—Nuestras disculpas, administrador Perry, por el retraso —dijo Justine Butcher, subsecretaría de Jurisprudencia Colonial del Departamento de Colonización—. Tal vez se haya dado cuenta de que las cosas están un poco revueltas por aquí.
Yo me había dado cuenta. Cuando Trujillo, Kranjic, Beata y yo desembarcamos de nuestra nave de transporte en la Estación Fénix, el eterno zumbido general de la estación parecía haberse triplicado; ninguno de nosotros recordaba haber visto la estación tan atiborrada de soldados de las FDC y funcionarios de la UC como parecía haber ahora. Fuera lo que fuese que estuviera pasando, era importante. Nos miramos unos a otros porque, fuera lo que fuese, casi sin ninguna duda tenía que ver con nosotros y con Roanoke de algún modo. Nos separamos sin decir palabra, cada uno a cumplir sus tareas.
—Naturalmente —contesté—. ¿Algo en particular que este atusando el alboroto?
—Varias cosas, sucediendo a la vez —dijo Butcher—. Ninguna de las cuales es de su incumbencia en este momento.
—Ya veo. Muy bien.
Butcher asintió, y señaló a las otras dos personas sentadas ante la mesa. Yo me encontraba de pie.
—Esta investigación ha sido fijada para interrogarle por su conversación con el general Tarsem Gau del Cónclave —dijo Butcher—. Es un interrogatorio formal, lo que significa que tiene que contestar a todas las preguntas con sinceridad, de la manera más directa y completa posible. Sin embargo, esto no es un juicio. No se le ha acusado de ningún delito. Si en algún momento futuro se le acusara de algún delito, sería juzgado a través del Tribunal de Asuntos Coloniales del Departamento de Colonización. ¿Comprende?
—Comprendo —dije.
El Tribunal de Asuntos Coloniales del Departamento de Colonización estaba compuesto sólo por jueces, designados para dejar que los jefes de las colonias y sus jueces nombrados tomaran decisiones rápidas para que los colonos pudieran seguir colonizando. Un Tribunal de AC tenía la fuerza de la ley, aunque limitado a ese caso específico solamente. Un juez o jefe de colonia del Tribunal de AC que actuara como juez no podía eludir las reglas y leyes imperantes del Departamento de Colonización, pero como el DdC reconocía que la amplia gama de situaciones coloniales no eran uniformes en sus necesidades reglamentarias, esas reglamentaciones y leyes imperantes eran sorprendentemente pocas. Los Tribunales de Asuntos Coloniales eran también sencillos en su organización: sus veredictos no se podían apelar. Esencialmente, un juez o jueza del Tribunal de AC podía hacer lo que se le antojara. No era una situación legal óptima para un acusado.
—Bien —dijo Butcher, y miró su PDA—. Entonces comencemos. Cuando estuvo usted conversando con el general Gau, le ofreció primero aceptar su rendición, y luego le ofreció permitirle salir del espacio de Roanoke sin daños para él ni para su flota —me miró por encima de la PDA—. ¿Es correcto, administrador?
—Es correcto.
—El general Rybicki, a quien ya hemos convocado —esto era nuevo para mí, y de pronto estuve seguro de que Rybicki no estaría ahora tan contento de haberme sugerido para el puesto de administrador de la colonia—, declaró que sus órdenes eran entretener a Gau en una conversación insustancial solamente, hasta que la flota fuera destruida, y a partir de ese punto informarle de que sólo su nave había sobrevivido al ataque.
—Sí —dije.
—Muy bien. Entonces puede empezar explicando en qué estaba pensando cuando se ofreció a aceptar la rendición de Gau y luego le ofreció dejar partir su flota ilesa.
—Supongo que esperaba evitar un baño de sangre.
—No era cosa suya hacer esa invitación —dijo el coronel Bryan Berkeley, que representaba a las Fuerzas de Defensa Colonial en la investigación.
—No estoy de acuerdo —dije—. Mi colonia estaba siendo potencialmente atacada. Soy el líder de la colonia. Mi trabajo es mantener a mi colonia a salvo.
—El ataque eliminó a la flota del Cónclave —dijo Berkeley—. Su colonia nunca estuvo en peligro.
—El ataque podría haber fracasado. No es por ofender a las FDC ni las Fuerzas Especiales, señor, pero no todos los ataques que planean tienen éxito. Estuve en Coral, donde los planes de las FDC fracasaron miserablemente y cien mil de los nuestros murieron.
—¿Está diciendo que esperaba que fracasáramos? —preguntó Berkeley.
—Estoy diciendo que comprendo que los planes son planes. Y que tenía una obligación hacia mi colonia.
—¿Esperaba que ese general Gau se rindiera ante usted? —preguntó el tercer interrogado. Tardé un momento en identificarlo: el general Laurence Szilard, jefe de las Fuerzas Especiales de las FDC.
Su presencia en la mesa me puso enormemente nervioso. No había absolutamente ningún motivo para que él estuviera allí. Estaba varios niveles de burocracia más arriba que Butcher o Berkeley; tenerlo allí sentado plácidamente a la mesa, sin que ni siquiera fuera el presidente de la sesión, era como encontrarte a tu niñera del jardín de infancia como decana de una facultad de la Universidad de Harvard. No tenía ningún sentido. Si decidía que había que aplastarme por embrollar una misión supervisada por las Fuerzas Especiales, no importaría si los otros dos miembros de la mesa pensaban lo contrario: yo sería carne muerta enganchada en un palito. Ese conocimiento me hizo sentirme incómodo.
Dicho eso, también sentí una profunda curiosidad. Aquí estaba el general cuyo cuello deseaba retorcer mi esposa, porque había vuelto a modificar su cuerpo como el de un soldado de las Fuerzas Especiales sin su permiso y también, sospechaba, sin grandes remordimientos. Una parte de mí se preguntó si no debería intentar retorcerle el cuello por caballerosidad hacia mi esposa. Considerando que era un soldado de las Fuerzas Especiales que probablemente me habría pateado el culo incluso cuando yo era un soldado mejorado genéticamente, dudé de que pudiera hacer algo contra él ahora que yo era de nuevo un simple mortal. A Jane probablemente no le haría gracia que me retorcieran el cuello.
Szilard esperó mi respuesta con expresión plácida.
—No tenía ningún motivo para sospechar que fuera a rendirse, no —dije.
—Pero se lo pidió de todas formas —insistió Szilard—. Teóricamente para permitir que su colonia sobreviviera. Me parece interesante que le pidiera que se rindiese en vez de suplicar que perdonara a su colonia. Si simplemente esperaba que respetara la colonia y las vidas de los colonos, ¿no habría sido ésa la opción más prudente? La información que le proporcionó la Unión Colonial sobre el general no le daba ningún motivo para creer que fuera a considerar la idea de rendirse.
«Cuidado», susurró una parte de mi cerebro. La forma en que Szilard había planteado su comentario parecía sugerir que pensaba que yo podía tener información de otras fuentes. Cosa que era cierta, pero parecía imposible que él lo supiera. Si lo sabía y yo mentía, estaría metido hasta el cuello en la mierda. Decisiones, decisiones.
—Yo conocía nuestro ataque planeado —dije—. Tal vez eso me hizo sentirme demasiado confiado.
—Así que admite que lo que le dijo al general Gau podría haberle indicado que nuestro ataque era inminente —dijo Berkeley.
—Dudo que viera nada más que la bravata del líder de una colonia intentando salvar a su gente —contesté.
—Sin embargo, puede ver cómo, desde la perspectiva de la Unión Colonial, sus acciones podrían haber puesto en peligro la misión y la seguridad no sólo de su colonia, sino de toda la Unión Colonial —dijo Butcher.
—Mis acciones podrían ser interpretadas de diversas formas —contesté—. No puedo dar crédito a ninguna otra interpretación aparte de la mía propia. Mi interpretación es que hice lo que consideré necesario para proteger a mi colonia y a mis colonos.
—En su conversación con el general Gau, usted admitió además que no debería haberle hecho la oferta de retirar la flota —dijo Berkeley—. Usted sabía que lo que le estaba ofreciendo al general era contrario a nuestros deseos, lo cual implica claramente que le habíamos hecho partícipe de ellos. Si el general hubiera tenido la presencia de ánimo para seguir su línea de pensamiento, habría podido deducir sin dificultad que se exponía a un ataque.
Vacilé. Aquello se estaba volviendo ridículo. Yo esperaba ser arrollado en aquel interrogatorio, sin embargo, confiaba en que fuera un poquito más sutil. Pero supongo que Butcher había advertido que las cosas estaban revueltas y atropelladas últimamente; no había motivo alguno para que mi investigación fuera distinta.
—No sé qué decir ante ese razonamiento —dije—. Hice lo que pensaba que era adecuado hacer.
Butcher y Berkeley se dirigieron mutuamente una larga mirada de reojo. Habían conseguido lo que querían del interrogatorio: por lo que a ellos respectaba, se había terminado. Me concentré en mis zapatos.
—¿Qué opina del general Gau?
Alcé la cabeza, completamente sorprendido. El general Szilard estaba allí sentado, esperando una vez más mi respuesta, tan tranquilo. Butcher y Berkeley también parecían sorprendidos: al parecer, con eso Szilard se había salido del guión.
—No estoy seguro de comprender esa pregunta —dije.
—Claro que sí —dijo Szilard—. Se pasó un buen rato con el general Gau, y estoy seguro de que tuvo tiempo para reflexionar y especular sobre su naturaleza, tanto antes como después de la destrucción de la flota del Cónclave. Después de haber tenido contacto con el general, ¿qué piensa de él?
«Oh, mierda», pensé. No tuve ninguna duda de que Szilard sabía que yo sabía más sobre el general Gau y el Cónclave que la información que me había dado la Unión Colonial. Cómo lo sabía era una cuestión que podía olvidar por ahora. Todo lo que importaba era cómo responder a la pregunta.
«Ya estás jodido», pensé. Butcher y Berkeley estaban ya planeando claramente enviarme al Tribunal de Asuntos Coloniales, donde mi juicio sobre cualquier acusación (imaginaba que incompetencia, aunque negligencia en el cumplimiento del deber no quedaba descartado, ni ya puestos, tampoco traición) sería breve y no especialmente dulce. Yo había dado por supuesto que la presencia de Szilard era su forma de asegurarse de que tendría el resultado deseado (no podía hacerle gracia la idea de que yo pudiera haberle fastidiado la misión), pero ahora no estaba tan seguro. De repente no tuve ni la menor sospecha de qué esperaba realmente Szilard de aquel interrogatorio. Sólo supe que, independientemente de lo que dijera, ya estaba perdido.
Bueno, era una investigación oficial. Eso significaba que iba a ir a los archivos de la Unión Colonial. Así que qué demonios.
—Creo que es un hombre honorable —dije.
—¿Cómo? —dijo Berkeley.
—He dicho que creo que es un hombre honorable —repetí—. No intentó simplemente destruir Roanoke, para empezar. Se ofreció a respetar a mis colonos o permitirles que se unieran al Cónclave. Según la información que me dio la Unión Colonial, nada indicaba que hubiera opciones. Según la información que recibí (la información que todos los colonos de Roanoke obtuvieron, a través de mí), Gau y el Cónclave estaban simplemente arrasando las colonias que descubrían. Por eso mantuvimos la cabeza gacha durante un año entero.
—El hecho de que dijera que iba a permitir que sus colonos se rindieran no significa que fuera a hacer tal cosa —dijo Berkeley—. Sin duda como antiguo comandante de las FDC comprende usted el valor de la desinformación, y de proporcionarla al enemigo.
—No creo que la colonia de Roanoke pudiera calificarse como enemiga —dije—. Había menos de tres mil personas contra cuatrocientas doce naves de combate. No teníamos defensas, destruirnos no suponía ninguna ventaja militar respecto a conseguir nuestra rendición. Por eso habría sido profundamente cruel.
—¿No es consciente del valor psicológico de la crueldad en la guerra? —preguntó Berkeley.
—Sí, soy consciente de ello. Pero, por la información que me proporcionó la Unión Colonial, no era consciente de que eso formara parte del perfil psicológico del general ni de sus tácticas militares.
—Desconoce muchas cosas del general —dijo Butcher.
—Estoy de acuerdo. Y por eso decidí seguir mi propia intuición sobre su carácter. Pero creo recordar que el general dijo que había supervisado tres docenas de eliminaciones de colonias antes de llegar a Roanoke. La información sobre esos incidentes y sobre cómo actuó el general con esas colonias sería instructiva en lo relativo a su honor y su postura hacia la crueldad. ¿Tienen esa información?
—La tenemos —dijo Butcher—. No estamos en disposición de ofrecérsela, ya que ha sido retirado temporalmente de su cargo administrativo.
—Comprendo —dije—. ¿Tenían esa información antes de que me retiraran del cargo?
—¿Está dando a entender que la Unión Colonial le ocultó información? —preguntó Berkeley.
—No estoy dando a entender nada. Estaba haciendo una pregunta. Y mi argumento es que en ausencia de información proporcionada por la Unión Colonial, sólo puedo guiarme por mi juicio para complementar la información que tengo —miré directamente a Szilard—. Según mi juicio, por lo que sé del hombre, el general Gau es honorable.
Szilard reflexionó sobre esto.
—¿Qué habría hecho, administrador Perry, si Gau hubiera aparecido en su cielo antes de que la Unión Colonial hubiera terminado de forjar su plan de ataque?
—¿Me está preguntando si habría entregado la colonia?
—Le estoy preguntando qué habría hecho.
—Habría aprovechado el ofrecimiento de Gau —dije—. Le habría dejado llevar a los colonos de Roanoke de vuelta a la Unión Colonial.
—Así que habría entregado la colonia —dijo Butcher.
—No. Me habría quedado atrás para defender Roanoke. Sospecho que mi esposa se habría quedado conmigo. Todos los demás que hubieran deseado quedarse podrían haberlo hecho.
«Con la excepción de Zoë», pensé, aunque no me gustó la idea de Zoë siendo arrastrada por Hickory y Dickory, gritando y pataleando, hasta un transporte.
—Eso es una distinción sin diferencia —dijo Berkeley—. No hay colonia sin colonos.
—Estoy de acuerdo. Pero un colono es suficiente para que la colonia resista, y un colono es suficiente para morir por la Unión Colonial. Mi responsabilidad es hacia mi colonia y mis colonos. Me habría negado a rendir la colonia de Roanoke. También habría hecho todo lo que estuviera en mi poder para mantener a los colonos con vida. Desde un punto de vista práctico, dos mil quinientos colonos no son más capaces de enfrentarse a una flota entera de naves de combate que un solo colono. Mi muerte sería suficiente para recalcar el argumento que la UC pretendía esgrimir. Si creen que obligaría a todos los demás colonos de Roanoke a morir para satisfacer alguna leyenda de lo que significa la destrucción de una colonia, coronel Berkeley, entonces es usted un maldito imbécil.
Berkeley me miró como si estuviera a punto de lanzarse contra mí desde el otro lado de la mesa. Szilard se quedó allí sentado con la misma maldita expresión inescrutable que había mantenido durante todo el interrogatorio.
—Bien —dijo Butcher, tratando de recuperar el control de la situación—. Creo que tenemos todo lo que necesitábamos de usted, administrador Perry. Puede marcharse y esperar nuestra resolución. No se le permitirá abandonar la Estación Fénix antes. ¿Comprende?
—Comprendo —dije—. ¿Tengo que buscar algún tipo de alojamiento?
—No espero tardar mucho —dijo Butcher.
* * *
—Comprenda que todo lo que he oído es off the record —dijo Trujillo.
—A estas alturas, no creo que me fiara de información que no lo fuera —contesté.
Trujillo asintió.
—Amén a eso —dijo.
—¿Qué ha oído?
—Es malo. Y está empeorando.
Trujillo, Kranjic, Beata y yo estábamos sentados en mi restaurante favorito de Fénix, el único que servía hamburguesas realmente espectaculares. Todos habíamos pedido una; pero todas las hamburguesas se enfriaban, olvidadas, mientras hablábamos en el rincón más apartado que pudimos encontrar.
—Defina «malo».
—Hubo un ataque con misiles contra la Estación Fénix la otra noche —dijo Trujillo.
—Eso no es malo, es estúpido. Fénix tiene la red de defensa planetaria más avanzada de todos los planetas humanos. Ni un misil del tamaño de una canica conseguiría pasar.
—Cierto —dijo Trujillo—. Y todo el mundo lo sabe. No ha habido ataques de ningún tipo contra Fénix en más de cien años. Este ataque no pretendía tener éxito. Pretendía advertir de que ningún planeta humano debe considerarse a salvo de la venganza. Es una declaración bastante importante.
Pensé en esto mientras le daba un mordisco a mi hamburguesa.
—Es de suponer que Fénix no ha sido el único planeta en ser atacado con misiles —dije.
—No —respondió Trujillo—. Mi gente me dice que todas las colonias han sido atacadas.
Casi me atraganté.
—¿Todas?
—Todas. Las colonias establecidas nunca estuvieron en peligro: sus redes de defensa planetarias desviaron los ataques. Algunas de las colonias más pequeñas sufrieron algunos daños. La colonia de Sedona vio cómo borraban del mapa un asentamiento entero. Diez mil personas muertas.
—¿Está seguro de eso? —dije.
—Información de segunda mano —contestó Trujillo—. Pero de una fuente en la que confío, y que habló con un representante sedoniano. Confío en mi fuente tanto como confío en cualquiera.
Me volví hacia Kranjic y Beata.
—¿Eso encaja con lo que han oído ustedes?
—Sí —dijo Kranjic—. Manfred y yo tenemos fuentes distintas, pero lo que he oído es lo mismo.
Beata asintió también.
—Pero nada de eso aparece en los noticiarios —dije, mirando mi PDA, que estaba sobre la mesa. La había abierto y activado, esperando la decisión tras el interrogatorio.
—No —dijo Trujillo—. La Unión Colonial ha prohibido la información sobre los ataques. Usan el Acta de Secretos de Estado. La recordará.
—Sí —di un respingo al recordar los hombres lobo y a Gutiérrez—. A mí no me sirvió de mucho. Dudo que a la UC le vaya mucho mejor.
—Los ataques explican el caos que estamos viendo aquí —dijo Trujillo—. No tengo ninguna fuente de las FDC (no consienten en abrir la boca), pero sé que todos los representantes de las colonias se parten el culo por recibir protección directa de las FDC. Están llamando y reasignando las naves. Pero no hay suficientes para todas las colonias. Por lo que he oído, las FDC están seleccionando, intentando decidir qué colonias proteger y qué colonias pueden permitirse perder.
—¿Dónde encaja Roanoke en esa selección?
Trujillo se encogió de hombros.
—Cuando llega el caso, todo el mundo quiere prioridad en la defensa —dijo—. Sondeé a los legisladores que conozco para aumentar las defensas de Roanoke. Todos dijeron que les encantaría hacerlo… después de haberse encargado de sus propios planetas.
—Nadie habla ya de Roanoke —dijo Beata—. Todo el mundo está concentrado en lo que sucede en sus propios planetas. No pueden informar de ello, pero es lo que les ocupa.
Nos concentramos en nuestras hamburguesas después de eso, perdidos en nuestros propios pensamientos. Yo estaba tan preocupado que no me di cuenta de que tenía alguien de pie al lado hasta que Trujillo alzó la cabeza y dejó de masticar.
—Perry —dijo, y miró significativamente por encima de mi hombro. Me volví y vi al general Szilard.
—También me gustan las hamburguesas de aquí —dijo—. Me uniría a usted, pero dada la experiencia de su esposa, dudo que esté dispuesto a comer en la misma mesa que yo.
—Ahora que lo menciona, general, tiene usted toda la razón.
—Entonces venga conmigo, administrador Perry —dijo Szilard—. Tenemos mucho que discutir, y el tiempo es breve.
—Muy bien —dije.
Recogí mi bandeja, mirando a mis compañeros de mesa. Todas sus expresiones eran cuidadosamente neutras. Dejé el contenido de la bandeja en el receptáculo más cercano y me encaré al general.
—¿Adónde vamos?
—Venga —dijo Szilard—. Vamos a dar un paseo.
* * *
—Allí —dijo Szilard. Su lanzadera personal flotaba en el espacio, con Fénix visible a babor y la Estación Fénix lejos a estribor. Señaló ambas—. Bonita vista, ¿verdad?
—Muy bonita —dije, preguntándome por qué demonios Szilard me había llevado allí. Una parte paranoica de mí se preguntó si planeaba abrir la escotilla de acceso y lanzarme al espacio, pero no tenía traje espacial, así que eso parecía un poco improbable. Pero claro, era miembro de las Fuerzas Especiales. Tal vez no necesitaba traje espacial.
—No tengo planeado matarlo —dijo Szilard.
Sonreí a mi pesar.
—Parece que puede leer la mente.
—La suya no —dijo Szilard—. Pero puedo deducir bastante bien lo que está pensando. Relájese. No voy a matarlo, aunque sólo fuera porque entonces Sagan me perseguiría y me mataría a mí.
—Ya está en su lista.
—De eso no tengo duda. Pero fue necesario, y no pienso pedir disculpas por ello.
—General, ¿por qué estamos aquí?
—Estamos aquí porque me gusta la vista, y porque quiero hablar sinceramente con usted, y porque esta lanzadera es el único lugar en el que estoy completamente seguro de que nada de lo que le diga será oído por nadie.
El general extendió la mano hacia el panel de control de la lanzadera y pulsó un botón: la vista de Fénix y la Estación Fénix desaparecieron y fueron sustituidas por una oscuridad absoluta.
—Nanomalla —dije.
—En efecto. Ninguna señal entra, ninguna señal sale. Debería saber que estar aislado es increíblemente claustrofóbico para las Fuerzas Especiales: estamos tan acostumbrados a estar en contacto permanente con los demás a través de nuestros CerebroAmigos que perder la señal es como perder tres de nuestros sentidos.
—Lo sabía —contesté. Jane me había contado la misión en la que ella y otros miembros de las Fuerzas Especiales dieron caza a Charles Boutin; éste había diseñado un modo de cortar la señal del CerebroAmigo de las Fuerzas Especiales, matando a la mayoría de ellos y volviendo a algunos de los supervivientes completamente locos.
Szilard asintió.
—Entonces comprenderá lo difícil que es una cosa como ésta, incluso para mí. Sinceramente, no tengo ni idea de cómo Sagan pudo dejarlo atrás cuando se casó con usted.
—Hay otros modos de conectar con alguien.
—Si usted lo dice… El hecho de que esté dispuesto a hacer esto debería indicarle la seriedad de lo que voy a decirle.
—Muy bien. Estoy preparado.
—Roanoke tiene serios problemas —dijo Szilard—. Los tenemos todos. La Unión Colonial había previsto que destruir la flota del Cónclave lo lanzaría a una guerra civil. En eso no se equivocó. Ahora mismo el Cónclave se está haciendo pedazos. Las razas leales al general Gau luchan contra otra facción que ha encontrado un líder en un miembro de la raza arris llamado Nerbros Eser. Y sólo hay una cosa que impide que esas dos facciones del Cónclave se destruyan del todo mutuamente.
—¿Y cuál es?
—Algo que la Unión Colonial no previo —dijo Szilard—. Y es que todas las razas miembros del Cónclave están ahora dispuestas a destruir a la Unión Colonial. No sólo a contenerla, como el general Gau se contentaba con hacer. Quieren erradicarla por completo.
—Porque aniquilamos su flota —dije.
—Esa es la causa principal. La Unión Colonial olvidó que al atacar la flota no estábamos golpeando solamente al Cónclave, sino a todos sus miembros. Las naves de la flota eran a menudo las naves insignia de sus razas. No sólo destruimos una flota: destruimos símbolos raciales. Pateamos duro y en los huevos a cada raza del Cónclave, Perry. No van a perdonar eso. Pero aparte de eso hemos estado intentando usar la destrucción de la flota del Cónclave como punto de reclutamiento de otras razas no afiliadas. Estamos intentando que se conviertan en nuestros aliados. Y los miembros del Cónclave han decidido que la mejor forma de conseguir que esas razas sigan sin comprometerse es dar un escarmiento a la Unión Colonial. A toda la Unión.
—No parece sorprendido —dije.
—No lo estoy. Cuando se consideró por primera vez destruir la flota del Cónclave, hice que el cuerpo de inteligencia de las Fuerzas Especiales estudiara las consecuencias de esa acción. Éste fue siempre el resultado más probable.
—¿Y por qué no hicieron caso?
—Porque los modelos de la FDC le dijeron a la Unión Colonial lo que ésta quería oír —respondió Szilard—. Y porque en el fondo la Unión Colonial siempre da más crédito a la inteligencia generada por humanos de verdad que a la inteligencia proporcionada por los monstruos de Frankenstein que crea para hacer su trabajo sucio.
—¿Cómo destruir la flota del Cónclave? —dije, recordando al teniente Stross.
—Sí —dijo Szilard.
—Si creía que ése iba a ser el resultado, tendría que haberse negado a hacerlo. No debería haber permitido que sus soldados destruyeran la flota.
Szilard sacudió la cabeza.
—No es tan sencillo. Si me hubiera negado, me habrían sustituido como comandante de las Fuerzas Especiales. Los miembros de las Fuerzas Especiales no son menos ambiciosos y venales que el resto de seres humanos, Perry. Puedo nombrar a tres generales a mis órdenes que habrían estado dispuestos a ocupar mi puesto al simple coste de seguir órdenes estúpidas.
—Pero usted también siguió órdenes estúpidas.
—Lo hice. Pero poniendo algunas condiciones. Como, por ejemplo, colocarlos a usted y a Sagan como líderes de la colonia de Roanoke.
—¿Usted me colocó a mí? —dije. Eso era nuevo.
—Bueno, en realidad coloqué a Sagan —dijo Szilard—. Usted simplemente formaba parte del paquete. Fue aceptable porque parecía improbable que estropeara las cosas.
—Es agradable sentirse valorado.
—Facilitó las cosas para proponer a Sagan —dijo Szilard—. Sabía que tenía usted una historia con el general Rybicki. En el fondo, nos vino usted al pelo. Pero de hecho ni usted ni Sagan eran la clave de la ecuación. Era su hija, administrador Perry, quien realmente importaba. Su hija fue el motivo por el que los elegí a los dos para dirigir Roanoke.
Traté de entenderlo.
—¿A causa de los obin? —pregunte.
—A causa de los obin —reconoció Szilard—. Porque los obin la consideran poco menos que un dios viviente, gracias a su devoción hacia su verdadero padre, y el discutible valor añadido que les dio, la conciencia.
—Me temo que no comprendo qué pintan los obin aquí —dije, aunque era mentira. Lo sabía perfectamente, pero quería escucharlo de boca de Szilard.
Él accedió.
—Porque Roanoke está condenada sin ellos. Roanoke ya ha cumplido su función principal: ser una trampa para la flota del Cónclave. Ahora toda la Unión Colonial está siendo atacada y la UC tendrá que decidir cómo repartir mejor sus recursos defensivos.
—Ya somos conscientes de que Roanoke no va a contar con una gran defensa —dije—. A mi personal y a mí nos han restregado ese hecho por la cara hoy mismo.
—Oh, no. Es peor que eso.
—¿Cómo puede ser peor?
—De esta forma: Roanoke es más valiosa para la Unión Colonial muerta que viva —dijo Szilard—. Tiene que entenderlo, Perry. La Unión Colonial está a punto de luchar por su vida contra la mayoría de las razas que conocemos. Su lindo sistema de captar a terrestres decrépitos para convertirlos en soldados va a dejar de servir. Tendrá que obtener tropas de los mundos de la Unión Colonial, y rápido. Ahí es donde entra Roanoke. Viva, Roanoke es sólo una colonia más. Muerta, es un símbolo para los diez mundos que la surtieron de colonos, y para todos los demás mundos de la Unión Colonial. Cuando Roanoke muera, los ciudadanos de la Unión Colonial van a exigir que se les permita luchar. Y la Unión Colonial se lo permitirá.
—Parece muy seguro de ello —dije—. ¿Todo esto se ha discutido ya?
—Por supuesto que no —respondió Szilard—. Nunca se discutirá. Pero es lo que va a suceder. La Unión Colonial sabe que Roanoke es también un símbolo para las razas del Cónclave, el lugar de su primera derrota. Es inevitable que la derrota sea vengada. La Unión Colonial sabe también que al no defender a Roanoke, esa venganza tendrá lugar tarde o temprano. Y temprano funcionará mejor para lo que necesita la Unión Colonial.
—No comprendo —dije—. Está diciendo que para combatir al Cónclave, la Unión Colonial necesita que sus ciudadanos se conviertan en soldados. Y que para motivarlos para que se ofrezcan voluntarios, Roanoke tiene que ser destruida. ¿Pero me está diciendo que el motivo por el que nos eligió a Jane y a mí para que dirigiéramos Roanoke fue que, como los obin reverencian a mi hija, no permitirán que la colonia sea destruida?
—No es tan sencillo. Que los obin no permitirán que su hija muera es cierto. Pueden o no defender su colonia. Pero los obin le ofrecieron otra ventaja: conocimiento.
—Me he vuelto a perder.
—Deje de hacerse el tonto, Perry. Es insultante. Sé que sabe más sobre el general Gau y el Cónclave de lo que dejó ver en esa parodia de investigación de hoy. Lo sé porque fueron las Fuerzas Especiales las que prepararon para ustedes el dossier sobre el general Gau y el Cónclave, el que descuidadamente dejó una enorme cantidad de metadatos en sus archivos para que los encontraran. También sé que los guardaespaldas obin de su hija sabían bastante más sobre el Cónclave de lo que nosotros podíamos decirle en nuestro dossier. Así fue como supo que podía fiarse de la palabra del general Gau. Y por eso intentó convencerlo de que no llamara a su flota. Sabía que sería destruida y sabía que se vería en un compromiso.
—No podía usted saber que yo buscaría metadatos —dije—. Arriesgó mucho con mi curiosidad.
—En realidad no. Recuerde, usted era secundario en el proceso de selección. Dejé esa información para que la encontrara Sagan. Ella fue agente de inteligencia durante años. Habría buscado los metadatos en los archivos como algo rutinario. El hecho de que usted encontrara primero la información es trivial. Habría sido encontrada. Nada fue dejado al azar.
—Pero esa información ahora no me sirve de nada —dije—. Nada de todo esto cambia el hecho de que Roanoke está en la cuerda floja y de que no hay nada que yo pueda hacer al respecto. Estuvo usted en el interrogatorio. Tendré suerte si me dejan decirle a Jane en qué prisión voy a pudrirme.
Szilard no le dio importancia a mis palabras.
—La investigación determinó que actuó usted de manera responsable y dentro de sus deberes —dijo—. Puede regresar a Roanoke en cuanto hayamos acabado aquí.
—Retiro lo dicho. No estuvo usted en el mismo interrogatorio que yo.
—Es cierto que Butcher y Berkeley están convencidos de que es usted absolutamente incompetente —dijo Szilard—. Ambos votaron inicialmente por enviarlo al Tribunal de Asuntos Coloniales, donde habría sido acusado y sentenciado en unos cinco minutos. Sin embargo, conseguí convencerlos de que cambiaran su voto.
—¿Cómo lo hizo?
—Digamos que nunca viene bien hacer cosas que no quieres que otra gente sepa.
—Los está chantajeando.
—Les hice tomar conciencia de que toda acción tiene una consecuencia —dijo Szilard—. Y en la plenitud de su consideración prefirieron las consecuencias de permitirle a usted regresar a Roanoke que las consecuencias de mantenerlo aquí. En el fondo les daba lo mismo. Piensan que va a morir usted si vuelve a Roanoke.
—No sé si les puedo reprochar algo.
—Es posible que muera. Pero, como dije, tiene usted ciertas ventajas. Una de ellas es su relación con los obin. Otra es su esposa. Sirviéndose de ellas podría conseguir que Roanoke sobreviviera, y sobrevivir usted mismo con la colonia.
—Pero volvemos al mismo problema —dije—. Tal como usted lo cuenta, la Unión Colonial necesita que Roanoke muera. Al ayudarme a salvar a Roanoke, está usted trabajando contra la Unión Colonial, general. Es usted un traidor.
—Eso es asunto mío, no suyo. No me preocupa que me tachen de traidor. Me preocupa lo que sucederá si Roanoke cae.
—Si Roanoke cae, la Unión Colonial conseguirá sus soldados —dije.
—Y entonces irá a la guerra con la mayoría de las razas de esta parte del espacio —contestó Szilard—. Y perderá. Y al perder, la humanidad será exterminada. Toda entera, de Roanoke para arriba. Incluso la Tierra morirá, Perry. Será extinguida y los miles de millones de personas que hay allí no tendrán ni idea de por qué mueren. No se salvará nada. La humanidad está al borde del genocidio. Y es un genocidio que habremos buscado nosotros mismos. A menos que usted pueda detenerlo. A menos que salve a Roanoke.
—No sé si puedo hacer eso —dije—. Justo antes de venir aquí, atacaron a Roanoke. Sólo cinco misiles, pero nos costó Dios y ayuda impedir que nos eliminaran. Si un grupo entero de razas del Cónclave quiere convertirnos en polvo, no sé cómo podremos detenerlos.
—Tiene que encontrar un modo.
—Usted es general. Hágalo usted.
—Lo estoy haciendo —dijo Szilard—. Al traspasarle a usted la responsabilidad. No puedo hacer más que eso sin perder mi puesto en la jerarquía de la Unión Colonial. Si no, estaría indefenso. Llevo haciendo lo que puedo desde que se formó este loco plan para atacar al Cónclave. Lo usé a usted como pude sin hacérselo saber, pero ahora hemos dejado eso atrás. Ahora usted lo sabe. Su trabajo es salvar a la humanidad, Perry.
—Menos mal que no tengo ninguna presión —dije.
—Lo hizo usted durante años. ¿No recuerda cuando le dijeron cuál era el trabajo de las Fuerzas de Defensa Colonial? «Mantener un sitio para la humanidad entre las estrellas». Lo hizo usted entonces. Tiene que hacerlo ahora.
—En aquella ocasión éramos yo y todos los demás miembros de las FDC. La responsabilidad está un poco más concentrada ahora.
—Entonces déjeme ayudar —dijo Szilard—. Una vez más, la última. Mi cuerpo de inteligencia me ha dicho que el general Gau va a ser asesinado por un miembro de su propio círculo de consejeros. Alguien en quien confía; de hecho, alguien a quien quiere. El asesinato se producirá en este mismo mes. No tenemos más información. No tenemos ningún modo de informar al general Gau del intento de asesinato y, aunque lo tuviéramos, no habría ninguna posibilidad de que él tomara la información como auténtica. Si Gau muere, entonces todo el Cónclave se reformará en torno a Nerbros Eser, que planea destruir a la Unión Colonial. Si Nerbros Eser se hace con el poder, se acabó. La Unión Colonial caerá. La humanidad morirá.
—¿Y qué se supone que he de hacer con esta información? —dije.
—Encuentre un modo de usarla —respondió Szilard—. Y hágalo rápido. Y luego esté preparado para todo lo que sucederá. Y otra cosa más, Perry. Dígale a Sagan que aunque no le pido disculpas por ampliar sus capacidades, lamento haberme visto en la necesidad de hacerlo. Que sepa también que sospecho que aún no ha explorado todas sus capacidades. Dígale que su CerebroAmigo ofrece la gama completa de las funciones de mando. Use esas palabras, por favor.
—¿Qué significa «gama completa de las funciones de mando»? —pregunté.
—Sagan podrá explicárselo si quiere —dijo Szilard. Extendió la mano hacia el salpicadero, y pulsó un botón. Fénix y la Estación Fénix volvieron a aparecer tras las ventanas.
—Bien —dijo—. Hora de que regrese a Roanoke, administrador Perry. Ha estado fuera demasiado tiempo, y tiene mucho que hacer. Yo diría que es hora de poner manos a la obra.