Antes de tragarse el papel, Hortensia lo retiene en la boca. Lo ha leído más de veinte veces. Lo ha memorizado y sigue las instrucciones de Felipe. No lo rompas, podrían encontrar los pedazos. No quiere tragar, desea mantener en su boca los besos que le manda Felipe. No lo quemes, podrían sorprenderte antes de que hubiera ardido por completo. Quiere saborear su nombre, escrito por la mano de Felipe. Cómetelo, Tensi, no sabe mal, y piensa en mí. La celulosa se va deshaciendo y Hortensia no quiere tragar. Piensa que estaré en tu boca, Tensi. La bola seca que se formó al principio es ya una pasta amarga con sabor a tinta. No quiere tragar, pero los pasos de la guardiana se acercan. Te mando muchos besos, Tensi, todos los que no he podido darte. Los pasos de la guardiana se acercan. Te mando muchos besos, Tensi. Los pasos de la guardiana resuenan por la galería, es la hora del taller. Aguanta, vida mía.
El sonido metálico y creciente de las llaves se suma al ruido de la puerta al abrirse. Hortensia intenta tragar. Te quiero, Tensi. El esfuerzo de papel y tinta le produce arcadas. Por aquí andamos igual, mal y bien según el día. Pero Hortensia controla sus náuseas, y traga. Por la noche, cuando cambiamos de campamento y se ven las estrellas, miro siempre la nuestra, pronto la veremos juntos, muy pronto. La náusea y el esfuerzo por tragar provocan una lágrima de Hortensia.
La funcionaria ha entrado ya.
Es Mercedes.
—¡Al taller!
Acompaña su voz cantarina dando palmas. Repite:
—¡Al taller!
Las mujeres que acuden al taller de costura en los sótanos de la prisión forman una fila para seguir a Mercedes en silencio y en orden. Hortensia enrolla su petate de borra, se seca la lágrima y busca su cuaderno azul. Ella no va al taller, porque aún no tiene condena. Tomasa permanece junto a la cabecera de Elvira. Y tampoco va al taller. Tomasa no va por principios. Se niega a coser uniformes para el enemigo. Tomasa sostiene que la guerra no ha terminado, que la paz consentida por Negrín es una ofensa a los que continúan en la lucha. Ella se niega a aceptar que los tres años de guerra comienzan a formar parte de la Historia. No. Sus muertos no forman parte de la Historia. Ni ella ha sido condenada a muerte, ni le ha sido conmutada la pena, para la Historia. Ella no va a dar treinta años de su vida para la Historia. Ni un solo día, ni un solo muerto para la Historia. La guerra no ha acabado. Pero acabará, y pronto. Y ella no habrá cosido ni una sola puntada para redimir pena colaborando con los que ya quieren escribir la Historia. Ni una sola puntada. Y por eso mira a Reme con desdén cuando Reme se incorpora a la fila. Porque Reme ha abandonado. Se ha vuelto mansa. Reme no sabe valorar el sacrificio de los que siguen cayendo. Ella es una derrotista, que sólo sabe contar los muertos. Ella sólo sabe llorarlos. Y cuenta su historia, su pequeña historia, siempre que puede, como si su historia acabara aquí. Pero no acaba aquí. Desde luego que no, y Tomasa no piensa contar la suya hasta que todo esto haya acabado. Y será lejos de este lugar. Lejos. Observa a Reme. Y Reme se incorpora con mansedumbre a la fila ignorando su desdén.
Hortensia se oculta de Mercedes volviéndose hacia la pared, e intenta despegar con la lengua un resto de pasta de papel que se le ha adherido al paladar.
Un resto. Un pequeño resto.
Muy pronto acabará todo, quizá incluso antes de que salga tu juicio, y estaré contigo cuando nazca el crío. Si es niña, la llamaremos Hortensia, como tú, Tensi.