entenderlo. Habría sido desastroso que el Cónclave hubiera conocido nuestros planes para Roanoke. El Cónclave quiere mantener a la humanidad contenida en una caja, Perry. Sigue queriéndolo. Si no luchamos, el resto del universo se llenará sin nosotros. La humanidad morirá.

—Está confundiendo la humanidad con la Unión Colonial —dije—. El Cónclave quiere contener a la Unión Colonial, porque la Unión Colonial se niega a unirse a él. Pero la Unión Colonial no es la humanidad.

—Es una distinción sin diferencia.

—Cierto —dije. Señalé el ventanal curvo de la cubierta de observación—. ¿Ha visto las otras naves al llegar?

—Sí —contestó Rybicki—. No las conté, pero supongo que hay cuatrocientas doce.

—Casi. Cuatrocientas trece, incluyendo ésta. Que, por cierto, se llama Roanoke.

—Maravilloso —dijo Rybicki—. La flota que ataque nuestro próximo mundo colonial tendrá un regusto irónico.

—¿La Unión Colonial sigue planeando colonizar, entonces?

—No voy a hacer comentarios sobre eso.

—Cuando el Cónclave y la Unión Colonial se enfrenten de nuevo, si es que llegan a hacerlo, esta nave no formará parte de ningún bando —dije—. Es una nave mercante. Igual que todas las demás naves de esta flota. Cada una de ellas transporta productos de la raza a la que pertenece. Ha costado lo suyo, debe saberlo. Han hecho falta un par de meses antes de que cada raza se apuntara. El general Gau tuvo que retorcer unos cuantos brazos, o lo que fuera. Es más fácil conseguir que algunas razas contribuyan con naves de guerra que una flota de carga llena de productos.

—Si una flota de naves de guerra no convence a la Unión Colonial de que se una al Cónclave, dudo mucho que vaya a conseguirlo una flota de naves mercantes —dijo Rybicki.

—Creo que en eso tiene razón —contesté, y alcé mi PDA—. Jane, ya puedes saltar.

—¿Qué? ¿Qué demonios está haciendo?

—Ya se lo he dicho. Le estoy dando explicaciones.

La Roanoke había estado flotando en el espacio, a una distancia prudente de cualquier pozo de gravedad que pudiera interferir con su impulsor de salto. Ahora Jane dio la orden de conectarlo. Abrimos un agujero a través del espacio-tiempo y aparecimos en otro lugar.

Desde la cubierta de observación, la diferencia no era grande: estábamos contemplando un campo de estrellas y, de pronto, estábamos contemplando otro. Hasta que empezamos a ver las pautas.

—Mire —dije, señalando—. Orión. Tauro. Perseo. Casiopea.

—¡Oh, Dios mío! —susurró Rybicki.

La Roanoke giró sobre su eje, y las estrellas se desvanecieron, sustituidas por el inmenso brillo de un planeta, azul y verde y blanco.

—Bienvenido a casa, general —dije.

—La Tierra —dijo Rybicki, y todo lo que pretendiera decir después de eso se evaporó ante su necesidad de contemplar el mundo que había dejado atrás.

—Estaba equivocado, general —dije.

Rybicki tardó un segundo en salir de su ensimismamiento.

—¿Qué? ¿Equivocado en qué?

—Coventry. Lo he buscado. Los británicos sabían que iba a producirse un ataque. Tenía usted razón en eso. Pero no sabían dónde iba a ser. Los británicos no sacrificaron Coventry. Y la Unión Colonial no debería haber estado dispuesta a sacrificar Roanoke.

—¿Por qué estamos aquí?

—Usted lo ha dicho, general. La Unión Colonial nunca se unirá al Cónclave. Pero tal vez la Tierra lo haga.

—¿Va entregar la Tierra al Cónclave? —dijo Rybicki.

—No. Vamos a hacerle una propuesta. Vamos a ofrecerle regalos de cada mundo del Cónclave. Y luego yo voy a ofrecerle mi regalo.

—¿Su regalo?

—La verdad —dije—. Toda la verdad. Sobre la Unión Colonial y sobre el Cónclave y sobre lo que pasa cuando dejamos nuestro mundo natal y salimos al universo. La Unión Colonial es libre de dirigir sus mundos como quiera, general. Pero este mundo decidirá por su cuenta. La humanidad y la Unión Colonial no van a seguir siendo intercambiables. No después de hoy.

Rybicki me miró.

—No tiene usted autoridad para hacer eso —dijo—. Para tomar esta decisión por toda esa gente.

—Puede que no tenga la autoridad —contesté—. Pero tengo el derecho.

—No sabe lo que está haciendo.

—Creo que sí. Estoy cambiando el mundo.

En la ventana otra nave saltó a la vista. Alcé mi PDA: en la pantalla había una sencilla representación de la Tierra. Alrededor del círculo brillante aparecieron puntitos, de uno en uno, de dos en dos, en grupos y en constelaciones. Y cuando todos llegaron, empezaron a emitir, todos ellos, un mensaje de bienvenida, en tantos idiomas humanos como podían recibirlos, y un flujo de datos, sin codificar, informó a la Tierra de décadas de historia y tecnología. La verdad, casi como yo podría contarla. Mi regalo al mundo que había sido mi hogar, y que esperaba que volviera a serlo.