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Un lunes por la mañana, creo que en diciembre, Pratt me pidió que fuera a la escuela para conversar con ella. El último informe de Dolly había sido pobre, lo sabía. Pero en vez de contentarme con esa explicación plausible para la cita, imaginé toda suerte de horrores y debí fortificarme con un trago antes de afrontar la entrevista. Lentamente, todo nuez de Adán y corazón, subí los escalones del patíbulo.

Una mujer inmensa, de pelo gris, mal peinada, de nariz grande y roma y ojos pequeños tras los anteojos de armazón negra… «Siéntese», me dijo señalando un banquillo ordinario y humillante, mientras ella se apoyaba con pesada agilidad en el brazo de un sillón de roble. Durante uno o dos segundos me escrutó con sonriente curiosidad. Recuerdo que había hecho lo mismo durante nuestro primer encuentro, pero entonces aún podía devolverle la mirada. Sus ojos se apartaron de mí. Se concentró en sus pensamientos, quizá ficticiamente. Al fin ya resuelta, frotó pliegue tras pliegue de su falda de franela gris, sobre la rodilla, quitando una huella de tiza o alguna otra cosa. Después dijo, siempre frotando, sin mirarme:

—Permítame hacerle una pregunta franca, señor Haze. Es usted un padre anticuado, a la europea, ¿no es cierto?

—No, por Dios —dije—. Conservador, quizá, pero no lo que usted llama anticuado.

La mujer suspiró, frunció el ceño y después juntó las grandes manos regordetas con aire de «vayamos al grano» y volvió a fijar en mí las cuentas de sus ojos.

—Dolly Haze —dijo— es una niña encantadora, pero el comienzo de su maduración sexual parece perturbarla.

Asentí ligeramente. ¿Qué otra cosa podía hacer?

—Aún vacila —dijo la señorita Pratt explicándose con sus manos con manchas provocadas por el hígado— entre la zona anal y genital de desarrollo. Esencialmente, es una encantadora cri…

—Perdón —interrumpí—. ¿Qué zonas?

—¡Ya salió el europeo anticuado! —exclamó la Pratt palmeando ligeramente mi reloj pulsera y descubriendo súbitamente su dentadura postiza—. Quiero decir que las tendencias psicológicas y biológicas… ¿Fuma usted?… no se funden en Dolly, no forman, por así decirlo, un… molde redondo.

Durante un instante sus manos sostuvieron un melón invisible.

—Es atractiva, inteligente, aunque desatenta…

Respirando pesadamente, sin abandonar el brazo del sillón, la mujer hizo una pausa para mirar el informe sobre la niña encantadora, sobre el escritorio a su derecha.

—Sus calificaciones empeoran cada vez más. Ahora bien, yo me pregunto, señor Haze…

De nuevo un instante de falsa meditación.

—Bueno, por mi parte —siguió con brío—, debo decir que fumo y, como solía decir el doctor Pierce, no me enorgullezco de ello, pero me gusta.

Encendió el cigarrillo y el humo que exhaló por la nariz fue como un par de colmillos.

—Permítame darle unos cuantos detalles, sólo me llevará un instante. Veamos… (buscó entre sus papeles). Es altanera con la señorita Redcock y terriblemente grosera con la señorita Cormorant. Y oiga usted ahora uno de nuestros informes especiales: le gusta cantar en grupo en clase, aunque su mente parece en otra parte. Cruza las piernas y lleva el ritmo con la izquierda. Vocabulario: unos doscientos cuarenta y dos vulgarismos de los más comunes, enmarcados por cierto número de polisílabos evidentemente europeos. Suspira frecuentemente en clase. Déjeme usted ver… Sí. Aquí tenemos el informe de la última semana de noviembre. Mastica con vehemencia goma de mascar. Suspira frecuentemente en clase. No se come las uñas, aunque si lo hiciera confirmaría su tipo general… científicamente hablando, desde luego. Menstruación normal. Actualmente no pertenece a ninguna organización religiosa. A propósito, señor Haze, su madre era… Oh, comprendo. ¿Y usted?… Una cuestión personal, desde luego. Entre Dios y usted. Queríamos saber algo más. Entiendo que no debe hacer tareas domésticas. Está usted haciendo una princesa de su Dolly, ¿no es cierto, señor Haze? Bueno… ¿qué más hay aquí? Maneja sus libros con gracia. Voz agradable. Risas más bien frecuentes. Algo soñadora. Hace chistes originales, transponiendo por ejemplo las primeras letras de los nombres de algunas profesoras. Pelo fino y castaño oscuro, brillante… bueno (riendo) eso ya lo sabe usted, supongo. Nariz sin obstrucciones, pies de arco pronunciado, ojos… déjeme usted ver, en alguna parte tengo un informe aún más reciente. Ajá, aquí está. La señorita Gold dice que la actuación de Dolly en el tenis es más que excelente, mejor aún que la de Linda Hall, pero su concentración y acumulación de puntos son «pobres». La señorita Cormorant no puede resolver si Dolly tiene un dominio emocional absoluto o carece por completo de él. La señorita Horn informa que ella —me refiero a Dolly— no puede formular sus emociones, mientras que según la señorita Cole, la eficiencia metabólica de Dolly es maravillosa. La señorita Molar cree que Dolly es miope y que debería consultar a un buen oftalmólogo, pero la señorita Redcock insiste en que la niña simula cansancio visual para excusar su incompetencia escolar. Y para terminar, señor Haze, nuestros investigadores andan en pos de algo realmente importante. Ahora quiero preguntarle algo. Quiero saber si su pobre esposa o usted mismo o alguien de la familia… Entiendo que ella tiene varias tías y un abuelo materno en California… Ah, lo tiene… Bueno, todos nos preguntamos si alguien en la familia ha instruido a Dolly sobre el proceso de la reproducción entre mamíferos. La impresión general es que Dolly, de quince años, sigue morbosamente desinteresada ante las cuestiones sexuales o, para ser exactos, reprime su curiosidad para salvaguardar su ignorancia y su dignidad. Es verdad… catorce años. Como comprenderá usted, señor Haze, nuestra escuela no cree en abejas, repollos ni cigüeñas, pero sí cree firmemente que debe preparar a sus estudiantes para que integren parejas mutuamente satisfactorias y críen con éxito a sus hijos. Opinamos que Dolly podría hacer excelentes progresos si pusiera atención en su trabajo. En este sentido, el informe de la señorita Cormorant es significativo. Dolly tiene una cierta tendencia a ser impúdica, para no hablar con mucho rigor. Pero todos opinamos: primo, que debe usted tener un doctor de familia que le explique los hechos de la vida; secundo, que debe usted autorizarla a gozar de la compañía de los hermanos de sus compañeras en el Club Juvenil, en la organización del doctor Rigger o en las encantadoras casas de nuestros padres…

—Ella puede disfrutar de la compañía de los jóvenes en su propia casa encantadora —dije.

—Espero que así sea —dijo la señorita Pratt vivamente—. Cuando la interrogamos acerca de sus problemas, Dolly se negó a discutir la situación familiar, pero hemos hablado con algunas de sus amigas y realmente… bueno, por ejemplo, insistimos en que autorice usted su participación en el grupo dramático. Debe usted permitirle que tome parte en Los cazadores encantados. En los ensayos se reveló como una ninfa perfecta. Durante la primavera el autor permanecerá unos días en Beardsley y esperamos que asista a una o dos funciones en nuestro nuevo auditorio. Quiero explicar que ser joven, viviente y hermoso es algo supremo… Debe usted comprender…

—Siempre me he considerado como un padre comprensivo —dije.

—Oh, sin duda, sin duda, pero la señorita Cormorant piensa (y yo me inclino a aprobar su juicio) que Dolly está obsesionada por ideas sexuales para las que no encuentra salida, y molesta o martiriza a las demás niñas y hasta a nuestras profesoras más jóvenes porque pueden salir inocentemente con muchachos.

Me encogí de hombros. Un mísero émigré.

—Pongámonos de acuerdo, señor Haze. ¿Qué no anda bien con esa niña?

—Yo la encuentro perfectamente normal y feliz —dije.

¿Al fin se produciría el desastre? ¿Me descubrirían? ¿Habían recurrido a algún hipnotizador?

—Lo que me preocupa —dijo la señorita Pratt mirando su reloj y reatacando— es que tanto las profesoras como sus compañeras dicen que Dolly es belicosa, insatisfecha… y todos se preguntan por qué se opone usted con tanta firmeza a todas las diversiones naturales de una niña normal.

—Se refiere usted a los jugueteos sexuales —pregunté con presteza, desesperado, convertido en una vieja rata acorralada.

—Bueno… apruebo esa terminología civilizada —dijo la señorita Pratt con una mueca—. Pero ése no es, exactamente, el problema. Bajo los auspicios de nuestra escuela, las representaciones teatrales, los bailes u otras actividades naturales no son, técnicamente, jugueteos sexuales, aunque las niñas tienen relación con muchachos, si eso es lo que usted objeta.

—Está bien —dije, mientras mi banquillo gemía de cansancio—. Ha ganado usted. Dolly puede tomar parte en la representación. Siempre que los papeles masculinos estén encarnados por personajes femeninos…

—Siempre me fascina —dijo la señorita Pratt— el modo admirable en que los extranjeros… o por lo menos los norteamericanos naturalizados, emplean nuestra rica lengua. Estoy segura de que la señorita Gold, que dirige el grupo dramático, se felicitará. Advierto que es una de las pocas profesoras que parecen gustar de… quiero decir que encuentran maleable a Dolly. Y ahora que hemos solucionado un problema general, quiero hablarle de algo especial. Tenemos dificultades más serias.

Hizo una pausa truculenta y después se restregó el labio superior con tal vigor que su nariz pareció agitarse en una danza guerrera.

—Soy una persona franca —dijo—, pero las convenciones son convenciones y me parece difícil… Déjeme usted decirlo así… Los Walker, que viven en lo que llamamos por aquí la Mansión del Duque… usted conoce la gran casa gris sobre la colina… mandan a sus dos hijas a nuestra escuela, y tenemos a la sobrina del presidente Moore con nosotros, una niña de veras agradable, para no mencionar a otras niñas muy importantes. Bueno, en las actuales circunstancias no deja de producir asombro que Dolly, que parece toda una señorita, emplee palabras que usted, como extranjero, quizá no conozca ni comprenda. Tal vez sería mejor… ¿Quiere usted que mande llamar a Dolly y discutamos el asunto? ¿No? Comprenderá usted… Oh, bueno, dejémoslo. Dolly ha escrito una obscena palabra de cuatro letras (que según nuestro doctor Cutler es un término mexicano que significa urinario) con lápiz labial en ciertos sanos panfletos distribuidos entre las niñas por la señorita Redcock, que se casará en junio. Hemos pensado que Dolly debería quedarse después de las clases, por lo menos media hora más. Pero si usted prefiere…

—No —dije—. No quiero oponerme a las reglas. Hablaré después con ella. Acabaré con esa costumbre.

—Hágalo —dijo la mujer incorporándose del brazo de su sillón—. Y quizá podamos reunimos pronto. Y si las cosas no mejoran, podríamos hacerla analizar por el doctor Cutler.

¿Me casaría con la señorita Pratt para estrangularla?

—… Y acaso su doctor pueda examinarla físicamente, una simple revisión de rutina. Dolly está en Mushroom,[9] la última aula, por el pasillo.

Debo explicar que la Beardsley School imitaba una famosa escuela inglesa con los apodos «tradicionales» de sus diversas aulas: Mushroom, Room-In 8, Broom, Room-BA, etcétera. Mushroom era un lugar hediondo, con una reproducción color sepia de la «Edad de la inocencia» de Reynolds sobre el encerado, y varias filas de bancos bastante incómodos. En uno de ellos mi Lolita leía el capítulo sobre el «Diálogo» en Técnicas dramáticas, de Baker. Reinaba una gran quietud y había otra niña de cuello desnudo, blanco como porcelana, y un maravilloso pelo platinado, que sentada frente a Dolly leía también, absolutamente alejada del mundo y envolviendo sin cesar un suave rizo en un dedo. Me senté junto a Dolly, detrás de ese cuello y esa cabellera, y desabotoné mi abrigo, y por sesenta y cinco céntimos, más el permiso de participar en la representación teatral, hice que Dolly pusiera su mano de rojos nudillos, manchada de tinta y de tiza, bajo la tapa de su escritorio. Oh, fue una estúpida temeridad de mi parte, pero después de la tortura que había padecido, tenía que sacar partido de una combinación que, lo sabía, nunca volvería a producirse.