Capítulo VII

Para complacer a su madre, Theron no llegó tarde a cenar a la mansión Tremontaine. Llegó pronto, de hecho, lo que le dejó tiempo de sobra para deambular por sus impresionantes y empapados jardines. Se sintió impelido a visitar algunos de los lugares predilectos de su niñez: la rosaleda, donde florecían obstinadamente unos pocos capullos otoñales, y el paseo de madera de boj, jalonado de estatuas clásicas. Por costumbre, le tocó la nariz al flautista Dios Cabra para que le diera buena suerte, e incluso pasó junto a la Transformación de Laurel con los ojos cerrados. Siempre había detestado el espectáculo del joven devorado por la corteza. Ya estaba demasiado crecido para semejantes fantasías, pero volvió a experimentarlo esta vez, un escalofrío de temor como sólo puede sentirlo un niño que soñaba y no logra recordar qué era lo que le daba miedo.

No había nada que temer. La vida era buena. Tenía un amante nuevo, el joven magister, tan brillante, tan impetuoso; era ni más ni menos lo que quería, exactamente lo que había soñado que ocurriera entre ellos durante tantas semanas. Pero también Ysaud lo había llenado del mismo gozo cristalino, al principio.

Theron arrancó una ramita y la trituró. Ysaud lo había escogido, seducido, en realidad, con su mirada de artista y sus manos de artesana. Sus manos de ama. Y durante una temporada él había sido su obra maestra. Olió el tejo molido que le impregnaba los dedos y también algo más, y suspiró de placer sensual. A Basil lo había elegido personalmente. Justo cuando Theron pensaba que su corazón se había congelado para siempre había visto al magister en un taberna y se había sentido atraído por él, lleno de curiosidad. De modo que había ido a los mismos sitios que Basil de Cloud, viéndole proyectar esas luminosas chispas de ingenio y sabiduría, de pasión y fidelidad al estudio que hablaban de un hombre honesto, sincero, un hombre al que ambicionar. Durante algún tiempo, Theron se había preguntado si la mirada de Basil llegaría a reparar en él algún día, y en tal caso, si lo haría favorablemente. Ahora conocía la respuesta.

Theron se encontró mirando de frente a la peligrosa estatua de Laurel. La lluvia había arrastrado parte de la suciedad, y crecía el liquen allí, lo que hacía que el árbol sumamente texturado del escultor pareciera aún más dotado de vida a la luz crepuscular. Un joven de piel marmórea estiraba los brazos en actitud implorante desde la corteza que le apresaba las piernas, los muslos…

Como aquél que, humano, negándose a rendir su fruto

a un dios brillante

debe vivir condenado a rendírselo a todos.

¡Ay, amarga inmortalidad! Majestuoso… algo…

Había olvidado el resto del verso. Seguramente hubiera un ejemplar en la biblioteca de la duquesa. Lord Theron cruzó decididamente las sombras camino de los salones brillantemente iluminados de la mansión Tremontaine.

Cuando salió de la biblioteca con el libro que buscaba, ya era tarde para la cena.

Los invitados de la duquesa Katherine no eran indiferentes a la ausencia de Theron, pero por distintos motivos todos fingían que no tenía importancia. Se hallaban reunidos en una sala de estar con vistas al río, amueblada con cómodas sillas de azul de pavo real, mesas cubiertas de curiosidades, una mesita de juego con un tablero, y un pequeño escritorio por si a alguien lo asaltaba la necesidad perentoria de redactar una nota. La duquesa estaba enfrascada en su conversación con Marcus. La esposa de éste, Susan, jugaba al trictrac con su hijo pequeño, Andrew, quien al mismo tiempo intentaba explicarle las reglas a lady Sophia. Ésta, por cortesía y sabedora de que jamás comprendería realmente las costumbres de su país adoptivo si no continuaba esforzándose en ello, procuraba con el mejor de los ánimos mostrar interés, pero su atención no dejaba de desviarse hacia las dos mujeres embarazadísimas que compartían el diván, con los pies apoyados en sendos taburetes.

Diana e Isabel Ffoliot eran gemelas idénticas. Las dos se habían casado el año anterior, pero la gestación de Diana estaba ligeramente más avanzada que la de Isabel, y Sophia se moría por interrogarla acerca de falsas contracciones. Pero Andrew estaba diciendo:

—Ahora parece que mamá me ha ganado. Pero si consigo sacar dobles aquí… —Cogió los dados. Sophia asintió con expresión ausente.

—Desfallezco de hambre —gruñó Diana para su hermana—. ¿Dónde se habrá metido Theron?

Su madre les lanzó una mirada admonitoria. Susan Ffoliot esperaba pasar una velada lo más agradable posible, teniendo en cuenta las distintas y excéntricas personalidades de la familia.

—Pásale las galletas a tu hermana —instruyó a su hijo.

Las gemelas tenían la misma edad que Theron, y eran lo más parecido a unas hermanas que podía esperar el muchacho; se había criado correteando por la acogedora casa de Susan con su prole tanto como en la imponente mansión de la duquesa Katherine, o el laberíntico hogar de su madre en la Ribera. Siempre había rezado para que ninguna de las gemelas mostrara el menor interés por los estudios; si cualquiera de ellas decidía irse de la lengua en la Universidad, estaría perdido. Sabían demasiadas cosas de él.

Diana cogió dos galletas, frunció el ceño y volvió a soltarlas.

—Me apuesto lo que sea a que nuestro Theron todavía sigue metido en la cama en alguna parte. Deberíamos mandar a los perros.

Isabel se rió por lo bajo.

—Ay, Di, chitón. Madre dice que se ha reformado.

—Madre —repuso su gemela— no lo conoce tan bien como nosotras. Yo diría que sencillamente necesita un rato más para arrastrarse fuera del cenagoso fondo del pozo en el que lo tenía encerrado esa artista.

Lord Alexander Theron Tielman Campion eligió ese momento para entrar, con un brillo en la mirada, envuelto en un remolino de largos cabellos y un traje azul que no pegaba del todo con la habitación.

—Perdonad —dijo para todo el mundo—. Estaba aquí, ¿no os lo ha dicho Farraday? Es sólo que me metí en la biblioteca un momento para buscar una cosa. Pensé que empezaríais sin mí.

—Hola, Alexander —dijo su prima Katherine, la duquesa de Tremontaine, utilizando el primero de sus nombres de pila. Mala señal—. ¿Qué estabas leyendo? Nada moderno, espero.

Oh, estupendo. No había hecho más que aparecer en la sala y ya había conseguido ponerla en pie de guerra. Miró de reojo a las grávidas gemelas del sofá, las cuales le devolvieron la mirada, inexpresivas. Ahí no iba a encontrar ayuda. Le dedicó a la duquesa la sonrisa más encantadora que fue capaz de improvisar.

—Cómo me conoces. Poesía, de hecho. ¿Sabías que tienes una copia manuscrita de las Transformaciones de Aria? —No se sentía con fuerzas para discutir con Katherine antes de la sopa. Después de cenar sería mucho más tratable.

—Katie —dijo Marcus, por suerte, dirigiéndose a la duquesa—, piensa en su origen. —Allí estaba, canoso y afable, el perfecto factótum: Marcus Ffoliot, administrador de la fortuna de Tremontaine desde hacía cuarenta años. Theron había

Aprendido a bailar la peonza gracias a él; en estos momentos, quería matarlo. —Permíteme observar —prosiguió con fingida severidad Marcus— que, a efectos prácticos, estar «en la casa» no equivale a estar «aquí»; aunque el estatus de ala separada de la biblioteca limita…

—… limita todo nuestro acceso a la cena. —Katherine terminó la frase por él, riéndose. Nadie más sabía de qué estaban hablando los dos, pero ya se habían acostumbrado a ello.

—Creo que cenar seria una idea excelente —dijo Susan Ffoliot. La esposa de Marcus sospechaba desde hacía tiempo que ella era la única persona de toda la casa que comprendía realmente cómo se suponía que debía comportarse una familia. Pero disfrutaba viendo jugar a los demás, por lo que sólo intervenía cuando las aguas amenazaban con salirse de su cauce—. ¿Con su permiso, duquesa?

Los ánimos mejoraron después de la cena. Las respuestas se relajaron lo suficiente como para responder a las preguntas de Theron sobre sus ausentes maridos, e incluso para bromear con él a costa de su cabellera. Más que nada discutieron las particularidades del parto con la madre de Theron.

Lady Sophia, no obstante, se interesó por las Transformaciones de Aria, lo que arrastró a todo el mundo al tema de las estatuas del jardín. Sólo durante las comidas era aceptable mostrar interés por los asuntos de Tremontaine.

Susan Ffoliot sonrió a Theron.

—Me alegra tanto que estén ahí esas estatuas. Las chicas aprendieron tantas cosas sobre la anatomía humana sin que yo tuviera que explicárselo. Andrew, ponte derecho si no quieres acabar jorobado.

Andrew se encogió de hombros y se hundió en su silla.

La conversación había tomado unos derroteros de mayor actualidad en el extremo de la mesa que presidía la duquesa. Katherine estaba inclinada sobre la mesa, explicándole algo a su viejo amigo y compinche. Theron oyó que le decía a Marcus:

—Y ahora la Serpiente quiere que el hombre de la Creciente le eche un vistazo, aunque no logro imaginarme para qué. Me niego a verme involucrada, eso es todo; no tiene nada que ver con Tremontaine. Que se preocupe Hartsholt de ello; es su tierra.

Theron se preguntó qué pensaría Basil del grupo reunido en torno a la mesa familiar. Tomó nota mental de no intentar nunca explicarle a Basil que Marcus y Susan eran familia. Probablemente sería una prueba más de que las clases dirigentes se recreaban en la decadencia… Aunque Theron no pensaba que eso pudiera aplicarse exactamente a Katherine. Una mujer casi sexagenaria que se levantaba a las cinco, dedicaba dos horas al papeleo y se entrenaba con la espada antes de desayunar no era en absoluto su ejemplo de lo que él entendía por decadencia.

Estaba probando un bocado de pescado cuando Katherine se fijó en él:

—¿Qué hay de ti, Theron? ¿Os cuentan algo sobre los antiguos reyes en la Universidad? —A punto estuvo de atragantarse—. ¿O es geografía lo que estudias ahora?

—Retórica, de hecho. —Theron tosió, espantando las manos auxiliadoras—. Lenguaje. ¿Estáis hablando de la clase de Tortua?

—Pobre doctor Tortua —musitó Sophia—. Con lo vivaz que era de joven; lo recuerdo en un Festival de la Sementera, haciendo el tonto con un poste pintado. Sospecho que se trate de un derrame cerebral, aunque Treadwell opina que se debe al exceso de bilis en su hígado.

Katherine intentó disimular su irritación.

—Estaba hablando de las sesiones de la ciudad, no de los rumores de la Universidad. Sinceramente, ¿es que no penetra nada del exterior en esas calles? ¡Y luego dicen que el Consejo de los Lores está desconectado de la ciudad! Seguro que ni siquiera os habéis enterado.

—¿De qué habría que enterarse? —preguntó Diana—. ¿Te refieres a ese lunático que va por ahí poniéndose de pie en las sesiones abiertas para pedirle al alcalde que se restaure la monarquía? Me lo contó mi marido. Nadie habla de otra cosa en los bancos.

—Reyes. —Isabel se estremeció—. Lo que nos faltaba. Tiranos sedientos de poder haciéndonos bailar a su son. ¿Quién diablos piensa que ésa sea una buena idea?

—No todos los reyes eran malos. —Theron detestaba la ignorancia—. Si uno se remonta lo suficiente en el tiempo, verá…

—¡Muerte al tirano! —exclamó Andrew. No hacía tanto tiempo que sus amigos y él habían correteado arriba y abajo por las escaleras jugando a brujos contra nobles, y se sabía sus frases. Sus hermanas le chistaron.

—Es el norte —dijo su padre—. Están pasando una racha terrible, por culpa del tiempo y las cosechas echadas a perder. O bien llueve en exceso, o bien llueve muy poco. No entiendo cómo esperan que un rey sea la solución, pero eso parece pensar la gente: que los problemas radicales requieren un cambio radical. ¿Qué dijo el duque de Hartsholt acerca de este asunto de los reyes? —le preguntó a Katherine—. ¿Estaba allí?

—¿Perderse Hartsholt una reunión del Consejo Interno? Las oportunidades de lucir sus mejores galas le gustan casi tanto como a mí.

Era verdad. Si la formidable duquesa tenía una debilidad, ésta era la ropa. Y tenía una amplia variedad donde elegir. Desde sus primeros días en la ciudad, cuando su tío el Duque Loco, el padre de Theron, la había formado como espadachina, optaba por el atuendo masculino la mayoría de las veces. Pero también poseía una considerable colección de vestidos de gala. Esta noche la duquesa lucía un vestido largo informe y chillón, de los que le gustaba ponerse en casa, donde creía

Sinceramente que daba igual su apariencia. Tenía una colección completa de éstos, de diversos terciopelos tachonados de pedrería y brocados de seda. Solía echárselos por encima de casi cualquier cosa y se consideraba arreglada. Theron estaba seguro de haberla visto cenar una vez con nada más que un camisón por debajo.

—Lo asombroso —continuó— es que el mismísimo Arlen estuviera allí, lodo emperifollado con su toga de Canciller de la Serpiente. Me sorprendió; no es habitual que nos honre con su presencia. Pero con lord Horn comenzando otro mandato como Creciente, y Edmond Godwin renunciando al Cuervo a pesar de que le pedimos expresamente que no lo hiciera… En fin, supongo que Arlen quería demostrar que estaba de parte de la Creciente y el Dragón.

Marcus se inclinó sobre la mesa en dirección a su hijo pequeño.

—Tú, por supuesto —dijo—, no has oído nada de esto.

Daba resultado con Theron cuando tenía esa edad: la implicación de que todas las discusiones políticas eran sumamente secretas e importantes, que él no podía entenderlas… y por consiguiente se esforzaba al máximo por descodificarlas. Había llegado incluso a seguir a Katherine y su séquito a la Cámara del Consejo, donde había descubierto que las sesiones del Consejo de los Lores no consistían en hombres ataviados como criaturas de leyenda que combatían por grandes causas. Los cancilleres ostentaban nombres coloridos y túnicas no menos llamativas, pero se trataba únicamente de símbolos. (Había soñado incluso con ser Canciller del Dragón algún día, hasta que descubrió que no era más que el canciller del tesoro). La mitad del Consejo de los Lores se comportaba como el público del teatro, y la otra mitad como aburridos maestros que peroraban sin cesar sobre impuestos, derechos de propiedad y procedimientos. Incluso las exclusivas reuniones del Consejo Interno, compuesto únicamente por las casas ducales y cancilleres electos, a las que se le había permitido asistir una vez como heredero forzoso de Katherine, se parecían demasiado a cualquier otra fiesta de los adultos, sin bebidas. Al final, todo se reducía a un puñado de personas malhumoradas intentando llevarse la contraria mutuamente sin perder los estribos.

Empero, mantenía las cosas en marcha, y él tendría que hacer lo mismo algún día, idea que no le proporcionaba el menor placer. Se le ocurrió ahora que a la duquesa le complacería enormemente si contribuía al debate que ella había empezado.

—La Universidad —dijo Theron— ve a los reyes desde otra perspectiva. No política, sino histórica.

Katherine le dedicó una prolongada mirada que pretendía ser de benevolencia, sin conseguirlo.

—Estoy segura de que eso es muy interesante. Pero cuando estés listo para unirte a nosotros aquí, en el presente, espero que no dejes de avisarme.

Theron se mantuvo firme.

—¡Pero si la historia es lo que ha creado el presente!

—Theron —dijo indulgentemente Marcus—, es la teoría contra la práctica. No puedes ganar.

—¡Son teorías lo que se pone en práctica! —protestó Theron.

—¿Pero teorías basadas en qué? En los hechos actuales.

—En precedentes.

—Los precedentes dicen que la monarquía es una forma de gobierno obsoleta —acotó Katherine—. Ésa es toda la historia que necesitamos saber. —Arrugó la nariz—. ¿Cómo soportas estudiar esas cosas? Fechas y tratados; yo sería incapaz.

—Nuestros modernos derechos y privilegios tuvieron algún precedente en su día —persistió Theron—. Si queremos conservarlos y perpetuarlos en el futuro, ¿no creéis que necesitamos comprender por qué?

—Aquí tienes un futuro —sonrió Marcus—. En estos momentos, las tierras de Hartsholt están manga por hombro, y su hijo lo está llevando a la ruina. Tiene dos hijas. Cásate con una de ellas y podrás añadir enormes posesiones del norte a Tremontaine.

—No lo permitiría —intervino jovialmente Katherine—. El norte nunca nos ha dado más que problemas. Theron tendrá que buscarse novia en otra parte. ¿Has pensado en alguien últimamente, primo?

Andrew soltó una risita. Ah, volver a tener trece años, pensó con envidia Theron, que se limitó a encogerse de hombros y enfurruñarse.

—Dejad de atormentar al muchacho —dijo Susan a su marido y la jefa de éste—. Esto es una cena, no una sesión del Consejo; sinceramente. ¿Más guisantes, Theron?

Su madre le dijo a Susan:

—Nunca sé si estás siendo amable, o si esto es algo que no entiendo, ¿de qué está bien hablar con la comida, y qué no?

Susan abrió la boca, pero su hijo pequeño intervino inesperadamente.

—No es la comida, lady Sophia, es la cena. «Cenar juntos» —citó apasionadamente— «se supone que es una ocasión agradable».

—Entonces —insistió Sophia—: Nada que tenga que ver con cuerpos humanos, ni muertos ni vivos ni en tránsito; esto ya hace años que lo entiendo. Pero… ¿nada de negocios? ¿O —miró a Theron de reojo— solamente nada de negocios que no quiera oír mi hijo?

La duquesa aplaudió.

—Me encanta escucharte cuando juntas las piezas, Sophia, hace que todo parezca mucho más claro. Pero sinceramente, Susan, a todos nos interesan los negocios de

Uno u otro tipo. ¿No se puede hacer alguna concesión con la familia? ¿O es que todo tiene que ser el último partido de balompié de Andy, y lo que sea que esté estudiando Theron?

—Yo también estudio —protestó Andrew.

—Claro que sí —dijo cariñosamente su padre. Marcus se empeñaba en adorar a toda su prole, sin importar lo complicado de la fase que estuvieran atravesando—. Tu maestro nos ha dicho que eres un as de la ortografía.

—¿Todavía lo tienes en el colegio, Marcus? Avísame cuando quieras buscarle un tutor. Sé de muchos hombres buenos en la Universidad a los que no les vendría mal el trabajo.

Andrew le pegó un puntapié a la pata de su silla.

—Me gusta el colegio. Jugamos a la pelota en los recreos. Y además, el maestro dice que los hombres de la Universidad saben muchas cosas sobre nada… signifique lo que signifique eso —añadió, con la esperanza de librarse de una regañina.

Lord Theron se rió.

—Seguro que lo dice. Pero verás, Andy, estudiar puede suponer un placer de por sí, si encuentras algo que te interese.

Andrew le dedicó la mirada de condescendencia que los jóvenes reservan para las tonterías de sus mayores.

—Gracias, Theron —dijo su bien educado padre—. Cuando esté listo para recibir tutorías, te pediré consejo.

—No es que no lo hayamos pensado ya —añadió Susan—. Si Andy se interesa por alguna materia en concreto cuando sea un poco mayor, había pensado que podría matricularse directamente en la Universidad. —Andrew hizo un mohín. Su madre le lanzó una mirada.

—En cualquier caso —continuó Marcus—, aunque nos alegraría echarle una mano a alguno de tus amigos, Theron, no creo que darle clases al hijo de un burgués sea la recompensa que busquen.

—Bueno, naturalmente, a muchos de ellos les gustaría dedicarse exclusivamente al estudio, pero puesto que eso equivale casi a morirse de hambre, espero que alguno se dejara convencer para enseñarle el astrolabio a este mocoso —bromeó cariñosamente Theron.

Katherine dejó colgado un anillo sobre su vaso de vino; tenía la costumbre de quitarse y ponerse continuamente las sortijas durante las comidas.

—Lo que quería decir Marcus, Theron, es que seguramente el puesto que ambicionarán todos será uno dentro de tu propio séquito, cuando lo tengas.

Susan y lady Sophia cruzaron la mirada por encima de la mesa.

—Mis amigos no ambicionan ningún tipo de puesto —dijo con altanería Theron.

—Oh, venga ya, querido. —Katherine estaba haciendo todo lo posible por no provocarlo, pero todo lo posible no era suficiente, puesto que no era de las que daban su brazo a torcer fácilmente—. Estoy segura de que te aprecian, pero todos saben que cuando ocupes tu puesto en el Consejo habrá plazas importantes que ocupar. Los universitarios son ideales para desempeñar esos puestos, y tú pareces conocerlos a todos.

—Los conozco lo bastante bien como para distinguir a un amigo de un adulador.

La duquesa Katherine le dio un trago largo a su vino. Su rostro emergió de la copa luciendo un tono razonable. Con voz meliflua, dijo:

—Me gustaría conocer a estos amigos tuyos tan admirables.

Preocupada por sus sentimientos, Sophia dijo:

—Theron no lleva amistades a casa, ni siquiera en la Ribera con nosotros.

Pero la duquesa estaba entrando en calor.

—Me pregunto —le dijo al aire— qué será lo que tiene la mansión Tremontaine que resulta tan poco atractivo. Jessica tampoco quería traer aquí nunca a nadie.

—No puedes comparar a Theron con la pobre Jessica —intervino inoportunamente Susan Ffoliot.

Katherine la ignoró.

—Yo he recibido a muchas personas en esta casa, en esta misma mesa, de hecho. Pocas, si es que alguna, se han quejado nunca de la comodidad, la comida o la conversación.

Un silencio glacial se apoderó de la estancia. Marcus estaba mirando a Katherine con preocupación y desconcierto. No entendía qué era lo que hacía que siempre estuviera pinchando a su heredero, y en privado ella le había confesado que tampoco lo sabía. «Es la forma en que se aísla de todos», había explicado una vez. «Me dan ganas de partirlo por la mitad… Para ver qué tiene dentro, supongo. Si es que tiene algo». Theron se felicitó por no estar perdiendo los estribos. Quizá fuera una decepción mayúscula, pero al menos sabía conservar la calma y la dignidad.

Sophia se preocupó, no por primera vez, por el problema existente entre su hijo y su prima. Sophia quería a Katherine con la feroz lealtad de un alma extraviada a la que habían cobijado de la tormenta, dado un lugar seguro donde criar a su vástago y apoyado en la carrera de su elección. Adoraba a la duquesa por ser una mujer que imponía respeto y no le preocupaba lo que pensaran los demás. Al mismo tiempo, se sentía protectora con ella; sabía lo difícil que era.

Ninguno de estos sentimientos era útil cuando Theron y Katherine chocaban de frente. Pero siempre se podía distraer a los Tremontaine, había descubierto,

Haciéndoles una pregunta de difícil respuesta. Estaba devanándose los sesos en busca de una cuando Diana, que había estado extrañamente callada, soltó un grito.

La muchacha miró tímidamente al círculo de rostros sorprendidos.

—Perdón. Llevo días así. Esta vez estaba desprevenida, eso es todo.

Sophia miró de su semblante empapado de sudor a la cena intacta y dijo:

—Será mejor que pasees un poco. Te acompañaré.

—Seguro que no es nada. —Diana agitó la mano, lanzó un chillido y se agarró la barriga—. Ay, cielos. ¿Ya está? Ya está, ¿verdad? ¿Qué va a pasar ahora?

—Te lo diré mientras paseamos —dijo Sophia—. No es conversación apropiada para la mesa. —Ayudó a Diana a ponerse de pie—. Marcus, llévate al niño a casa y avisa a Martin. Theron, pídele a Farraday que envíe a alguien a la Ribera para recoger mi bolsa. Oh, no hace falta que corráis. Los primeros bebés nunca tienen prisa por venir al mundo. Sentaos, todos, y acabaos la fruta.

Dijera lo dijese la gente de los Tremontaine y sus costumbres —y se decían muchas cosas—, sophia seguía siendo una de las mejoras parteras de la ciudad. Como cabía esperar, el hijo de Diana nació al día siguiente, tras haber hecho mucho ya por mejorar el ambiente del círculo familiar.