Para celebrar el regreso de su marido, doña Celia ha invitado a Pepita y a Tensi a merendar en San Ginés. Chocolate con churros.
—¿Puedo comer todos los churros que quiera?
—Todos los que quieras.
La niña se muerde el labio inferior y alza los ojos calculando los churros que será capaz de comer. Doña Celia se aferra al brazo de don Gerardo con fuerza. Él le aprieta la mano. Ambos intentan ocultar su emoción ante Pepita, para que ella no sienta la ausencia de Jaime a través de la presencia de don Gerardo. Pero la siente, como un golpe, aunque también disimula su emoción y sonríe mirando a Tensi.
—Menudo atracón te vas a dar, chiquilla. Ya te estoy viendo comer con los ojos, y te estoy viendo esta noche con un cólico de muy señor mío.
Sí, Tensi despertará a Pepita de madrugada al darse la vuelta en la cama una y otra vez.
—¿Te quieres estar quieta y dejar de darme patadas, que pareces un rabo de lagartija?
—Es que me duele la barriga.
—Ya lo sabía yo, que no se puede ser tan ansia viva.
Después de vomitar la indigestión de los churros y el chocolate, Tensi busca el mimo de los convalecientes en los brazos de Pepita.
—¿El señor Gerardo es mi abuelo?
—Sí.
—Pero si tú no eres mi madre y él no es tu padre, no puede ser mi abuelo.
—Yo soy tu madre de mentirijilla.
—¿Y el señor Gerardo es mi abuelo de verdad, o de mentirijilla como tú?
—De mentirijilla, pero hay mentirijillas que son una verdad más honda que las propias verdades.
—Los niños de la escuela tienen madres de verdad. Yo quiero tener una madre de verdad.
—Tú tienes una madre de verdad que está en el cielo y otra de mentirijilla, tú tienes más madres que los demás niños, anda duérmete que es muy tarde.
—Pero ¿qué les digo a los niños que digan que es mentira que tengo un abuelo?
—Diles que hay mentiras que son verdades.
—¿Y a las monjitas también?
—También. Duérmete.
Por la mañana, cuando Pepita esté peinando a Tensi, la niña mirará el reflejo de ambas a través del espejo. Y por la tarde, cuando se dirijan a la Casa de Campo a reunirse con Reme, Tensi tirará de la mano de Pepita para que su tía la mire.
—¿A que me parezco a ti?
—Sí.
—¿A que me parezco como si fueras mi madre de verdad?
Es domingo y a pesar del frío, la Casa de Campo está más concurrida que de costumbre. Al llegar a Puerta Chiquita, el grupo de mujeres que simula haberse reunido para merendar rodea a Reme.
—Pobrecito.
—Te acompaño en el sentimiento.
—Es un consuelo que no ha sufrido.
—¿Qué ha pasado?
—El chico de Reme, que se le ha ido de repente.
Pepita se abre paso hacia Reme mientras las mujeres que van quedando a su espalda se lamentan:
—Ya se sabe que a esos angelitos no les dura mucho el corazón.
—Pero una nunca está preparada.
—Y menos ella, que llora los años que estuvo en la cárcel. Dice que los perdió de cuidar a su niño y que ha sido una mala madre.
—Mala madre no ha sido.
Reme abraza a Pepita.
—Mi niño.
—Ahora está en el cielo. Es un angelito del cielo y está mucho mejor que aquí. Mucho mejor que todos nosotros, Reme.
Después de intentar consolara la madre que ha perdido a su hijo, las mujeres abren sus cestas. Sacan la comida que han podido reunir y Reme la distribuye en paquetes que harán llegar a los presos que no tienen familia.
—No es mucho.
No es mucho. No.
—¿Alguna traéis dinero?
Pepita lleva dinero. Y Lleva también un manifiesto en la caja que Jaime le envió con don Gerardo.
—Hay que mandar esto al extranjero, para que lo publiquen los periódicos.
Antes de que acabe el año, el manifiesto será publicado. Las cajas de ebanistería cumplirán su función de palomas mensajeras y Pepita, sin pretenderlo, se convertirá en un miembro más del Partido Comunista en la clandestinidad, aunque jamás se afiliará.
—Yo lo hago por Jaime, ¿sabe usted? Yo no le debo nada a los suyos, señora Reme. De buena gana los mandaba a todos a tomar vientos.
Lo hace por Jaime. Lleva a la Casa de Campo los mensajes que él envía, rifa en el Rastro las cajas, o visita en nombre del Socorro Rojo las tiendas de comestibles que Reme le indica para llenar su cesta, por Jaime. Y reserva parte de lo que gana cosiendo para entregárselo a Reme porque sabe que ella distribuye entre los presos el dinero que recauda. Y Jaime está preso. Y siempre se niega a coger el dinero que Pepita le lleva una vez al año. Se reúne con Reme en Puerta Chiquita por Jaime. Pero todos los meses acude a la cita renegando del Partido.
—Los suyos a mí no me han traído nada más que disgustos, señora Reme.
—Mujer, ya será para menos.
—Disgustos, se lo digo yo, y a ustedes no les arriendo ninguna ganancia con tanta política cuando pase lo que quiera que pase, que pasará.
—Lo que quiera que pase será la libertad.
—Y los disgustos. Y si no, al tiempo.
Disgustos.
El último disgusto de Pepita se lo dio el arzobispado, hace un mes, cuando le negó el sacramento del matrimonio porque su novio era comunista. Jaime ya había firmado el poder donde designaba a don Gerardo para que, en su nombre y representación suya, contrajera matrimonio por poderes con Pepita. Pero el capellán de la Prisión Central de Burgos le dijo que tenía que abjurar de sus ideas políticas antes de casarse. Jaime se negó. El arzobispo dice que la culpa está en ti, añadió el capellán. Por mí no me preocupa, pero a mi novia le van a dar un disgusto, le contestó Jaime, y después le preguntó que si él se quitaría la sotana por alguna razón. Cuando el cura respondió que por ninguna, él le pidió que entendiera que un comunista tampoco abandona por ninguna razón su ideología.
—Así que ya lo ve, señora Reme. De aquí para adelante estoy expuesta a ir a Burgos y que no me dejen entrar, como me pasó el año pasado, que me dijeron que yo no era familiar y me tuve que volver sin verle. Menudo disgusto pasé yo, que para mí se me queda, que eso no lo puede saber nadie. Y el disgusto que pasaría él yo no me lo quiero ni figurar. Un año entero, que se dice pronto, esperando, ahorrando para el viaje, y venirme sin verle un momento siquiera, después de gastarme los dineros, que el poquito que hay lo podía haber echado yo en otra cosa. Y ahora resulta que después de los años me vienen diciendo que no soy familiar, y que el arzobispo no consiente en que lo sea porque mi novio es político. De modo y manera que no me venga usted diciendo que la política se hace para la libertad, porque lo que es libertad, yo sólo lo he visto en los chiquillos cuando meten los pies en los charcos y chapotean hasta que les da la gana.
A ella no le gusta la política. A ella le gustaría vivir en paz. Y estar en Córdoba. Y que Jaime no estuviera preso. A Pepita no le gustan las cosas que no entiende, y asiste a las reuniones mensuales, año tras año, aportando lo que puede aportar, pero no habla de política. Habla con sus compañeras de la muerte del hijo de Reme, de la boda de las tres hijas que le quedaban solteras, o de lo mayor que se está haciendo Tensi. A ella no le gusta hablar de política. Intervendrá en las conversaciones cuando las mujeres hablen de cosas que ella entiende, o cuando Reme llegue diciendo que por fin ha podido devolverle su maleta a Elvira, la chiquilla pelirroja que siguió en la guerrilla, luchando con las armas en la mano, más valiente que nunca, hasta que la mandaron a Checoslovaquia. Y cuando cuente que Sole, la comadrona de Peñaranda de Bracamonte, y su hija, que se la dejaron tuerta, se han exiliado en Méjico y colaboran activamente con el Gobierno republicano, o cuando anuncie que Antoñita Colomé, la cantante que ayudó a la fuga de Sole y de Elvira, ha tenido que huir a Francia porque le dijo a un falangista que toda su sangre era roja.
Pero cuando las mujeres hablen de que los aliados han ganado su guerra y ya tienen bastante con eso, indignadas al saber que no intervendrán en territorio español, y comenten que han creado la Organización de Naciones Unidas excluyendo a España, Pepita guardará silencio. Y cuando llegue la noticia de que Argentina, Portugal, la República Dominicana y la Santa Sede son los únicos países que mantienen sus embajadas en España, a pesar de que la ONU ha propuesto como medida sancionadora la ruptura de relaciones diplomáticas, Pepita seguirá guardando silencio. Mirará a su alrededor, asistirá en silencio a los comentarios de sus compañeras sobre el aislamiento al que las potencias democráticas han sometido a España, sobre la crisis económica, el apoyo argentino, la visita de Eva Duarte, o las lentejas de Perón.
Pepita asistirá en silencio a las meriendas en la Casa de Campo, año tras año, de la mano de Tensi, que crecerá entendiendo las palabras que Pepita no quiere entender. Pepita se dará cuenta de que la niña mantiene los ojos muy abiertos y después de las reuniones busca a Reme para que le hable de su madre.
—Era valiente, muy valiente.
Pepita advertirá que Tensi mira a Reme con admiración.
Y que comienza a hacer preguntas que no le convienen:
—¿Qué es una cédula, Reme?
Y dejará de llevarla a las reuniones.
—¿Por qué ya no traes a la niña?
Le preguntarán.
Y ella dirá que la niña se aburre, para no decir que es muy chica para que le pique la política. Y que ella no va a consentir que le pique.
Y continuará escuchando a sus compañeras en silencio, sintiendo que una araña negra y peluda teje sobre ella su tela pegajosa, y temiendo que su sobrina esté en casa rascándose una mordedura.