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—Pepita.

—¿Qué?

—Estás en Babia.

—Me había distraído.

La reunión en Puerta Chiquita acaba de terminar. Pepita ha escuchado con alegría que Tomasa ya tiene una cama. La prisión de Ventas se ha descongestionado y cada presa tiene su espacio y su cama. Tomasa le ha escrito a Reme, y Reme ha leído su carta. Pepita ha escuchado las palabras de la compañera que llama hermana a Reme. Y ha escuchado después que las últimas Agrupaciones Guerrilleras van a ser disueltas, tras la desaparición paulatina de sus divisiones.

—Están cada vez más acosadas por los tercios móviles de la Guardia Civil.

—Y cada vez menos apoyadas por sus enlaces de El Llano.

—La lucha armada ya no tiene sentido.

La lucha armada ya no tiene sentido. Y Pepita piensa en Hortensia, que murió por luchar con las armas en la mano, más valiente que nunca. Y piensa en los que murieron en el Cerro, en la sangre que pisó en la estación el día que conoció a El Chaqueta Negra, y en la fotografía de los que tenían los ojos cerrados y la boca abierta.

—¿Pero te has enterado de algo?

—¿De qué? ¿De que se ha acabado la guerrilla porque ya no tiene sentido?

—Te has enterado de la mitad. Anda, vente conmigo al metro que de camino te explico lo que falta.

Sí, se ha enterado de la mitad. Pepita comenzó a pensar en los muertos cuando las mujeres anunciaban que el próximo año será Jacobeo. Pensó en los muertos. Y pensó en el dichoso Partido, que había mantenido la guerrilla inútilmente, durante años, para demostrar su fuerza, para hacerse notar, para que muchos de ellos murieran más valientes que nunca, sin sentido.

Y de camino al metro, Reme le explica que los hombres y mujeres que quedaban en el monte eran muy pocos.

—Ya han sufrido bastante, ahora tienen que irse. Nuestra lucha es política, y ya sólo puede ser política. La lucha es política, y los que han luchado con las armas están muertos, en la cárcel, o en peligro.

—El año que viene es Jacobeo.

—¿Y qué pasa con eso?

—Que tienes que escribir una carta.

Tiene que escribir una carta, porque el próximo año es Jacobeo, y todos los familiares de los presos van a enviar un escrito al cardenal arzobispo de Santiago de Compostela solicitando que pida al Gobierno un indulto.

Pepita ha de pedir el indulto de Jaime.

Reme lo pedirá para Tomasa, su hermana, la extremeña de piel cetrina que ya tiene una cama.

Escribirá Pepita la carta. Y el día siete de enero de mil novecientos cincuenta y cuatro, recibirá un acuse de recibo donde el cardenal Quiroga Palacios Saluda y Bendice a Josefa Rodríguez García y le comunica que ha pedido con el más vivo interés el indulto a que hace referencia en su carta, habiendo recibido la contestación de que el Gobierno estudia con cariño esta petición, y le encomienda al Altísimo este asunto. Él nos ayudará, escribe a modo de despedida.

Él nos ayudará. El Altísimo. Pepita se repite a sí misma la frase, y acude esa misma tarde a la iglesia de San Judas Tadeo con un billete de una peseta para su cepillo. Él nos ayudará. Es martes, y la cola en la iglesia supera la plaza de Santa Cruz. Él nos ayudará. El Altísimo. Pepita esperará con paciencia repitiendo su deseo. Él nos ayudará. Entrará a la iglesia cuando le toque el turno. Prenderá una vela. Él nos ayudará. Y echará en el cepillo el billete de una peseta mientras dirige su mirada al santo.

—Échale tú una mano, San Tadeíto.