«No se consigue nada —escribió Hermann Hesse en el año 1931— afirmando que la guerra, el capitalismo y el nacionalismo son malos: es preciso sustituir los ídolos por un credo». Hesse escribió un credo, no el credo, como tampoco exclusivamente la fe en una religión y menos aún, en una iglesia determinada. «El credo al que me refiero —explicó en una carta— persigue otro fin: “creo en los hombres”. “Creo en las leyes de la humanidad, que son milenarias”. “Creo que, pese a su aparente absurdo, la vida tiene un sentido…”. Oigo la voz de ese sentido en mi interior… Intentaré realizar cuanto la vida exija de mí en tales momentos incluso aunque vaya contra las modas y leyes establecidas».
Esto sirve de fondo a esta recopilación, el libro Mi credo no contiene ninguna teología, ninguna definición lógica de la fe, el alma, la religión, Dios. Hesse tomó literalmente el axioma bíblico: «no te formarás ninguna imagen de Dios» y aceptó textualmente la frase de Tomás de Aquino: «conocer a Dios significa precisamente no conocerle». Hesse sacó su propia consecuencia. Reconocía que él era un hombre creyente, religioso, piadoso, y estaba siempre dispuesto a corregir sus opiniones; pero esto ocurría en sus poemas y en su prosa poética, y no tanto en sus textos teóricos. Consideraba a Siddharta como el libro de su fe, y su faceta hindú no era casual. Leemos otras variantes de su confesión en El Lobo Estepario, en Narciso y Bocadeoro, en Viaje a Oriente, en Juego de abalorios y en los Misterios de su prosa tardía. Las manifestaciones más claras y directas están contenidas en sus cartas. La carta de un lector buscando consejo en su desamparo, o insultándole, o formulando preguntas acuciantes, le provocaban a responder. Sin embargo, no incluyó estas numerosas manifestaciones en sus libros, que contenían textos contemplativos. Solo dió para su publicación, en forma de libro, y en 1957, dos textos escritos en los años 1931 y 1932, como complemento del capítulo Reflexiones en la recopilación de sus obras: Un poco de teología, un juego de ideas que relacionaba dos de sus conceptos preferidos, el de los tres grados de la evolución humana y el de los dos tipos fundamentales del hombre, y Mi credo, una descripción del desarrollo de sus propios conceptos religiosos. Pero incluso estas dos consideraciones fundamentales fueron reacciones a sendas preguntas. Mi credo nació a raíz de una pregunta de la redacción de Eckart en marzo de 1931; Hesse se sintió provocado cuando la redacción le escribió que había evitado conscientemente pronunciarse en sus libros sobre sus «antecedentes ideológicos». Un poco de teología fue enviado a algunos amigos en edición particular. Una serie de manifestaciones más importantes sobre el tema de la fe las debemos a su discusión en tono al poema «Reflexión». Peter Suhrkamp lo publicó en el número de febrero de 1934 del Neue Rundschau; un número interesante, que contenía «Inmemorial Jacob Wassermann» escrito por Suhrkamp; Wassermann había fallecido el mes anterior; el número contenía asimismo su última conferencia pública, La humanidad y el problema de la fe. Hesse publicó su poema «Reflexión» muy consciente del momento por el que pasaba Alemania; debía ser un testigo de las incipientes persecuciones de la época nazi, «en medio de la lucha actual». ¿Cómo debieron leer el poema los lectores de 1934? Hesse intentó en él fundar y exponer su fe logocéntricamente, y ello no obstante, había en el poema líneas casi inéditas en 1934, según las cuales el espíritu, el paternal, tiene una misión decisiva: «anula la inocencia y nos despierta a la lucha y a la consciencia». Hesse volvió una y otra vez a trabajar en este poema, y ya había introducido ligeros cambios en el texto cuando apareció en la Insel-Bücherei, en 1934, Del árbol de la vida, y más tarde, la primera edición de Antología poética en 1942. Aquí hemos adaptado la versión del Neue Rundschau. En las respuestas de Hesse se refleja la influencia de este poema en el lector de 1934, la fuerza de esta reacción queda demostrada por la firmeza de la actitud de Hesse; no envió la carta publicada aquí, dirigida a un vicario, porque su respuesta a las «inquisitivas y autoritarias preguntas» del vicario que le «hablaba en tono imperioso» sobre la existencia de una sola Iglesia y su negativa a creer en ningún cristianismo personal, le pareció excesivamente brusca.
De todas estas manifestaciones surgidas en los más diversos momentos y circunstancias, resultó este mosaico sobre el tema de Mi credo. En él, se funda el carácter fragmentario, tanto en la forma como en la esencia, de esta recopilación. No aspira a ser completa, solo quiere documentar. No intenta, aunque ordene sus textos cronológicamente y no siempre por su contenido, dar a los pensamientos de Hesse la forma de un sistema de ideas espirituales. Tampoco oculta las contradicciones. «No soy representante de ninguna doctrina establecida. Soy un hombre en estado de evolución y de cambios». Hesse se ha reservado durante toda su vida este derecho. Vivió al margen de iglesia y comunidades; hubo épocas en que simpatizó más con el budismo que con el cristianismo; pero siempre, protestando más o menos, aceptó su procedencia cristiana; no de la Iglesia Protestante, que a menudo le hacía desesperar, sino de la iglesia romana con una «nostalgia protestante», pero incluso ésta, desde cierta distancia: «en cuanto me acerco a ella, huele, como toda configuración humana, a sangre, violencia, política, vulgaridad». Lo único importante para él eran los conocimientos que no contradecían su propia experiencia. Sólo aceptaba teorías ajenas cuando resistían esta prueba. Siempre desconfió de los teólogos y demás «especialistas en el enigma del universo» cuando hacían de su doctrina religiosa o política una «fe infantil en la verdad exclusiva». Nunca desistió de creer que una religión es tan buena como cualquier otra, pues «si algo es cierto, también puede ser cierto lo contrario». Los pensamientos sobre las cuestiones finales eran «sagrados» para él, y sin embargo también sufrieron cambios en el curso de su vida. «Pero tampoco yo veo una Iglesia, sino la conciencia personal como última instancia», escribió en Mayo de 1933. Pero más tarde, en 1955: «nuestra conciencia es una instancia elevada, pero dudo de que sea siempre la voz de Dios; y es ciertamente afortunado que otra instancia se oponga a ella: el simple instinto de vivir». En Un poco de teología expone su esquema de «la piedad o la razón», y presenta en contraposición los dos tipos fundamentales del hombre, el piadoso y el racional; entre los piadosos se cuenta a sí mismo, su vida está bajo el «signo de una tentación de entrega y de religión»; entre los racionales incluye a los pensadores de la realidad social, Hegel, Marx, Lenin (y, en fin de cuentas, incluso Trotski). En el primero y segundo grado de la evolución humana combaten piadosos y racionales; de esta hostilidad surgen las guerra religiosas, el odio entre las razas, el nacionalismo, las vilezas humanas. Pero tampoco aquí hay que confundir a Hesse con un hombre que renuncia a la razón. Poco antes de su muerte discutía el concepto de la fe de Romano Guardini: «la aceptación de lo que Guardini llama “fe” es imposible sin el sacrificio de la razón. Para mí, este sacrificio significa renunciar al don más preciado que nos ha hecho Dios». Así pues, el objetivo sería éste: una alianza entre la fe y la razón. Nos indica ésta utopía en su tercer grado de la evolución humana; aquí los combatientes empiezan intuir sus similitudes. «A partir de aquí, el camino conduce a las posibilidades de la humanidad, cuya realización aún no ha sido contemplada por ojos humanos». Pero muy pocos alcanzan este grado, y las enseñanzas sirven de escasa ayuda, «la verdadera sabiduría y las verdaderas posibilidades de liberación —escribió en una carta inédita en noviembre de 1903— no pueden aprenderse ni enseñarse; son unicamente para aquéllos que están a punto de ahogarse».
Estos textos, que contienen el concepto religioso de Hermann Hesse, sorprenderán, por su misma concentración, a todos aquéllos que aún no habían leído a fondo a Hesse. Sus ideas religiosas fueron relevantes para sus ideas políticas, del mismo modo que éstas influyeron en las religiosas. Por esta razón, los textos de Mi credo pueden leerse como complemento de la nueva recopilación de las Consideraciones políticas[1]. Como todo hombre religioso, sea cual sea su religión, Hesse reclama la paz. Siempre que en tiempos de crisis y guerra, fallan las directrices y las leyes, surge un escepticismo, hacia dogmas e ideologías, hacia autoridades e instituciones, hacia la Iglesia y el estado. «De acuerdo con mi experiencia, el peor enemigo y corruptor de los hombres es la pereza mental y el ansia de tranquilidad que les conduce a lo colectivo, a las comunidades de dogmática fijamente establecida, ya sean religiosas o políticas». Bajo este veredicto se halla también el Estado. Ni los Estados ni la fuerza han determinado el proceso de humanización que debe ser continuamente sostenido para que el hombre alcance su madurez y cada vez sea menos necesaria la dominación del hombre por el Estado. Hesse no negó jamás la influencia humanizadora del cristianismo en el curso de la historia, pero también vio siempre el cristianismo fanático como la causa del odio y la guerra. Solamente el budismo consiguió en la historia del Tíbet convertirse en una nación asiática, de pasado turbulento y cruel, en una de las más pacífica, religiosas y tolerantes.
Sobre este punto, el protestante Hesse nunca dejó de atacar al protestantismo. «Lo que no me gusta de los teólogos protestantes —escribió en mayo de 1933— es que no tienen nada que enseñar, nada que dar a la gente, y para ello se ponen, sin crítica ni resistencia, a disposición del poder material del Estado, de los príncipes, de los financieros, de los generales; siempre lo han hecho y continúan haciéndolo… Se aspira a la más alta espiritualidad y se termina ante los cañones… para lanzarse de cabeza a todos los infiernos, contra los cuales se debería poner la firmeza de una roca». Tal fue asimismo el problema de Hesse con Lutero. «Lutero —escribió en 1960— fue un gran hombre, pero consideró infortunado su papel en la historia… Si hubiera sido sencillamente un protestante, un rebelde contra la Iglesia y el Estado, no diría ni una sola palabra contra él. Pero fundó otra Iglesia, en nada mejor que las antiguas, ayudó al Estado a la los príncipes, abandonó a los campesinos». De tales comienzos surgió la «teología germano-protestante, que en la Universidad habla de libertad, personalidad, dinámica, y que después, en la práctica, hace del pastor y de la Iglesia un complaciente instrumento del Estado, el capitalismo y la guerra».
Lutero no podía ser un modelo para él. Entre los «racionales» lo fue Gandhi; Gandhi reconocía la violencia como lo malo y la no violencia como el camino de los que han despertado. Lo «cautivador» de este dirigente residía, según Hesse, en que servía incondicionalmente a su ideal, le guardaba fidelidad hasta el sacrificio y no pedía a los demás sacrificios ni obediencia. Lo que Gandhi predicaba era una cualidad utópica de sus principios; a diario hablaba a los trabajadores bajo el famoso árbol de babul, junto a la puerta medieval de Shaspur; les exhortaba a no seguir las promesas de los «poderosos»; pero intentaba, una y otra vez transformar al individuo en «la vida interior del pueblo; cuando los trabajadores flaqueaban en la lucha, Gandhi anunciaba sus ayunos. No hay más que comparar su persona y su vida con cualquiera de nuestros políticos y propagandistas para observar la diferencia entra la codicia del poder y el don auténtico y ejemplar de un caudillo nato».
Hesse se incluye a sí mismo en la «fuerza del individuo». Quiere proteger al hombre que camina solo, amarle o hacerle resistente contra dogmas, recetas y programas; intenta agudizar su conciencia y consolidad sus fuerzas espirituales. La frase central de Juego de abalorios fue siempre el artículo de fe de Hermann Hesse: «no debes desear una doctrina perfecta, sino el perfeccionamiento de ti mismo. La divinidad está en ti, no en conceptos y libros». Para él los principios talmúdicos, cristianos, islámicos, hinduistas y budistas son equivalentes. Los numerosos métodos que ofrecen las religiones —plegaria, meditación, contemplación, concentración, renuncia de uno mismo, examen de conciencia, paciencia, serenidad— sólo le demostraron que la acción y el cambio ocurren exclusivamente en el individuo, y no puede tener lugar con ayuda de teoremas, sino mediante la propia experiencia. Esto es lo que siempre atrajo a Hesse hacia la fe budista; entre todas las religiones del mundo, el budismo es la que no ha profanado el concepto de Dios. Buda era, para Hesse, el símbolo del hombre perfecto, que ha tomado conciencia de lo divino que hay en él y trata de realizarlo.
La propia realización es lo que Hesse intentó durante toda su vida, «incluso contra los métodos y leyes vigentes» en esto consistía su fe en los hombres. «Ama a tu prójimo como a ti mismo» fue un mandamiento para él. Se puede vivir con la fe en «lo que Siddharta llama amor».
Sí, basándose en las Consideraciones políticas de Hesse, se puede afirma que su opinión política no vació en el curso de los decenios, que nunca cayó en el mimetismo, que su adaptación fue el resultado de sus propias ideas y de su propia conciencia, lo mismo puede afirmarse de su opiniones religiosas. Su piedad no es el culto de sentimientos solemnes, «sino el respeto del individuo por la totalidad del mundo, por la naturaleza, por el prójimo; el sentimiento de solidaridad y responsabilidad mutuas».
La obra de Hesse ha alcanzado siempre su máxima influencia en las épocas de crisis: después de la Primera Guerra Mundial; en la crisis económica mundial; después de 1945; siempre que la juventud se hallaba envuelta en el caos y buscaba una orientación; su influencia actual en Estados Unidos tampoco se debe a la casualidad. Independientemente de cómo pueda ser juzgado en el futuro, ni siquiera sus adversarios ideológicos negarán el respeto a la categoría moral de Hesse y a su documentación en los puntos de vista políticos y religiosos.
Sería un error y no haría justicia a su intención considerar sus puntos de vista como un programa fijo. Las exhortaciones de Hesse para que el individuo respete la totalidad del mundo y sus esfuerzos intelectuales y religiosos no pueden terminar «ante los cañones»; el individuo no puede ser «un instrumento complaciente» en manos del Estado, capitalismo y guerra, sino que ha de sentirse responsable en unión con la sociedad. Estas exhortaciones ponen siempre de relieve el reflejo de la totalidad en lo individual. Un repaso de todos los ofrecimientos del tiempo en que vivimos, pero sobre todo, una llamada a la disposición del individuo para seguir los métodos de afirmación del Yo, de la propia toma de conciencia y de la propia realización a favor de todos cuantos nos rodean. Actualmente ignoramos la dirección que tomará nuestra sociedad industrializada. Estamos «en el camino hacia una sociedad huérfana», pero ¿cuál será el nuevo objeto de identificación? Lo único seguro es que debemos sostener firmemente las riendas de los procesos económicos, científico-técnicos y políticos que hemos puesto en marcha, si queremos que la historia del hombre siga su curso. Es preciso intentar la integración de una actitud individual e inteligente de esta sociedad nuestra dirigida de modo inevitablemente cada vez más social y técnicamente.
Nuestra recopilación documentará los conceptos espirituales de Hesse. Hemos renunciado conscientemente a extractos de su prosa que nos parecen fuera de lugar en este contexto. La primera parte contiene textos de los años veinte, y consideraciones relativas al Lejano Oriente. La segunda abarcar las producciones de los años 1931 hasta 1935, en los que Hesse se ocupó con mayor intensidad de los problemas de la fe. La tercera parte ofrece un mosaico aforístico de cartas y reflexiones desde 1910 hasta 1961, y el texto en prosa de Misterios, escrito en 1947, en el que Hesse vuelve a referirse a la cuestión del sentido de la vida. Agradezco a Volker Michels su colaboración en la selección y realización de este tomo.
Agosto de 1971. SIEGFRIED UNSELD