CONSTA en el Archivo de Misterios Antiguos de China que un miembro de la estirpe de Tlang que era hábil con el cincel había ido hasta las montañas de jade verde para esculpir en ellas un dios de jade. Esto sucedió durante el ciclo del dragón, en el año setenta y ocho. Casi durante cuatrocientos años los hombres se mostraron escépticos hacia aquel dios de jade verde, y pasados esos cuatrocientos años lo adoraron durante otros mil. Transcurridos esos mil años, volvieron a dudar de él, y entonces el dios de jade verde hizo un milagro y derribó las montañas de jade, hundiéndolas para siempre en la tierra una tarde a la puesta del sol. En el lugar que antes ocuparon las montañas de jade verde, tan sólo quedó entonces un pantano plagado de lotos.
Junto a la orilla de aquel pantano de lotos, a la hora de la tarde en que empezaban a resplandecer, caminaba Li La Ting, la muchacha china, que conducía las vacas de regreso a su casa e iba cantando la canción del río Lo Lang Ho. Decía su canción que es el mayor de todos los ríos; que nace en las montañas más antiguas conocidas por los sabios y su caudal es más veloz que la liebre y más profundo que el mar; que es el rey de todos los ríos, más fragante que las rosas y más hermoso que los zafiros que adornan la garganta de los príncipes.
Luego elevó una plegaria al río Lo Lang Ho, rey de los ríos y rival del cielo al amanecer, para que le trajera en un bote de ligero bambú a un amante que llegara remando de la tierra del interior vestido de seda amarilla y con cinturón de turquesas. Rogó para que fuera joven, alegre e indolente, para que tuviera un rostro amarillo como el oro, luciera un rubí en su gorro y se iluminara con faroles que resplandecieran al atardecer.
Así iba aquella tarde la muchacha rogando al río Lo Lang Ho mientras caminaba tras las vacas a la orilla del pantano de los lotos. Pero el dios de jade verde, que se hallaba sumergido en él, sintió celos del amante por el que la doncella Li La Ting rogaba al río Lo Lang Ho, y maldijo al río a la manera en que maldicen los dioses, y lo convirtió en un mezquino y maloliente riachuelo.
Todo esto ocurrió hace mil años. El Lo Lang Ho hoy no es más que una simple penalidad para los viajeros que lo encuentran a su paso, y la gloria del gran río que fue hace mucho que ha sido olvidada. Ninguna historia refiere la suerte de la muchacha. Los hombres piensan que fue convertida en una diosa de jade que, sentada en un loto esculpido en piedra, sonríe junto al dios de jade verde al fondo del pantano y sobre las cumbres de las antiguas montañas de jade. Las mujeres, sin embargo, saben que su espíritu aún vaga por los alrededores del pantano de los lotos durante sus crepúsculos resplandecientes cantando al río Lo Lang Ho.