Katherine, duquesa de Tremontaine, no les hacía ascos a la formalidad y el ritual cuando tenían una utilidad práctica. Para recibir a su primo y heredero, se había puesto un vestido de verde y oro, los colores de su casa, bordado con su emblema, el cisne sobre las olas. Había invitado a otras dos personas —la madre del chico, lady Sophia, y su mayordomo, Marcus Ffoliot— a la reunión, pero no se lo había contado todo, de modo que era la única ataviada con tanta elegancia. Marcus supo reconocer los arreos que simbolizaban su autoridad; Sophia se limitó a halagar la exquisitez de su atuendo.
Theron se quedó de pie ante el escritorio de la duquesa hasta que ella lo invitó a sentarse, momento en el que se posó en el borde de su silla. No tenía sentido fingir que esto no iba a ser desagradable. Únicamente esperaba que le diera la oportunidad de explicar los supuestos crímenes contra el estado que había cometido esta vez.
El atuendo de la duquesa era formal, no así su discurso. Fue directa al grano:
—Theron, la gente te observa.
—Lo sé. —Procuró no sonar infantil—. Ojalá no lo hicieran. Pero supongo que es inevitable. Hasta el primo Talbert me advirtió…
—Esto no tiene nada que ver con Talbert y sus habladurías. Me refiero a la Serpiente y los suyos.
—¡Qué! —Theron se incorporó a medias en la silla—. ¡Pero si no he hecho nada! La persecución de la Última Noche fue una gamberrada de estudiantes; ya tendrían que haberse dado cuenta de eso. ¿Con qué derecho…? ¿Por qué diablos…? —Pero la parte de él que conocía la ciudad sabía ya cuál era la respuesta. Basil, los difuntos reyes, el debate… Debían de saber que Basil y él estaban juntos; media Universidad lo sabía. ¿Y la duquesa?
—Te conozco demasiado bien como para creerte capaz de ninguna clase de conspiración —dijo Katherine—. Pero ellos no. Todos tus actos cobran un doble sentido, Theron, y no sé cómo puede acabar. Creo que pedirte que renunciaras de golpe y porrazo a todas tus costumbres sería demasiado. Tendrás que sentar la cabeza algún día, pero no puedo esperar que lo hagas de la noche a la mañana. Por eso considero que lo mejor será que abandones la ciudad una temporada.
Ay, dios, pensó, conteniendo a medias la risa, Highcombe no. No con el padre de Basil allí. No le apetecía en absoluto ir al campo, pero verse desterrado a Highcombe ya sería demasiado.
—He movido algunos hilos —continuó la duquesa— y te he conseguido un nombramiento para una embajada. —Le dedicó una sonrisa a Sophia—. En el archipiélago kyrilio. Pensé que te gustaría ver dónde tiene sus raíces la otra mitad de tu árbol genealógico.
Por un momento, los vio a todos a través de un velo de ceniza gris. Sophia saltó de la silla para tomarle el pulso. Pero él miró más allá de ella, a Katherine.
—No puedo —dijo—. No puedo irme ahora. Me voy a casar.
Katherine se inclinó hacia atrás, desinflada.
—¿Dde veras? ¿Con quién?
—Con lady Genevieve Randall.
—¿Randall? —preguntó Sophia, desconcertada—. ¿Los de la música?
—Qué bonito. Pero, a juzgar por su expresión, no parece que le hayas contado nada a tu madre.
—Iba… iba a hacerlo. Hoy.
—Bueno, eso está bien, teniendo en cuenta que eres menor de edad. Te hará falta el consentimiento de tus tutores.
—Creo que es un buen partido —se obstinó Theron—. Los Randall son una familia antigua; se formaron justo después de la Unión. Es la primera temporada de lady Genevieve.
—No está mal —dijo Marcus—. Cuéntanos más.
—Llevo semanas cortejándola —explicó Theron—, y tengo motivos para pensar que ni ella ni su familia se opondrán a una petición oficial. Con vuestro permiso, podré declararme dentro de poco. Es joven, por lo que creo que querrán esperar al otoño para celebrar la boda. —Y llegado el otoño, esperaba ver a Basil instalado en la cátedra de Hora, olvidados ya el desafío y el debate, listo de nuevo para el amor—. Me apetece ver Kyros, naturalmente; es tremendamente amable de vuestra parte haber pensado en ello… Quizá podríamos ir allí en nuestra luna de miel. Pero mientras tanto, ¿creéis que al Consejo le complacería verme casado en vez de exiliado?
—¿Estás ofreciéndome un trato? —preguntó Katherine.
—No, prima. —Theron empezaba a disfrutar de aquello—. Pretendo casarme con lady Genevieve ocurra lo que ocurra. Me estoy cansando de esperar a sentar la cabeza, como si se tratara de una carga terrible que fuera a caerme encima tarde o
Temprano. Prefiero escoger el momento personalmente, y acabar con esto de una vez por todas.
Se hizo un silencio tenso, hasta que su madre dijo, implorante:
—Theron, no sabes lo que dices.
La ignoró, sosteniendo la mirada de Katherine, obligándola a mostrar su acuerdo. Deseó saber lo que estaba pensando. Se había recobrado de su sorpresa y ofrecía un aspecto particularmente regio.
—Deja que me lo piense —dijo la duquesa—. Podría salir muy bien, y te desearé toda la felicidad del mundo. Marcus, ¿serás tan amable de informarte sobre la familia Randall?
El viaje en carroza de regreso a la Ribera fue callado pero no incómodo. Sophia estaba pensativa, Theron se daba cuenta de eso. Vio cómo los altos muros ciegos de la Colina daban paso a las ventanas iluminadas, los escaparates enrejados y las chocolaterías de la Ciudad Media, y se preparó pura soportar el chaparrón como un hombre.
No se sorprendió cuando su madre despidió a las sillas que esperaban junto al Puente para llevarlos a casa y se adentró a paso vivo en el laberinto de calles de la Ribera con los antorcheros trotando tras sus pasos. Si él era el Príncipe de la Ribera, ella era la reina, tan cómoda aquí como no lo estaría jamás en la Colina, ni siquiera en la Universidad a la que tanto había insistido para que la aceptara. Dejaba una estela de voces a su paso: buenas noches y saludos que ella devolvía puntillosamente. Una vez se detuvo para comprobar que las llagas de un vagabundo no eran más que cola y mostaza antes de darle un cobre y la dirección del dormitorio que había detrás de la enfermería.
—Es gratis —le dijo—. Te darán una manta y sopa, así que ve y gasta esa moneda como mejor te plazca. Pero no duermas en la calle esta noche. Y si quieres mendigar en la Ribera, harías bien en pedirle permiso a Bob el Abollado por la mañana.
El paseo desde el Puente los serenó a ambos hasta cierto punto, y fue con más pesar que rabia que Sophia se encaró con su hijo para decir:
—Lo que no entiendo es por qué no me lo has contado antes.
Acababan de entrar en la sala de estar de Sophia, un apartamento acogedor sito en el más angosto de los edificios conectados entre sí que conformaban la casa de la Ribera. La dominaban un retrato a tamaño natural del difunto duque de joven y otro más pequeño de Sophia, tan elegantemente vestida como evidentemente embarazada.
Theron se mordió el labio. La había engañado, siquiera por omisión; su única salida era la franqueza más absoluta.
—Tenía miedo de que intentaras disuadirme —dijo.
—Tenías razón. —Sophia se hundió en su sillón destartalado predilecto y lo contempló con ojos oscuros y firmes—. Intentaré disuadirte todavía. Si lo consigo, le explicaré a Katherine que te has pensado mejor tu plan.
Theron arrastró una mullida otomana de cuero hasta sus pies y se sentó encima.
—Es un plan excelente —dijo con entusiasmo—. Lo he meditado minuciosamente. Alguna vez tendré que casarme; todos estamos de acuerdo en eso.
—Por supuesto. Pero siempre he esperado que te casaras por amor.
Theron le cogió la mano.
—Mamá, eres perfecta. Pero no puedo parecerme a ti en todos los aspectos.
Sophia retiró la mano de golpe.
—Esto no es ninguna broma —dijo acaloradamente.
—Perdona. El amor que sentías por mi padre es legendario. Pero yo debo forjar mi leyenda de otra forma.
Sophia no se dejó ablandar.
—¿Y la chica? ¿Sus sentimientos no cuentan?
Theron se encogió de hombros.
—Bueno, supongo que sus sentimientos son que algún día será duquesa de Tremontaine, tendrá casas bonitas donde vivir y fiestas que dar. El mundo sabe que eso es lo que conlleva ser mi esposa.
—Hablas como si ya la despreciaras —le reprochó Sophia.
Su hijo la miró sorprendido.
—No la desprecio. Me gusta. Es guapa y tiene una risa agradable.
—Ay, cariño.
Theron se levantó para deambular de un lado para otro, desgranando sus argumentos como si estuviera en una clase de debate.
—Después de todo, ¿qué es un matrimonio entre nobles? Te diré lo más obvio: debemos encontrarnos atractivos mutuamente. Se da el caso. —Se sonrojó ligeramente—. ¿Pero cuánto tiempo vamos a pasar solos en compañía del otro? ¿Despiertos? Muy poco. La mayor parte de nuestros días estaremos ocupados con nuestras actividades e intereses individuales. Yo tendré un asiento en el Consejo, el cual pienso ocupar, tarde o temprano. Habrá reuniones, cenas… que organizará ella. Highcombe, y las otras haciendas. Y, claro está, mis estudios; no pienso tirarlo todo
Por la borda. Ella dispondrá de aficionas propias; sin duda sus gustos se han formado ya, y no tengo intención de inmiscuirme en ellos: cartas, vestidos, música, costura, amigas, lo que quiera.
»Lo único que le pido es que sea ella quien mire por la gente. Estoy harto de tener que conocer a todo el mundo, de las fiestas interminables y los contactos. ¡Me agoto sólo de pensar en ello! Genevieve ya los conoce a todos, sabe cuál es su importancia y cuál su lugar. Se le da bien entender cómo funcionan las cosas, y eso yo lo necesito. —Su voz comenzaba a atiplarse, a agitarse sus movimientos—. No puedo retenerlo todo en la cabeza; tengo cosas más importantes en las que pensar…
—Theron —lo interrumpió su madre—. No hace falta que seas duque, si la mera idea es tanta carga para ti.
Su hijo se detuvo en seco.
—Pero si siempre me has insistido para que lo sea. La prima Katherine y tú; está claro. Decidiste quedarte en la ciudad para prepararme para ello. Se lo prometiste a mi padre. Y ahora que he ingeniado la manera de conseguirlo, te echas atrás y me hablas de amor. —Levantó la cabeza con altanería—. Señora, no creo que…
—Ah, mira qué bajo he caído.
—¿Cómo?
—Primero era «mamá», después «Sophia», y ahora he tocado fondo con ese «señora».
—Lo siento. —Se aovilló compungido a su lado—. Sólo estoy intentando explicarme. Es como si nadie lo entendiera.
—Está bien, lo intentaré. ¿Por qué no me hablas de ello?
Lo intentó, lo intentó de veras, explicar lo difícil que era intentar cumplir las expectativas de todo el mundo.
—La prima Katherine quiere que me dedique a la política —dijo al final—. Mis amigos nobles quieren un compañero de juegos, tú quieres un marido amante y fiel. Todos queréis que sea como vosotros. Entiendo lo que tienen de bueno todas esas cosas, por eso hago todo lo posible, pero me cuesta.
Sophia tomó su cara en las manos y la escudriñó con ojos oscuros y serios.
—Y tú, hijo mío. ¿A ti qué te gustaría ser?
Theron apartó la mirada.
—Me gustaría que me dejaran en paz. Por eso quiero casarme con Genevieve. Ella me dará tiempo, espacio para descubrir quién soy cuando no estoy intentando complacer a mi familia.
Dolida, Sophia se apartó de él.
—Entonces, ¿te casas con ella para complacerme?
—Me caso con ella para cumplir con mi deber para con la familia. Eso debería complacerte, en cualquier caso —añadió con petulancia—. Siempre estás hablando del deber y la responsabilidad.
—¿Sí? —Sophia esbozó una sonrisa triste—. ¿Y de eso has deducido que tienes que casarte con una joven a la que no quieres para que te libre de las exigencias de tu posición? No te he enseñado bien, hijo, o no me has escuchado.
—Eso no es justo, mamá —dijo Theron, como cuando era pequeño y le decían que no debía responder a los golpes de las gemelas porque eran niñas—. A ti te gusta enseñar cirugía, llevar mujeres a la Universidad y cuidar de los mendigos.
—Ésa no es la cuestión. Son cosas que están ahí para hacerse, y yo poseo los conocimientos y el dinero necesario para hacerlas. Ésa es la cuestión.
—Ay, mamá. —La interjección de Theron entrañaba todo un mundo de afecto además de impaciencia. Hizo ademán de levantarse, pero Sophia se lo impidió.
—Dices que quieres que esta chica cumpla con las exigencias de la sociedad en tu lugar. Pero ¿estás completamente seguro de que será capaz? Acaba de terminar sus estudios, es casi una niña, mucho más joven que tú. ¿Cómo crees que sabrá hacer lo que tú no puedes?
—Porque la han criado para ello, al contrario que a mí —saltó Theron; consternado, se tapó la boca con la mano y sacudió la cabeza—. No es mi intención echarle la culpa a nadie, mamá. Perdona. Pero… tú no conoces a estas personas tan bien como yo. Es lo que aprenden, estas chicas: a llevar una casa, a comportarse en sociedad. En realidad, es lo único que les enseñan; las clases que les dan en la «escuela» no consisten en otra cosa. Su madre es lista; si Genevieve tropieza con algún obstáculo, puede preguntarle a ella. Todo saldrá bien.
—Una última pregunta, cariño. ¿Qué hay del hombre con el que te quedas en la Universidad… ese joven doctor?
—Basil —murmuró Theron—. Basil de Cloud. Seguiré viéndolo. Lo amo.
Sophia hizo un gesto de impotencia.
—Entonces, ¿por qué te casas con esta Randall? Podrías vivir con quien te apeteciera y adoptar un heredero, como hizo Katherine.
—La prima Katherine dicta sus propias leyes. No es eso lo que yo busco. Quiero ser como todos los demás: tener una casa decente, una esposa decente. Basil no cuenta: la mitad de los nobles casados de la Colina tienen algún amante. ¡Fíjate en lord Condell y David Tyrone! A sus mujeres les da igual: también ellas tienen amantes; la esposa de Condell lleva con Flavia Montague desde que eran pequeñas. Es una costumbre antigua. Todo el mundo lo hace. Mi padre lo hacía.
—Tu padre —dijo en voz baja Sophia— también dictaba sus propias leyes. Y cuanto tenía amantes, no tenía mujer. Después de casarse me fue totalmente fiel… no porque fuera demasiado viejo ni porque la enfermedad le impidiera desmandarse, sino porque no le apetecía.
—Mamá…
—Chis. Has sido franco conmigo; no puedo hacer menos. Eres mi hijo. Te quiero aunque no te comprenda. Es correcto y natural que tengas opiniones que difieran de las mías. Pero sería una mala madre si no te dijera que esta boda con Genevieve Randall es un tremendo error. No te imaginas lo que es el matrimonio, o lo que puede llegar a ser. Me temo que seas muy desdichado… que los dos lo seáis. Espero que cambies de opinión.
Habló con ternura y tristeza, y al terminar, se levantó del mismo sillón en el que se había sentado junto al lecho de su marido, besó a su hijo en la frente y se fue a la cama.