Capítulo 13

A excepción de la propia Roanoke, la colonia de Everest era la más joven de las colonias humanas, fundada justo antes de que el Cónclave lanzara su advertencia a las otras razas de que no siguieran colonizando. Como Roanoke, las defensas de Everest eran modestas: un par de satélites defensivos y seis torretas de rayos, tres por cada uno de los dos asentamientos, y un crucero de las FDC en rotación. Cuando Everest fue atacada, era la Des Moines la que estaba estacionada sobre los asentamientos. Una buena nave y una buena tripulación, pero la Des Moines no fue suficiente para contrarrestar las seis naves arrisianas que saltaron con atrevida precisión al espacio de Everest, disparando misiles a la Des Moines y los satélites defensivos nada más llegar. La Des Moines perdió el control e inició la larga caída hacia la superficie de Everest; los satélites defensivos fueron convertidos en basura flotante.

Las defensas del planeta se desmoronaron, las naves arrisianas se tomaron su tiempo en aniquilar las colonias de Everest desde la órbita, y finalmente desplegaron una compañía para acabar con los colonos dispersos que quedaban. En total, murieron cinco mil ochocientos colonos. Los arrisianos no dejaron colonos ni guarnición, ni reclamaron el planeta. Simplemente, erradicaron la presencia humana allí.

Erie no era Everest: era uno de los mundos humanos más antiguos y más densamente poblados, con una red de defensa planetaria y una presencia permanente de las FDC que haría imposible que nadie, salvo las razas más locamente ambiciosas, intentara apoderarse de él. Pero ni siquiera las redes de defensa planetarias pueden localizar todos los pedazos de hielo o roca que caen al pozo de gravedad. Varias docenas de esos supuestos pedazos cayeron a la atmósfera de Erie, sobre la ciudad de New Cork. Al caer, el calor generado por la fricción de la atmósfera fue canalizado y concentrado, dando fuerza a los compactos láseres químicos ocultos dentro de la roca.

Varios de los rayos alcanzaron fábricas estratégicas de New Cork, relacionadas con los sistemas armamentísticos de las FDC. Varios más parecieron golpear al azar, arrasando casas, escuelas y mercados, y matando a miles de personas. Agotados los rayos, los láseres ardieron en la atmósfera, sin dejar ninguna pista de quién los había enviado ni por qué.

Esto sucedió mientras Trujillo, Beata, Kranjic y yo regresábamos a Roanoke. No lo supimos en ese momento, por supuesto. No supimos nada de los ataques específicos que estaban teniendo lugar por toda la Unión Colonial, porque no nos llegaron las noticias, y porque estábamos concentrados en nuestra propia supervivencia.

* * *

—Nos habéis ofrecido la protección de los obin —le dije a Hickory, horas después de mi regreso a Roanoke—. Nos gustaría aceptar esa oferta.

—Hay complicaciones —dijo Hickory.

Miré a Jane, y luego otra vez a Hickory.

—Bueno, claro que las hay. No sería divertido sin complicaciones.

—Detecto sarcasmo —dijo Hickory, que, en cualquier caso, no tenía el más mínimo sentido del humor.

—Pido disculpas, Hickory —dije—. Llevo una mala semana y la cosa no mejora. Por favor, dime cuáles pueden ser esas complicaciones.

—Después de que usted se marchara, llegó una sonda de salto de Obinur y por fin pudimos comunicarnos con nuestro gobierno.

Nos han dicho que cuando la Magallanes desapareció, la Unión Colonial solicitó formalmente que los obin no interfirieran con la colonia de Roanoke, ni en abierto ni en cubierto.

—¿Se mencionó a Roanoke específicamente? —dijo Jane.

—Sí.

—¿Por qué? —pregunté yo.

—La Unión Colonial no lo explicó —dijo Hickory—. Suponemos que fue porque un intento obin de localizar el planeta podría haber perturbado el ataque de la Unión Colonial a la flota del Cónclave. Nuestro gobierno accedió a no interferir, pero advirtió que si Zoë sufría algún daño nos sentiríamos enormemente disgustados. La Unión Colonial aseguró a nuestro gobierno que Zoë estaba razonablemente a salvo. Y así era.

—El ataque de la Unión Colonial a la flota del Cónclave ya ha terminado —dije.

—El acuerdo no especificaba cuándo sería aceptable interferir —dijo Hickory, de nuevo sin el menor rastro de humor—. Seguimos atados a él.

—Así que no podéis hacer nada por nosotros —dijo Jane.

—Se nos ha encargado proteger a Zoë. Pero nos han hecho comprender que la definición de «protección» no va más allá.

—¿Y si Zoë os ordena proteger la colonia? —pregunté.

—Zoë puede ordenarnos a Dickory y a mí lo que desee. Pero es dudoso que su intercesión sea suficiente.

Me levanté de la mesa y me acerqué a la ventana para contemplar el cielo nocturno.

—¿Saben los obin que la Unión Colonial está siendo atacada?

—Lo sabemos —contestó Hickory—. Ha habido numerosos ataques desde la destrucción de la flota del Cónclave.

—Entonces sabéis que la Unión Colonial tendrá que decidir qué colonias necesita defender y cuáles sacrificar. Y que Roanoke es muy probable que entre en la segunda categoría.

—Lo sabemos.

—Pero seguiréis sin hacer nada para ayudarnos.

—No mientras Roanoke siga siendo parte de la Unión Colonial —dijo Hickory.

Jane reaccionó antes de que yo pudiera abrir la boca.

—Explica eso.

—Un Roanoke independiente requeriría una nueva respuesta por nuestra parte —dijo Hickory—. Si Roanoke se declara independiente de la Unión Colonial, los obin se sentirían obligados a ofrecer apoyo y ayuda provisional hasta que la Unión Colonial volviera a recuperar el planeta o bien aceptara su secesión.

—Pero os arriesgaríais a molestar a la Unión Colonial.

—La Unión Colonial tiene otras prioridades en este momento —dijo Hickory—. No consideramos que a la larga las repercusiones de ayudar a un Roanoke independiente sean significativas.

—Así que nos ayudaréis —dije—. Sólo queréis que nos declaremos independientes de la Unión Colonial primero.

—No les aconsejamos ni la secesión ni la permanencia. Simplemente señalamos que si se separan, les ayudaremos a defenderse.

Me volví hacia Jane.

—¿Qué opinas?

—Dudo de que la gente de esta colonia esté dispuesta a que declaremos su independencia —dijo ella.

—¿Y si la alternativa es la muerte?

—Algunos de ellos probablemente preferirían la muerte a la traición. O a estar aislados de modo permanente del resto de la humanidad.

—Vamos a preguntárselo —dije.

* * *

El ataque a la colonia de Wabash no implicó un gran despliegue: unos cuantos misiles para destruir las oficinas administrativas y los monumentos de la colonia, y una pequeña fuerza invasora de unos cuantos cientos de soldados bhav para saquear el lugar. Pero Wabash no era el objetivo. El objetivo eran los tres cruceros de las FDC que saltaron para defender la colonia. La sonda de salto que había alertado del ataque a las FDC detectó un crucero bhav y tres cañoneras más pequeñas, contingentes que podían ser manejados con facilidad por los tres cruceros. Lo que la sonda no pudo detectar es que, poco después de que saltaran del espacio wabash, seis cruceros bhav adicionales hicieron el salto, destruyeron al satélite que había lanzado las sondas y se preparó para una emboscada.

Los cruceros de la FDC entraron con cautela en el espacio wabash: a esas alturas estaba claro que la Unión Colonial estaba siendo atacada en su conjunto, y los comandantes de las FDC no eran estúpidos ni se precipitaban. Pero las probabilidades estuvieron en su contra desde que llegaron al espacio wabash. Los cruceros Augusta, Savannah y Portland de las FDC abatieron a tres cruceros bhav y a todas las cañoneras antes de ser derrotados y destruidos, esparciendo su metal, su aire y a sus tripulantes por el espacio que rodeaba al planeta. Se habían perdido tres cruceros de las FDC para defender a la Unión Colonial. El ataque también fue una señal de que cada nuevo incidente tendría que ser recibido con una fuerza abrumadora, lo que restringía enormemente el número de colonias que las FDC podrían defender. Las volubles prioridades volvieron a cambiar una vez más ante la nueva realidad de la guerra, y no a favor de la UC ni de Roanoke.

* * *

—Está usted chiflado —dijo Marie Black—. ¿Nos ataca ese Cónclave que pretende matarnos a todos, y su solución al problema es que nos quedemos solos, sin ninguna ayuda de la raza humana? Es una locura.

Las expresiones de todos los presentes en la mesa del Consejo me dijeron que Jane y yo estábamos solos en aquello, tal como ella sospechaba que sería. Incluso Manfred Trujillo, que conocía la situación mejor que nadie (y que una vez sugirió que la colonia se volviera montuna, recordé) se sorprendió ante la sugerencia de que declaráramos nuestra independencia. Esta era la línea dura original.

—No estaríamos solos —dije—. Los obin nos ayudarán si nos hacemos independientes.

—Eso me hace sentirme más segura —se burló Black—. Los alienígenas planean asesinarnos a todos, pero no se preocupe, tenemos a esas mascotas para ayudarnos. Es decir, hasta que decidan que estarán mejor si se pasan al bando de los otros alienígenas.

—Esa valoración de los obin no es muy exacta —dije.

—Pero la preocupación principal de los obin no es nuestra colonia —dijo Lee Chen—. Es su hija. Dios no quiera que le suceda nada a su hija, porque entonces, ¿qué será de nosotros? Los obin no tendrán ningún motivo para ayudarnos. Estaríamos aislados del resto de la Unión Colonial.

—Ya estamos aislados del resto de la Unión Colonial —dije yo—. Están atacando planetas de toda la Unión. Las FDC corren a responder. No somos una prioridad. No lo seremos. Ya hemos cumplido nuestra función.

—Respecto a eso, sólo tenemos su palabra —dijo Chen—. Ahora que tenemos acceso a nuestras PDA, recibimos noticias. En ningún lugar se dice nada de esto.

—Tienen mi palabra también —dijo Trujillo—. No estoy dispuesto a apoyar la independencia esta vez, pero Perry no miente. La Unión Colonial tiene sus prioridades ahora mismo, y nosotros decididamente no somos una de ellas.

—No quiero decir que lo que dicen sea mentira —respondió Chen—. Pero piense en lo que nos está pidiendo. Nos está pidiendo que lo arriesguemos todo, todo, en base a su palabra.

—Aunque accediéramos, ¿luego qué? —preguntó Lol Gerber, que había sustituido a Hiram Yoder en el Consejo—. Estaríamos aislados. Si la Unión Colonial sobrevive, tendríamos que enfrentarnos a ellos por nuestra rebelión. Si la Unión Colonial cae, seríamos todo lo que queda de la raza humana, y estaríamos a merced de otra gente para sobrevivir. ¿Cuánto tiempo iban a protegernos si todas las demás razas inteligentes exigieran nuestra cabeza? ¿Cómo iban los obin a arriesgar su propia supervivencia por nosotros? La Unión Colonial es la humanidad. Pertenecemos a ella, para bien o para mal.

—No es toda la humanidad —dije—. Está la Tierra.

—Que la Unión Colonial mantiene en un rincón —respondió Black—. No va a ayudarnos ahora.

Suspiré.

—Ya veo dónde va a parar todo esto —dije—. Solicité el voto del Consejo, y Jane y yo lo acataremos. Pero les suplico que lo piensen. No dejen que sus prejuicios hacia los obin —miré a Marie Black—, ni el patriotismo les cieguen frente al hecho de que ahora estamos en guerra, y de que estamos en primera línea… y de que no tenemos ningún apoyo de casa. Estamos solos. Tenemos que considerar qué hay que hacer para sobrevivir, porque nadie más va a cuidar de nosotros.

—Nunca lo había visto tan pesimista antes, Perry —dijo Marta Piro.

—Creo que las cosas nunca habían estado tan mal —dije—. Muy bien. Votemos.

Yo voté a favor de la secesión. Jane se abstuvo: teníamos costumbre de emitir sólo un voto entre los dos. Todos los demás miembros del Consejo votaron por seguir en la Unión Colonial.

Técnicamente hablando, el mío era el único voto que contaba. Por supuesto, técnicamente hablando, al votar por abandonar la Unión Colonial acababa de votar a favor de la traición. Así que tal vez todos los demás me estaban haciendo un favor.

—Somos una colonia —dije—. Todavía.

Todos sonrieron.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Marie Black.

—Lo estoy pensando —dije—. Créanme, lo estoy pensando.

* * *

Bonita era un planeta que hacía honor a su nombre, un sitio precioso con abundante vida salvaje, una vida con los componentes genéticos adecuados para que los humanos pudieran consumirla. Bonita había sido tomada quince años antes; era todavía una colonia joven, pero lo suficientemente establecida para tener su propia personalidad. La atacaron los dtrutz, una especie con más ambición que cerebro. Fue un encuentro que se saldó a favor de la Unión Colonial: los tres cruceros que orbitaban Bonita eliminaron sin esfuerzo a la fuerza invasora dtrutz, abatiendo a sus mal diseñadas naves durante el ataque inicial, y luego, con un poco más de diversión, combatiendo contra las naves dtrutz cuando éstas trataron de llegar a la distancia de salto antes de que los proyectiles trazadores las alcanzaran. Los dtrutz no tuvieron ningún éxito en su empresa.

Lo que hizo especial el ataque de los dtrutz no fue su total incompetencia, sino el hecho de que los dtrutz no eran una especie perteneciente al Cónclave; como la Unión Colonial, no estaban afiliados. Los dtrutz tenían la misma prohibición de colonizar que la UC. Atacaron de todas formas. Sabían, como lo sabía un número cada vez mayor de razas, que la Unión Colonial estaba enzarzada en una gran batalla con los miembros del Cónclave, y eso abría la posibilidad de quedarse con algunas de las colonias humanas menores mientras las FDC estuvieran ocupadas. La Unión Colonial estaba herida y desangrándose en el agua, y los peces pequeños subían desde las profundidades para dar un bocado.

* * *

—Venimos a por su hija —me dijo Hickory.

—¿Cómo dices? —pregunté. A pesar de todo, no pude resistir la urgencia de ofrecer una sonrisa.

—Nuestro gobierno ha determinado que es inevitable que Roanoke sea atacada y destruida.

—Cojonudo.

—Dickory y yo lamentamos esta eventualidad —dijo Hickory, inclinándose levemente hacia adelante para dar énfasis a sus palabras—. Y nuestra incapacidad para ayudarle a impedirlo.

—Bueno, gracias —dije, esperando no parecer demasiado falto de sinceridad.

Al parecer, no se notó.

—No se nos permite interferir ni ofrecer ayuda, pero hemos decidido que es aceptable apartar a Zoë del peligro —continuó Hickory—. Hemos solicitado una nave de transporte para ella y para nosotros: viene de camino. Queríamos hacerle saber esos planes porque ella es su hija, y porque también hemos conseguido permiso para transportarlo a usted y a Jane si lo desean.

—Así que los tres podremos escapar de este lío —dije. Hickory asintió—. ¿Y todos los demás?

—No tenemos permiso para acomodar a los demás.

—¿Pero no tener permiso significa que no podéis hacerlo? —pregunté—. Si Zoë quiere salvar a su mejor amiga Gretchen, ¿vais a decirle que no? ¿Y creéis que Zoë va a marcharse si Jane y yo nos quedamos?

—¿Piensan quedarse?

—Pues claro que sí.

—Morirán.

—Es posible, aunque estoy trabajando para evitarlo. De todas formas, Roanoke es nuestro hogar. No vamos a marcharnos, y sospecho que te va a costar trabajo convencer a Zoë para que se vaya sin nosotros, o sin sus amigos.

—Ella se marcharía si usted se lo dijera.

Sonreí, extendí la mano para teclear en la PDA que estaba sobre la mesa, y le envié un mensaje a Zoë para que se reuniera inmediatamente conmigo en mi despacho. Llegó unos minutos más tarde.

—Hickory y Dickory quieren que dejes Roanoke —dije.

—¿Vais a venir mamá y tú? —preguntó Zoë.

—No.

—Entonces a hacer puñetas —dijo, mirando directamente a Hickory mientras hablaba.

Hice un gesto de disculpa a Hickory.

—Te lo dije.

—No le ha dicho que se marche —dijo Hickory.

—Márchate, Zoë.

—Que te zurzan, papá nonagenario —dijo Zoë, sonriendo y al mismo tiempo mortalmente seria. Luego se volvió hacia los obin—. Y que os zurzan a vosotros dos también. Y ya que estamos en ello, que zurzan a lo que quiera que yo sea para los obin. Si queréis protegerme, proteged a la gente que quiero. Proteged a esta colonia.

—No podemos —dijo Hickory—. Nos lo han prohibido.

—Entonces tenéis un problema —dijo Zoë. Su sonrisa desapareció, y sus ojos echaron chispas—. Porque no voy a ir a ninguna parte. Y no hay nada que vosotros dos ni nadie pueda hacer para cambiar eso.

Y salió por la puerta.

—Es exactamente lo que me esperaba —dije.

—No hizo todo lo posible por convencerla —dijo Hickory.

Lo miré entornando los ojos.

—¿Estás sugiriendo que no fui sincero?

—Sí —respondió Hickory. Su expresión era aún más ilegible que de costumbre, pero no puedo imaginar que decir algo así le resultara fácil: la respuesta emocional probablemente causaría que su interfaz se cerrara pronto.

—Tienes razón —dije—. No he sido sincero.

—¿Pero por qué? —preguntó Hickory, y me sorprendió lo quejumbroso de su voz. Ahora estaba temblando—. Ha matado a su propia hija, y a la hija de Charles Boutin.

—No está muerta todavía —dije—. Ni nosotros tampoco. Ni esta colonia.

—Sabe que no podemos permitir que Zoë sufra ningún daño —dijo Dickory, rompiendo su acostumbrado silencio. Recordé que era el superior de los dos obin.

—¿Vais a volver al plan de matarnos a Jane y a mí para proteger a Zoë? —pregunté.

—Es de esperar que no —dijo Dickory.

—Qué respuesta tan deliciosamente ambigua.

—No es ambigua —dijo Hickory—. Ya conoce cuál es nuestra postura. Lo que debe ser.

—Y os pido que recordéis cuál es la mía. Os he dicho que en todo tipo de circunstancias debéis proteger a Zoë. Esa postura no ha cambiado.

—Pero la ha complicado sustancialmente —dijo Hickory—. La ha vuelto imposible.

—No lo creo. Dejadme que os haga una propuesta. Una nave va a llegar pronto. Os prometo que Zoë se marchará con vosotros en ella. Pero tenéis que prometerme que la llevaréis adonde os pida que lo hagáis.

—¿Adónde?

—No voy a decíroslo todavía.

—Eso hará difícil que estemos de acuerdo.

—Ésa es la pega —dije—. Pero os garantizo que la llevaréis a un sitio más seguro que éste. Bien. Aceptadlo y me aseguraré de que vaya con vosotros. No lo aceptéis, y tendréis que encontrar un modo de protegerla aquí, o matarnos a Jane y a mí intentando llevárosla. Ésas son vuestras opciones.

Hickory y Dickory se inclinaron hacia adelante y conversaron durante varios minutos, más tiempo del que los había visto conversar antes.

—Aceptamos su condición —dijo Hickory.

—Bien. Ahora todo lo que tengo que conseguir es que Zoë esté de acuerdo. Por no mencionar a Jane.

—¿Nos dirá ahora adónde vamos a llevar Zoë? —preguntó Hickory.

—A entregar un mensaje —respondí.

* * *

La Kristina Marie acababa de atracar en la Estación Jartún cuando su compartimento de motores se hizo pedazos, desintegrando la popa de la nave comercial e impulsando las tres cuartas partes de la proa de la nave directamente contra la estación, cuyo casco se combó y se quebró. El aire y el personal salieron despedidos por las líneas de fractura. En la zona del impacto, los mamparos estancos saltaron al espacio y fueron arrancados de sus anclajes por la masa inerte de la Kristina Marie, que también perdía su atmósfera y a su tripulación por la colisión. Cuando la nave se detuvo, la explosión y la colisión habían devastado la Estación Jartún, y matado a quinientas sesenta y seis personas de la estación y a todos los miembros de la tripulación de la Kristina Marie menos a seis, dos de los cuales murieron poco después a causa de las heridas.

La explosión de la Kristina Marie no sólo destruyó la nave y gran parte de la Estación Jartún. Coincidió con la cosecha de la cerdifruta, un manjar típico de Jartún que constituía una de sus principales exportaciones. La cerdifruta se estropeaba rápidamente poco después de ser cosechada (recibía ese nombre porque, si la fruta se estropeaba, los colonos de Jartún se la daban a sus cerdos, que eran los únicos dispuestos a comerla en ese caso), así que Jartún había hecho una gran inversión para poder exportar la cosecha días después de la recolección, a través de la Estación Jartún. La Kristina Marie era sólo una del centenar de naves comerciales de la Unión Colonial que orbitaban Jartún, esperando su parte de la fruta.

Con la Estación Jartún fuera de combate, el depurado sistema de distribución de la cerdifruta se convirtió en un caos. Las naves enviaron lanzaderas a Jartún para intentar cargar tantas cajas de fruta como fuera posible, pero esto sembró a la confusión a la hora de discutir qué productores de cerdifruta tenían prioridad para consignar sus productos, y qué naves tenían prioridad para recibirlos. La fruta tuvo que ser descargada de los contenedores y vuelta a cargar en las lanzaderas; no había suficientes hombres para el trabajo. La mayoría de la cerdifruta se pudrió en sus contenedores, creando un verdadero caos en la economía de Jartún, que se reharía a la larga por la necesidad de reconstruir la Estación Jartún (también vital para otras exportaciones) y de impulsar las defensas ante nuevos ataques.

Antes de atracar en la Estación Jartún, la Kristina Marie transmitió su identificación, su albarán de carga y su itinerario reciente como parte del «apretón de manos» de seguridad estándar. Los archivos mostraron que dos paradas antes, la Kristina Marie había comerciado en Quii, el mundo natal de los qui, uno de los pocos aliados de la Unión Colonial. Había atracado junto a una nave de matrícula ylan, y los ylan eran miembros del Cónclave. Los análisis forenses de la explosión no dejaron ninguna duda de que el accidente fue causado intencionadamente y no se trató de una rotura accidental del núcleo del motor. De Fénix llegó la orden de que ninguna nave mercante que hubiera visitado un mundo no-humano en el último año podía acercarse a una estación espacial sin ser antes escaneada e inspeccionada a conciencia. Cientos de naves mercantes flotaron en el espacio, la carga sin entregar y las tripulaciones en cuarentena en el sentido veneciano original de la palabra, esperando la erradicación de un tipo diferente de plaga.

La Kristina Marie había sido saboteada y enviada al lugar donde su destrucción podría causar mayor impacto, no sólo en muertes, sino paralizando la economía de la Unión Colonial. Funcionó de manera brillante.

* * *

El Consejo de Roanoke no reaccionó bien ante la noticia de que yo había enviado a Zoë a entregarle un mensaje al general Gau.

—Tenemos que discutir su problema de traición —me dijo Manfred Trujillo.

—No tengo ningún problema de traición —dije—. Puedo dejarlo en cualquier momento.

Miré al resto de los miembros del Consejo sentados ante la mesa. El chistecito no salió muy bien.

—Maldición, Perry —dijo Lee Chen, más furioso de lo que lo había visto jamás—. ¿El Cónclave está planeando matarnos y usted le envía notas a su líder?

—Y ha usado a su hija para hacerlo —intervino Marie Black, el disgusto asomando a su voz—. Le ha enviado a su propia hija a nuestro enemigo.

Miré a Jane y Savitri. Ambas asintieron. Sabíamos que eso iba a pasar y habíamos discutido cuál sería la mejor manera de tratarlo cuando se produjera.

—No, no lo he hecho —dije—. Tenemos enemigos, y un montón, pero el general Gau no es uno de ellos.

Les conté mi conversación con el general Szilard de las Fuerzas Especiales, y su aviso del intento de asesinato planeado contra Gau.

—Gau nos prometió que no atacaría Roanoke —dije—. Si muere, no habrá nada entre nosotros y quienes quieran matarnos.

—Tampoco hay nada entre nosotros y ellos ahora —dijo Lee Chen—. ¿O se perdió el ataque de hace un par de semanas?

—No me lo perdí —repliqué—. Y sospecho que habría sido mucho peor si Gau no tuviera al menos algún control sobre el Cónclave. Si se entera de ese intento de asesinato podrá usarlo para volver a recuperar el control del resto del Cónclave. Y entonces estaremos a salvo. O al menos más a salvo. Decidí que merecía la pena correr el riesgo de hacérselo saber.

—No solicitó una votación —dijo Marta Piro.

—No tenía por qué —contesté—. Sigo siendo el líder de la colonia. Jane y yo decidimos que era lo mejor. Y no es probable que hubieran dicho ustedes que sí, de todas formas.

—Pero es traición —repitió Trujillo—. Y esta vez de verdad, John. Es más que pedir tímidamente al general que no trajera su flota aquí. Está interfiriendo en la política interna del Cónclave. Es imposible que la Unión Colonial vaya a permitírselo, sobre todo cuando ya ha pasado por un interrogatorio previo.

—Aceptaré la responsabilidad por mis acciones.

—Sí, bueno, por desgracia, todos nosotros tendremos también responsabilidad —dijo Marie Black—. A menos que crea que la Unión Colonial pensará que ha hecho todo esto por su cuenta.

Miré a Marie Black.

—Sólo por curiosidad, Marie, ¿qué cree que va a hacer la UC? ¿Enviar tropas de las FDC para arrestarnos a Jane y a mí? Personalmente, pienso que eso estaría bien. Entonces al menos tendríamos aquí una presencia militar si nos atacan. La otra única opción sería que nos colgaran para que nos pudriéramos, ¿y sabe una cosa? Eso es lo que está pasando ya.

Miré a los miembros de la mesa.

—Creo que tenemos que recalcar de nuevo un hecho destacado que seguimos pasando por alto: estamos total, completa y absolutamente solos. Nuestro valor para la Unión Colonial está ahora en nuestra caída, para empujar así a las demás colonias a que se unan a la lucha con sus propios ciudadanos y economías. No me importa ser un símbolo para el resto de la Unión Colonial, pero no quiero tener que morir por ese privilegio. Ni tampoco quiero que ninguno de ustedes tenga que morir por ello.

Trujillo miró a Jane.

—¿Usted está de acuerdo con todo esto? —le dijo.

—John obtuvo la información de mi antiguo comandante en jefe —dijo Jane—. Tengo asuntos que zanjar con él a nivel personal. Pero no dudo de que la información sea buena.

—¿Pero tiene un plan?

—Pues claro que tiene un plan. Quiere impedir que el resto del universo nos aplaste como si fuéramos cucarachas. Creí que lo había dejado bastante claro.

Eso hizo vacilar a Trujillo.

—Quiero decir un plan que no veamos —dijo por fin.

—Lo dudo —respondió Jane—. Las Fuerzas Especiales son bastante directas. Somos sibilinos cuando es necesario, pero cuando llega el momento, no nos andamos con rodeos.

—Y él es el primero en no hacerlo —dije—. La Unión Colonial no ha tratado sinceramente con nosotros desde que empezó todo esto.

—No tenían más remedio —dijo Lee Chen.

—No me venga ahora con eso. Ya es demasiado tarde para que sigamos tragándonoslo. Sí, la UC estaba jugando un juego complicado con el Cónclave, y no se molestó en decirnos a los peones cuál era ese juego. Pero ahora la UC está jugando a un juego nuevo y depende de que nos saquen del tablero.

—Eso no lo sabemos con seguridad —dijo Marta Piro.

—Sabemos que no tenemos defensas —dijo Trujillo—. Y sabemos que estamos en cola para recibir más. No importan los motivos, John tiene razón. Lo tenemos todo en contra.

—Sigo queriendo saber cómo puede vivir tras enviar a su hija a negociar con el general Gau —dijo Marie Black.

—Tenía sentido —dijo Jane.

—No veo cuál.

—Zoë viaja con los obin —dijo Jane—. Los obin no son activamente hostiles hacia el Cónclave. El general Gau los recibirá, mientras que no podría recibir a una nave colonial.

—Aunque nosotros pudiéramos conseguir una nave colonial, que no podemos —añadí.

—Ni John ni yo podemos dejar la colonia sin que nuestra ausencia sea advertida por la Unión Colonial ni por nuestros propios colonos —continuó Jane—. Zoë, por otro lado, tiene una relación especial con los obin. Que se marche del planeta a instancias de los obin es algo que a la Unión Colonial no le sorprenderá.

—Además, hay otra ventaja —dije—. Aunque Jane o yo pudiéramos haber hecho el viaje, no habría ningún motivo para que Gau aceptara nuestra información como auténtica o seria. Los líderes de las colonias se han sacrificado antes a sí mismos. Pero con Zoë les damos algo más que información.

—Les dan un rehén —dijo Trujillo.

—Sí.

—Es un juego arriesgado.

—Esto no es ningún juego. Teníamos que asegurarnos de que nos iban a escuchar. Y es un riesgo calculado. Los obin están con Zoë, y no creo que permanezcan cruzados de brazos si Gau comete alguna estupidez.

—Pero sigue arriesgando su vida —dijo Black—. Está arriesgando su vida y es sólo una niña.

—Si se quedara aquí, podría morir como el resto de nosotros —dijo Jane—. Al irse, vivirá, y nos da una posibilidad de sobrevivir. Hicimos lo adecuado.

Marie Black abrió la boca para responder.

—Piense con mucho cuidado lo siguiente que vaya a decir referido a mi hija —advirtió Jane. Black cerró la boca con un audible clac.

—Han emprendido esta acción sin nosotros —dijo Lol Gerber—. Pero nos lo cuentan ahora. Me gustaría saber el motivo.

—Enviamos a Zoë porque consideramos que era necesario —contesté—. Nos correspondía tomar esa decisión, y la tomamos. Pero Marie tiene razón: ustedes van a tener que vivir con las consecuencias de nuestras acciones. Teníamos que decírselo. Si Marie nos sirve de indicativo, algunos de ustedes han perdido la confianza en nosotros. Ahora mismo necesitan líderes en los que puedan confiar. Les hemos dicho lo que hemos hecho y por qué. Una de las consecuencias de nuestras acciones es que ahora necesitan votar si quieren que sigamos dirigiendo la colonia o no.

—La Unión Colonial no aceptará a nadie nuevo —dijo Marta Piro.

—Creo que eso depende de lo que les cuenten —dije—. Si les dicen que hemos estado confraternizando con el enemigo, seguro que aprobarán el cambio.

—¿Así que además nos están preguntando si los entregaremos o no a la Unión Colonial? —dijo Trujillo.

—Les estamos pidiendo que hagan lo que crean que es necesario. Tal como nosotros hemos hecho.

Me levanté. Jane me siguió. Salimos de nuestro despacho al sol de Roanoke.

—¿Cuánto crees que tardarán? —le pregunté a Jane.

—No mucho. Espero que Marie Black se asegure de ello.

—Quiero darte las gracias por no matarla. Entonces el voto de confianza habría sido problemático.

—Quise matarla, pero no porque estuviera equivocada —dijo Jane—. Tenía razón. Estamos arriesgando la vida de Zoë. Y es una niña.

Me acerqué a mi esposa.

—Tiene casi tu edad —dije, frotándole el brazo.

Jane se apartó.

—No es lo mismo y lo sabes.

—No, no lo es. Pero Zoë es lo bastante mayor para comprender lo que hace. Ha perdido a gente que quería, igual que tú. Igual que yo. Y sabe que puede perder a muchas personas más. Decidió ir. Le dimos a escoger.

—Le ofrecimos una falsa elección —dijo Jane—. Nos plantamos delante de ella y le dimos la opción de arriesgar su vida o arriesgar la vida de todos los que conoce, incluidos nosotros. No puedes decirme que fueran opciones justas.

—No. Pero eran las opciones que teníamos que darle.

—Odio este puñetero universo —dijo Jane, apartando la mirada—. Odio a la Unión Colonial. Odio al Cónclave. Odio esta colonia. Lo odio todo.

—¿Y qué me dices de mí? —pregunté.

—No es un buen momento para preguntar —respondió Jane. Nos sentamos a esperar.

Media hora después Savitri salió de la oficina de administración. Tenía los ojos rojos.

—Bueno, hay una buena noticia y una mala noticia —dijo—. La buena noticia es que tenéis diez días antes de que le digan a la UC que habéis hablado con el general Gau. Tenéis que darle las gracias a Trujillo por eso.

—Es algo —dije.

—Sí —contestó Savitri—. La mala noticia es que estáis fuera. Ambos. Votación unánime. Yo sólo soy la secretaria. No pude votar. Lo siento.

—¿Quién tiene ahora el puesto? —preguntó Jane.

—Trujillo. Naturalmente. El hijo de puta empezó a proponerse para el cargo antes de que cerrarais la puerta.

—No es tan malo —dije yo.

—Lo sé —contestó Savitri, y se frotó los ojos—. Vais a hacer que parezca que os echaré de menos.

Sonreí.

—Bueno, lo agradezco.

Le di un abrazo. Ella me lo devolvió ferozmente, y luego dio un paso atrás.

—¿Y ahora qué? —dijo Savitri.

—Tenemos diez días —respondí—. Ahora, a esperar.

* * *

La nave conocía las defensas de Roanoke, o más bien su carencia, y por eso apareció en el cielo al otro lado del planeta, donde el único satélite defensivo de la colonia no podía verla. Se internó suavemente en la atmósfera para evitar el calor y la fricción de la reentrada, y cruzó lentamente las longitudes del globo, dirigiéndose a la colonia. Antes de que cruzara el horizonte de percepción del satélite defensivo y el calor de sus motores pudiera ser detectado por éste, la nave los desconectó, y comenzó a planear lentamente hacia la colonia, asistida por la gravedad, su pequeña masa apoyada por inmensas alas de generación piezoelétricas suaves como un susurro. La nave cayó, silenciosamente, hacia su objetivo: nosotros.

La vimos cuando finalizaba su largo deslizamiento y retiraba sus alas, que se tornaron jets de maniobra y campos de flotación. Las súbitas columnas de calor y energía fueron captadas por el satélite, que envió de inmediato una advertencia… demasiado tarde, porque para cuando la mandó, la nave ya había maniobrado para aterrizar. El satélite envió datos telemétricos a nuestras torretas de rayos y calentó sus propios rayos defensivos, que ahora estaban plenamente recargados.

Jane, que estaba aún al mando de la defensa de la colonia, indicó al satélite que diera marcha atrás. La nave estaba ahora dentro de las fronteras de la colonia, si no dentro de las murallas de Croatoan: si el satélite disparaba, la colonia misma resultaría dañada. De igual modo, Jane desconectó las torretas de rayos: también acabarían causando más daño a la colonia que la propia nave.

La nave aterrizó; Jane, Trujillo y yo salimos a recibirla. Mientras nos acercábamos, una compuerta se abrió. Un pasajero salió, gritando y corriendo hacia Jane, quien se preparó para el impacto. Mal, según resultó, porque tanto ella como Zoë cayeron al suelo. Me acerqué a reírme de ambas; Jane me agarró por un tobillo y me hizo caer al montón. Trujillo se mantuvo a una prudente distancia, tratando de no ser capturado en aquel lío.

—Has tardado bastante —le dije a Zoë, después de que por fin lograra zafarme de su abrazo—. Otro día y medio, y tu madre y yo habríamos tenido que irnos a Fénix acusados de traición.

—No tengo ni la menor idea de lo que estás hablando —dijo Zoë—. Pero me alegro mucho de verte —me atrapó en otro abrazo.

—Zoë —dijo Jane—. ¿Viste al general Gau?

—¿Que si lo vi? Estuvimos presentes en el intento de asesinato.

—¿Cómo? —dijimos Jane y yo simultáneamente.

Zoë extendió las manos, tranquilizándonos.

—Sobreviví. Como podéis ver.

Miré a Jane.

—Creo que me he hecho pis encima —dije.

—Estoy bien —dijo Zoë—. Y no fue tan mal, de verdad.

—¿Sabes? Incluso para ser una adolescente, puede que seas un poco fastidiosa —dije. Zoë sonrió. La volví a abrazar, con más fuerza.

—¿Y el general? —preguntó Jane.

—Sobrevivió también. Y no sólo eso. Se puso furioso. Está usando el intento de asesinato para convocar a la gente ante él. Para exigirles lealtad.

—¿A él? —dije—. No parece propio de Gau. Me dijo que el Cónclave no era un imperio. Si está exigiendo lealtad, es como si se estuviera nombrando emperador.

—Algunos de sus consejeros más íntimos acaban de intentar asesinarlo —dijo Zoë—. Le vendría bien un poco de lealtad personal ahora mismo.

—No puedo reprochárselo.

—Pero no se ha terminado —dijo Zoë—. Por eso he vuelto. Sigue habiendo un grupo de planetas que se resisten. Los lidera un tal Eser. Nerbros Eser. Son lo que han estado atacando a la Unión Colonial, me dijo.

—Así es —dije, recordando lo que el general Szilard me había contado sobre Eser.

—El general Gau me dio un mensaje para ti. Dice que Eser va a venir hacia aquí. Pronto. Quiere tomar Roanoke porque el general no pudo. Tomar Roanoke, según el general, le dará prestigio. Un modo de demostrar que es más capaz de dirigir el Cónclave.

—Por supuesto. Todos los demás están utilizando a Roanoke como peón. ¿Por qué no ese gilipollas?

—Si ese Eser está atacando a toda la Unión Colonial, entonces no va a tener ningún problema para eliminarnos —dijo Trujillo. Seguía manteniendo la distancia.

—El general dijo que, según sus fuentes, Eser no planea golpearnos desde el espacio —dijo Zoë—. Quiere aterrizar aquí y tomar Roanoke con sus tropas. El general dijo que sólo usaría los suficientes soldados para tomar la colonia. Más o menos lo contrario de lo que hizo el general con su flota. Para recalcar su postura. Hay más detalles en los archivos que me dio el general.

—Así que será una fuerza de ataque pequeña —dije yo. Zoë asintió.

—A menos que venga él solo con un par de amigos, seguimos teniendo un problema —dijo Trujillo, e hizo un gesto hacia Jane y hacia mí—. Ustedes dos son los únicos que tienen entrenamiento militar auténtico. Ni siquiera con nuestras defensas de tierra duraremos mucho contra soldados de verdad.

Jane estuvo a punto de responder, pero Zoë se le adelantó.

—He pensado en eso —dijo.

Trujillo pareció sofocar una sonrisa.

—No me digas.

Zoë se puso seria.

—Señor Trujillo, su hija es mi mejor amiga. No quiero que muera. No quiero que usted muera. Estoy en situación de ayudar. Por favor, no se muestre condescendiente conmigo.

Trujillo se irguió.

—Te pido disculpas, Zoë. No pretendía ser irrespetuoso. Es que no esperaba que tuvieras un plan.

—Ni yo tampoco —dije.

—¿Recuerdas que hace mucho tiempo me quejé de que ser objeto de adoración de una raza entera ni siquiera servía para librarme de hacer los deberes?

—Vagamente —respondí.

—Bueno, pues mientras he estado fuera he averiguado para qué servía.

—Sigo sin pillarlo.

Zoë me cogió la mano, y luego tomó la de Jane.

—Vamos —dijo—. Hickory y Dickory están todavía dentro de la nave. Están vigilando algo por mí. Quiero enseñároslo.

—¿Qué es? —preguntó Jane.

—Una sorpresa —contestó Zoë—. Pero creo que os va a gustar.