Prólogo

QUE yo sepa, estos Cuentos de los tres hemisferios se traducen por vez primera al español. Corresponden al original Tales of Three Hemispheres. A Collection of Stories (Boston, John W. Luce & Co., 1919, y Londres, T. Fisher Unwin, 1920). Algunos de los catorce relatos que componen dicha colección sí habían aparecido en castellano otras veces. El celebérrimo Idle Days on the Yann formó parte de un libro anterior de Lord Dunsany, A Dreamer’s Tales (1910), que se tradujo al español como Cuentos de un soñador en 1924 (Revista de Occidente)[1]; consta también en El país del Yann, una de las entregas de la buscadísima Biblioteca de Babel de Siruela (1986). Las dos secuelas de Días de ocio en el Yann (como traduce Victoria León) o Días de ocio en el país del Yann (como figura en la versión de Revista de Occidente), que junto al cuento principal y una Nota de los editores se sitúan bajo el epígrafe Beyond the Fields we know (vertido aquí como Más allá del mundo conocido), a saber, Una tienda en Go-By Street y El vengador de Perdóndaris, vieron su luz primera en nuestra lengua en la antología En los confines del mundo de Lord Dunsany, preparada por Juan Antonio Molina Foix (Siruela, El Ojo sin Párpado, 1989). En otro florilegio dunsanyano anterior, En el país del tiempo, al cuidado de Francisco Torres Oliver (Siruela, El Ojo sin Párpado, 1988), se incluyeron La oración de Boob Aheera, Oriente y occidente, De cómo los dioses vengaron a Meoid Ki Ning y Los dones de los dioses. La mitad, pues, de los relatos que conforman Cuentos de los tres hemisferios habían sido traducidos ya al castellano.

Pero la colección como tal, en el estado en que se publicó en Boston en 1919, nunca había sido vertida a la lengua de Cervantes.

Lo primero que leí del aristócrata irlandés Edward John Moreton Drax Plunkett, decimoctavo Barón Dunsany (Londres, 1878 - Dublín, 1957), fue Una noche en una taberna, pieza dramática en un acto incluida por Borges, Silvina Ocampo y Bioy Casares en su paradigmática Antología de la literatura fantástica (Buenos Aires, Sudamericana, 1940, páginas 99-111). Porque hay que decir que, además de escritor de cuentos fantásticos, novelista, poeta, cazador, soldado y jugador de ajedrez y de cricket, Lord Dunsany fue un reputado dramaturgo que participó activamente en el proyecto dublinés del Teatro de la Abadía, promovido y alentado por William Butler Yeats, y que hay incluso alguna pieza teatral suya en español (concretamente Los dioses de la montaña y La sentencia dorada, traducidas por Rafael Nieto: México, D. F., Cultura, 1919). Pasé después a sus Cuentos de un soñador en la versión anónima, prologada por Pradaic Colum, de 1924, una lectura que supuso para mí sensaciones inefables, pues nunca olvidaré dos prosas de esa compilación que se quedaron a vivir de forma permanente en la sala del trono de mi memoria: Blagdaross, la historia de un caballito de madera, y Carcasona, el eco de una ciudad soñada. Luego vino, en inglés, la antología Gods, Men and Ghosts. The Best Supernatural Fiction of Lord Dunsany, a cargo de E. F. Bleiler, con veinte ilustraciones de Sidney Sime (que ilustró como nadie sus relatos), que fue el volumen donde conocí The Gods of Pegana, otro cuento para el recuerdo.

Por completar mi itinerario por las páginas de Dunsany, me referiré a Don Rodrigo, una novela de 1922 que leí en traducción castellana de Teresa Alfieri con nota preliminar de Jaime Rest (Buenos Aires, Ediciones Librerías Fausto, 1977). Hay que tener en cuenta que, a partir de estos Cuentos de los tres hemisferios, que datan de 1919, nuestro autor derivó a la narrativa más larga y al memorialismo. El título original de la obra, ambientada en una España delirante en la que había una comarca denominada Valle de la Sombra, era Don Rodríguez. Chronicles of Shadow Valley. Me divirtió una barbaridad el Don Rodrigo dunsanyano. No dejen de enchufárselo en vena. Leí después La espada de Welleran, una colección de relatos de 1908, en traducción de Rubén Masera (Barcelona, Adiax, 1982), y, por último, otra novela, The King of Elfland’s Daughter, o sea, La hija del rey del país de los elfos, también vertida por Masera (Barcelona, Visión Libros, colección Arcadia, 1983). Estoy, pues, preparado para disfrutar lo indecible de este nuevo saludo de Lord Dunsany en la escena bibliográfica hispana, auspiciado por mi viejo y querido amigo Abelardo Linares en su editorial Espuela de Plata. Dunsany dijo alguna vez que no había escrito una sola línea en su vida que no fuese inventada, imaginada, trascendida. Sumerjámonos, pues, en los universos forjados por la fantasía del decimoctavo barón Dunsany (el título nobiliario fue creado allá por 1439) y olvidemos la triste realidad de la vida por unas cuantas horas de benéfica, ensoñadora y siempre electrizante lectura.

Luis ALBERTO DE CUENCA
Instituto de Lenguas y Culturas del Mediterráneo y Oriente Próximo (CSIC)