Una semana después de llegar al cielo de Roanoke, la CUS Sacajawea se dirigió a Fénix llevando consigo ciento noventa de los antiguos miembros de la tripulación de la Magallanes. Catorce tripulantes se quedaron atrás: dos se habían casado con colonos en el ínterin, otra estaba embarazada y no quería enfrentarse a su marido, uno sospechaba que le estaba esperando una orden de detención si regresaba a Fénix, y los otros diez simplemente quisieron quedarse. Otros dos miembros de la tripulación también se quedaron: habían muerto, uno de un ataque al corazón y otro por sufrir un percance con la maquinaria agrícola cuando estaba borracho. El capitán Zane se despidió de todos los tripulantes vivos, prometiéndoles que encontraría un modo de que cobraran los atrasos de su paga, y luego se largó. Era un buen hombre y no le reproché que quisiera volver al espacio de la UC.
Cuando la Sacajawea regresó a Fénix, no se permitió a los tripulantes de la Magallanes volver a casa. Roanoke había sido un mundo colonial largamente inexplorado: su flora, fauna y enfermedades eran desconocidas y potencialmente letales para quienes no habían estado expuestos a él. La tripulación entera fue puesta en cuarentena en un ala de las instalaciones médicas de las FDC en la Estación Fénix durante un mes estándar. No hace falta decir que casi estuvieron a punto de amotinarse al conocer la noticia. Llegaron a un acuerdo: los tripulantes de la Magallanes permanecerían en cuarentena, pero se les permitiría entrar en contacto con un número limitado de seres queridos con la condición de que éstos guardaran silencio sobre su regreso hasta que la UC diera oficialmente la noticia de que se había encontrado la colonia perdida de Roanoke. Todo el mundo, tripulantes y familiares, accedieron felizmente a los términos.
No hace falta decir que la noticia del regreso de la tripulación de la Magallanes corrió como la pólvora instantáneamente. Los noticiarios y gobiernos locales que trataron de descubrir más cosas fueron recibidos con negativas oficiales por parte del gobierno de la UC y advertencias no oficiales de que publicar la noticia produciría consecuencias enormemente negativas: la historia permaneció enterrada oficialmente. Pero la noticia corrió entre los familiares de la tripulación de la Magallanes, y después entre sus amigos y colegas, y luego entre las tripulaciones de otras naves espaciales civiles y militares. La historia fue confirmada tranquilamente por los miembros de la tripulación de la Sacajawea, quienes, a pesar de que muchos de ellos habían aterrizado en Roanoke y de que todos habían mantenido contacto con los tripulantes de la Magallanes, no estaban en cuarentena.
La Unión Colonial no tiene muchos aliados en el espacio conocido, pero sí unos pocos. Pronto las tripulaciones de las naves aliadas se enteraron también del regreso de la tripulación de la Magallanes. Esas tripulaciones abordaron sus naves y viajaron a otros puertos, algunos de los cuales no eran tan amigos de la Unión Colonial y algunos de los cuales pertenecían a mundos miembros del Cónclave. Fue allí donde algunos cambiaron su conocimiento del regreso de la tripulación de la Magallanes por dinero contante. No era ningún secreto que el Cónclave estaba buscando la colonia perdida de Roanoke: tampoco era ningún secreto que el Cónclave pagaría felizmente cualquier información de fiar.
Algunos de los que se ofrecieron a informar fueron invitados por el Cónclave, que ofrecía a cambio astronómicas cantidades de dinero, a descubrir en qué parte del universo había estado todo aquel tiempo la tripulación de la Magallanes. Esta información sería difícil de encontrar (y por eso la recompensa era tan inimaginablemente alta). Pero casualmente, poco después de que la Sacajawea regresara a la Estación Fénix, su ayudante de navegación fue despedido por estar borracho en su puesto. El oficial se encontró de pronto en la lista negra: nunca volvería a viajar a las estrellas. El temor a la destitución más el deseo de venganza empujaron a este ex navegante a hacer saber que poseía información que otros querrían conocer, y que estaría dispuesto a compartirla por una suma que compensara los desmanes a los que se había visto sometido por la flota civil de la Unión Colonial. Recibió la suma y entregó las coordenadas de la colonia de Roanoke.
Y así, al tercer día del segundo año de la colonia de Roanoke, una nave apareció en el cielo sobre nosotros. Era la Estrella Tranquila, con el general Gau a bordo, quien me envió sus saludos como líder de la colonia y me citó para discutir el futuro de mi mundo. Era el tres de magallanes. Según las estimaciones de inteligencia de las Fuerzas de Defensa Colonial, iniciadas antes de que la «filtración» fuera puesta en marcha, el general Gau llegaba puntual.
* * *
—Tienen preciosas puestas de sol aquí —dijo el general Gau a través de un aparato traductor que colgaba de un cordón. El sol se había puesto unos minutos antes.
—He oído esa frase antes —dije.
Yo había ido solo, dejando a Jane encargada de manejar a los ansiosos colonos de Croatoan. La lanzadera del general Gau había aterrizado a un kilómetro de la aldea, al otro lado del arroyo. Allí no había granjas todavía. En la lanzadera, un escuadrón de soldados me observó al pasar. Su conducta indicaba que no me consideraban una gran amenaza para el general. Tenían razón. No tenía ninguna intención de hacerle daño. Quería ver cuánto de él reconocía a partir de las versiones que había visto en vídeo.
Gau hizo un gesto amable ante mi respuesta.
—Mis disculpas —dijo—. No crea que no soy sincero. Sus puestas de sol son realmente preciosas.
—Gracias —respondí—. No soy responsable de ellas: no creé este mundo. Pero agradezco el cumplido.
—No hay de qué. Y me complace oír que su gobierno puso a su disposición la información sobre nuestras eliminaciones de colonias. Nos preocupaba que no lo hubiera hecho.
—¿De veras?
—Oh, sí —dijo Gau—. Sabemos lo férreamente que la Unión Colonial controla el flujo de información. Nos preocupaba que cuando llegáramos aquí ustedes no supieran nada de nosotros… o supieran algo incompleto, y esa falta de información les llevara a hacer algo irracional.
—Como no entregar la colonia —dije.
—Sí. Entregar la colonia sería lo mejor, en nuestra opinión. ¿Ha estado alguna vez en el ejército, administrador Perry?
—He estado. En las Fuerzas de Defensa Colonial.
Gau me miró.
—No es usted verde —dijo.
—Ya no.
—Supongo que dirigió usted tropas.
—Lo hice.
—Entonces sabe que no es ninguna vergüenza rendirse cuando las propias tropas están en inferioridad numérica y armamentística y se enfrentan a un adversario honorable —dijo Gau—. Un adversario que respeta cómo gobierna usted a su gente y que le tratará como usted trataría a sus tropas, si la situación fuera a la inversa.
—Lamento decir que en mi experiencia con las FDC el número de oponentes a los que nos enfrentamos y que hubieran aceptado nuestra rendición era bastante pequeño.
—Sí, bueno —dijo Gau—. Producto de su propia política, administrador Perry. O la política de las FDC, que tuvo obligatoriamente que seguir. Los humanos no son especialmente buenos a la hora de aceptar la rendición de otras especies.
—Estoy dispuesto a hacer una excepción con usted.
—Gracias, administrador Perry —dijo Gau. Incluso a través del traductor pude notar su seca diversión—. No creo que sea necesario.
—Espero que cambie de opinión.
—Esperaba que fuera usted quien se rindiera ante mí —dijo Gau—. Si ha visto la información de cómo ha manejado el Cónclave nuestras anteriores eliminaciones, entonces sabrá que cuando las colonias se rinden honramos su sacrificio. No se le causará ningún daño a ninguno de los suyos.
—Sí, he visto cómo las han manejado… cuando no han volado la colonia —respondí—. Pero he oído que nosotros somos un caso especial. La Unión Colonial les ha engañado respecto a nuestro paradero. Hemos dejado en ridículo al Cónclave.
—Sí, la colonia desaparecida —dijo Gau—. Les estábamos esperando, ¿sabe? Sabíamos cuándo iba a saltar su nave. Iban a ser recibidos por varias naves, incluida la mía. No habrían podido desembarcar.
—Planeaban destruir la Magallanes.
—No —dijo Gau—. No a menos que intentara atacar o empezar a colonizar. Por lo demás, simplemente habríamos escoltado la nave hasta la distancia de salto para regresar a Fénix. Pero ustedes nos engañaron, como dice, y hemos tardado todo este tiempo en encontrarlos. Puede decir que dejaron en ridículo al Cónclave. Nosotros creemos que la Unión Colonial parecía desesperada. Y les hemos encontrado.
—Sólo han tardado un año.
—Y podríamos haber tardado otro año más. O podríamos haberlos encontrado mañana. Encontrarlos era sólo cuestión de tiempo, administrador Perry, no de si lo haríamos. Y le pido que lo tenga en cuenta. Su gobierno arriesgó su vida, y la vida de todos los miembros de su colonia, para lanzarnos un amago de desafío. Esta colonización era inútil. Tarde o temprano los habríamos encontrado. Lo hemos hecho. Y aquí estamos.
—Parece irritado, general.
El general hizo algo con la boca que interpreté como una sonrisa.
—Estoy irritado —admitió—. Buscando su colonia he desperdiciado tiempo y recursos que podría haber invertido mejor construyendo el Cónclave. Y esquivando fintas políticas por los miembros del Cónclave que se han tomado de manera personal la insolencia de su gobierno. Hay un grupo notable de miembros del Cónclave que quieren castigar a su gobierno atacando a la humanidad en su corazón… atacando a Fénix directamente.
Sentí simultáneamente oleadas de ansiedad y alivio. Cuando Gau dijo «atacando a la humanidad en su corazón», di por hecho que se refería a la Tierra; su mención a Fénix me recordó que los únicos que consideran la Tierra como el corazón de la humanidad eran los nacidos allí. Por lo que se refiere al resto del universo, Fénix era el planeta natal de la humanidad.
—Si su Cónclave es tan fuerte como sugiere, entonces podrían atacar Fénix —dije.
—Podríamos —contestó Gau—. Y podríamos destruirlo. Podríamos aniquilar también todas las colonias humanas y, si puedo hablarle con sinceridad, no es que haya muchas razas ahí fuera, en el Cónclave o fuera de él, que fueran a quejarse mucho por ello. Pero le diré lo que le he dicho a aquellos miembros del Cónclave que quieren extinguirlos: el Cónclave no es una maquinaria de conquista.
—Eso dice usted.
—Eso digo. Esto ha sido lo más difícil de hacer entender, tanto en el Cónclave como fuera de él. Los imperios de conquista no duran, almirante Perry. Se vacían por dentro, por la avaricia de los gobernantes y el interminable apetito de guerra. El Cónclave no es un imperio y no quiero extinguir a la humanidad, administrador Perry. Quiero que se convierta en parte del Cónclave. Si no es así, la dejaré a su aire, en los mundos que tenía antes del Cónclave, y sólo en esos. Pero preferiría que formaran parte de los nuestros. La humanidad es fuerte y tiene una increíble cantidad de recursos. Ha conseguido un éxito inmenso en un breve período de tiempo. Hay razas que llevan entre las estrellas miles de sus años y no han conseguido tanto ni colonizado con tanto éxito.
—Tengo una duda al respecto —dije—. Hay muchísimas razas por ahí y llevan colonizando mucho tiempo, y sin embargo tuvimos que salir a las estrellas para encontrar alguna.
—Tengo una respuesta para eso —dijo Gau—. Pero le garantizo que no le gustará.
—Dígamela de todas formas.
—Invertimos más en luchar que en explorar.
—Es una respuesta muy simplista, general.
—Mire nuestras civilizaciones —dijo Gau—. Todas tenemos el mismo tamaño porque nos limitamos unas a otras mediante la guerra. Todas estamos al mismo nivel tecnológico, porque comerciamos, negociamos y nos robamos unas a otras. Todas habitamos la misma zona del espacio porque ahí es donde empezamos, y decidimos controlar nuestras colonias en vez de dejarlas desarrollarse sin nosotros. Combatimos por los mismos planetas y sólo ocasionalmente exploramos para encontrar otros nuevos, y entonces nos peleamos como animales carroñeros luchando por un cadáver. Nuestras civilizaciones están en equilibrio, administrador Perry. Un equilibrio artificial que nos lleva a todos a la entropía. Esto sucedía antes de que los humanos llegaran a esta parte del espacio. Su llegada rompió ese equilibrio durante un tiempo. Pero ahora han asumido la misma pauta de robar y pelear, como el resto de nosotros.
—Eso no lo sé —dije.
—Por supuesto. Déjeme que le pregunte, administrador Perry: ¿cuántos de los planetas de la humanidad fueron recién descubiertos? ¿Y cuántos fueron simplemente arrebatados a otras razas? ¿Cuántos planetas han perdido los humanos ante otras razas?
Recordé el día en que llegamos al otro planeta, el falso Roanoke, y las preguntas de los periodistas sobre a quién le habíamos quitado el planeta. Se daba por hecho; no se les ocurrió pensar que acabáramos de descubrirlo.
—Este planeta es nuevo —dije.
—Y el motivo es que su gobierno intentaba ocultarlos —dijo Gau—. Incluso una cultura tan vital como la suya ahora explora principalmente por desesperación. Están atrapados en las mismas pautas estancadas que el resto de nosotros. Su civilización caerá lentamente como lo hacen las demás.
—Y usted cree que el Cónclave cambiará eso.
—En todo sistema, hay un factor que limita el crecimiento. Nuestras civilizaciones funcionan como sistema, y nuestro factor limitador es la guerra. Elimine ese factor y el sistema progresa. Podemos concentrarnos en la cooperación. Podemos explorar en vez de combatir. Si hubiera existido un Cónclave, quizá podríamos haberles conocido antes de que ustedes salieran al espacio y nos encontraran. Tal vez ahora exploraremos y encontraremos nuevas razas.
—¿Y qué haremos con ellas? —pregunté—. Hay una raza inteligente en este planeta. Además de la mía, quiero decir. Los conocimos de manera bastante desafortunada, y algunos de los nuestros acabaron muertos. Me costó bastante convencer a nuestros colonos de que no mataran a todos cuantos pudiéramos encontrar. ¿Qué hará usted, general, cuando se encuentre con una nueva raza en un planeta que quiera para el Cónclave?
—No lo sé.
—¿Disculpe?
—Bueno, no lo sé —dijo Gau—. No ha sucedido todavía. Hemos estado ocupados consolidando nuestras posiciones con las razas que conocemos y los mundos que ya han sido explorados. No hemos tenido tiempo para explorar. No ha habido ocasión.
—Lo siento —dije—. Ésa no es la respuesta que esperaba.
—Estamos en un momento muy sensible, administrador Perry, en lo que al futuro de sus colonos respecta. No complicaré innecesariamente las cosas mintiendo. Sobre todo por algo tan trivial como hipotético en nuestra actual situación.
—Me gustaría creerle, general Gau.
—Es un principio, entonces —dijo Gau. Me miró de arriba a abajo—. Dijo que formó usted parte de las Fuerzas de Defensa Colonial. Por lo que sé de los humanos, no es usted originalmente de la UC. Es de la Tierra. ¿Es así?
—Así es.
—Los humanos son realmente interesantes. Son la única raza que ha elegido cambiar su mundo hogar. Voluntariamente, quiero decir. No son los únicos en que reclutan a sus militares en un solo mundo, pero sí los que lo hacen en un mundo que no es su mundo principal. Me temo que nunca he comprendido del todo la relación entre la Tierra y Fénix, y con el resto de las colonias. No tiene mucho sentido para el resto de nosotros. Tal vez algún día consiga que me lo explique.
—Tal vez —dije, con cuidado.
Gau interpretó el tono como lo que era.
—Pero no hoy —dijo.
—Me temo que no.
—Una lástima —dijo Gau—. Ha sido una conversación interesante. Hemos hecho treinta y seis eliminaciones. Esta es la última. Y en ninguna, salvo en ésta y la primera, los líderes de las colonias han tenido mucho que decir.
—Es difícil tener una conversación casual con alguien que está listo para desintegrarte si no cedes a sus exigencias.
—Cierto. Pero el liderazgo se basa al menos un poco en el carácter. Y muchos de los líderes de esas colonias parecían carecer de él. Eso me hace preguntarme si esas colonias se fundaron en serio o simplemente para ver si pretendíamos llevar a cabo nuestra prohibición. Aunque hubo un caso en que intentaron asesinarme.
—Obviamente, no tuvieron éxito.
—No, ninguno —dijo Gau, y señaló a sus soldados, que permanecían atentos pero mantenían una distancia respetuosa—. Uno de mis soldados le disparó a la líder de la colonia antes de que pudiera apuñalarme. Hay un motivo por el que estos encuentros se hacen al aire libre.
—Entonces no es sólo por las puestas de sol —dije.
—Lamentablemente, no. Como puede imaginar, matar a la líder de la colonia hizo que tratar con el segundo al mando fuera bastante tenso. Pero fue una colonia que acabamos evacuando. Aparte de la líder, no hubo más derramamiento de sangre.
—Pero no han descartado ese derramamiento de sangre —dije—. Si me niego a evacuar esta colonia, no vacilará en destruirla.
—No.
—Y por lo que tengo entendido, ninguna de esas razas cuyas colonias han eliminado (violentamente o de otro modo) se ha unido al Cónclave.
—Es cierto.
—No está ganando exactamente corazones y mentes.
—No estoy familiarizado con esos términos que usa —dijo Gau—. Pero los entiendo bien. No, esas razas no se han vuelto parte del Cónclave. Pero no sería realista pensar que iban a hacerlo. Acabábamos de eliminar sus colonias y no pudieron impedirlo. No se humilla así a nadie y se espera que acaben pensando igual que uno.
—Podrían convertirse en una amenaza si se unieran.
—Soy consciente de que su Unión Colonial está intentando que eso suceda. No hay muchas cosas que estén ocurriendo ahora de las que no seamos conscientes, administrador Perry, incluyendo ésa. Pero la Unión Colonial lo ha intentado antes: ayudó a crear un «Contra-Cónclave» mientras aún estábamos en proceso de formación. No funcionó entonces. Tampoco creemos que vaya a funcionar ahora.
—Podrían estar equivocados.
—Podríamos. Ya veremos. Mientras tanto, sin embargo, debo insistir. Administrador Perry, le pido que entregue su colonia. Si lo hace, ayudaremos a sus colonos a regresar a salvo a sus mundos natales. O pueden elegir convertirse en parte del Cónclave, independientes de su gobierno. O pueden negarse y ser destruidos.
—Déjeme hacerle una contraoferta —dije—. Deje en paz esta colonia. Envíe una sonda a su flota, que sé que está a distancia de salto y lista para llegar. Dígale que se quede donde está. Reúna a sus soldados, regrese a su nave y márchese. Haga como que nunca nos ha encontrado. Déjenos tranquilos.
—Es demasiado tarde para eso —dijo Gau.
—Eso me suponía. Pero quiero que recuerde que se lo ofrecí.
Gau me miró en silencio durante un largo instante.
—Sospecho que sé lo que va a decir sobre mi oferta, administrador Perry. Antes de que lo haga, permítame suplicarle que lo reconsidere. Recuerde que tiene opciones, verdaderas opciones. La Unión Colonial le ha dado órdenes, pero recuerde que puede dejarse guiar por su propia conciencia. La Unión Colonial es el gobierno de la humanidad, pero hay más cosas para la humanidad que la Unión Colonial. Y usted no parecer ser un hombre al que le guste ser presionado, ni por mí, ni por la Unión Colonial, ni por nadie.
—Si cree que soy duro, tendría que conocer a mi esposa.
—Me gustaría —dijo Gau—. Creo que me gustaría mucho.
—Y a mí me gustaría decir que tiene razón —dije—. Me gustaría decir que no se me puede presionar. Pero sospecho que sí se puede. O tal vez se me puede presionar con cosas a las que no me puedo resistir. Como en este caso. Ahora mismo, general, no tengo ninguna opción, excepto una que no debería ofrecerle. Y es pedirle que se marche ahora, antes de que llame a su flota, y dejar que Roanoke siga perdida. Por favor, considérelo.
—No puedo. Lo siento.
—No puedo entregar esta colonia —dije—. Haga lo que tenga que hacer, general.
Gau se volvió a mirar a uno de sus soldados y le hizo una señal.
—¿Cuánto tiempo durará esto? —pregunté.
—No mucho.
Tenía razón. Minutos después llegaron las primeras naves, nuevas estrellas en el cielo. Menos de diez minutos más tarde, habían llegado todas.
—¿Tantas? —dije. Había lágrimas en mis ojos.
El general Gau lo advirtió.
—Le daré tiempo para regresar a su colonia, administrador Perry —dijo—. Y prometo que será rápido e indoloro. Sea fuerte, por su gente.
—No lloro por mi gente, general —dije.
El general me miró y luego alzó la cabeza a tiempo para ver explotar las primeras naves de su flota.
* * *
Todo es posible, con tiempo y voluntad.
La Unión Colonial, desde luego, tenía la voluntad de destruir la flota del Cónclave. La existencia de la flota era una amenaza intolerable; la Unión Colonial decidió destruirla en cuanto supo de su existencia. No había ninguna esperanza de que pudiera destruir la flota en una batalla cara a cara: con cuatrocientas doce naves de combate era más grande que toda la flota de batalla de las FDC. La flota sólo se reunía cuando eliminaba las colonias, así que existía la posibilidad de atacar a cada nave individualmente. Pero eso habría sido igualmente inútil; cada nave podría haber sido sustituida en la flota por su gobierno, y eso significaba que la Unión Colonial tendría que luchar con cada una de las más de cuatrocientas razas del Cónclave, muchas de las cuales, aunque la UC era oficialmente su enemiga, no suponían ninguna amenaza real para ella.
Pero la Unión Colonial no quería sólo destruir la flota del Cónclave. Quería humillarlo y desestabilizarlo: golpear el corazón de su misión y su credibilidad. La credibilidad del Cónclave se debía a su tamaño y su capacidad de imponer su prohibición a la colonización. La Unión Colonial tenía que golpear al Cónclave de un modo que neutralizara la ventaja de su tamaño y se burlara de su prohibición. Tenía que golpear al Cónclave exactamente en el momento en que estuviera mostrando su fuerza: cuando intentara eliminar una colonia. Una de nuestras colonias.
Sólo que la Unión Colonial no tenía ninguna colonia que estuviera amenazada por el Cónclave. La colonia nueva más reciente, Everest, se fundó unas semanas antes de la prohibición del Cónclave. No estaba amenazada. Habría que fundar otra colonia.
Entonces aparece Manfred Trujillo y su cruzada para colonizar. El Departamento de Colonización lo había ignorado durante años, y no sólo porque la secretaria de Colonización lo odiara a muerte. Hacía tiempo que se daba por hecho que la mejor manera de conservar un planeta era tener en él a tanta gente que fuera imposible matarlos a todos eficazmente. Las poblaciones coloniales eran necesarias para crear más colonos, no más colonias. Esas se podían fundar con el exceso de población de la Tierra. De no ser por la aparición del Cónclave, Trujillo podría haber hecho campaña para colonizar hasta el día de su muerte y no habría llegado a ninguna parte.
Pero de pronto su campaña se volvió útil. La Unión Colonial había ocultado a las colonias la existencia del Cónclave, como tantas otras cosas. Sin embargo, tarde o temprano, las colonias tendrían que conocer su existencia: el Cónclave era demasiado grande para ignorarlo. La Unión Colonial quería dejar claro que el Cónclave era el enemigo. También quería que las colonias se implicaran en la lucha.
Como las Fuerzas de Defensa Colonial estaban compuestas por reclutas de la Tierra (y como la Unión Colonial animaba a los colonos a concentrarse principalmente en sus políticas y asuntos locales en vez de en las cosas que afectaban a la UC), los colonos apenas pensaban en nada que no tuviera que ver con su propio planeta.
Pero al surtir a Roanoke de colonos de los diez planetas humanos más poblados, Roanoke se convertiría en la preocupación directa de más de la mitad de la población de la Unión Colonial, al igual que su pugna contra el Cónclave. En conjunto, una buena solución potencial a un puñado de temas.
Se informó a Trujillo de la aprobación de su iniciativa; luego se la quitaron de las manos. Eso sí fue porque la secretaria Bell lo odiaba a muerte. Pero también sirvió para eliminarlo de la cadena de mando. Trujillo era demasiado listo para no haber captado los detalles si se los presentaban de modo que los pudiera intuir. También ayudó a crear un subtexto político que lanzara a las colonias unas contra otras por una posición de liderazgo: esto apartó la atención de lo que la UC planeaba en realidad para la colonia.
Añadamos a dos líderes de la colonia incluidos en el último momento, y nadie en la estructura de mando de Roanoke tendría el contexto para estropear el plan de la Unión Colonial: ganar tiempo y crear la oportunidad para destruir la flota del Cónclave. Tiempo ganado escondiendo Roanoke.
El tiempo era crítico. Cuando la Unión Colonial forjó su plan era demasiado pronto para ponerlo en práctica. Aunque pudiera haber actuado contra el Cónclave, otras razas con colonias amenazadas no seguirían los pasos de la UC. Necesitaban tiempo para crear un grupo de aliados. Se decidió que la mejor manera de hacerlo sería dejar que primero perdieran sus colonias. Estas razas, con sus colonias amputadas, verían la colonia oculta de Roanoke como prueba de que incluso el poderoso Cónclave podía ser engañado, elevando entre ellas el estatus de la Unión Colonial y cultivando aliados potenciales para cuando llegara el momento oportuno.
Roanoke era también un símbolo para los miembros más insatisfechos del Cónclave, que veían cómo la carga de sus grandiosos designios les caía encima sin los beneficios inmediatos que habían esperado ganar. Si los humanos podían desafiar al Cónclave y salirse con la suya, ¿de qué valía pertenecer al Cónclave? Cada día que Roanoke continuaba oculta crecía la insatisfacción de esos miembros menores del Cónclave con la organización a la que habían rendido su soberanía.
Sin embargo, principalmente, la Unión Colonial necesitaba tiempo por otro motivo. Necesitaba tiempo para identificar las cuatrocientas doce naves que componían la flota del Cónclave. Necesitaba tiempo para descubrir dónde estarían esas naves cuando la flota no estuviera actuando. Necesitaba tiempo para colocar un soldado gamerano de las Fuerzas Especiales, como el teniente Stross, en la zona general de cada una de esas naves. Como Stross, cada uno de esos miembros de las Fuerzas Especiales había sido adaptado para los rigores del espacio. Como Stross, cada uno de ellos estaba cubierto de nano-camuflaje imbuido que les permitiría acercarse e incluso acoplarse a esas naves, sin ser vistos, durante días y posiblemente semanas. Al contrario que Stross, cada uno de esos soldados de las Fuerzas Especiales portaba una bomba pequeña pero potente, donde quizás una docena de gramos de antimateria fina estaban suspendidos magnéticamente en el vacío.
Cuando la Sacajawea regresó con la tripulación de la Magallanes, los gameranos se prepararon para su tarea. En silencio, invisibles, se escondieron en los cascos de aquellas naves espaciales, y fueron con ellas mientras se encontraban en el punto de reunión acordado y se preparaban para otra asombrosa entrada en masa sobre un mundo lleno de colonos escondidos. Cuando la sonda de la Estrella Tranquila saltó al espacio, los gameranos, muuuuy suavemente, colocaron sus bombas en los cascos de sus respectivas naves y se desprendieron de ellas antes de que las naves dieran el salto. No querían estar cerca cuando esas bombas estallaran.
No tenían que estarlo. Las bombas fueron activadas por control remoto por el teniente Stross, quien, estacionado a distancia segura, contó las bombas para asegurarse de que todas estaban en activo, y las fue detonando en una secuencia determinada por él mismo para crear el mayor impacto estético. Stross era un tipo estrafalario.
Las bombas, una vez estallaron, lanzaron la antimateria como un disparo de escopeta contra los cascos de las naves, extendiendo la antimateria por una amplia superficie para asegurar la aniquilación más eficaz de materia y antimateria. Funcionó perfecta y terriblemente.
Me enteré de gran parte de todo esto mucho más tarde, en diferentes circunstancias. Pero incluso cuando estuve con el general Gau, supe esto: Roanoke nunca fue una colonia en el sentido tradicional. Existía como símbolo de desafío, como creadora de tiempo, como cebo para atraer a un ser que soñaba con cambiar el universo y para destruir ese sueño mientras él miraba.
Como decía, todo es posible, con tiempo y voluntad. Tuvimos el tiempo. Tuvimos la voluntad.
* * *
El general Gau contempló cómo su flota volaba en pedazos de manera silenciosa pero brillante. Detrás de nosotros, los soldados gritaron horrorizados, confusos y aterrados por lo que estaban viendo.
—Lo sabía —dijo Gau, en un susurro. No dejó de mirar al cielo.
—Lo sabía —contesté—. Y traté de advertirle, general. Le pedí que no llamara a su flota.
—Es cierto. No puedo imaginar por qué sus amos se lo permitieron.
—No lo hicieron.
Gau se volvió entonces hacia mí, con una mueca en el rostro que no supe leer, pero que noté que expresaba un horror profundo y sin embargo, incluso en ese momento, curiosidad.
—Usted me advirtió. Por iniciativa propia.
—Eso hice.
—¿Por qué?
—No estoy del todo seguro —admití—. ¿Por qué decidió usted intentar evacuar a los colonos en vez de matarlos?
—Es lo moral.
—Tal vez por eso lo hice yo —dije, mirando de nuevo el brillo de las explosiones—. O tal vez no quería la sangre de toda esa gente sobre mi conciencia.
—No fue decisión suya —dijo Gau—. Tengo que creer eso.
—No lo fue. Pero eso no importa.
Al cabo de un rato, las explosiones cesaron.
—Su nave ha sido respetada, general Gau —dije.
—Respetada —repitió él—. ¿Por qué?
—Porque ése era el plan. Su nave, y solamente su nave, tiene permiso para dirigirse a salvo a la distancia de salto de Roanoke y regresar a su propio territorio, pero debe marcharse ahora. Esta garantía de paso seguro expira dentro de una hora a menos que se ponga de camino. Lo siento, pero no sé cuál es su medida equivalente de tiempo. Basta decir que debería darse prisa, general.
Gau se volvió y llamó con un grito a uno de sus soldados, y luego volvió a gritar cuando quedó claro que no le estaban prestando atención. Uno se acercó; el general cubrió su traductor y le dijo algo en su propio idioma. El soldado regresó corriendo junto a los demás, gritando por el camino.
Gau se volvió hacia mí.
—Esto dificultará las cosas —dijo.
—Con el debido respeto, general, creo que ésa era la intención.
—No —dijo Gau—. No lo entiende. Le dije que hay miembros del Cónclave que quieren eliminar a la humanidad. Aniquilarlos a todos ustedes como acaban de aniquilar a mi flota. Ahora será más difícil contenerlos. Son parte del Cónclave. Pero siguen teniendo sus propias naves y sus propios gobiernos. No sé qué sucederá ahora. No sé si podré controlarlos después de esto. No sé si me seguirán escuchando.
Un pelotón de soldados se acercó al general para recogerlo, dos de ellos me apuntaron con sus armas. El general ladró algo; las armas bajaron. Gau dio un paso hacia mí. Combatí la urgencia de retroceder un paso y aguanté a pie firme.
—Cuide de su colonia, administrador Perry —dijo Gau—. Ya no está oculta. A partir de este momento, será tristemente célebre. La gente querrá venganza por lo que ha sucedido aquí. Toda la Unión Colonial será un objetivo. Pero es aquí donde ha sucedido esto.
—¿Se vengará, general? —pregunté.
—No. Ninguna nave del Cónclave volverá aquí bajo mis órdenes. Le doy mi palabra. A usted, administrador Perry. Trató de advertirme. Le debo esa cortesía. Pero sólo puedo controlar mis propias naves y mis propias tropas —señaló a su pelotón—. Ahora mismo, éstas son las tropas que controlo. Y sólo tengo una nave a mis órdenes. Espero que comprenda lo que le estoy diciendo.
—Lo comprendo.
—Entonces adiós, administrador Perry —dijo Gau—. Cuide de su colonia. Manténgala a salvo. Espero por su bien que no sea tan difícil como imagino.
Gau se dio media vuelta y caminó rápidamente hacia su lanzadera para marcharse. Lo vi irse.
«El plan es sencillo —me había dicho el general Rybicki—. Destruiremos su flota, toda entera, excepto su nave. Regresará al Cónclave y luchará por conservar el control mientras todo se desintegra. Por eso le perdonaremos la vida. Incluso después de esto, algunos seguirán siéndole leales. La guerra civil que librarán los miembros del Cónclave después de esto los destruirá. La guerra civil debilitará las capacidades de sus razas más eficazmente que si el general Gau muriera y el Cónclave se disolviera. En un año, el Cónclave se habrá hecho pedazos y la Unión Colonial estará en posición de recogerlos».
Vi despegar la lanzadera de Gau y perderse en la noche.
Esperé que el general Rybicki tuviera razón.
Pero no creía que fuera así.