Presentación

JUAN BONILLA

Si un erudito futuro se empeñase en componer una enciclopedia de prodigios del agonizante siglo XX, en el que compartiesen espacio la drogada velocidad insuperable del atleta Ben Johnson con las filigranas de Johan Cruyff, las estrategias geniales de Bobby Fischer con las modulaciones de la voz de María Callas o los gags memorables de Charles Chaplin, no podría incluir; en justicia, a ningún otro prosista antes que a Vladimir Nabokov, pues si lo propio del prodigio es suscitar en el que lo contempla el asombro antes que la emoción, es evidente que no hay autor de este siglo ante cuyas obras los lectores queden tan arrasadamente hechizados por el asombro como quedamos ante las novelas del autor de Lolita. Es difícil encontrar una sola página de Vladimir Nabokov que no haya sido iluminada por el rayo de una imagen poderosa, por la inteligencia de una reflexión sorprendente o por el puñetazo de un detalle memorable. Su facilidad conmovedora para golpeamos con una descripción incomparable de un rostro, un paisaje, un estado de ánimo, obligándonos a fijar la atención en detalles cuya insignificancia queda magnificada y transformada en aspectos reveladores, nos impele a aceptar el carácter prodigioso de un escritor que, como se sabe, escribió primero sus novelas y relatos en ruso y se pasó luego al inglés (idioma al que él mismo tradujo las novelas escritas en su idioma natural) sin que su prosa perdiera un ápice de elegancia, sin que renunciara a exigirse ejercicios de cada vez más difícil composición y sin que los resolviera con cada vez más creciente maestría.

Hasta la publicación de su hoy mítica Lolita (dos veces transformada por el cine en colección de estampas sin el vigor de la novela), Nabokov era un escritor conocido y respetado en el mundillo literario de varios países (además de repudiado por algunos críticos hasta el final, ya que alguno llegó a rechazar una novela tan nítida como Cosas transparentes —1972con el consistente argumento de que no entendía qué quería contar el autor). Es conocido que la primera palpitación de Lolita deparó un hermoso relato titulado El hechicero que cuenta una historia de paidofilia protagonizada por un caballero de posición acomodada, atormentado por sus inclinaciones eróticas, que se enamora de una niña de 12 años a la que conoce en los jardines de una ciudad europea. El caballero urdirá una peculiar estratagema para no perder contacto con la nínfula: se casará con su madre, una mujer cuyo estado de salud le permite albergar la esperanza de quedarse viudo pronto para poder disfrutar de la muchacha antes de que el tiempo le diezme los encantos que le han arrebatado.

Nada más inoportuno que tomar la novela de Nabokov sólo y exclusivamente por la trama que le sirve de columna vertebral: en las novelas de Nabokov las columnas vertebrales son tan irremplazables como cualquiera de los demás huesos que componen el esqueleto de las novelas, tan irremplazables como todos y cada uno de sus músculos. Son piezas de relojería en las que la perfección del mecanismo se debe a la excelencia con que cada una de ellas ha sido diseñada y colocada en el artefacto definitivo. Así pues nada más pernicioso con respecto a Lolita que situarla en la poblada península de los libros eróticos, a pesar de que una potente editorial norteamericana rechazara el manuscrito de Nabokov por considerarlo pornográfico y el escritor se viese obligado a optar por recurrirá una pequeña editorial parisina especializada en la impresión de literatura sicalíptica.

Lolita es, sobre todo, una monumental historia de amor imposible, prohibido, destinado al fracaso, además de un fascinante examen de los fantasmas que dominan la existencia del protagonista y la vivisección extraordinaria de una adolescente que va cobrando certeza de su hermosura (es decir de su poder) y cuya perversión nos parece tan natural como endiabladamente encantadora. Cómo esa criatura angelical va desarrollándose hasta que el tiempo camufla su poder y la convierte en un ser vulgar (o sea, cómo lo extraordinario acaba pudriéndose para deparar Lo corriente) es La aventura que la prosa prodigiosa de Nabokov relata en esta novela que contiene páginas sublimes, deliciosas, merecedoras de carcajadas unas y de prolongados suspiros otras, y un final tan espectacular y encendido que es difícil no volver a él una y otra vez después de acabada la novela.

Con Lolita, Nabokov creó además uno de los pocos mitos que ha sido capaz de elaborar la literatura de este siglo. La nínfula, la adorable criatura que esclaviza y convierte en ateridos enfermos a quienes la desean y quedan aplastados por la conciencia de pecado. Humbert Humbert, el protagonista de Lolita, uno de los grandes personajes de La literatura de todos Los tiempos, es un tipo triste, desesperado, oprimido por un pasado trágico, a la vez que alguien que no sabe contener su pasión, que es capaz de perderlo todo por conseguir lo que ama, a pesar de que no ignora que lo que ama es agua que puede contener entre las manos sólo unos segundos y que acabará resbalando dejándole tan sólo en la piel un rastro de humedad.

Vladimir Nabokov, corrigiendo a un crítico norteamericano que sugirió que Lolita era el relato de las aventuras amorosas de Nabokov con la novela romántica, declaró que la sugerencia hubiese sido más acertada de sustituir novela romántica por lengua inglesa. No sé. Para mí Lolita, después de varias lecturas, es un refugio donde la belleza y la intensidad han conseguido que ondee la bandera de la pasión. Se cuidaba el autor de Lolita, en prólogos y declaraciones, de advertir que sus novelas no llevaban entre los dientes ningún mensaje de utilidad pública, que no pretendían retratar grupos sociales ni países en épocas determinadas, y proponía apresar entre paréntesis una palabra tan vaga como realidad. Lo cierto es que al salir de la lectura de Lolita es difícil que «la realidad» del lector no se haya visto afectada, como suele ocurrir cada vez que uno ingresa en una ficción que no concluye cuando uno termina de leerla, porque nos acompañará ya siempre después de haber dejado en las paredes de nuestros cerebros imágenes, confesiones, descripciones sencillamente prodigiosas.