Jane me despertó tirándome de la cama.
—¿Qué demonios? —dije, aturdido, desde el suelo.
—La conexión con el satélite acaba de caerse —contestó Jane. Jane se levantó, cogió un par de binoculares de la cómoda, y salió. Yo me desperté rápidamente y la seguí.
—¿Qué ves?
—El satélite no está. Hay una nave no demasiado lejos de donde debería estar el satélite.
—El tal Eser no se anda con sutilezas —dije.
—No cree que tenga que ser sutil. No encajaría con sus propósitos.
—¿Estamos preparados para esto?
—No importa si lo estamos o no —dijo Jane, y soltó los binoculares para mirarme—. Llegó la hora.
* * *
Para ser justos, después de que Zoë regresara, hicimos saber al Departamento de Colonización que creíamos hallarnos bajo una inminente amenaza de ataque y que nuestras defensas contra semejante ataque eran casi nulas. Suplicamos más apoyo. Lo que obtuvimos fue una visita del general Rybicki.
—Ustedes dos deben de haberse tragado un puñado de píldoras —dijo Rybicki, sin más preámbulos, mientras entraba en el despacho del administrador—. Estoy empezando a lamentar haberlos propuesto como líderes de la colonia.
—Ya no somos los líderes de la colonia —dije, y señalé a Manfred Trujillo, que estaba sentado detrás de mi antigua mesa—. Es él.
Esto pilló desprevenido a Rybicki. Miró a Trujillo.
—No tiene usted autorización para ser líder de la colonia.
—Los colonos estarían en desacuerdo con usted —dijo Trujillo.
—Los colonos no tienen derecho a voto —dijo Rybicki.
—También estarían en desacuerdo con eso.
—Entonces han tragado píldoras de estupidez junto con ustedes tres —dijo Rybicki, y luego se volvió hacia Jane y hacia mí—. ¿Qué demonios está pasando aquí?
—Creí que nuestro mensaje al Departamento de Colonización estaba bastante claro —respondí—. Tenemos motivos para creer que vamos a ser atacados, y los que van a atacarnos planean aniquilarnos. Necesitamos defensas o vamos a morir.
—Envió el mensaje en abierto —dijo Rybicki—. Cualquiera podría haberlo captado.
—Lo mandé en clave —dije—. En clave militar.
—Era un código que seguía un protocolo poco seguro —contestó Rybicki—. Hace años que se considera poco seguro —miró a Jane—. Usted más que nadie tendría que haberlo sabido, Sagan. Es responsable de la seguridad de esta colonia. Sabe qué código utilizar.
Jane no dijo nada.
—Así que está diciendo que ahora cualquiera que se moleste en escuchar sabe que somos vulnerables —dije.
—Estoy diciendo que sólo les faltaba haberse puesto beicon en la cabeza antes de meterse en la jaula del tigre —dijo Rybicki.
—Entonces aún hay más motivo para que la Unión Colonial nos defienda —intervino Trujillo.
Rybicki lo miró.
—No voy a seguir hablando con él delante —dijo—. No importa qué tipo de extraño acuerdo tengan ustedes aquí, la cuestión es que ustedes dos son los encargados de la colonia, no él. Es hora de ponerse serios, y lo que tenemos que hablar está clasificado. Él no está autorizado para oírlo.
—Sigue siendo el líder de la colonia —dije yo.
—No me importa si lo han coronado rey de Siam —replicó Rybicki—. Tiene que irse.
—Usted decide, Manfred —dije.
—Me iré —dijo Trujillo, poniéndose en pie—. Pero le voy a decir una cosa, general Rybicki. Sabemos cómo nos ha utilizado la Unión Colonial, y que ha jugado con nuestro destino y con las vidas de todos nosotros. Nuestras vidas, las vidas de nuestras familias y las vidas de nuestros hijos. Si la Unión Colonial no nos defiende ahora, sabremos quién nos ha matado realmente. No otra especie ni el Cónclave. La Unión Colonial. Pura y simplemente.
—Bonito discurso, Trujillo —dijo Rybicki—. Pero eso no lo convierte en verdad.
—General, en este momento no puede decirse que usted sea ninguna autoridad en materia de verdad —dijo Trujillo. Nos saludó a Jane y a mí con un gesto con la cabeza y se marchó antes de que el general pudiera replicar.
—Vamos a contarle todo lo que nos diga —dije, después de que Trujillo se marchara.
—Entonces será un traidor además de incompetente —respondió Rybicki, sentándose a la mesa—. No sé qué piensan ustedes dos que están haciendo, pero sea lo que sea, es una locura. Usted —miró a Jane—, sé que sabe que el código que siguieron para cifrar ese mensaje no era seguro. Sin duda sabía que estaba difundiendo su vulnerabilidad. Pero no soy capaz de imaginar por qué lo ha hecho.
—Tengo mis motivos —dijo Jane.
—Bien. Cuéntemelos.
—No.
—¿Cómo?
—He dicho que no —respondió Jane—. No me fío de usted.
—¡Oh, lo que faltaba! —dijo Rybicki—. Acaba de pintar un blanco enorme en su colonia y yo no soy de fiar.
—Hay un montón de cosas que la Unión Colonial ha hecho con Roanoke y no se ha molestado en contarnos —dije yo—. Donde las dan, las toman.
—Cristo —dijo Rybicki—. No estamos en un maldito patio de colegio. Están jugando ustedes con la vida de esos colonos.
—¿Y en qué se diferencia de lo que hizo la UC?
—En que ustedes no tienen la autoridad —dijo Rybicki—. No tienen el derecho.
—¿La Unión Colonial sí tiene el derecho de jugar con las vidas de estos colonos? —pregunté—. ¿Tiene el derecho de ponerlos en el camino de un enemigo militar que pretende destruirlos? Estos colonos no son soldados, general. Son civiles. Algunos de los nuestros son pacifistas religiosos. Usted se aseguró de que así fuera. La Unión Colonial puede haber tenido la autoridad para poner a esta gente en peligro. Pero desde luego no tenía ningún derecho.
—¿Ha oído hablar alguna vez de Coventry? —preguntó Rybicki.
—¿La ciudad inglesa?
Rybicki asintió.
—Durante la segunda guerra mundial, los británicos descubrieron a través de sus servicios de inteligencia que sus enemigos iban a bombardear la ciudad. Descubrieron cuándo iba a suceder. Pero si evacuaban la ciudad revelarían que conocían el código secreto del enemigo y, por lo tanto, perderían la capacidad de conocer sus planes. Por el bien de todo el Reino Unido, dejaron que el bombardeo tuviera lugar.
—Está diciendo que Roanoke es el Coventry de la Unión Colonial —dijo Jane.
—Estoy diciendo que tenemos un enemigo implacable que nos quiere a todos muertos —contestó Rybicki—. Y que tenemos que valorar qué es lo mejor para la humanidad. Para toda la humanidad.
—Eso es dar por hecho que la Unión Colonial hace lo que es mejor para toda la humanidad —dije.
—No es que quiera insistir, pero lo que hace es mejor que lo que nadie más ha planeado hacer por la humanidad —dijo Rybicki.
—Pero usted no cree que lo que la Unión Colonial hace sea lo mejor para toda la humanidad —dijo Jane.
—No he dicho eso.
—Lo está pensando.
—No tiene ni idea de lo que estoy pensando.
—Sé exactamente lo que está pensando —dijo Jane—. Sé que ha venido aquí a decirnos que la Unión Colonial no tiene naves ni soldados para defendernos. Sé que usted sabe que hay naves y soldados para nuestra defensa, pero que han sido asignados a roles que le parecen redundantes y no esenciales. Sé que se supone que debe ofreceros una mentira convincente al respecto. Por eso ha venido, para darle a la mentira un toque personal. Y sé que le disgusta que le hayan obligado a hacerlo, pero le disgusta aún más haber accedido.
Rybicki miró a Jane boquiabierto. Lo mismo hice yo.
—Sé que piensa que la Unión Colonial está actuando de manera estúpida al sacrificar Roanoke ante el Cónclave. Sé que sabe que se planea utilizar nuestra pérdida para reclutar soldados entre las colonias. Sé que piensa que reclutar soldados entre las colonias las hará más vulnerables a los ataques, no menos, porque ahora el Cónclave tendrá motivos para atacar a poblaciones civiles con el fin de reducir el número de soldados potenciales. Sé que usted considera esto el final de la Unión Colonial. Sé que piensa que la Unión Colonial perderá. Sé que teme por mí y por John, por esta colonia, por usted mismo y por toda la humanidad. Sé que cree que no hay salida.
Rybicki permaneció en silencio durante un largo instante.
—Parece que sabe mucho —dijo por fin.
—Sé suficiente —contestó Jane—. Pero ahora necesitamos que nos lo diga usted.
Rybicki me miró a mí y luego a Jane. Se agitó, incómodo.
—¿Qué puedo decir que ya no sepan? —dijo—. La Unión Colonial no tiene nada para ustedes. Intenté que les dieran algo, cualquier cosa —miró a Jane para ver si reconocía la verdad de eso, pero ella tan sólo lo siguió mirando, impasible—, pero han tomado la decisión de defender las colonias más desarrolladas. Me dijeron que era un uso más estratégico de nuestra fuerza militar. No estoy de acuerdo, pero no es un argumento indefendible. Roanoke no es la única colonia reciente que queda expuesta.
—Sólo somos la colonia que saben que será el objetivo —dije.
—Se supone que debo ofrecerles una historia razonable sobre la falta de defensas. Lo que se acordó fue que les dijera que enviar ayuda habiendo utilizado mensajes en una clave poco segura pondría a nuestras naves y soldados en peligro. Eso tiene la ventaja de ser posiblemente cierto —miró bruscamente a Jane—, pero sobre todo es una tapadera. No he venido sólo a darle el toque convincente. He venido porque me sentía obligado a decírselo cara a cara.
—No sé qué opinar ante el hecho de que se sienta más cómodo mintiéndonos de cerca que de lejos —dije.
Rybicki sonrió amargamente.
—En retrospectiva, no parece haber sido una de mis mejores decisiones —se volvió hacia Jane—. Sigo queriendo saber cómo sabe todo esto.
—Tengo mis fuentes —respondió Jane—. Y nos ha contado usted lo que necesitamos saber. La Unión Colonial se desentiende de nosotros.
—No fue decisión mía —dijo Rybicki—. Yo no creo que sea lo correcto.
—Lo sé —contestó Jane—. Pero en este punto realmente no importa.
Rybicki me miró en busca de comprensión. No la obtuvo.
—¿Qué piensan hacer ahora? —preguntó.
—No podemos decírselo —respondió Jane.
—Porque no se fían de mí.
—Porque la misma fuente que me permite saber qué está pensando permitirá que alguien más sepa lo que estamos planeando —dijo Jane—. No podemos arriesgarnos.
—Pero están planeando algo —dijo Rybicki—. Usaron una clave inútil para enviarnos un mensaje. Querían que fuera leído. Están intentando atraer a alguien.
—Es hora de que se marche, general —dijo Jane.
Rybicki parpadeó, poco acostumbrado a ser despedido. Se levantó y se dirigió a la puerta. Se volvió hacia nosotros al llegar a ella.
—Sea lo que sea lo que están haciendo, espero que funcione —dijo—. No sé qué pasará si consiguen salvar esta colonia. Pero seguro que algo mejor que si no lo consiguen.
Se marchó. Yo me volví hacia Jane.
—Tienes que decirme cómo lo has hecho —dije—. Cómo has conseguido esa información. No la habías compartido conmigo antes.
—Antes no la tenía —respondió ella, tocándose la sien—. Me dijiste que el general Szilard dijo que me había dado la gama completa de funciones de mando. Una de esas funciones de mando, al menos en las Fuerzas Especiales, es la capacidad para leer mentes.
—¿Cómo dices?
—Piénsalo. Cuando tienes un CerebroAmigo, aprende a leer tus pensamientos. Así es como funciona. Usarlo para leer las mentes de otros es sólo un tema de software. Los generales de las Fuerzas Especiales tienen acceso a los pensamientos de sus soldados, aunque Szilard me dijo que la mayor parte de las veces no es muy útil, ya que la gente piensa en tonterías. Esta vez, nos vino de perlas.
—Así que a todo el que tenga un CerebroAmigo se le pueden leer los pensamientos —dije.
Jane asintió.
—Y ahora ya sabes por qué no pude ir contigo a la Estación Fénix. No quería que descubrieran nada por mi culpa.
Señalé la puerta por la que acababa de salir Rybicki.
—Se lo has revelado a él —dije.
—No. No sabe que he sido ampliada. Sólo se está preguntando qué miembro de su personal filtró la información y cómo llegó hasta mí.
—Todavía estás leyendo su mente.
—No he dejado de hacerlo desde que aterrizó —dijo Jane—. Y no pararé hasta que se haya ido.
—¿Qué está pensando ahora?
—Sigue pensando cómo obtuve esa información. Y está pensando en nosotros. Espera que tengamos éxito. Esa parte no era mentira.
—¿Cree que lo conseguiremos? —pregunté.
—Por supuesto que no.
* * *
Las torretas de rayos enfocaron los misiles y dispararon, pero había demasiados para concentrarse en todos. Las torretas estallaron en una serie de explosiones que lanzaron restos por los campos donde estaban emplazadas, a cierta distancia de Croatoan.
—Estoy recibiendo un mensaje —nos dijo Jane a Trujillo y a mí—. Es una orden para que dejemos de luchar y nos preparemos para un desembarco —hizo una pausa—. Me dicen que cualquier resistencia causará un bombardeo que arrasará por completo la colonia. Me piden que reconozca el mensaje. Si no lo hago dentro de un minuto será interpretado como un desafío y tendrá lugar el bombardeo.
—¿Qué piensas tú? —le pregunté a Jane.
—No vamos a estar más preparados de lo que lo estamos ahora en otro momento —dijo Jane.
—¿Manfred?
—Estamos preparados —respondió él—. Y espero por Dios que esto funcione.
—¿Kranjic? ¿Beata?
Me volví hacia donde se hallaban los dos, completamente ataviados con sus equipos de reporteros. Beata asintió; Kranjic hizo un gesto con el pulgar.
—Diles que reconocemos su mensaje y que cesamos el fuego —le dije a Jane—. Dile que esperamos su llegada para discutir los términos de rendición.
—Hecho —respondió Jane, un momento después.
Me volví hacia Savitri, que estaba junto a Beata.
—Te toca.
—Magnífico —dijo Savitri, con un tono de voz completamente falto de convicción.
—Lo harás bien.
—Creo que voy a vomitar —dijo Savitri.
—Me temo que dejé el cubo en la oficina.
—Entonces vomitaré en tus botas.
—En serio —dije—, ¿estás preparada para hacer esto, Savitri?
Ella asintió.
—Estoy preparada. Hagámoslo.
Todos fuimos a nuestros puestos.
Poco después una luz en el cielo se convirtió en dos transportes de tropas. Los transportes revolotearon sobre Croatoan durante un ratito antes de aterrizar a un kilómetro de distancia en un campo sin sembrar. En realidad el campo había sido sembrado: habíamos sembrado bajo los primeros retoños. Contábamos con el transporte de tropas: esperábamos convencerlos de que aterrizaran en un punto concreto haciéndolo más atractivo que otros sitios. Funcionó. Me imaginé a Jane sonriendo sombría. Jane se habría puesto alerta si hubiera aterrizado en un campo agrícola que no tuviera plantas asomando, pero ése fue uno de los motivos por los que lo hicimos; también a mí me habría parecido sospechoso, cuando lideraba tropas. La competencia militar básica iba a contar aquí, y ésta era nuestra primera pista sobre qué tipo de lucha teníamos entre manos.
Cogí mis binoculares y eché un vistazo; los transportes se habían abierto y los soldados salían de las bodegas. Eran compactos, moteados y de piel gruesa: arrisianos todos ellos, como su líder. Ésa era otra de las diferencias entre esta flota invasora y la del general Gau, que repartía la responsabilidad de sus incursiones entre todo el Cónclave. Eser reservaba la gloria de este ataque para su propia gente.
Los soldados formaron en pelotones: tres pelotones de treinta o treinta y cinco soldados cada uno. Un centenar más o menos en total. Eser se sentía claramente envalentonado. Pero claro, los cien soldados en tierra eran una ilusión: sin duda Eser tenía unos cuantos centenares más en su nave, por no mencionar que la nave misma era capaz de arrasar la colonia desde la órbita. En el terreno o desde arriba, Eser tenía potencia de fuego más que suficiente para matarnos varias veces. La mayoría de los soldados arrisianos llevaban el rifle automático arrisiano estándar, un lanzabalas conocido por su velocidad y precisión. Y alta potencia de disparo. Dos soldados en cada pelotón llevaban lanzadores de misiles montados sobre el hombro; dado el despliegue, parecía que aquello iba a ser una exhibición más que otra cosa. No había armas de rayos ni lanzallamas que yo pudiera ver.
Entonces llegó Eser, flanqueado por una guardia de honor. Iba vestido con uniforme arrisiano, resultaba un poco extravagante porque nunca había sido militar, pero supongo que cuando se intenta hacer de general en una misión militar es mejor vestirse para el papel. Los miembros de Eser eran más gruesos y los mechones de fibra alrededor de sus tallos oculares eran más oscuros que los de sus soldados: era más viejo y estaba menos en forma que los que le servían. Pero por las pocas emociones que yo era capaz de leer en su rostro alienígena, parecía bastante contento consigo mismo. Se plantó delante de sus soldados, gesticulando, como si estuviera haciendo un discurso.
Gilipollas. Sólo estaba a un kilómetro de distancia, inmóvil en terreno llano. Si Jane o yo tuviéramos el rifle adecuado, podríamos haberle volado limpiamente la cabeza. Luego podríamos haber muerto, porque sus soldados y su nave habrían arrasado la colonia. Pero habría sido divertido mientras durara. Fue una lástima: no teníamos el tipo de rifle adecuado y, de todas formas, no importaba lo que sucediera, queríamos a Eser vivo al final. Matarlo no entraba en las reglas. Lástima.
Mientras Eser hablaba su guardia escrutaba activamente el entorno, buscando amenazas. Esperé que Jane, en su posición, estuviera tomando nota de eso: no todo el mundo en aquella pequeña aventura era completamente incompetente. Deseé tristemente poder decírselo, pero guardábamos silencio total: no queríamos revelar el juego antes de que hubiera empezado.
Eser por fin dejó de hablar y toda la compañía de soldados empezó a avanzar por el camino que conectaba la granja con Croatoan. Un escuadrón de soldados abría la marcha, buscando amenazas y movimiento; los demás avanzaron en formación pero sin disciplina. Nadie esperaba mucha resistencia.
Tampoco encontrarían ninguna en el camino a Croatoan. Toda la colonia estaba despierta y era consciente de la invasión, naturalmente, pero les habíamos advertido a todos que se quedaran en sus refugios y no establecieran ningún tipo de contacto mientras los soldados se dirigían a Croatoan. Queríamos que representaran el papel de los colonos acobardados y asustados que se suponía que eran. Para algunos de ellos, no iba a ser ningún problema; pero, a otros iba a costarles trabajo. A los del primer grupo los queríamos mantener tan a salvo como fuera posible; a los del segundo, queríamos contenerlos. Les dimos tareas para después, si había un después.
Sin duda la avanzadilla escaneaba las inmediaciones con sensores infrarrojos y caloríficos, a la espera de algún ataque. Lo único que pudieron encontrar fue a los colonos en las ventanas, mirando la oscuridad mientras los soldados marchaban. Pude ver con mis binoculares que al menos un par de colonos salían a sus porches a ver a los soldados. Menonitas. Eran pacifistas, pero desde luego no les asustaba nada.
Croatoan seguía igual que cuando se fundó: era un modelo contemporáneo del campamento de las legiones romanas, todavía rodeado de dos grupos de contenedores de carga. La mayoría de los colonos hacía tiempo que la habían abandonado para irse a vivir a casas o granjas propias, pero unas cuantas personas seguían viviendo allí, incluyéndonos a Jane, a Zoë y a mí, y donde antes había tiendas ahora había varios edificios permanentes. La zona recreativa del centro del campamento todavía permanecía, atravesada por un carril que conducía al edificio de administración. En el centro de la zona recreativa se hallaba Savitri, sola. Sería la primera humana que vieran Eser y los soldados arrisianos; y con suerte, la única.
Yo podía ver a Savitri desde donde me encontraba. La mañana no era fría, pero apreciaba claramente que ella estaba temblando.
El primero de los soldados arrisianos llegó al perímetro de Croatoan y dio el alto, mientras examinaban las inmediaciones para asegurarse de que no se dirigían a una trampa. Tardaron varios minutos, pero al final comprobaron que no había nada que pudiera hacerles daño. Reiniciaron la marcha y los soldados avanzaron hacia la zona recreativa, observando con cautela a Savitri, que permanecía allí de pie, silenciosa y temblando ahora sólo un poco. En unos instantes todos los soldados estuvieron dentro de los límites formados por contenedores de Croatoan.
Eser se abrió paso entre las filas con su guardia y se plantó ante Savitri. Pidió un aparato traductor.
—Soy Nerbros Eser —dijo.
—Yo soy Savitri Guntupalli —dijo Savitri.
—¿Eres el líder de esta colonia? —dijo Eser.
—No —respondió Savitri.
Los tallos oculares de Eser se sacudieron.
—¿Dónde están los líderes de esta colonia? —preguntó.
—Están ocupados —dijo Savitri—. Por eso me han enviado a hablar con usted.
—¿Y quién eres tú?
—Soy la secretaria.
Los tallos oculares de Eser se extendieron furiosos y casi chocaron entre sí.
—Puedo arrasar toda esta colonia, y su líder me envía a su secretaria a recibirme —dijo. Obviamente, cualquier gesto de magnanimidad que Eser hubiera considerado tener tras su victoria acababa de esfumarse.
—Bueno, me dieron un mensaje para usted —dijo Savitri.
—¿Eso han hecho?
—Sí. Me dijeron que le dijera que si usted y sus soldados estaban dispuestos a volver a sus naves y marcharse por donde han venido, los dejaremos vivir.
Eser abrió mucho los ojos y luego emitió un agudo chirrido, el ruido con el que los arrisianos expresaban la diversión. La mayoría de sus soldados chirriaron con él; fue como una convención de abejas furiosas. Entonces dejó de chirriar y se plantó justo delante de Savitri, quien, como la estrella que es, ni siquiera parpadeó.
—Planeaba dejar con vida a la mayoría de sus colonos —dijo Eser—. Iba a hacer ejecutar a los líderes de esta colonia por crímenes contra el Cónclave, puesto que ayudaron a la Unión Colonial a tender una emboscada a nuestra flota. Pero iba a salvar a sus colonos. Sus palabras me animan a cambiar de opinión respecto a eso.
—¿Eso es un no? —dijo Savitri, mirando directamente a sus tallos oculares.
Eser dio un paso atrás y se volvió hacia uno de sus guardias.
—Mátala —dijo—. Luego, poneos a trabajar.
El guardia alzó su arma, apuntó al torso de Savitri y pulsó el panel del gatillo de su rifle.
El rifle explotó, estallando verticalmente en el plano perpendicular a su mecanismo de fuego y enviando una onda plana vertical de energía directamente hacia arriba. Los tallos oculares del guardia intersectaron ese plano y fueron cercenados; cayó gritando de dolor, agarrando lo que quedaba de sus tallos.
Eser miró de nuevo a Savitri, confuso.
—Tendrían que haberse marchado cuando tuvieron la oportunidad —dijo Savitri.
Hubo un estampido cuando Jane abrió de una patada la puerta del edificio de administración, el traje de nanomalla que ocultaba el calor de su cuerpo cubierto por una armadura policial estándar del Departamento de Colonización, igual que los otros miembros de nuestro pequeño escuadrón. En los brazos llevaba algo que no era un artículo estándar del Departamento de Colonización: un lanzallamas.
Jane indicó a Savitri que se apartara. Savitri no necesitó que se lo dijeran dos veces. De delante de Jane llegó el sonido de gritos arrisianos, mientras los asustados soldados trataban de dispararle sólo para ver cómo sus rifles explotaban violentamente en sus brazos. Jane se dirigió hacia los soldados, que habían empezado a retroceder de temor, y los roció con fuego.
* * *
—¿Qué es esto? —le pregunté a Zoë cuando nos llevó a la lanzadera para ver eso que quería enseñarnos. Fuera lo que fuese, tenía el tamaño de una cría de elefante. Hickory y Dickory estaban a su lado; Jane se acercó y empezó a examinar el panel de control de su costado.
—Es mi regalo a la colonia —dijo Zoë—. Un campo extractor.
—¿Un tractor? —dije yo.
—No, extractor. Con e-equis.
—¿Qué hace?
Zoë se volvió hacia Hickory.
—Díselo.
—El campo extractor canaliza la energía cinética —dijo Hickory—. Redirige la energía hacia arriba o hacia cualquier otra dirección que el usuario elija y usa la energía redirigida para alimentar el campo mismo. El usuario puede definir a qué nivel se redirige la energía, dentro de una gama de parámetros.
—Tienes que explicarme estas cosas como si fuera idiota —dije—. Porque está claro que lo soy.
—Para las balas —dijo Jane, todavía mirando el panel.
—¿Cómo dices?
—Esta cosa genera un campo que extrae la energía de cualquier objeto que se mueva por encima de cierta velocidad dada —dijo Jane. Miró a Hickory—. Es así, ¿verdad?
—La velocidad es uno de los parámetros que puede definir el usuario —contestó Hickory—. Otros parámetros pueden incluir estallidos energéticos en un tiempo o temperatura especificados.
—Así que si lo programamos para detener balas o granadas, lo hará —dije yo.
—Sí —contestó Hickory—. Aunque funciona mejor con objetos físicos que energéticos.
—Funciona mejor con balas que con rayos —dije yo.
—Sí.
—Cuando definimos los niveles de potencia, todo lo que esté debajo de ese nivel de potencia conserva su energía —dijo Jane—. Podíamos sintonizarlo para detener una bala y dejar volar una flecha.
—Si la energía de la flecha está por debajo del umbral que defina, sí —dijo Hickory.
—Esto tiene posibilidades —dije yo.
—Ya te dije que te gustaría —respondió Zoë.
—Es el mejor regalo que me has hecho jamás, cariño —dije. Zoë sonrió.
—Deberían saber que este campo es de duración muy limitada —dijo Hickory—. La fuente de energía aquí es pequeña y sólo durará unos pocos minutos, dependiendo del tamaño del campo que generen.
—Si lo usamos para cubrir Croatoan, ¿cuánto duraría? —pregunté.
—Unos siete minutos —dijo Jane. Lo había calculado en el panel de control.
—Verdaderas posibilidades —dije. Me volví hacia Zoë—. ¿Cómo conseguiste que los obin nos dieran esto?
—Primero razoné, luego comercié, después supliqué. Y al final tuve un berrinche.
—¿Un berrinche, dices?
—No me mires así —dijo Zoë—. Los obin son increíblemente sensibles a mis emociones. Lo sabes. Y la idea de que todas las personas que quiero y me importan estén a punto de morir es algo que puede ponerme emotiva muy fácilmente. Y eso sumado a todos los demás argumentos que esgrimí, funcionó. Así que no me des la lata con eso, papá nonagenario. Mientras Hickory y Dickory y yo estábamos con el general Gau, otros obin nos consiguieron esto.
Miré a Hickory.
—Creí que habías dicho que no se os permitía ayudarnos, por vuestro tratado con la Unión Colonial.
—Lamento decir que Zoë ha cometido un pequeño error en su explicación —dijo Hickory—. El campo extractor no es tecnología nuestra. Es demasiado avanzado para eso. Es consu.
Jane y yo nos miramos. La tecnología consu estaba generalmente muy por encima de la tecnología de las demás especies, incluyendo la nuestra, y los consu nunca se desprendían a la ligera de ninguna tecnología que poseyeran.
—¿Los consu os dieron esto? —pregunté.
—Se lo han dado a ustedes, de hecho —respondió Hickory.
—¿Y cómo sabían lo nuestro?
—En un encuentro con algunos de nuestros compañeros obin, salió el tema en una conversación. Los consu se sintieron conmovidos y decidieron ofrecerles de manera espontánea este regalo.
Recordé una vez, no mucho después de conocer a Jane, en que ella y yo tuvimos que hacer a los consu algunas preguntas. El coste de responder a esas preguntas fue un soldado de las Fuerzas Especiales muerto y tres mutilados. Me costó trabajo imaginar la «conversación» que llevó a los consu a desprenderse de un artilugio tecnológico como aquel.
—Así que los obin no tenéis nada que ver con este regalo —dije.
—Aparte de transportarlo hasta aquí a petición de su hija, no —dijo Hickory.
—Debemos darle las gracias a los consu.
—No creo que esperen ningún agradecimiento.
—Hickory, ¿me has mentido alguna vez? —pregunté.
—No creo que pueda usted decir que yo o ningún otro obin le hayamos mentido nunca —dijo Hickory.
—No —contesté—. Yo tampoco lo creo.
* * *
En la retaguardia de la columna arrisiana, los soldados se retiraban como podían, de vuelta hacia la puerta de la colonia, donde esperaba Manfred Trujillo, sentado a los controles de un camión de carga que habíamos vaciado y retocado para lograr más aceleración. El camión había estado esperando en un campo cercano, en silencio y con Trujillo oculto hasta que los soldados entraron por completo en Croatoan. Entonces puso en marcha las baterías del vehículo y lentamente avanzó por el camino, esperando los gritos que serían la señal para acelerar.
Cuando Trujillo vio las columnas de humo del lanzallamas de Jane, aceleró hacia la puerta de Croatoan. Al atravesarla, conectó los faros, aturdiendo a un trío de soldados arrisianos e inmovilizándolos. Estos soldados fueron los primeros en comprobar la capacidad mortífera del enorme camión a toda carrera; más de otra docena los siguieron mientras Trujillo se abría paso entre sus filas. Trujillo giró a la izquierda en la calle que pasaba ante la plaza, arrollando a dos soldados más, y se preparó para dar otra pasada.
Cuando el camión de Trujillo atravesó las puertas de Croatoan, Hickory pulsó el botón para cerrarlas y luego Dickory y él sacaron un par de cuchillos enormemente largos y se prepararon para recibir a los soldados arrisianos que tuvieran la desgracia de toparse con ellos. Los soldados estaban completamente consternados por el hecho de que lo que debería haber sido un paseo militar se hubiera convertido en una masacre (la suya), pero por desgracia para ellos tanto Hickory como Dickory estaban en plena posesión de sus facultades, eran buenos con los cuchillos y habían desconectado sus implantes emocionales para poder matar con eficacia.
A esas alturas Jane había empezado también con los cuchillos, después de haber agotado el combustible de su lanzallamas repartiéndolo entre casi un pelotón de soldados arrisianos. Jane eliminó a algunos de los soldados más horriblemente carbonizados y luego dirigió su atención a aquellos que estaban todavía en pie o, más concretamente, corriendo. Corrían rápido, pero Jane, modificada como estaba, corría más. Había investigado sobre los arrisianos, sus armamentos, sus armaduras y sus debilidades. Resulta que la armadura corporal de los soldados arrisianos era vulnerable por las juntas de los costados: un cuchillo lo bastante fino podía introducirse y cortar una de las principales arterias que corrían lateralmente por el cuerpo arrisiano. Vi cómo Jane explotaba ese conocimiento, extendía la mano para agarrar a un soldado que huía, tiraba de él hacia atrás, le clavaba el cuchillo en el costado y lo dejaba desangrándose mientras corría tras el siguiente soldado, sin romper el ritmo.
Me asombró mi esposa. Y comprendí por qué el general Szilard no había pedido disculpas por lo que le había hecho. Su fuerza, velocidad y falta de piedad iban a salvarnos como colonia.
Tras Jane un cuarteto de soldados arrisianos se había calmado lo suficiente para empezar a pensar de manera táctica otra vez y había empezado a acercarse a ella, abandonadas las armas de fuego y los cuchillos preparados. Ahí es donde intervine yo, apostado en lo alto de una pista interior de los contenedores de carga: era el apoyo aéreo. Saqué mi arco, coloqué una flecha y alcancé en el cuello al primero de los soldados; no tuvo mucho mérito porque apuntaba al que tenía detrás. El soldado manoteó ante la flecha antes de caer hacia delante; los otros tres echaron a correr pero no antes de que yo alcanzara a uno en el pie, aunque le había apuntado a la cabeza. Cayó con un chirrido. Jane se volvió al oír el sonido, y luego avanzó para enfrentarse con él.
Busqué a los otros dos entre los edificios pero no los vi, y entonces oí un clang. Cuando miré hacia abajo vi que uno de los soldados subía a uno de los contenedores, y el cubo de basura al que se había aupado resonaba en el suelo. Cargué otra flecha y le disparé; la flecha le pasó por delante. Estaba claro que el arco no estaba hecho para ser mi arma. No había tiempo de colocar otra flecha: el soldado había subido ya al contenedor y se me acercaba, con el cuchillo en la mano y gritando algo. Tuve la impresión de que yo había matado a alguien a quien él quería realmente. Eché mano a mi propio cuchillo y, mientras lo hacía, el arrisiano atacó, cubriendo la distancia entre nosotros en un tiempo sorprendentemente breve. Caí. Mi cuchillo salió volando.
Rodé con el arrisiano y le di una patada para soltarme, me escabullí hacia un lado y lo esquivé. Saltó sobre mí al instante, y me apuñaló en el hombro, donde encontró la armadura policial. Trató de apuñalarme de nuevo. Yo agarré uno de sus tallos oculares y tiré con fuerza. Él se apartó, chillando y agarrándose el tallo, retrocediendo hacia el filo del contenedor. Mi cuchillo y mi arco estaban demasiado lejos para cogerlos. «A la mierda», pensé, y me lancé contra el arrisiano. Los dos caímos desde lo alto. Mientras lo hacíamos, lo agarré por el cuello con el brazo. Aterrizamos, yo estaba encima de él, y mi brazo le aplastó la laringe o lo que fuera el equivalente en su cuerpo. El brazo me dolía; dudé de que pudiera usarlo de manera productiva durante una temporada.
Me aparté del arrisiano muerto y levanté la cabeza. Una sombra se alzaba en lo alto del contenedor. Era Kranjic. Beata y él estaban usando cámaras para grabar la batalla.
—¿Está vivo? —preguntó.
—Eso parece.
—¿Podría hacerlo otra vez? —preguntó—. Me lo he perdido casi todo.
Le hice un gesto obsceno con el dedo. No podía verle la cara, pero sospeché que estaba sonriendo.
—Lánceme el arco y el cuchillo —dije.
Miré mi reloj. Teníamos otro minuto y medio antes de retirar el escudo. Kranjic me pasó mis armas, y yo recorrí las calles, tratando de eliminar soldados hasta que me quedara sin flechas, y luego quitarme de en medio antes que se acabara el tiempo.
Treinta segundos antes de que el escudo cayera, Hickory abrió las puertas de la aldea y Dickory y él se hicieron a un lado para dejar que los supervivientes del ataque se retiraran. La dos docenas aproximadas de soldados supervivientes no se pararon a preguntarse cómo se había abierto la puerta; salieron pitando hacia sus transportes estacionados a un kilómetro de distancia. El último de los soldados atravesó la puerta cuando retiramos el escudo. Eser y su guardia restante estaban entre ellos; el guardia empujaba hacia adelante a su protegido. Todavía tenía su rifle: la mayoría los habían dejado atrás, tras haber visto lo que les había sucedido a los que los habían utilizado en la aldea, asumiendo que ahora eran completamente inútiles. Cogí uno, mientras los perseguía. Jane recogió uno de los lanzamisiles. Kranjic y Beata saltaron desde los contenedores y nos siguieron. Kranjic se adelantó y se perdió en la oscuridad. Beata nos siguió a Jane y a mí.
Los soldados arrisianos hicieron dos suposiciones mientras se retiraban. La primera era que las balas no tenían ninguna utilidad en Roanoke. La segunda era que el terreno por el que se retiraban era el mismo que por el que habían llegado. Ambas suposiciones eran equivocadas, como descubrieron cuando las torretas de defensa automáticas del camino abrieron fuego sobre ellos, abatiéndolos en precisos estallidos controlados por Jane, quien marcaba electrónicamente cada blanco con su CerebroAmigo antes de que dispararan. Jane no quería alcanzar a Eser por accidente. Las torretas portátiles habían sido colocadas por los colonos después de que los arrisianos quedaran encerrados en Croatoan, tras sacarlas de los agujeros que habían excavado y luego cubierto. Jane había instruido implacablemente a los colonos que colocaron las torretas para que pudieran transportarlas en el espacio de pocos minutos. Funcionó: sólo una torreta fue inutilizable porque apuntaba en la dirección equivocada.
A esas alturas, los pocos soldados arrisianos que todavía tenían rifles empezaron a disparar por desesperación y parecieron sorprenderse cuando los rifles funcionaron: dos se tiraron al suelo y empezaron a disparar en nuestra dirección para dar tiempo a sus compatriotas de llegar a los transportes. Sentí una bala silbar al pasar; me tiré también al suelo. Jane volvió las torretas sobre aquellos dos soldados arrisianos y acabó con ellos en un periquete.
Poco después sólo quedaron Eser y su guardia, además de los pilotos de los dos transportes, que habían encendido ya sus motores y se preparaban para salir como alma que lleva el diablo. Jane preparó el misil montado sobre el hombro, nos advirtió que nos tiráramos al suelo (yo ya lo había hecho) y disparó su misil contra el transporte más cercano. El misil pasó de largo ante Eser y su guardia, haciendo que ambos se arrojaran al suelo, y se estampó contra la bodega del transporte, bañando el interior de la lanzadera de llamas explosivas. El segundo piloto decidió que había tenido suficiente y despegó. Se alzó cincuenta metros antes de que su transporte fuera alcanzado no por uno, sino por dos misiles, disparados por Hickory y Dickory, respectivamente. Los impactos aplastaron los motores del transporte y lo hicieron caer al bosque, donde derribó los árboles produciendo un terrible sonido de madera rota antes de estrellarse con un rugido fuera de la vista.
El guardia de Eser mantuvo a su protegido en el suelo y se agachó, disparando en un intento de llevarse a unos cuantos de nosotros por delante cuando se fuera.
Jane me miró.
—¿Ese rifle tiene munición? —preguntó.
—Eso espero.
Ella soltó el cohete de su hombro.
—Haz suficiente ruido para mantenerlo agachado —dijo—. Pero no le dispares.
—¿Qué vas a hacer? —pregunté.
Ella se quitó la armadura policial, revelando la ajustada nano-malla negra sin brillos de debajo.
—Acercarme —dijo, y se puso en movimiento. Rápidamente se volvió casi invisible en la oscuridad. Disparé a intervalos aleatorios y permanecí agachado. El guardia no me alcanzaba, pero por cuestión de centímetros.
Hubo un gruñido de sorpresa en la distancia y luego un chirrido más agudo, que terminó muy pronto.
—Todo despejado —dijo Jane.
Me incorporé y me dirigí hacia ella. Se alzaba sobre el cadáver del guardia, con la antigua arma del guardia en la mano, apuntando a Eser, que yacía en el suelo.
—Está desarmado —dijo, y me pasó el aparato traductor que al parecer le había quitado—. Toma. Habla tú con él.
Cogí el aparato y me agaché.
—Hola —dije.
—Van a morir todos —dijo Eser—. Tengo una nave ahí arriba. Tiene más soldados. Bajarán y les darán caza a todos. Y luego mi nave arrasará esta colonia hasta convertirla en polvo.
—No me diga.
—Sí.
—Veo que tendré que ser yo quien se lo aclare, entonces —dije—. Su nave ya no está allí.
—Miente.
—No, de verdad —dije—. La cosa es que cuando destruyeron nuestro satélite con su nave, eso implicó que el satélite no pudiera enviar una señal a la sonda de salto que teníamos ahí fuera. Esa sonda estaba programada para saltar sólo si no percibía una señal. Donde fue, había algunos misiles de salto a la espera. Esos misiles saltaron al espacio de Roanoke, encontraron su nave y la destruyeron.
—¿De dónde salieron los misiles? —exigió Eser.
—Es difícil de decir. Los misiles eran de fabricación nouri. Y ya conoce a los nouri. Venden a cualquiera.
Eser permaneció allí sentado, rumiando.
—No le creo —dijo por fin.
Me volví hacia Jane.
—No me cree.
Jane me entregó algo.
—Es su comunicador —dijo.
Se lo pasé.
—Llame a su nave.
Varios minutos y varios chirridos muy furiosos más tarde, Eser arrojó su comunicador al suelo.
—¿Por qué no me han matado? —preguntó—. Han matado a todos los demás.
—Le dijeron que si se marchaban, todos sus soldados vivirían.
—Me lo dijo su secretaria.
—La verdad es que ni siquiera es ya mi secretaria.
—Responda a mi pregunta —dijo Eser.
—Para nosotros tiene más valor vivo que muerto —contesté—. Hay alguien muy interesado en mantenerlo con vida. Y creemos que entregárselo en este estado nos resultaría útil.
—El general Gau —dijo Eser.
—Eso es. No sé qué ha planeado Gau para usted, pero después de un intento de asesinato y una jugada para apoderarse del Cónclave, no creo que sea nada agradable.
—Tal vez nosotros… —empezó a decir Eser.
—Finjamos que no vamos a tener esa conversación —dije—. No pase de planear matar a todo el mundo en el planeta a hacer un trato conmigo.
—El general Gau lo hizo —dijo Eser.
—Muy bien —dije—. La diferencia es que no creo que pensara usted respetar a ninguno de mis colonos, mientras que Gau se tomó la molestia de asegurar que podían ser salvados. Eso cuenta. Bien. Lo que va a pasar ahora es que le voy a entregar este aparatito traductor a mi esposa aquí presente, y ella le dirá lo que tiene que hacer. Va a escucharla, porque si no lo hace, no lo matará, pero probablemente deseará que lo haga. ¿Entiende?
—Entiendo.
—Bien —dije, y me levanté para entregarle el traductor a Jane—. Mételo en esa bodega que usamos como cárcel.
—Ya lo había decidido.
—¿Todavía tenemos la sonda preparada para enviarle un mensaje al general Gau? —pregunté.
—Sí. La enviaré en cuanto enchirone a Eser. ¿Qué queremos decirle a la Unión Colonial?
—No tengo ni la menor idea. Supongo que cuando no reciban ninguna sonda de salto en un par de días se darán cuenta de que ha pasado algo. Y luego les fastidiará que todavía sigamos aquí. Me muero de ganas de que llegue el momento de decirles que se jodan.
—Eso no es un plan serio —dijo Jane.
—Lo sé, pero es lo que tengo en este momento. Por lo demás, joooder. Lo conseguimos.
—Lo conseguimos porque nuestro enemigo era arrogante e incompetente.
—Lo conseguimos porque te teníamos a ti —dije yo—. Tú lo planeaste. Tú lo llevaste a la práctica. Tú lo hiciste funcionar. Y por mucho que odio decírtelo, que seas una soldado de las Fuerzas Especiales plenamente operativa marcó la diferencia.
—Lo sé —dijo Jane—. Pero no estoy preparada para admitirlo todavía.
A lo lejos oímos llorar a alguien.
—Parece Beata —dijo Jane. Eché a correr hacia el lugar de donde venía el llanto, dejando a Jane con Eser. La encontré unos doscientos metros más adelante, agachada junto a alguien.
Era Kranjic. Dos balas arrisianas lo habían alcanzado, en la clavícula y en el pecho. La sangre empapaba el suelo.
—Estúpido hijo de puta —dijo Beata, sosteniendo la cabeza de Kranjic—. Siempre tenías que perseguir una historia.
Se inclinó para besarle la frente y cerrarle los ojos.