DE CÓMO LOS DIOSES VENGARON A MEOUL KI NING

MEOUL Ki Ning llevaba una flor que había recogido del estanque de lotos de Esh para ofrecérsela a la Diosa de la Abundancia en su templo de Aoul Keroon. Sin embargo, en el camino que va desde el estanque hasta la pequeña colina donde se halla el templo de Aoul Keroon, Ap Ariph, su enemigo, le disparó una flecha con un arco de bambú que él mismo había fabricado y le arrebató su hermoso loto en la colina para ofrecérselo a la Diosa de la Abundancia en su templo de Aoul Keroon. La diosa, como toda mujer, quedó complacida por la ofrenda, y desde la Luna obsequió a Ap Ariph con dulces sueños durante siete noches seguidas.

En la séptima noche, todos los dioses celebraron un cónclave en las cumbres nebulosas que se yerguen sobre Narn, Ktoon y Pti, tan altas que no hay hombre en toda la tierra que desde allí pueda oír sus voces. Y en aquel monte nebuloso (sin que pudiera espiarlos ni la más alta de las aldeas) los dioses discutieron lo ocurrido: «¿Qué ha hecho la Diosa de la Abundancia (ellos la llamaban por su nombre, Lling) al regalar dulces sueños a Ap Ariph durante siete noches seguidas?».

Entonces los dioses mandaron llamar a su vidente, que es todo ojos y pies y recorre la Tierra observando el comportamiento de los hombres, atendiendo incluso a sus actos más insignificantes, pues sabe que no hay acción demasiado pequeña y que la red de los dioses está entretejida de cosas diminutas. Él es quien ve al gato en el jardín de los periquitos, al ladrón en la habitación de arriba, al niño que peca con la miel; él es quien asiste a la conversación de las mujeres tras la puerta cerrada y a los acontecimientos más secretos de la casa más humilde. Y allí, ante los dioses, expuso el caso de Ap Ariph refiriendo todo el mal que éste hizo y describiendo el robo del loto blanco, la fabricación de su arco de bambú, el disparo de la flecha, la herida de Meoul Ki Ning y la sonrisa que se había dibujado en el rostro de Lling al recibir como ofrenda la flor de loto.

Oído esto, los dioses se enfurecieron con Ap Ariph y juraron vengar a Ki Ning. Entonces el más viejo de todos los dioses, aún más viejo que la misma Tierra, mandó llamar al trueno de inmediato, alzó los brazos, gritó sobre las altas montañas de los dioses azotadas por el viento, profetizó mediante runas más antiguas que el lenguaje y entonó las canciones de la ira, aprendidas de la tormenta en el mar en los tiempos en que éste cubría toda la tierra a excepción de aquella cumbre de los dioses. Luego juró que Ap Ariph moriría esa misma noche, que el trueno rugiría sobre él y las lágrimas de Lling serían en vano.

Sin embargo, aunque el rayo de los dioses, arrojado a la tierra en busca de Ap Ariph, pasó muy cerca de su casa, erró en el blanco. Un vagabundo llegado de las montañas que, mendigando arroz y requesón, cantaba en una calle próxima a la casa de Ap Ariph las canciones de las gentes antiguas que, según dicen, habitaron en otro tiempo aquellos valles, fue la víctima del rayo.

Pero, de ese modo, los dioses quedaron satisfechos y su cólera se apaciguó. El trueno siguió resonando hasta que los enormes nubarrones negros desaparecieron y el más viejo de los dioses pudo regresar a su antiguo sueño al fin. La mañana llegó, con ella volvieron los pájaros, y la luz brilló de nuevo sobre la montaña desvelando aquella cumbre que albergaba la serena morada de los dioses.