Capítulo 9

Jane había salido de la enfermería y me estaba esperando en el porche de nuestro bungaló, contemplando las estrellas.

—¿Buscas algo? —pregunté.

—Pautas —contestó Jane—. En todo el tiempo que llevamos aquí, nadie ha distinguido ninguna constelación. Pensé que podría intentarlo.

—¿Cómo te va?

—Fatal. Tardé una eternidad en ver las constelaciones en Huckleberry, y ya estaban allí. Crear nuevas es aún más problemático. Sólo veo estrellas.

—Concéntrate sólo en las brillantes.

—Hay un problema —dijo Jane—. Mis ojos son ahora mejor que los tuyos. Mejor que los de nadie. Todas son brillantes. Por eso probablemente nunca vi las constelaciones hasta que llegué a Huckleberry. Demasiada información. Hacen falta ojos humanos para ver las constelaciones. Sólo otro pedazo de mi humanidad que me han quitado.

Volvió a alzar la cabeza.

—¿Cómo te encuentras? —dije, observándola.

—Estoy bien —respondió ella. Se alzó la camisa; el tajo en el costado estaba lívido incluso a la tenue luz, pero era mucho menos preocupante que antes—. La doctora Tsao lo suturó, pero estaba ya curando incluso antes. Quiso tomar una muestra de sangre para buscar infecciones pero le dije que no se molestara. Todo es ya SangreSabia, de todas formas. No se lo dije —dejó caer la camisa.

—Pero no tienes la piel verde.

—No. Ni tampoco ojos de gato. Ni CerebroAmigo. Lo que no quiere decir que no tenga capacidades aumentadas. Simplemente, no son obvias, cosa que agradezco. ¿Dónde has estado?

—Viendo el montaje del director de la aniquilación de la colonia whaidi —respondí. Jane me miró intrigada. Le conté lo que acababa de ver.

—¿Lo crees? —me preguntó.

—¿Creer qué?

—Que ese general Gau esperaba no destruir la colonia.

—No lo sé. La discusión parecía bastante sincera. Y si simplemente quería destruir la colonia, podría haberlo hecho sin toda la pantomima de intentar conseguir que se rindiera.

—A menos que fuera una táctica de terror —dijo Jane—. Quebrar la voluntad de los colonos, hacerlos rendirse, destruirlos de todas formas. Y enviar la prueba a otras razas para desmoralizarlas.

—Claro —dije—. Eso sólo tiene sentido si planeas someter a la raza. Pero no parece que el Cónclave funcione así. Parece que es una unión de razas, no un imperio.

—Yo me cuidaría de hacer suposiciones basándome en un solo vídeo.

—Lo sé. Pero me molesta. El vídeo que nos dio la UC muestra al Cónclave destruyendo sin más a la colonia whaidi. Se supone que vemos al Cónclave como una amenaza. Pero el vídeo que acabo de ver me dice que no es tan simple.

—Por eso fue censurado —dijo Jane.

—¿Porque es ambiguo?

—Porque es confuso. La Unión Colonial nos envió aquí con instrucciones concretas y nos dio la información para cumplir esas instrucciones, sin la información que nos haría dudar de ellos.

—No lo consideras un problema —dije.

—Lo veo como una táctica.

—Pero estamos trabajando con la premisa de que el Cónclave es una amenaza inmediata y genocida —dije yo—. Esto sugiere que no lo es.

—Vuelves a dar cosas por hechas sin tener mucha información —dijo Jane.

—Tú sabías lo del Cónclave. ¿Es un Cónclave genocida según lo que sabes?

—No —respondió Jane—. Pero he dicho antes que lo que sé del Cónclave procede de Charles Boutin, que planeaba activamente traicionar a la Unión Colonial. No es fiable.

—Sigue molestándome. No me gusta que nos ocultaran toda esta información.

—La Unión Colonial maneja la información —dijo Jane—. Así es como conserva el control. Te lo he dicho antes. No debería ser novedad ya.

—Me hace preguntarme qué más no sabemos. Y por qué.

—No podemos saberlo —dijo Jane—. Tenemos la información sobre el Cónclave que nos ha proporcionado la Unión Colonial. Tenemos lo poco que yo sé. Y tenemos este nuevo fragmento de vídeo. Es todo lo que tenemos.

Pensé un momento.

—No —dije—. Tenemos algo más.

* * *

—¿Podéis mentir vosotros dos? —le pregunté a Hickory. Dickory y él estaban de pie delante de mí en el salón de nuestro bungaló. Yo estaba sentado ante mi escritorio; Jane estaba de pie a mi lado. Zoë, a quien acabábamos de despertar, bostezaba en el sofá.

—Todavía no le hemos mentido —dijo Hickory.

—Pero está claro que podéis salir con evasivas, ya que no es eso lo que os he preguntado.

—Podemos mentir —dijo Hickory—. Es un beneficio de la conciencia.

—Yo no lo llamaría beneficio.

—Abre un montón de posibilidades intrigantes en la comunicación.

—Supongo que así es —dije—. Ninguna de las cuales me interesa ahora mismo —me volví hacia Zoë—. Cariño, quiero que ordenes a estos dos que contesten con sinceridad a todas mis preguntas, sin mentiras ni evasivas.

—¿Por qué? —dijo Zoë—. ¿Qué ocurre?

—Por favor, hazlo, Zoë —dije.

Zoë hizo lo que le pedía.

—Gracias —dije—. Ya puedes volverte a la cama, cariño.

—Quiero saber qué está pasando.

—No es algo de lo que tengas que preocuparte.

—¿Me ordenas que le diga a estos dos que te digan la verdad, y quieres que me crea que no es algo de lo que tenga que preocuparme? —dijo Zoë.

—Zoë —dijo Jane.

—Además, si me marcho no hay ninguna garantía de que no vayan a mentirte —dijo Zoë, actuando rápidamente antes de que Jane pudiera terminar de hablar. Zoë sabía que podía negociar conmigo: Jane era mucho más inflexible—. Están equipados emocionalmente para mentiros, porque no les importa decepcionarte. Pero no quieren decepcionarme a mí.

Me volví hacia Hickory.

—¿Es eso cierto?

—Le mentiríamos si consideráramos que es necesario —contestó Hickory—. No le mentiríamos a Zoë.

—Ahí lo tienes —dijo Zoë.

—Cuéntale a alguien una palabra de todo esto y te pasarás el año próximo en un establo —le dije.

—Mis labios están sellados.

—No —dijo Jane, y se acercó a Zoë—. Tienes que comprender que lo que vayas a escuchar aquí no puede ser compartido de ninguna manera con nadie más. Ni con Gretchen. Ni con ninguno de tus otros amigos. Con nadie. No es un juego y no es un secreto divertido. Es un asunto mortalmente serio, Zoë. Si no estás dispuesta a aceptar eso, tendrás que salir de inmediato de esta habitación. Correré el riesgo de que Hickory y Dickory nos mientan a nosotros, pero no que lo hagas tú. ¿Comprendes que cuando te decimos que no compartas esto con nadie, no puedes compartirlo con nadie más? Sí o no.

—Sí —dijo Zoë, mirando a Jane—. La comprendo, Jane. Ni una palabra.

—Gracias, Zoë —dijo Jane, y se inclinó y la besó en la coronilla—. Adelante —me dijo a mí.

—Hickory, recordarás que tuvimos una conversación en la que os dije a los dos que quería que entregarais vuestros implantes de conciencia —dije.

—Sí —respondió Hickory.

—Entonces hablamos sobre el Cónclave. Y dijiste que no creías que el Cónclave fuera una amenaza para esta colonia.

—Dije que creíamos que esa amenaza era insignificante.

—¿Por qué creéis eso? —pregunté.

—El Cónclave prefiere que las colonias sean evacuadas en vez de destruidas —dijo Hickory.

—¿Cómo sabes eso?

—Por la información sobre el Cónclave que nos proporcionó nuestro gobierno.

—¿Por qué no compartisteis esta información con nosotros antes?

—Nos dijeron que no lo hiciéramos.

—¿Quién?

—Nuestro gobierno.

—¿Por qué os dijeron que no la compartierais?

—Tenemos una orden vigente de nuestro gobierno de no compartir información con ustedes sobre asuntos en los que no están sustancialmente informados —dijo Hickory—. Es una cortesía para con su gobierno, que exige seguridad y confianza a nuestro gobierno en numerosos asuntos. Dickory y yo no le hemos mentido, pero no se nos permite tampoco ofrecer voluntariamente información. Recordará que antes de salir de Huckleberry le preguntamos qué sabía del estatus de esta parte del espacio.

—Sí —dije yo.

—Intentábamos descubrir cuánto conocimiento se nos permitía compartir con ustedes —dijo Hickory—. Lamentamos decir que no pareció que supieran mucho. Así que no pudimos compartir mucho.

—Ahora lo estáis compartiendo.

—Ahora lo está usted preguntando —dijo Hickory—. Y Zoë nos ha dicho que no mintamos.

—Habéis visto nuestro vídeo donde el Cónclave destruye la colonia whaidi.

—Sí, cuando lo compartieron con todos sus colonos.

—¿Encaja con vuestro vídeo? —pregunté.

—No —respondió Hickory—. El nuestro era mucho más largo.

—¿Por qué nuestra versión es más corta?

—No podemos especular sobre por qué hace su gobierno las cosas que hace.

Me detuve. La construcción de la frase dejaba mucho espacio a la interpretación.

Jane intervino.

—Dijiste que el Cónclave prefiere evacuar colonias antes que destruirlas. ¿Lo dices por el vídeo o tenéis otra información?

—Tenemos otra información —dijo Hickory—. El vídeo muestra sólo el primer intento del Cónclave de eliminar una colonia.

—¿Cuántos otros ha habido? —preguntó Jane.

—No lo sabemos —contestó Hickory—. No nos comunicamos con nuestro gobierno desde hace casi un año de Roanoke. Sin embargo, cuando partimos, el Cónclave había eliminado diecisiete colonias.

—¿Cuántas fueron destruidas?

—Tres. Las demás fueron evacuadas. En diez casos, los colonos fueron repatriados con sus razas. Cuatro eligieron unirse al Cónclave.

—¿Tenéis pruebas de eso? —pregunté.

—El Cónclave documenta extensamente la eliminación de cada colonia y lo comparte con todos los gobiernos que no son miembros —dijo Hickory—. Tenemos información sobre todas las eliminaciones hasta nuestra llegada aquí a Roanoke.

—¿Por qué? —preguntó Jane—. ¿Qué relevancia tiene esa información para vosotros dos?

—Nuestro gobierno era consciente de que esta colonia se fundaba a pesar de las advertencias del Cónclave. Y aunque no lo sabíamos con certeza, esperábamos que la Unión Colonial intentara ocultársela al Cónclave. Cuando el Cónclave encontrara su colonia, nosotros debíamos mostrarles esta información.

—¿Con qué propósito? —dije yo.

—Para convencerles de que se rindieran. No podíamos permitir que fuera destruida.

—Debido a Zoë.

—Sí.

—Guau —dijo Zoë.

—Silencio, cariño —dije yo. Zoë se calló. Estudié a Hickory con atención—. ¿Qué pasaría si Jane y yo decidiéramos no entregar la colonia? —pregunté—. ¿Y si ella y yo decidiéramos que la colonia debería ser destruida?

—Preferiríamos no decirlo —respondió Hickory.

—Nada de evasivas. Responde a las preguntas.

—Lo mataríamos a usted y a la teniente Sagan —dijo Hickory—. A ustedes y a cualquier otro líder que llevara a la colonia a su destrucción.

—¿Nos mataríais? —dije.

—Sería difícil para nosotros —concedió Hickory—. Tendríamos que hacerlo con nuestros implantes de conciencia desactivados, y creo que ni Dickory ni yo decidiríamos volver a activarlos jamás. Las emociones serían insoportables. Además, somos conscientes de que la teniente Sagan ha sigo alterada genéticamente a los parámetros operativos de las Fuerzas Especiales. Eso haría más difícil matarla.

—¿Cómo sabéis eso? —preguntó Jane, sorprendida.

—Observamos —respondió Hickory—. Sabemos que usted intenta ocultarlo, teniente. Hay pequeños detalles que la ponen en evidencia. Corta la verdura demasiado rápido.

—¿De qué están hablando? —le preguntó Zoë a Jane.

—Más tarde, Zoë —dijo Jane, y devolvió su atención a Hickory—. ¿Y ahora qué? ¿Nos mataréis a John y a mí?

—Si se deciden por la destrucción de la colonia, sí.

—Ni os atreváis —dijo Zoë. Se levantó, furiosa—. No haréis eso bajo ninguna circunstancia.

Hickory y Dickory temblaron de sobrecarga emocional, intentando procesar la furia de Zoë.

—Es algo que debemos negarte —dijo Hickory a Zoë al cabo de un rato—. Eres demasiado importante. Para nosotros. Para todos los obin.

Zoë ardía de furia.

—Ya he perdido un padre por causa de los obin —dijo.

—Que todo el mundo se calme —intervine—. Nadie va a matar a nadie, ¿de acuerdo? De eso, ni hablar. Zoë, Hickory y Dickory no van a matarnos porque no vamos a permitir que destruyan la colonia. Así de sencillo. Y es imposible que yo permita que te pase nada, Zoë. Hickory y Dickory y yo estamos todos de acuerdo en que eres demasiado importante.

Zoë inspiró profundamente y empezó a sollozar. Jane la abrazó y la ayudó a sentarse. Yo volví mi atención hacia los dos obin.

—Quiero dejaros esto claro —dije—: En cualquier circunstancia, proteged a Zoë.

—Lo haremos —respondió Hickory—. Siempre.

—Bien. No intentéis matarme a mí en el proceso. Ni a Jane.

—Lo intentaremos.

—Bien. Zanjado. Pasemos a otra cosa.

Tuve que detenerme un minuto para poner en orden mis pensamientos; ser informado de que era objetivo de asesinato y el subsiguiente y completamente justificado cabreo de Zoë me habían afectado de verdad.

—Habéis dicho que, por lo que vosotros sabéis, se han eliminado diecisiete colonias —dije.

—Sí —contestó Hickory.

—Los colonos de catorce de ellas sobrevivieron; y cuatro decidieron unirse al Cónclave. ¿Querías decir que se unieron esos colonos, o que se unió su raza entera?

—Se unieron los colonos.

—Así que ninguna de las razas cuyas colonias han sido eliminadas se ha unido al Cónclave.

—No —dijo Hickory—. Esto ha sido una cuestión preocupante dentro del mismo Cónclave. Se suponía que al menos algunas de esas razas aceptarían la invitación a unirse a él. Las eliminaciones parecen haber conseguido lo contrario.

—Las razas no se unen al Cónclave por la fuerza —dijo Jane desde el sofá.

—No —dijo Hickory—. Simplemente, no se les permite seguir expandiéndose.

—No veo cómo nadie puede llevar eso a cabo —dije—. El universo es grande.

—Lo es. Pero ninguna raza ha estado dispuesta a renunciar a la administración de sus colonias. Siempre hay un modo de descubrirlas.

—Excepto a ésta —dije—. Por eso nos han hecho escondernos. Es más importante para los humanos sobrevivir en el universo que controlarlo.

—Tal vez —dijo Hickory.

—Quiero ver esos archivos que tenéis, Hickory —dijo Jane—. Y la versión extendida de tu vídeo —me dijo a mí.

—Necesitaré ir al laboratorio tecnológico para transferirlos —dijo Hickory.

—No hay mejor momento que éste —dije. Jane y yo le dimos a Zoë un beso de buenas noches, y luego salimos por la puerta con los obin camino de la caja negra. Hickory y Dickory iban delante.

—¿Qué has dicho ahí dentro? —me preguntó Jane mientras caminábamos.

—¿Decir qué?

—Que no permitiríamos que la colonia fuera destruida.

—Para empezar, nuestra hija estaba al borde del colapso nervioso pensando que Hickory y Dickory iban a atravesarnos con cuchillos —dije—. Y además, si las opciones son rendirse o convertir a cada hombre, mujer y niño de la colonia en cenizas, sé lo que escogería.

—De nuevo estás haciendo suposiciones con información limitada —dijo Jane—. Tengo que ver esas cintas antes de que podamos tomar ningún tipo de decisión. Hasta entonces, todas las opciones están abiertas.

—Ya veo que vamos a empezar a darle vueltas y más vueltas al asunto —dije, y miré las estrellas. Jane las miró también—. Me pregunto cuál de esas tiene a Huckleberry alrededor. Creo que deberíamos habernos quedado allí. Entonces esto sería problema de otros. Al menos durante un tiempo.

—John —dijo Jane. Me volví. Se había detenido varios pasos detrás de mí y seguía mirando al cielo.

—¿Qué? —alcé de nuevo la cabeza—. ¿Has distinguido una constelación?

—Hay una estrella ahí arriba que no estaba antes —dijo Jane, y señaló—. Ésa.

Entorné los ojos, y entonces me di cuenta de que no importaba que los entornara o no, puesto que no sabía qué estrellas se suponía que había allí arriba y cuáles no. Y entonces la vi. Brillante. Y en movimiento.

—Oh, Dios —dije.

Jane soltó un grito y cayó al suelo, las manos en la cabeza. Corrí hacia ella. Ahora tenía convulsiones. Traté de sujetarla y su brazo se agitó y me dio un golpe con la palma en la sien que me derribó al suelo. Vi un destello blanco y me pasé los siguientes instantes inmóvil, tratando de no vomitar.

Hickory y Dickory me levantaron del suelo, sosteniéndome uno de cada brazo. Miré a mi alrededor aturdido, buscando a Jane. Ella ya no estaba en el suelo; en cambio, caminaba furiosamente, murmurando como una loca. Se detuvo, arqueó la espalda y aulló como una banshee. Yo también grité, completamente sorprendido.

Al cabo de un rato, avanzó hacia mí.

—Vas a tener que reunirte con ellos sin mí, porque ahora mismo sería capaz de matar hasta el último puñetero miembro.

—¿De qué estás hablando? —dije.

—La maldita Unión Colonial —dijo, y señaló con un dedo hacia arriba—. Son ellos, y vienen para acá.

—¿Cómo lo sabes?

Jane apartó la mirada y soltó una risa extraña como nunca le había oído antes y como sinceramente esperaba no volverle a oír jamás.

—Sí. ¿Recuerdas cuando antes hablamos de mis nuevas habilidades y dije que no tenía CerebroAmigo?

—Sí —contesté.

—Bien. Pues resulta que me equivoqué.

* * *

—Tengo que decirlo: pensaba que se iba a alegrar de verme —dijo el general Rybicki—. Todo el mundo parece contento.

A través de la ventana, señaló a la calle, que estaba llena de roanoqueños madrugadores que pensaban que su aislamiento había llegado a su fin.

—¿Dónde está Sagan?

—Tiene que decirme qué coño está pasando, general.

Rybicki se volvió a mirarme.

—¿Disculpe? —dijo—. Ya no soy su comandante en jefe, Perry, pero sigo siendo su superior. Un poco más de respeto sería apropiado.

—Un carajo —dije—. Y un carajo para usted también. No ha habido nada en esta colonia con lo que haya sido sincero desde que nos reclutaron.

—He sido todo lo sincero que he podido —dijo Rybicki.

—Todo lo sincero que ha podido —repetí. La incredulidad de mi voz era inconfundible.

—Digámoslo de otra manera —dijo Rybicki—. He sido todo lo sincero que me han permitido.

—Nos mintió a mí y a Jane y a toda la colonia. Nos han largado al puto culo del universo y nos han amenazado con la aniquilación a manos de un grupo cuya existencia ninguno de nosotros conocía. Cogieron a colonos entrenados con equipo moderno y los obligaron a colonizar con máquinas antiguas que apenas sabían usar. Si algunos de nuestros colonos no hubieran sido menonitas, lo único que habría encontrado aquí serían huesos. Y como no exploraron lo bastante este planeta para saber que tiene su propia y puñetera especie inteligente, siete de mis colonos han muerto en los tres últimos días. Así que con todo el debido respeto, general, puede besarme el culo. Jane no está aquí porque, si lo estuviera, usted estaría ya probablemente muerto. Y no crea que yo me siento más caritativo.

—Muy justo —dijo Rybicki, sombrío.

—Quiero respuestas.

—Ya que ha mencionado la palabra aniquilación, está claro que sabe lo del Cónclave —dijo Rybicki—. ¿Cuánto sabe?

—Sé la información que nos mandaron —contesté, olvidando mencionar que sabía algo más.

—Entonces sabe que está buscando activamente nuevas colonias y las está eliminando —dijo Rybicki—. Como puede suponer, eso no le hace mucha gracia a las razas que están quedándose sin sus colonias. La Unión Colonial ha encabezado la resistencia al Cónclave, y esta colonia juega un papel importante en eso.

—¿Cómo?

—Permaneciendo escondida —dijo Rybicki—. Cristo, Perry, llevan ustedes aquí casi un año. El Cónclave se ha vuelto loco buscándolos. Y cada día que no los encuentra, menos aterrador parece. Más parece lo que es: el esquema piramidal más grande del universo. Es un sistema donde unas cuantas razas fuertes están aprovechándose de la credulidad de un puñado de razas más débiles para apoderarse todos los planetas habitables a la vista. Nosotros hemos estado usando esta colonia como palanca para influir en algunas de esas razas. Estamos desestabilizando el Cónclave antes de que pueda alcanzar masa crítica y aplastarnos a nosotros y a todos los demás.

—Y para eso hace falta engañar a todo el mundo, incluyendo a la tripulación de la Magallanes.

—Desgraciadamente, sí —dijo Rybicki—. Mire, sólo un mínimo grupo de gente podía ser informada de esto: la secretaria de Colonización, yo, el general Szilard de las Fuerzas Especiales y unos cuantos soldados suyos escogidos. Yo supervisé la carga y orquesté parte de la selección colonial. No es un accidente que tuvieran menonitas aquí, Perry. Y no es un accidente que tuvieran suficiente maquinaria para ayudarlos a sobrevivir. Es lamentable que no pudiéramos decírselo, y lamento no haber encontrado otro modo de hacerlo. Pero no voy a pedir disculpas, porque funcionó.

—¿Y cómo va esto en casa? —dije—. ¿Cómo se sienten los planetas natales de nuestra gente al saber que juegan con las vidas de sus amigos y familiares?

—No lo saben —dijo Rybicki—. La existencia del Cónclave es un secreto de Estado, Perry. No le hemos dicho nada a las colonias individuales. No es algo de lo que tengan que preocuparse todavía.

—No piensan que una federación de unos pocos cientos de razas en esta parte del espacio sea algo que le interese saber a la mayoría de la gente.

—Estoy seguro de que querrían saberlo —dijo Rybicki—. Y entre usted y yo, si por mí fuera, probablemente lo sabrían ya. Pero no es cosa mía, ni suya, ni de ninguno de nosotros.

—Así que todo el mundo cree que estamos perdidos.

—Así es. La segunda colonia perdida de Roanoke. Son ustedes famosos.

—Pero acaban de descubrir el juego. Está usted aquí. Cuando regresen, la gente sabrá que estamos aquí. Y mi gente sabe lo del Cónclave.

—¿Cómo lo saben?

—Porque se lo dijimos —contesté, incrédulo—. ¿Habla en serio? ¿Espera que le diga a la gente que no pueden utilizar ninguna tecnología más avanzada que un tractor mecánico y no darles un motivo? Yo habría sido el primer muerto del planeta. Claro que lo saben. Y como lo saben, todos los que conocen allá en la Unión Colonial lo sabrán también. A menos que planee dejarnos aislados. En cuyo caso esa misma gente que está ahí fuera saltando de alegría lo colgará por los pulgares.

—No, no van a volver al agujero —dijo Rybicki—. Por otro lado, tampoco han salido del agujero todavía. Estamos aquí por dos cosas. La primera es para recoger a la tripulación de la Magallanes.

—Por lo que le estarán eternamente agradecidos, aunque supongo que el capitán Zane querría recuperar su nave.

—Lo segundo es hacerles saber que todo el equipo que no han podido usar pueden usarlo ahora —dijo Rybicki—. Despídanse del segundo milenio. Bienvenidos a los tiempos modernos. No obstante, todavía no podrán enviar mensajes a la Unión Colonial. Hay que perfilar unos cuantos detalles.

—Usar equipo moderno revelará nuestra presencia —dije.

—Así es.

—Me está dejando de piedra —dije—. Nos hemos pasado un año escondidos para que ustedes puedan debilitar al Cónclave, y ahora quieren que nos revelemos. Tal vez estoy confundido, pero no llego a comprender cómo hacernos matar por el Cónclave va a ayudar a la Unión Colonial.

—Está dando por hecho que van a ser masacrados —dijo Rybicki.

—¿Hay otra opción? Si se lo pedimos amablemente, ¿nos dejará el Cónclave hacer las maletas y marcharnos?

—No estoy diciendo eso. Estoy diciendo que la Unión Colonial los ha mantenido ocultos porque necesitábamos mantenerlos ocultos. Ahora necesitamos que el Cónclave sepa dónde están. Hemos planeado algo. Y cuando tengamos lista nuestra pequeña sorpresa, no tendría ningún sentido ocultar a las colonias su situación ni la existencia del Cónclave. Porque el Cónclave se habrá desmoronado y ustedes habrán sido la clave.

—Tiene que decirme cómo.

—Muy bien —dijo Rybicki, y lo hizo.

* * *

—¿Cómo te encuentras? —le pregunté a Jane, dentro de la caja negra.

—Ya no quiero seguir apuñalando a la gente, si es eso lo que preguntas —respondió Jane, y se palpó la frente, indicando el CerebroAmigo que había detrás—. Sigue sin hacerme gracia esto.

—¿Cómo es que no sabías que estaba ahí?

—Los CerebroAmigos se activan por control remoto —dijo ella—. Yo no podría haberlo conectado. La nave de Rybicki envió una señal de búsqueda; la señal despertó al CerebroAmigo. Ahora está conectado. Escucha, he revisado los archivos que me dio Hickory.

—¿Todos?

—Sí. Me han rehecho por completo y tengo el CerebroAmigo. Puedo volver a la velocidad de procesamiento de las Fuerzas Especiales.

—¿Y? —pregunté.

—Encajan. Hickory tiene vídeo y documentación sobre las fuentes del Cónclave, lo cual es sospechoso. Pero tiene material complementario para cada caso, de fuentes obin, de las razas cuyas colonias fueron eliminadas y de la Unión Colonial también.

—Podría ser falso —dije—. Todo podría ser una engañifa monumental.

—No. Los archivos de la Unión Colonial tienen un código de verificación en el metatexto. Los revisé con el CerebroAmigo. Son auténticos.

—Bueno, es algo que te hace apreciar al viejo Hickory, ¿no?

—Así es —dijo Jane—. No mentía cuando dijo que los obin no enviaban a cualquiera a cuidar de Zoë. Aunque por lo que veo en esos archivos, Dickory es el superior de los dos.

—Jesús —dije—. Justo cuando crees que conoces a un tipo. O a una chica. O una criatura de sexo indefinido, que es lo que es.

—No es indefinido. Es las dos cosas.

—¿Qué hay de ese general Gau? ¿Tus archivos tienen algo sobre él?

—Algo —dijo Jane—. Sólo lo básico. Es un vrenn, y lo que dice en la cinta ampliada parece correcto: después de la batalla con los keis empezó a hacer ruido para crear el Cónclave. No salió bien al principio. Lo metieron en la cárcel por agitador político. Pero entonces el gobernante vrenn tuvo un desafortunado final y el siguiente régimen liberó al general.

Alcé una ceja.

—¿Asesinato? —pregunté.

—No —respondió Jane—. Desorden crónico del sueño. Se quedó dormido mientras comía y cayó de boca contra el cuchillo de la cena. Se atravesó el cerebro. Murió al instante. El general probablemente podría haber gobernado Vrennu, pero decidió intentar lo del Cónclave. Aún no gobierna Vrennu. Ni siquiera fue uno de los planetas fundadores del Cónclave.

—Cuando hablé con Rybicki, dijo que el Cónclave era un esquema piramidal —dije—. Algunas de las razas que están en lo más alto extraen beneficios y las que están abajo son las jodidas.

—Tal vez. Por lo que vi en los archivos los primeros mundos coloniales que abrió el Cónclave fueron poblados por relativamente pocas razas. Pero no puedo decirte si eso indica que algunas razas aprovecharon la ventaja o bien si es que cotejaron las razas con las posibilidades del planeta. Aunque si es lo primero, no es muy distinto de lo que está pasando aquí. La colonia está completamente establecida por las colonias humanas más antiguas, las que existían antes de la Unión Colonial. A nivel étnico y económico, no se parecen en nada al resto de las colonias.

—¿Crees que el Cónclave es una amenaza para nosotros? —le pregunté a Jane.

—Pues claro que lo creo. Esos archivos dejan claro que el Cónclave destruirá a las colonias que no se rindan. Su modo de operar es siempre el mismo: llenar el cielo de naves estelares y que todas y cada una de ellas disparen sobre la colonia. Las ciudades importantes no sobrevivirían a una cosa así, mucho menos una colonia. Roanoke quedaría volatilizada al instante.

—¿Pero crees que es probable que ocurra?

—No lo sé. Tengo mejores datos que antes, pero siguen estando incompletos. Nos falta casi un año de información, y no creo que vayamos a conseguir más. No de la Unión Colonial, al menos. Puedo decirte ahora mismo que no tengo permiso para ver los archivos de la Unión Colonial que me dio Hickory. Y de todas formas, no me siento inclinada a entregar la colonia sin luchar. ¿Le dijiste a Rybicki lo que sabemos?

—No. Y no creo que debamos decírselo tampoco. Al menos no todavía.

—No te fías de él.

—Digamos que tengo mis reservas —dije—. Rybicki no ofreció nada tampoco. Le pregunté si pensaba que el Cónclave nos dejaría marchar de este planeta si quisiéramos, y sugirió que no.

—Te mintió.

—Decidió responder de manera diferente a lo que dictaría la sinceridad total —dije—. No estoy seguro de que sea exactamente una mentira.

—No lo consideras un problema.

—Lo considero una medida táctica —dije. Jane sonrió ante la inversión de la conversación—. Pero también me sugiere que tal vez no querríamos tragarnos todo lo que nos diga. Nos han manipulado antes. Es probable que vayan a manipularnos otra vez.

—Hablas como Trujillo —dijo Jane.

—Ojalá hablara como Trujillo. Él fue el primero que pensó que todo esto era por una refriega política con la secretaria de Colonización. En este punto, eso parece adorablemente ingenuo. Nuestra situación es como un rompecabezas, Jane. Cada vez que creo que se va a solucionar un problema, de pronto aparece otra capa de complicaciones. Sólo quiero resolver este maldito asunto.

—No tenemos suficiente información para resolverlo —dijo Jane—. Toda la información de Hickory encaja, pero es antigua y no sabemos si la política del Cónclave ha cambiado, si están afianzando su poder o si se están desmoronando. La Unión Colonial no ha sido sincera con nosotros, pero no puedo decir si por malicia o porque decidía qué información proporcionarnos para que hiciéramos nuestro trabajo sin distraernos. Tanto el Cónclave como la Unión Colonial tienen sus planes. Pero los datos que tenemos no aclaran ninguno de esos planes, y nosotros estamos atrapados en medio.

—Hay una palabra para eso —dije—. Peones.

—Peones de quién, ésa es la cuestión.

—Creo que lo sé. Déjame que te cuente la última maniobra.

—Se me ocurren una docena de formas diferentes por las que podría salir mal —dijo Jane, después de que yo terminara.

—Lo mismo pienso yo. Y estaría dispuesto a apostar a que no son la misma docena.