EL CREDO AL QUE ME REFIERO

Mosaico de cartas y reflexiones

(1910-1961)

No creo que las ciencias naturales, las leyes de la lógica, la equidad de todo el mundo, la naturaleza y la historia deban determinar nuestra manera de pensar, ni siquiera en lo religioso, donde sería más necesario que en cualquier otra cosa. El hecho de que yo, pese al carácter mundano de mi vida, haya conservado un profundo respeto hacia la auténtica piedad, sólo se debe a que pude ser testigo de esta piedad auténtica desde mi niñez. Si se tratara de inculcar esta clase de fe en todos los hombres del mundo, yo sería el último en oponerme. Pero año tras año pude observar lo reducido que es el número de personas verdaderamente piadosas, y que esta fe auténtica, totalmente pura y altruista, se encuentra en todas las religiones principales, mientras que el cristianismo oficial, tal como en su degeneración existe e impera entre nosotros, me parece francamente hostil a la cultura. Sólo por esta razón participo, aunque sea como anónimo colaborador, en un grande y serio trabajo cultural[5], que en parte está orientado contra la Iglesia (no contra la fe). Pero ello no significa que mi necesidad personal de religión haya desaparecido, y con ayuda de la Biblia, las leyendas y el Corán llamo a muchas puertas del paraíso.

1[6] (a mi padre, 1910)

Todo Oriente respira religión, como Occidente respira racionalismo y técnica. La vida espiritual del hombre occidental parece primitiva y abandonada a la casualidad cuando se compara con la religiosidad protegida, cuidada y llena de confianza del asiático, ya sea budista, mahometano u otra cosa.

Por doquier reconocemos la superioridad de nuestra civilización y técnica, y por doquier vemos a los pueblos religiosos de Oriente disfrutar de un bien que a nosotros nos falta y que precisamente por eso valoramos por encima de nuestra superioridad. Es evidente que ninguna importación de Oriente puede ayudarnos, ningún viaje a la India o a China y tampoco el regreso a cualquier cristianismo de cualquier formulación. Pero también es evidente que la salvación y subsistencia de la civilización europea sólo es posible a través de la recuperación de un arte espiritual de la vida y de una espiritualidad colectiva. No es importante resolver la cuestión de sí la religión es algo que pueda ser suprimido o sustituido. La religión o un sustitutivo es lo que más falta nos hace, y esto no lo he comprendido nunca con tan inexorable claridad como entre los pueblos de Asia.

2 (1914)

Nunca he podido ser protestante o católico, partidario de Bach o de Wagner; para mí, la vida y la historia sólo tienen sentido y valor total en la diversidad con que Dios se presenta en inagotables configuraciones. Y por eso amo y venero, para disgusto de mi querido prójimo, no solo a Buda y a Jesús en el mismo templo, sino que puedo amar y tratar de comprender a Kant junto a Spinoza y a Nietzsche junto a Görres, no por ansia de cultura y pedantería, sino simplemente por el gozo de contemplar la diversidad del Ser Único, la riqueza de colores que existe entre Aristóteles y Nietzsche, entre Palestrina y Schubert, y que, cuando uno está seguro del Ser Único, presta a la vida su conmovedora belleza y su variedad aparentemente irracional. Por esto, junto a los espíritus de la libertar y libre investigación, nunca he podido prescindir de aquella silenciosa grandeza cuya libertad jamás estuvo al servicio de la inteligencia y cuya fe y subordinación de lo personal siempre fue una necesidad profunda del corazón.

3 (1915)

Cuando el predicador dice: «¡Escuchad la voz que hay en vosotros!», muchos le preguntan: «bueno, ¿y qué dice la voz? ¡Explicánoslo!». Pero el predicador no puede hacerlo, porque no apela a una voz colectiva, no exige el cumplimiento de un deber que pueda expresarse con palabras o con marcos y peniques, sino que anima a cada uno a percibir la voz en su interior y a reflexionar sobre sus dictados.

Lo mismo que tú me preguntas, me lo preguntan otros en sus cartas: «¿qué debemos hacer ahora?». Y yo tengo que contestar: «¡No lo sé!, ignoro el estado de tu consciencia y no conozco tus fuerzas. No puedo pedirte nada, ¡eso debes hacerlo tú mismo!». Y si alguno se concentra para escuchar la voz, seguramente encontrará un camino como yo lo encuentro y vuelvo a buscarlo día tras día, semana tras semana, desde hace dos años y medio. Uno se contentará con hacer el bien de vez en cuando, otro se reunirá con sus amigos, otro se negará a cumplir el servicio militar, otro se hará más generoso y se dedicará a la loable tentativa de matar a Sonnino en Italia o a Tirpitz en Berlín. Esto es asunto de cada uno. Si yo, por ejemplo, disparo contra Sonnino, cometo un crimen, porque obraría contra un profundo sentimiento que hay en mi interior. Pero existen personas capaces de realizar libremente un acto semejante, como es natural, también han de ser capaces del correspondiente sacrificio. Yo, por ejemplo, he comprendido hace tiempo que mi postura (también dentro de mi actividad oficial[7]) puede conducirme algún día a romper con mi patria, posición, familia, nombre, etc, y estoy decidido a enfrentarme con los hechos.

4 (1917)

Comprendo muy bien lo que usted dice acerca de sus sentimientos contradictorios respecto a deberes sociales, etc., pues en parte coinciden con los míos. Me parece que se trata de la antigua discrepancia entre deberes personales y deberes sociales. Ambos existen, ambos están en nosotros y nunca se ponen de acuerdo. O bien vivimos como nos lo pide el corazón, fieles a nuestros sentimientos personales, valorando todos los actos según la sensación de deso o dolor que nos proporcionan, o bien, vivimos hacia afuera, construimos y organizamos, vivimos para otros, para el Estado, la Iglesia, el prójimo, etc. De ambas maneras podemos ser desgraciados y en el fondo me inspiran gran compasión los que han olvidado el Yo y forcejean con un rígido sentimiento del deber en la vida social.

Yo he elegido el camino del egoísta o religioso, y considero los deberes externos como secundarios frente a los deberes hacia nuestra propia alma. Se ha renovado en mí la impresión de que mi alma, es, en pequeño, una parte de la evolución de la humanidad y que, en el fondo, cada pequeña convulsión de nuestro interior es tan importante como la guerra y la paz en el mundo exterior. Vivo según esta convicción, y desde que estoy aquí mi trabajo ha sido muy importante[8]. Mientras dura el trabajo me siento satisfecho en el mundo. Cuando lo impide una presión interna o un dolor en los ojos, por ejemplo estoy de muy mal humor y entonces voy por las noches a las grotti y hablo con el dios del vino. Pero como un sonámbulo, apenas doy un paso que no esté en conexión directa con mi trabajo, ya empiezo en reanudar la lucha con la forma y encontrar la manera de expresar lo que quiero decir. En este proceso hay espinas y heridas, y cuál será el resultado, no lo sé, pero en cambio si sé que debo proceder de este modo.

5 (1919)

Al budista le está prohibido disputar sobre el nirvana. Buda no dijo sí por nirvana hay que entender un aspecto negativo de reposo o un aspecto positivo de bienaventuranza, y prohibió toda conversación sobre temas similares. Por otra parte, discutir sobre ello es totalmente inútil. Tal como yo lo comprendo, el nirvana es el paso liberador que retrocede al principium individuationis, o sea, expresado religiosamente, el regreso del alma individual al alma colectiva. Otra cuestión es sí se debe ansiar, buscar y acelerar este regreso. Si Dios me deposita en el mundo y me deja existir como individuo, es mi deber regresar a formar parte del Todo lo más rápida y fácilmente posible, pero ¿no sería cumplir mucho mejor la voluntad de Dios si me dejara llevar (en mi relato lo llamé «dejarse caer»), satisfaciendo su deseo de dividirse y vivir eternamente en cada uno de sus seres? Aquí me inclino de momento hacia cierta herejía contra Buda, en quien creí con mucha fidelidad durante una parte de mi juventud.

Creo que Buda había alcanzado la madurez y cumplido todas sus reencarnaciones, y que realmente entró en el nirvana. Pero no creo que nosotros podamos, siguiendo su camino, acortar nuestro curso y alcanzar el nirvana. Lo alcanzaremos algún día, indudablemente, cuando hayamos llegado a la meta, cuando Dios esté cansado en nuestro interior y la pequeña luz se apague; pero si podemos o debemos ayudar a ello es otra cuestión. En esto ya no me parece tan perfecta la pura sensatez de la doctrina de Buda y, precisamente, lo que más admiraba de ella en mi juventud ahora se me antoja un defecto: esta sensatez y esta impiedad, esta inquietante exactitud y esta falta de teología, de Dios, de sumisión. Ahora pienso muchas veces que Jesús dio realmente un paso más allá que Buda al vernos como hijos del Padre y no como hombres maduros que pueden ayudarse a sí mismos.

6 (1920)

Usted cree que la vida del propio Yo es puro egoísmo. Pero esto solamente lo piensan los europeos que no saben nada del Yo. El Yo al que se refieren los que buscan y del cual se ocupa, a excepción de la ciencia europea, todo el mundo intelectual no europeo desde hace tres mil años, este Yo no es el hombre individual, su modo de sentir y actuar, sino que es el núcleo más íntimo y esencial de cada alma, que los hindúes llaman atman y que es divino y eterno. Quien encuentra este Yo, sea por el camino de Buda o de los Vedas o de Lao-Tsé o de Cristo, está en su ser más íntimo unido al Todo, a Dios, y actúa de común acuerdo con Él.

Usted dice que la búsqueda del Yo es menos importante que encontrar las relaciones justas para con los demás. Pero es que ambas son la misma cosa. Quien busca el auténtico Yo, busca al mismo tiempo la norma de toda la vida, pues este Yo más íntimo es igual en todos los hombres, es Dios, es el «significado». Por esto dice el brahmán a cada ser desconocido «Tat twan asi»: «Ese eres tú». Sabe que no puede hacer daño a ningún otro ser sin hacérselo a sí mismo, y que el egoísmo no tiene sentido.

Los hombres de la actualidad estamos demasiado acostumbrados a fijar las relaciones con los demás mediante leyes y convenciones que no podemos medir según la voluntad de Dios porque no conocemos a Dios, porque lo llevamos en nuestro interior y nunca hemos aprendido a buscarlo, pero formúlese usted una pregunta como la que nos hicimos al estallar la guerra: ¿Debe ahora el individuo obedecer la ley que el Estado coloca sobre las cosas, y disparar y matar, o debe seguir su convicción interior que le dice que matar nunca puede conducir a nada bueno? Naturalmente estas preguntas sólo proceden de hombres maduros, sensibles y de sentimientos elevados, pues la inmensa mayoría necesita siempre, en su calidad de rebaño, una ley y unas normas que pueda seguir sin reflexionar. Pero en cada individuo puede surgir esta pregunta, y hay momentos en que se les ocurre a muchos. Ocurrió así con toda la juventud intelectual de Europa durante la guerra. Entonces muchos despertaron, y ahora, en vista de que las leyes y directrices exteriores han dado mal resultado, buscan orientación en sí mismos.

A mi modo he dicho algo muy similar en mi pequeño ensayo sobre Zaratustra. Lo más perfecto sobre esta cuestión se dijo en la antigua India, y los pensamientos de los Vedas siguen siendo para todos los intelectuales de la India de hoy completamente actuales y vigentes. Cuando Jesús dice: «El reino de los cielos está en vosotros», se refiere exactamente a lo mismo, y también lo dice Lao-Tsé. La filosofía europea ha hecho grandes progresos en la crítica del conocimiento, pero no ha aportado nada nuevo a los pensamientos fundamentales sobre la vida y el ser humano

7 (1920)

No creo en absoluto que exista una religión o doctrina mejor que las demás o que sea la única verdadera —¿para qué, además?—. El budismo es muy bueno y el Antiguo Testamento también, cada uno en su momento y allí donde hace falta. Hay hombre que necesitan el ascetismo, y otros que necesitan otra cosa. E incluso el mismo hombre no siempre necesita lo mismo, a veces quiere acción y dinamismo, a veces quiere reflexionar, otras juego y otras trabajo. Los hombres somos así, y los intentos de cambiarnos fracasan siempre: Si la condescendencia, la bondad y la compasión son lo más alto, entonces Francisco de Asís es uno de los hombres más grandes, y Calvino, Savonarola y también Lutero fueron criminales fanáticos. Sí, en cambio, se concede un gran valor a la virtud de la integridad y a la heroica obediencia a las exigencias de la propia consciencia, entonces Calvino y Savonarola eran unos hombre verdaderamente grandes. La verdad tiene siempre dos caras y a todos les asiste la razón.

No veo el ideal humano en ninguna virtud o credo determinado, y considero que lo más alto a que puede aspirar los hombres es la armonía más perfecta en el alma del individuo. Quien alcanza ésta armonía, consigue lo que el psicoanálisis llamaría la libre disponibilidad de la libido, y de la cual el Nuevo Testamento dice: «Todo es vuestro».

8 (1921)

La doctrina de Buda fue durante muchos años mi credo y mi único consuelo, hasta que, poco a poco, mi actitud cambió y ahora ya no soy budista, sino que me inclino mucha más hacia la India de los dioses y los templos, y sólo en época reciente empecé a perder de modo paulatino el sentido del politeísmo. Veo ahora el budismo en relación con el brahmanismo de modo parecido a como veo la Reforma el relación con la Iglesia católica. Soy protestante y de niño creí firmemente en el valor y el sentido de la Reforma, e incluso un payaso como el rey Gustavo Adolfo nos fue presentado como héroe y espíritu excepcional. Pero más tarde observé que la Reforma era ciertamente una cosa muy bonita, y que la integridad de los protestantes era muy noble y gloriosa en comparación con la cuestión de las indulgencias, etc., pero que la Iglesia protestante no ofrecía nada a nadie, y que en el protestantismo y sus sectas se propagaba un peligroso sentimiento de inferioridad. Algo muy similar veo ahora en el budismo, que considera el mundo sin dioses como algo puramente racional y sólo busca la salvación en lo espiritual, como una especie de hermoso puritanismo, pero que se ahoga dentro de su estrecho criterio y me decepciona cada vez más.

Siddharta, cuando muera, no deseará el nirvana, sino que aceptará su reencarnación y entrará en una nueva vida.

9 (1921)

Así pues, lo confieso abiertamente (pero sólo como respuesta a su pregunta personal y no como tema de discusión para sus colegas y sus espirituales juegos de sociedad): existe naturalmente un solo Dios, una sola verdad, que cada pueblo, cada época, cada individuo interpreta a su manera, y para la cual surgen continuamente formas nuevas. Una de las formas más hermosas y puras es, desde luego, la del Nuevo Testamento, del que por otra parte sólo comprendo bien los Evangelios y, menos, las cartas paulinas. Considero algunas sentencias del Nuevo Testamento, junto a algunas de Lao-Tsé. y algunas de Buda y los Upanishads, como las más verdaderas, concentradas y vivas que se han concebido y pronunciado en la Tierra. Sin embargo, mi camino cristiano hacia Dios se vio interceptado por una educación de rígida piedad, por la ridiculez y las discrepancias de la teología, por el tedio y vacuidad de la Iglesia, etc. Por consiguiente, busqué a Dios por otros caminos, y pronto encontré el hindú, que estaba muy próximo a mi casa, pues mis antepasados, mi abuelo y mis padres sostenían estrechas relaciones con la India, hablaban lenguas hindúes, etc. Más adelante encontré también el camino chino a través de Lao-Tsé, el cual fue para mí la experiencia más consoladora. Naturalmente, no por ello me ocupaba con menor intensidad de los estudios y problemas modernos a través de Nietzsche, Tolstoi, Dostoyevski, pero lo más profundo lo hallé en los Upanishads, en Buda, en Confucio y en Lao-Tsé, y entonces, cuando disminuyó poco a poco mi antigua aversión hacia la especial forma cristiana de la verdad, también lo hallé en el Nuevo Testamento. No obstante, continué fiel al camino hindú, aunque no lo considero mejor que el cristiano. Lo hice porque la presunción cristiana, el monopolio de Dios y la pretensión de ser los únicos poseedores de la verdad me resultaban antipáticos, y también porque los hindúes conocen formas mucho mejores, prácticas, inteligentes y profundas de la búsqueda de la verdad con ayuda de los métodos de yoga.

Con esto queda contestada su pregunta. No es que considere la sabiduría hindú mejor que la cristiana; es sólo que la encuentro un poco más espiritual, un poco menos intolerante y un poco más amplia y libre. Esto se debe a que la verdad cristiana me fue inculcada en mi juventud en formas deficientes. Al hindú Sundar Singh[9] le ocurrió exactamente lo contrario: le impusieron la doctrina hindú, encontró en la India esta magnífica y antigua religión desfigurada y adulterada, como yo aquí la cristiana, y eligió el cristianismo, es decir, no lo eligió, sino que sencillamente le convenció, colmó y cautivó la doctrina de amor de Jesús, del mismo modo que a mí la doctrina hindú de la unidad. Otros hombres necesitan otros caminos para llegar a Dios, al centro del mundo.

Pero la experiencia en sí es siempre la misma. El hombre que empieza a intuir la verdad (al principio también a él, como a usted, todo le parece confusión), que intuye lo esencial de la vida y trata de acercarse a ello, que siente, ya sea por el camino cristiano o por cualquier otro, de modo inequívoco, la realidad de Dios —o si usted quiere, de la vida, de la cual formamos parte—, puede resistirse a ella o entregarse totalmente. Pero cuando ha despertado ya no puede ni quiere vivir sin ella.

10 (1923)

Si los versículos del Nuevo Testamento no se toman como mandamientos, sino como expresiones de una sabiduría extraordinariamente profunda de los secretos de nuestra alma, entonces la palabra más sabia que se ha dicho jamás, la suma de todo el arte de vivir y la doctrina de la felicidad es la frase «Ama a tu prójimo como a ti mismo», que también está contenida en el Antiguo Testamento. Se puede amar al prójimo menos que a sí mismo, y entonces se es el egoísta, el ambicioso, el capitalista, el burgués, y se puede acumular dinero y poder, pero no tener alegría en el corazón, no ser capaz de disfrutar de los más delicados goces del alma. O bien se puede amar al prójimo más que a sí misma, y entonces se es un pobre diablo, abrumado por un sentimiento de inferioridad, impulsado a amarlo todo, pero lleno de rencor y odio hacia sí mismo y viviendo en un infierno que uno mismo aviva diariamente. En cambio, el equilibrio del amor, ese poder amar sin deber nada a nadie, ese amor hacia sí mismo que no se roba a nadie, ese amor hacia los demás que no disminuye ni violenta al Yo, contiene el secreto de toda la felicidad, de toda la bienaventuranza. Y si se quiere, uno puede volverse también hacia el lado hindú y decirle: ¡Ama al prójimo, porque es parte de ti mismo!, lo cual es una traducción cristiana del «tat twam asi». ¡Ah, toda la sabiduría es tan sencilla y ha sido formulada tan exacta e inequívocamente! ¿Por qué nos pertenece sólo a ratos, sólo en los días buenos; por qué no siempre?

He reflexionado sobre la razón de que, aunque me contaran en mi infancia que la ventaja del cristianismo estriba principalmente en que no conoce dioses ni ídolos, cuando me he ido haciendo más viejo y más culto me he dado cuenta de que precisamente la gran desventaja de esta religión es que, a excepción de la maravillosa María de los católicos, carezca de dioses e ídolos. Daría mucho para que, por ejemplo, los apóstoles, en lugar de ser predicadores algo aburridos y demasiado timoratos, fuesen dioses con toda clase de magníficos poderes, y sólo veo un débil, pero agradable sustituto en los símbolos animales de los evangelistas.

11 (1923)

Si fuera posible que un hombre eligiese personalmente una religión, es seguro que yo, por convencimiento íntimo, me habría adherido a una religión conservadora: a Confucio, al brahmanismo o a la Iglesia romana. Pero el motivo de mi elección hubiera sido el anhelo hacia el polo opuesto y no una inclinación innata, pues no sólo he nacido por casualidad en el seno de piadosos protestantes, sino que también mis facultades afectivas y modo de ser son protestantes (lo cual no representa ninguna contradicción de mi profunda antipatía hacia las confesiones protestantes existentes). Porque el auténtico protestante recela tanto de su propia Iglesia como de cualquier otra, ya que en esencia se siente más atraído por lo que será que por lo que es. Y, en este sentido, Buda fue también protestante.

12 (1925)

La Navidad es una suma, un almacén de regalos de todos los sentimentalismos y mendacidades burgueses. Es un motivo de desenfrenadas orgías para la industria y el comercio, el artículo más sensacional de los almacenes, huele a hojalata lacada, a ramas de abeto y a gramófonos, a agotados carteros y chicos de reparto que murmuran por lo bajo, a alborotadas fiestas familiares bajo el árbol engalanado, a suplementos de los periódicos y a una gran publicidad; en resumen, a mil cosas que me resultan extremadamente odiosas y que me serían indiferentes y ridículas si no hicieran un uso tan lamentable del nombre del Salvador y del recuerdo de nuestros años más tiernos.

13 (1927)

Del mismo modo que el «conocimiento», o sea, el despertar del espíritu, es calificado de pecado por la Biblia (representado por la serpiente del paraíso), así el proceso de convertirse en hombre, la individualización, la lucha del individuo por apartarse de la masa y alcanzar la personalidad es siempre considerado con recelo por las costumbres y la tradición, al igual que las discrepancias entre el joven y la familia, entre padre e hijo, que es algo natural y muy antiguo, son consideradas siempre por cada padre como una rebelión inaudita. Y por eso me parece a mí que podría concebirse muy bien a Caín, el criminal maldito, el primer asesino, como un Prometeo desfigurado, como un representante del espíritu y la libertad al que se castiga por su petulancia y osadía.

No me importa lo que puedan pensar de esto los teólogos, ni si sería comprendido y aprobado por los desconocidos autores de los libros de Moisés. Los relatos de la Biblia, como todos los mitos de la humanidad, carecen de valor para nosotros mientras no tratemos de interpretarlos personalmente para nosotros y nuestra época. Sólo asi pueden adquirir mucha importancia.

14 (1930)

El concepto de «espíritu» y «alma» que has encontrado leyendo la historia de la vidente de Prevorst[10], también se encuentra de vez en cuando entre los hindúes antiguos, y a menudo en un sentido tan moderno que podría llamarse sistema nervioso central en lugar de «alma». Este concepto tiene mucho de convincente. Pero, como es natural, en el fondo es sólo una cuestión de palabras, y no es en el espíritu donde la actual psicología analítica descubre algo que va más allá del individuo y del tiempo, sino precisamente en el alma (en la vida anímica subconsciente, en sueños, visiones y también alucinaciones de enfermos). Ocurre, por ejemplo, que un hombre sencillo y sin educación sueña dormido o despierto cosas que coinciden exactamente con un sistema o culto religioso mitológico poco conocido y antiquísimo. En la actualidad esto se llama «el inconsciente colectivo», y por ello se entiende un tesoro común a todos los hombres de imágenes y símbolos, que está presente, sin que él lo sepa, en el alma de cada individuo, del mismo modo que en cada hombre deben subsistir recuerdos de su vida anterior como animal.

15 (1930)

Así pues, toda mi vida se halla bajo el signo de una inclinación hacia la sumisión y la entrega, hacia la religión. No concibo, ni para mí ni para los demás, algo así como una religión nueva; no espero encontrar fórmula nueva alguna ni nuevas posibilidades de entregarme, pero en cambio creo firmemente en permanecer en mi puesto y, aunque desespere de mi época y de mí mismo, no perder el respeto a la vida y su posible significado, incluso aunque me quede solo y resulte ridículo. No lo hago porque espere algo mejor para el mundo o para mí; lo hago sencillamente porque no puedo vivir sin respeto y sin entrega hacia un Dios.

16 (1930)

Ciertamente, no considero que la no existencia sea mejor que la existencia, pero comparto la opinión de todos los sabios de la antigüedad: que cierta superioridad sobre el dolor y las penas sólo puede venir de un «despertar» interior, de la intuición o, mucho mejor, la experiencia, de que el mundo visible y los acontecimientos externos son insignificantes e ilusorios, y de que ni la entrega a las puerilidades y preocupaciones de la vida ni la ascética renuncia a todas ellas puede liberarnos, sino sólo la visión de la unidad de Dios, existente tras el tupido velo de los sucesos de la vida. Lo liberador de esta visión no estriba solamente en una gran serenidad frente a las exigencias del mundo y las propias concupiscencias, sino también en una resignación ante la imposibilidad de realizar nuestras pretensiones morales, pues nuestra vida no depende de nosotros, somos hilos de este velo y nada más. Así es poco más o menos el credo y el consuelo de mis horas de reflexión.

Sin embargo, no siento la necesidad de predicar este credo a los demás. Cuando la vida me acerca a hombres muy desgraciados, trato de decir alguna palabra, pero nunca en otro caso, ni siquiera a mis propios hijos…

… La verdadera sabiduría y las verdaderas posibilidades de liberación no pueden enseñarse ni servir de tema de conversación; son sólo para aquéllos que están a punto de ahogarse.

17 (1930)

El credo al que me refiero no es fácil de expresar con palabras. Podría explicarse así: Creo que, pese a su aparente absurdo, la vida tiene un sentido, reconozco que este sentido último no puede ser captado por la razón, pero estoy dispuesto a servirlo, incluso aunque ello signifique sacrificarme a mí mismo. Oigo la voz de este sentido en mi interior, en los momentos en que estoy verdadera y totalmente vivo y despierto.

Intentaré realizar todo cuanto la vida exija de mi en tales momentos, incluso aunque vaya contra las modas y leyes tradicionales.

Este credo no obedece órdenes ni se deja percibir por la fuerza. Sólo es posible experimentarlo, del mismo modo que Cristo no puede merecer, forzar o conjurar la «gracia», sino solamente sentirla con fe. Los que no la encuentran, buscan su fe en la Iglesia, en la ciencia, entre los patriotas o socialistas, o dondequiera que haya una moral, programas y preceptos establecidos.

Me es imposible juzgar si un hombre es capaz de seguir el difícil y hermoso camino que conduce a una vida y un sentido propios, incluso aunque le esté viendo. Miles sienten la llamada, muchos recorren un tramo del camino, pocos lo siguen más allá de la frontera de la juventud, y tal vez nadie consigue llegar hasta el final.

18 (1930)

No soy representante de ninguna doctrina fija y establecida. Soy un hombre de cambios y transformaciones, y por eso en mis libros, especialmente en todo el Siddharta, junto al «cada uno está solo», aparece una confesión de amor patente en todas sus páginas.

Seguramente no exigirá usted de mí que demuestre más fe de la que yo mismo tengo. He dicho varias veces con honda convicción que es totalmente imposible llevar una vida perfecta en el espíritu de nuestro tiempo. De esto no me cabe la menor duda. El hecho de que yo viva, de que este tiempo, esta atmósfera de mentiras, codicia, fanatismo y vulgaridad ño me haya matado lo debo a dos felices circunstancias: a la gran herencia de responsabilidad natural que hay en mí, y a que puedo ser productivo aunque sólo sea en calidad de denunciante y adversario de mi época. Sin esto no podría vivir, y aun así mi vida es muchas veces un infierno.

Mi actitud frente a la actualidad no cambiará mucho. No creo en nuestra ciencia, ni en nuestra política, ni en nuestro modo de pensar, de creer, de contentarnos, y no comparto ni uno solo de los ideales de nuestro tiempo. Pero no carezco de fe. Creo en leyes milenarias de la humanidad, y creo que sobrevivirán a toda la confusión de nuestra época actual.

No me es posible indicar el camino de los ideales humanos que considero eternos y al mismo tiempo creer en los ideales, metas y compensaciones de la actualidad. Además, no lo haría aunque pudiera. En cambio, durante toda mi vida he probado muchos caminos en los cuales se puede vencer al tiempo y vivir independientemente de él (y he descrito a menudo estos caminos, tanto en forma superficial como seria).

Cuando me encuentro con jóvenes lectores, de El lobo estepario, por ejemplo, veo que en muchos casos se toman muy en serio lo que digo en este libro sobre el extravío de nuestra época, pero no ven, o por lo menos no creen, lo que para mí es mil veces más importante. No se adelanta nada con tachar de erróneos la guerra, la técnica, el ansia de dinero, el nacionalismo, etc. Es preciso reemplazar con un credo los ídolos de nuestro tiempo. Esto es lo que yo he hecho siempre; en El lobo estepario, es Mozart, y los inmortales, y el teatro mágico; y en Demian y Siddharta se mencionan los mismos valores con otros nombres.

Con la fe en lo que Siddharta llama el amor, y con la fe de Harry en los inmortales, se puede vivir, de eso estoy seguro. Con ella no sólo se puede soportar la vida, sino también vencer al tiempo.

Veo que no consigo expresarme con la claridad que seria de desear. Siempre me desanimo cuando constato que aquello en lo que creo y que contienen mis libros no es comprendido por los lectores.

Será mejor que cuando haya leído mi carta relea uno de mis libros y compruebe si no contiene de vez en cuando dogmas de un credo que ayude a vivir. Si no los encuentra, ya puede tirar mis libros. Si encuentra algo, siga buscando.

Recientemente, una mujer joven me preguntó qué significado daba yo al teatro mágico de El lobo estepario; la había decepcionado mucho que yo bromease acerca de mí mismo y de todo en una especie de borrachera de opio. Yo le dije que leyera una vez más aquellas páginas, y ante todo pensando que nada de lo que he dicho en mi vida es más importante y sagrado para mí que este teatro mágico, imagen de todo lo más valioso e importante para mí. Me volvió a escribir algún tiempo después para comunicarme que ahora lo había comprendido.

Entiendo muy bien su pregunta, señor B., y es muy posible que de momento mis libros no le sirvan de nada, y que antes le sea preciso arrinconarlos y olvidar la primera impresión. Como es natural, en esto no puedo aconsejarle; sólo puedo repetir lo que he vivido y escrito, incluyendo las contradicciones, las tortuosidades y el desorden. Mi tarea no consiste en indicar a los demás la perfección objetiva, sino mi propia manera de buscarla (y aunque sólo sea una pena, un lamento) con la mayor claridad y honestidad posibles.

19 (1931)

Aunque no pueda dividir la religión en dogmas estrictamente verdaderos, estrictamente salvadores, conozco la experiencia de la reconciliación y de la entrega gracias a un credo que está dentro de mí y así no me siento en absoluto ateo, extraviado o protestante, sino que estoy contento y hondamente agradecido de que lo inexpresable pueda vivirse e interpretarse de tantas maneras diferentes.

20 (1931)

Es frecuente encontrar fanáticos de Gandhi que sostienen la opinión de que el mahatma es una especie de maestro de la sabiduría, heredero y propagador de antiquísimas enseñanzas hindúes cuya procedencia es a menudo oculta. No hay nada más falso. Gandhi es ciertamente un auténtico religioso y un auténtico hindú, pero su conocimiento de las doctrinas hindúes es escaso, como también lo es su herencia de la fe y el pensamiento tradicionales de la India; puede incluso decirse que desde sus tiempos hindúes y africanos, su religiosidad personal se ha visto notablemente influida por el cristianismo disidente inglés. Lo lo realmente único y maravilloso de Gandhi no reside en un conocimiento de secretos piadosos ni en un don especial para la formulación de conceptos religiosos, sino en la valentía e Incondicional espíritu de sacrificio con que pone a su persona al servicio de la verdad y del bien.

Lo admirable en él es que se mantiene fiel a su ideal y no exige a los demás, sino ante todo a si mismo, obediencia y sacrificio. No hay muchos políticos, oradores o predicadores del mundo actual de quienes podamos afirmar que sufrirían o marinan por su causa si ello fuese necesario. De Gandhi lo afirmamos sin vacilar, pues ya lo ha demostrado repetidas veces. Un hombre puro, dispuesto a sufrir y morir por su ideal, es siempre y en todas partes un tesoro insólito.

21 (1931)

¡No hay más que comparar su persona[11] y su vida con cualquiera de nuestros políticos y propagandistas para observar la diferencia entre la codicia del poder y el don auténtico y ejemplar de un caudillo nato!

22 (1932)

Los que se dirigen a mí en busca de «sabiduría» son casi siempre sin excepción hombres a los cuales no podría ayudar ningún credo tradicional. He recomendado a muchos de ellos la lectura de antiguas enseñanzas, y en especial los escritos de algunos católicos actuales de rango elevado. Pero la mayoría de mis lectores sienten necesidad, como yo, de adorar a un Dios Invisible. Tal vez sean solamente los enfermos, neuróticos o antisociales los que experimentan atracción hacia mí y mía escritos; tal vez el único consuelo que encuentran en mí es ver reflejadas en un hombre de fama las propias deficiencias y debilidades. No es de mi incumbencia darles una «clave», como usted sugiere, sino hacer todo cuanto me sea posible en el lugar donde me ha colocado el destino. En ello va incluido, entre muchas otras cosas, no dar (o prometer) más de lo que tengo. Sufro como los demás las penas de nuestro tiempo, y no sé enseñar el camino para salir de ellas; quiero soportarlas como quien soporta un infierno, con la esperanza de hallar más allá una nueva inocencia y una vida más digna, pero no estoy en situación de mostrar, ahora ni aquí éste más allá. No creo que mi vida carezca de sentido ni que yo no tenga alguna misión. La resistencia en medio del caos, el saber esperar, la humildad ante la vida, incluso cuando aterra el aparente absurdo, también son virtudes, sobre todo en un tiempo en que tanto abundan nuevas explicaciones de la historia universal, nuevas interpretaciones de la vida y nuevos programas de variada índole.

23 (1932)

Tus circunstancias no están ciertamente supeditadas a la razón ni pueden regirse únicamente por ella, pero se hallan a su alcance y hasta cierto punto pueden experimentar su influencia. El ejemplo más perfecto de ello se encuentra en el sistema hindú Samkhya, probablemente muy parecido al de Buda. Los que lo practicaban conseguían separar de modo tan total el Yo consciente del Yo codicioso (y, por tanto, desgraciado), que alcanzaban verdaderamente el nirvana. Los hombres de la actualidad somos demasiado indisciplinados para ello. El autodominio hindú es también represión de los instintos, pero conduce a su sublimación. Nosotros no nos sentimos con la fuerza ni la fe suficientes, y por esto hemos de tomar el camino inverso y enfrentarnos siempre con nuestra miseria y desesperación. Entonces queda demostrado que podemos escapar a cualquier dolor cuando éste se hace realmente insoportable. Mediante la muerte, cuando el propio cuerpo ya no puede seguir resistiendo. Mediante el suicidio, cuando nos resulta imposible seguir adelante. Puesto que esta puerta está siempre abierta ante nosotros, mientras continuamos soportando el tormento tenemos razón al preguntarnos: ¿Qué nos retiene aquí? ¿Acaso hay algo en nuestro interior que se aferra a la vida? Naturalmente que sí, y entonces comprobamos casi siempre que el sufrimiento es tanto mayor cuanto más nos revolvemos contra él, cuanto más nos acusamos a nosotros mismos y al destino y cuanto más queremos cambiarlo. Ceder, dejarse llevar, renunciar a pensar y a buscar, hundirse en el sufrimiento, no es el peor de los caminos para descubrir que todo sufrimiento tiene un fondo.

24 (1933)

Acaso lo que tengo contra los protestantes no sea su «teología», que usted mismo describe en su carta como una aventura espiritual puramente genuina del teólogo; de hecho, me resulta muy fácil comprender semejantes distracciones y vicios de las mentes solitarios. Lo que no me gusta de los teólogos protestantes es que no tienen nada que enseñar, nada que dar a la gente, y por ello se ponen sin crítica ni insistencia, a disposición del poder material del Estado, de los príncipes, de los cleros, de los generales; siempre lo han hecho y continúan haciéndolo, y el pueblo no obtiene de ellos la menor ayuda contra las imposiciones de la gran maquinaria. No comparto en su totalidad los conceptos de mi amigo Hugo Ball (o Theodor Häckers) sobre la historia alemana, pero siempre estoy de acuerdo con sus reproches contra el protestantismo alemán. Es cierto que el cisma de Lutero ni es ni mucho menos, como dicen a menudo los católicos, la causa fundamental de las desgracias de Alemania, pero sí es su más flagrante síntoma. Se aspira a la más alta espiritualidad y se termina ante los cañones. Se abandonan los rezos, se reniega de sus buenas obras, para lanzarse de cabeza a todos los infiernos, contra los cuales se debería oponer la firmeza de una roca. No tengo por qué callarle todo esto a usted, que pese a ello seguirá su camino pero haría bien en recordar que es muy angosto y que podemos amar y lanzarnos a todas las aventaras privadas del espíritu, y que el pueblo no paga por ellas a su pastor. No es mi intención condenarlas a todas ni tampoco hablar de ellas objetivamente, sino que las comento de modo totalmente subjetivo.

25 (1933)

No reprocho a Lutero «obscenidades» sexuales sino su cobarde actitud para con los campesinos y su servilismo frente a los príncipes. De esos comienzos nació la teología germano-protestante, que en la Universidad habla de libertad, personalidad, dinamismo, etc., y que después, en la práctica, hace del pastor y de la Iglesia un instrumento a merced del Estado, el capitalismo, la guerra, etc.

Lo que usted llama teología y con la cual identifica sin motivo al cristianismo protestante, es una filosofía, nada más, y las filosofías son libres, son el derecho y el hermoso lujo del individuo. Su teología puede estar cerca de la de Kierkegaard o incluso superarla, pero no capacita al pastor y a la Iglesia para hacer el bien, repudiar el mal, inspirar el amor y desterrar el odio, sino todo lo contrario. Tampoco se arregla nada desacreditando a los católicos. Nosotros los viejos, que ya hemos tenido toda clase de experiencias, conocemos muy bien la capacidad del hombre para cualquier maldad, y también su capacidad para justificarlas teológicamente; por ello agradecemos a la Iglesia católica que no se avergüence de cosas tan ingenuas como la enseñanza de la moral, la condenación del pecado, etc., en su intento de domar a la bestia.

En la Alemania actual, esto sería más necesario que cualquier otra cosa.

26 (1933)

No está bien que usted, como teólogo, tenga tantas dudas respecto a dónde se encuentran los valores y dónde se halla el consuelo. Y tampoco está bien que espere usted de que mediante una apología de mí mismo le facilite preservar en mi camino. Será mejor que no persevere; siga el camino de la época, desde el espíritu al poder, desde la fe en el espíritu a la fe en los cañones, y tenga la seguridad de que ninguno de los buenos espíritus del pasado aprobará su camino. Es más fácil de recorrer que el nuestro; en él no se siente el «cansancio» que le preocupa ver en mí y que debe atribuirse a varios decenios de lucha en favor del espíritu contra la brutalidad del poder.

27 (1934)

Es posible que tenga usted razón acerca de Lutero. Pero yo no creo lo relativo a su actitud con los príncipes y su vil traición a los campesinos… Es un hombre temible, grande, pero fundamentalmente odioso, dotado de todas las grandezas y todos los vicios germánicos. Creo también que atormentó, utilizó y vilipendió al pobre y sensible Melanchton. Y, sin embargo, hoy debemos estar contentos de que aún quede un pequeño resto de luteranismo para recordarnos la persecución de los cristianos.

28 (1934)

La meta de todos los sueños y estímulos humanos es siempre nueva, la evolución del hombre está siempre y por doquier contra lo habitual, lo profano, lo cotidiano, y los miembros de confesiones y órdenes establecidas aparecen siempre como fariseo ante los jóvenes y los creyentes. Yo creo asimismo que la élite y la mejor fuerza vital del cristianismo reside en aquellos para quienes lo formulado ha perdido profundidad y que, pese a ello anheladas órdenes «nuevas» son las mismas de antes, y que las antiguas formulaciones recuperan su atractivo original en la medida en que los que buscan están dispuestos a aceptar la fórmula como símbolo.

29 (1934)

En el curso de los siglos ha habido mil «concepciones», partidos y programas, mil revoluciones que han cambiado y (tal vez) mejorado al mundo. Pero ninguno de estos programas y confesiones ha sobrevivido a su tiempo. Han sobrevivido a los siglos los cuadros y palabras de algunos artistas auténticos y también las palabras de algunos auténticos sabios, filántropos y altruistas, y miles de veces, una palabra de Jesús, o una palabra de un poeta griego o, de otra parte, ha emocionado y despertado a los hombres a través de los siglos, abriéndoles los ojos al sufrimiento y al milagro de la humanidad. Ser uno más entre los miles de estos hombres que predican el amor sería mi deseo y mi ambición, y no pasar por «genial» o algo parecido.

30 (1937)

Creo que la gracia no es lo que han enseñado muchos teólogos, por ejemplo Calvino: que es únicamente cosa de Dios e inasequible para los hombres. Cuando uno contempla el retrato de Calvino, piensa que no podía saber mucho sobre el misterio de la gracia. Creo que la gracia, o el tao, o como queramos llamarla, está siempre a nuestro alrededor, es la luz y es el mismo Dios, y cuando nos entregamos durante un solo instante, entra en nosotros, tanto en un niño como en un sabio. Tengo en gran estima la santidad, pero no soy un santo ni mucho menos, y todo cuanto sé sobre el misterio no lo sé por revelación, sino que lo he buscado y aprendido, ha entrado en mí por el camino de la lectura, de la reflexión y del estudio, y aunque no sea el más divino y directo, no deja de ser un camino. Una vez en Buda, otra en la Biblia, otra en Lao-Tsé o Chuang-Dsi, otra vez también en Goethe u otros poetas, me he sentido rozado por el misterio, y con el tiempo he ido observando que siempre se trata del mismo misterio, y que siempre procede de la misma fuente, a través de todos los lenguajes, tiempos y modos de pensar.

31 (1937)

Usted intuye en mí algo parecido a un credo, algo que me sostiene, una herencia mitad cristianismo y mitad humanidad que no es sólo inculcada ni sólo intelectual. En esto tiene razón, pero no encuentro la manera de formular mi credo. Creo en el hombre como en una maravillosa posibilidad que no se extingue ni en el más turbio lodo y que le ayuda a salvarse de las peores degeneraciones, y creo que esta posibilidad es tan fuerte y tiene tal poder de seducción que se siente una y otra vez como una esperanza y un desafío, y que la fuerza que hace soñar a los hombres en sus más elevadas posibilidades y les aparta constantemente de su condición animal es siempre la misma, aunque hoy se llame religión, mañana razón, y pasado mañana con otro nombre. La oscilación entre el hombre real y el hombre posible equivale al concepto de las religiones de la relación entre el hombre y Dios.

Esta fe en los hombres, esta creencia de que el sentido de la verdad y la necesidad de orden son innatos en el hombre y no pueden ser destruidos, me mantiene a flote. Por otra parte, veo el mundo actual como un manicomio y una mala pieza sensacionalista, y muy a menudo siento náuseas, pero siempre pensando, como cuando se contempla a un loco o un borracho: «¡Qué avergonzados se sentirán cuando recobren el juicio!».

32 (1938)

No soy en modo alguno antipapista, sino que, por el contrario, tanto el Vaticano como las «sumas» de Tomás de Aquino, que usted ridiculiza, me inspiran un gran respeto; creo incluso que la filosofía escolástica es acaso, junto con la música, la disciplina en la que la Europa cristiana ha alcanzado una mayor perfección. En mi opinión, hay dos clases posibles de cristianismo, uno puramente práctico, personal, libre de dogmas, y otro eclesiástico y teológico. El individuo que profesa el cristianismo moral del que usted habla no necesita, creo yo, ninguna teología. Pero como Iglesia, como forma, como tradición, como potencia civilizadora y protectora de la civilización, el cristianismo católico no sólo es muy superior al protestante, sino que es incluso de una flexibilidad y fidelidad casi ideales en el vaivén de conservación y adaptación.

El cristianismo al que usted se refiere es infinitamente más puro, más parecido a Jesús y de moral más elevada que todo lo eclesiástico. Pero no tiene basílicas ni catedrales góticas, ni nada como el texto de la misa romana ni como la música de Palestrina o de Bach, y nunca lo tendrá. Desde su punto de vista, lo mágico en la religión es algo tonto y obsoleto, como lo son los dioses y las mitologías para el budista puro. Pero yo sé por experiencia que se puede pasar, y con buenos resultados, de la moral y la filosofía más puras a los dioses o ídolos. La necesidad del polo opuesto en la sabiduría serena, carente de imágenes y dioses de Buda, la grandeza salvaje y airada de Siva y la sonrisa infantil de Visnú son llaves igualmente buenas del misterio del mundo que el conocimiento moral-causal de Buda.

Y, naturalmente, tampoco creo que la ortodoxia sea la madre del espíritu sanguinario y las hogueras. Lo cierto es que la bestia y el demonio que hay en los hombres incitan siempre a matar y torturar, y siempre encuentran alguna ideología «ortodoxa» que lo justifique, del mismo modo que Hitler y Stalin sirven a las mismas fuerzas con ortodoxias opuestas.

Si la humanidad fuese un individuo, podría salvarse con el cristianismo «puro» y bestia y demonio serían derrotados, Pero no es así. Las religiones «puras» son para una clase de hombre elevados, mientras que los pueblos necesitan las magias y mitologías. No creo en un proceso de evolución de abajo arriba. Desde la turbia masa de la humanidad surgen una y otra vez individuos puros y salvadores, que no son adorados por la mayoría hasta que han sido crucificados y convertidos en dioses.

33 (1939)

He dicho que la gente necesita siempre algo como el catolicismo, etc., pero nunca he dicho que debamos animarla a ello. Sé, naturalmente, y siempre lo he sabido, que hace uso de su derecho y cuenta con las ventajas de la mayoría. Lo que tengo que decir en favor de la ortodoxia y en favor de los necios y perezosos es únicamente esto: existen y forman la mayor parte del mundo y de la realidad. «Luchan» dondequiera que haga falta, y es muy posible que ésta sea su misión, pero no es la mía. Por el contrario, como artista, como órgano de la más pura contemplación, tengo que respetar la realidad y tomarla en serio, no ética, sino estéticamente, lo cual es una misión auténtica e importante como la del pensador, el crítico o el moralista.

Puedo imaginarme hasta cierto punto sus categorías religiosas, en analogía con sus «grados del conocimiento». Simpatizo con las tipologías, siempre que no se empleen demasiado dogmáticamente, y como artista me inclino hacia un concepto aristocrático del mundo. Estoy totalmente de acuerdo con usted cuando, por ejemplo, coloca a la ortodoxia en un segundo o tercer rango. Otra cuestión es saber si es correcto introducir entre los diversos rangos las luchas por el poder o la competencia. Esto sólo tendría sentido si fuera posible trasladar a un hombre de un rango a otro, por medio de la educación, persuasión, etc. Si el noble puede realmente ennoblecer al que no lo es, tiene sentido el que le considere un enemigo en tanto no sea noble. En mi concepto, para el que no tengo ningún sistema y pocas posibilidades de expresión, el innoble no será nunca noble, mientras que, naturalmente, cada «rango» tiene sus fronteras, en las cuales se entremezclan los grados y cualidades. Del mismo modo que en cada hombre hay algo masculino y femenino, también hay en todos ellos la semilla del noble y del innoble, pero me parece que siempre se está predestinado para ser una de las dos cosas. Si los ortodoxos son de un rango inferior al de los nobles puedo imaginar cómo deben ser ennoblecidos y si no puedo, ni la enseñanza ni la persuasión me servirán de nada. En mi opinión, el más noble no tiene nada más que hacer que ser y vivir tal como es, y si a su esencia se añaden la tolerancia y la caballerosidad hacia los menos nobles, tanto mejor. Vivirá siempre como noble tanto si tiene conciencia de su misión como si no, tanto si reconoce la calidad inferior de los demás como si no, y participará en la nobleza y la tragedia de la humanidad más elevadas. Y estas elevadas experiencias, aunque sean en gran parte o en su mayor parte sufrimientos constituyen la ventaja que tiene sobre el ortodoxo y sobre la mayoría, ventaja a la que no puede renunciar y que no puede poner al alcance de sus inferiores por mucho que lo desee.

34 (1940)

Usted habla del «Yo» como si fuera una cantidad conocida y objetiva, lo cual precisamente no es. En cada uno de nosotros hay dos Yoes, y si alguien supiera dónde comienza el uno y termina el otro, sería infinitamente sabio.

Cuando observamos un poco a nuestro Yo subjetivo, empírico, individual, vemos que se muestra muy caprichoso y variable, que depende mucho de las influencias externas. Por consiguiente, no podemos confiar mucho en él, y aún menos convertirlo en nuestro modelo y nuestro portavoz. Este Yo no nos enseña absolutamente nada, aparte de que somos, como dice tan a menudo la Biblia, una raza débil, altanera y cobarde.

Pero existe además el otro Yo, oculto tras el primero, mezclado con él, pero inconfundible. Este segundo Yo, sublime y sagrado (el atman de los hindúes, que usted equipara a Brahma), no es personal, sino nuestra parte de Dios, de la vida, del todo, de lo impersonal y ultrapersonal. Entregarse a este Yo, seguirle, siempre vale la pena. Pero resulta difícil, porque este Yo eterno es silencioso y paciente, mientras que el otro Yo es impaciente y ruidoso.

Las religiones son en parte conocimientos sobre Dios y el Yo, y en parte prácticas psíquicas, ejercicios para independizarse del caprichoso Yo privado y acercarse a lo divino que hay en nosotros.

Creo que una religión es más o menos igual a otra. No existe ninguna que convierta al hombre en un sabio, ninguna que no se pueda utilizar como la más necia idolatría. Pero en las religiones está compendiada casi toda la verdadera sabiduría, sobre todo en las mitologías. Toda mitología es «falsa» mientras no la consideremos a lo sumo como piadosa; pero cada una de ellas es una llave del corazón del mundo. Cada una de ellas conoce los caminos para hacer de la idolatría del Yo una adoración divina.

Siento no ser sacerdote, pero quizá en tal caso exigiría de usted cosas que de momento no puede realizar. Así es mejor; me dirijo a usted sencillamente con el saludo de un vagabundo que, al igual que usted, camina en la oscuridad, pero que conoce la luz y la busca.

35 (1943)

Era de esperar y no me sorprende que los frailes[12] de la Alemania actual dirijan contra nosotros la intransigencia y la agresividad que no dirigieron contra Hitler. Acéptelo usted también con tranquilidad y archívelo ad acta.

Los frailes no me han inspirado nunca miedo ni respeto, sea cual sea su confesión; los romanos son aún peores que los luteranos, porque su autoridad está mucho mejor fundada. Sería una lástima que consiguieran inyectar en nosotros, después del asco por Alemania, el asco por el cristianismo; hemos de intentar guardarnos de ello por todos los medios.

36 (1948)

Me envía usted un par de escritos edificantes y añade: «Existe un Dios vivo. ¿Dónde está escrito que no puedo comunicárselo también a usted? Todos los otros dioses están muertos».

Por supuesto no está escrito en ninguna parte que usted no pueda hacerme esta declaración. Pero como todos los intentos precipitados de conversión se me antoja algo singular y, en el fondo, innecesario. Usted comunica la existencia de Diosa un anciano cuyos padres y abuelos no sólo llevaron el nombre de cristianos, sino que fueron cristianos de hecho y dedicaron toda su vida al servicio del reino de Dios. Ellos me educaron, de ellos heredé la Biblia y la doctrina, y el cristianismo que no predicaron, sino que vivieron, se encuentra entre las fuerzas más potentes que me han educado y formado. Por esto su declaración me parece un poco superflua, algo así como si alguien me comunicase en abril que ha llegado la primavera, y en octubre, que ha llegado el otoño.

Esto es lo único en que me aparto un poco de sus tan bien intencionadas frases. Pero en ellas hay algo más, y este algo es lo que me mueve a contestarte.

En su brevísima carta hay otra frase, una frase falsa e irresponsable que me obliga a darle una respuesta. La frase dice: «Todos los otros dioses están muertos».

Ignoro en cuántos países del mundo ha vivido usted, y cuántos pueblos, lenguas y literaturas conoce. Pero aunque hubiese estudiado a fondo diez o veinte lenguas, religiones y literaturas, no tendría derecho a esta frase falsa, insensata y presuntuosa.

Usted afirma: «Existe un Dios vivo», y en esto le doy la razón. Deduzco por el pequeño tratado que me envía, a qué Dios llama usted vivo, mientras todos los otros están muertos. Es el Dios de Ion cristianos protestantes en el mejor de los casos, el de una Iglesia, o tal vez sólo el de un secta, una pequeña comunidad de gente piadosa que toma muy en serio su cristianismo. Este Dios es para usted el Dios «vivo», todos los demás, según su categórica afirmación, han muerto.

Pues bien, fuera de su comunidad, o, si usted quiere, fuera de la Iglesia a que usted pertenece, existen muchos cientos de millones de hombres de todas las razas y lenguas, que también creen en un Dios vivo y le sirven. El Dios de estos creyentes, cuyo número es muy superior a los de su Iglesia, es seguramente para muchos de sus fieles (no para todos) el único Dios vivo, y todos los otros dioses, y por tanto también el de usted, están muertos.

Por ejemplo, el Dios de los judíos no es en absoluto el de usted, que se ha formado según su modelo; el Dios de los judíos no es ciertamente aquel Dios que hizo hombre a su Hijo. Y todos los dioses que adoran los mahometanos, los hindúes, los tibetanos, los japoneses, son muy diferentes del de usted, y pese a ello están todos muy vivos, son muy activos, cada uno de ellos ayuda a innumerables seres humanos a sobrellevar la vida, a santificarla, a resignarse al dolor y a enfrentarse con la muerte.

A todos estos millones de creyentes piadosos que buscan consuelo, dignidad y santificación para su pobre vida y a los cuales el Dios vivo se ha revelado de modo distinto que a usted y su Iglesia, les niega usted, impávido y omnisapiente, sus dioses, sus doctrinas, las formas de su fe. Hacer esto requiere una valentía sin igual por la que yo podría admirarle, si no se tratara de una valentía triste y barata. No se basa en la superioridad, sino en el desconocimiento de la realidad, en un espíritu partidista.

Yo seguiré creyendo en el Dios vivo y estaré siempre convencido de su existencia precisamente porque no se ha revelado una sola vez y en solo lugar, sino cientos de veces y en cien formas, imágenes y lenguas.

No, los otros dioses (los que tienen un aspecto diferente del suyo) no están muertos, se lo aseguro. Gracias a Dios, viven, y cuando una de estas numerosas formas del único Dios, se gaste por la edad, el Dios vivo tiene preparadas desde hace mucho tiempo nuevas formas en las que puede volver a revelarse. Sobrevive a los pueblos, sobrevive a religiones e Iglesias, incluyendo la de usted.

37 (1950)

Usted es cristiano en el sentido de que cree en la unidad y la única fuerza santificadora del cristianismo. Según usted, los creyentes de otras religiones inspiran lástima, porque no tienen un Salvador y Redentor. Sin embargo, por lo menos en mi opinión y experiencia, esto es un craso error. El monje budista del Japón o el hindú que cree en Krishna, vive y muere en su fe con idéntica piedad, confianza y santidad que Cristo. Además, esas religiones orientales cuentan con otra cosa a su favor: no han tenido cruzadas, ni inquisiciones, ni pogroms de judíos, todo ello reservado a los cristianos y al Islam. Lutero escribió palabras sobre los judíos que no han sido superadas en brutalidad y cruel ergotismo ni por Hitler ni por Stalin. Cierto que Jesús no tiene la culpa de todo esto. Pero es posible amar a Jesús y al mismo tiempo conceder todo su valor a los otros caminos de la bienaventuranza que Dios ha mostrado a los hombres.

38 (ca. 1950)

En la India nadie cree posible aprender a meditar sin un guru, un maestro particular. Probablemente tampoco cree nadie allí que un occidental pueda pasar de los grados inferiores del yoga. Pero esto no impide que podamos esforzarnos por alcanzar al menos esos grados. Ciertos círculos americanos lo han reconocido así, y allí hay algunos maestros hindúes. Aldous Huxley podría informarle bien a este respecto.

En cuanto a mí, no he tenido nunca un guru ni he alcanzado los grados más altos. Pero he podido experimentar que la mejor ayuda externa para llegar a un estado de concentración y serenidad interior reside de hecho en los ejercicios respiratorios, de los cuales Occidente se burla tanto como de la contemplación umbilical. Practique usted ejercicios respiratorios, tal como los conoce cualquier buen fisioterapeuta, y procure no forzar nunca la inspiración, sino sólo la expiración. De otro modo se perjudicaría. Lo esencial en los ejercicios respiratorios es no preocuparse de nada que no sea respirar lo más profundamente posible, concentrarse en esta única función. Es una gran ayuda. Ayuda a ganar distancia de lo actual, prepara para la serenidad, para la concentración. Y si añade a estos ejercicios un acto de la imaginación, si quiere darles una interpretación, un contenido espiritual imagínese que no respira aire, sino a Brahma, que con cada aliento inspira y vuelve a expirar algo divina y le vendrá a las mientes lo del «diván este-oeste».

Tanto si llega o no lejos con sus ejercicios, alcanzará, si los practica en serio, un estado de ánimo que nosotros los occidentales sólo somos capaces de sentir en la plegaria religiosa o en la entrega a la belleza, Ya no respirará solamente aíre, sino el Todo, a Dios, y experimentará, no por caminos intelectuales, sino por caminos corporales e inocentes, algo de la libertad, piedad y bienaventuranza de la entrega y la distensión de la voluntad.

Cualquier Ramakrishna relata de vez en cuando en sus alegorías historias que podrían figurar igualmente en las anécdotas de Chuang-Dsi. La sabiduría de todos los pueblos es una y la misma; no hay dos o más, solamente una. Lo único que tengo contra las religiones e Iglesias es su inclinación a la intolerancia: ni cristiano ni mahometano admitirá de buen grado que su credo, además de bueno y santo, no es también el privilegiado y patentado, sino hermano de todos los otros credos en los que la verdad intenta hacerse visible.

Una de las pequeñas historias de Ramakrishna, que de igual modo podría atribuirse a Chuang-Dsi refiere lo siguiente:

Un sabio vio un día desfilar por una pradera una comitiva nupcial muy fastuosa, acompañada del sonido de tambores y trompetas. Cerca de allí observó a un cazador que estaba tan concentrado en apuntar a una liebre, que no oía el estruendo de la música ni advertía el paso de la comitiva. El sabio saludó al cazador y habló: «Honorable amigo, sois mi guru. ¡Ojalá mis pensamientos, cuando medite, se posen en el objeto de su consideración como los vuestros en esta liebre!».

¡Ojalá un cazador se cruce en su camino y se convierta en su maestro! ¡Ojalá sus esfuerzos por alcanzar la verdad sean certeros como la puntería del cazador!

39 (1950)

En mi opinión, y según mi experiencia el peor enemigo y corruptor del hombre es la tendencia nacida de la pereza mental y de la calma, hacia lo colectivo, hacia comunidades de dogmática absolutamente fija, ya sean religiosas o políticas. En tiempos infortunados como el presente vemos a viejos intelectuales que, cansados de su actividad, se convierten y refugian en una Iglesia, católica o comunista, hay suficientes de ambas clases. Yo no reprocho a nadie que ya no pueda resistir más la soledad. Pero durante toda mi vida, tanto leyendo como escribiendo, me he ocupado del hombre solo, no del colectivo, y mis esfuerzos no han sido totalmente en vano, pues algunas docenas de lectores han seguido mi camino, han aceptado mi influencia y mi apoyo; son seres solitarios como yo, que, con la conciencia despierta, inmunes a lamas y a la hipnosis masiva, están dispuestos a ayudar al prójimo, pero desconfían de programas, alianzas y colectividad. No he conseguido nada más en mi vida que apoyar a estos pocos hombres, a estos pocos discípulos y camaradas en su lucha por una existencia digna y valerosa.

40 (1950)

Lo que usted cita en su pliego sobre el cristianismo primitivo y el comunismo no me parece mal. Como es natural, el paralelo coincide sólo muy parcialmente, y el motivo es que tras el cristianismo está la persona y la historia de Jesús, una realidad algo real y sustancial, mientras que tras el comunismo hay sólo una idea, aunque sea importante y justa. Que las condiciones sociales del fin de la época capitalista ya no son viables y que serán abolidas por los propios perjudicados, es un hecho, y en esto, Truman libra una batalla tan inútil como Hitler. Pero que del derecho de todos los hombres a disfrutar los bienes de la Tierra surgiera la «dictadura del proletariado», demuestra hasta qué punto se deforma y se abusa de la idea.

No sé más del tema para poder discutirlo. Por el momento, ambos frentes me son igualmente extraños, ambos son militantes, ambos intolerantes, ambos, en el fondo, carecen de fantasía y, por tanto, no son creadores. Gandhi era más que todos los presidentes americanos de este siglo y todos los representantes y fundadores del comunismo, desde Marx a Stalin.

41 (1950)

Sí, la fuerza es lo malo, y la no violencia el único camino de aquéllos que están despiertos. Este camino no será nunca el de todos ni el de los que gobiernan, hacen la historia del mundo y libran las guerras. Por consiguiente, la Tierra no será nunca un paraíso y la humanidad no se unirá ni se reconciliará nunca con Dios. Los malos gobernarán y alimentarán su codicia, los indiferentes les seguirán, jubilosos o torvos, y los pocos hombres despiertos se mantendrán al margen, pero también se enfrentarán al mundo de los malos y de la fuerza con tentativas de salvación tan maravillosas como las de Buda, Sócrates, Jesús, como el cristianismo primitivo, los cuáqueros, el espíritu de Gandhi.

42 (1950)

Se equivoca usted al suponer que yo, después de ser educado entre cristianos, he seguido a otros dioses y he vivido sin Cristo. Esto no es cierto: he vuelto a Cristo muchas veces en mi vida, y sigo haciéndolo hoy cada vez que oigo la Pasión de Bach leo a un Padre de la Iglesia o pienso en mis padres y en mi niñez…

Me alegra saber que su fe no se aparta ni se contradice con la mía. Pero yo hubiese leído Igualmente con agrado su carta aunque hubiera significado una despedida o una ruptura conmigo. Soy un poeta, un hombre que busca y confiesa, tengo que servir a la verdad y la sinceridad (y a la verdad también pertenece lo bello, que es una de sus formas visibles), tengo una misión, pequeña y reducida: debo ayudar a otros, hombres que buscan a comprender y soportar el mundo, aunque solo sea dándoles el consuelo de saber que no están solos. Pero Cristo no fue un poeta, su luz no se limitó a una sola lengua y a una breve época, fue y sigue siendo una estrella, un Ser eterno. Si sus Iglesias y sacerdotes fuesen como él, nadie necesitaría a un poeta.

43 (1950)

Tu pregunta sobre qué clase de «credo» es el que encuentro en Thomas Mann y en mí la calificas tú mismo de mera retórica, pero, a pesar de ello, creo que requiere una breve contestación, lo que ambos creemos, él y yo, pese a la resignación y no poco escepticismo, no es, naturalmente, nada teológico; ninguno de los dos cree en un gobierno y una irrupción de fuerzas «más altas» independientes de la voluntad humana, pero creemos en un fondo. Imposible de expresar con números, de decencia, buena voluntad y amor a la paz en la mayoría de los hombres, y creemos también hasta cierto punto en la posibilidad de despertar y reforzar en nuestros lectores estas modestas cualidades. No somos los únicos en creer esto.

44 (1950)

He presentado en Juego de abalorios el mundo de la intelectualidad humanística, que ciertamente respeta las religiones, pero vive al margen de ellas. También, hace treinta años, representé en Siddharta al hijo de un brahmán que busca fuera de la tradición de su casta y religión una especie de piedad o sabiduría.

Esto es todo lo que puedo dar. Sobre los valores y bendiciones de la religión cristiana, cualquier sacerdote y cualquier catecismo le dirá más de cuanto yo podría decirle.

Para mí, el ideal humanístico no es más respetable que el religioso, y entre las religiones tampoco sabría dar la preferencia a ninguna de ellas. Precisamente por esto no he podido pertenecer a ninguna Iglesia, porque en ellas falta la elevación y la libertad del espíritu, porque cada una se considera la mejor, la única, y llama descarriados a cuantos no están acogidos a ella. Los frailes son los responsables de esto, y de ellos no quiero hablar, me son antipáticos.

Así pues a usted le toca elegir. El camino de las Iglesias es fácil de encontrar, sus puertas están abiertas de par en par, y la propaganda no falta. El camino de Castalia, y aún más allá, es difícil. Nadie recibe la invitación de recorrerlo, y aunque también Castalia sea perecedera, comparte esta suerte con todas las obras humanas. Mirar a la cara a esta fugacidad es una prueba de valentía espiritual.

45 (ca. 1951)

Respecto a la «fe» sobre la que me escribe, ignoro que fe es ésta que usted ha profesado y perdido. En cualquier caso, era una fe que no le convenía, tal vez era demasiado dogmática, formulada con excesiva exactitud. El hecho de que ya no la tenga no es ninguna pérdida, es una irrupción en lo individual, lo personal, y si algún día quiere volver a ella, tendrá un rostro muy distinto y le presentará exigencias muy distintas de las de cualquier catecismo.

46 (1953)

Nuestra conducta en la vida no depende tanto de nuestros pensamientos como de nuestras creencias. Yo no creo en ningún dogmatismo religioso tampoco en un Dios que ha creado a los hombres y les ha capacitado para el progreso de matarse primero a golpes de hacha y después con armas atómicas, y ahora está orgulloso de ellos. Por lo tanto, no creo que esta sangrienta historia universal un «sentido» a nivel de un superior regente divino, que nos prepare con ella algo incomprensible para nosotros, pero divino y sublime. Sin embargo tengo una fe, una sabiduría o intuición convertida en instinto, acerca del sentido de la vida. De la historia universal no puedo deducir que el hombre sea bueno, noble, pacífico y altruista, pero creo, y además sé con certeza, que entre las posibilidades que tiene a su alcance se encuentra también esta noble y hermosa posibilidad, la tendencia hacia el bien, la paz y la belleza, que puede florecer en circunstancias favorables, y si esta fe tuviera necesidad de una confirmación, la encontraría en la historia universal, junto a los conquistadores, dictadores, guerreros y lanzadores de bombas, en las apariciones de Buda, Sócrates, Jesús, los escritos sagrados de los hindúes, judíos, chinos y todas las maravillosas obras del espíritu humano en el mundo del arte. Una cabeza de profeta en el pórtico de una catedral, un par de acordes de la música de Monteverdi, Bach, Beethoven, un trozo de lienzo de Guardi o de Renoir, son suficientes para contradecir todo el teatro bélico de la brutal historia universal y presentar otro mundo, espiritual y dichoso. Y por añadidura, las obras artísticas tienen una duración mucho más segura y prolongada que las obras de la violencia, a las que sobreviven durante milenios.

47 (1955)

La comprensión verdadera y fructífera entre Éste y Oeste no es sólo una exigencia aún no cumplida de nuestro tiempo en el terreno político y social; también es una exigencia y una cuestión vital en el terreno del espíritu y de la cultura. Hoy día ya no se trata de convertir al cristianismo a los japoneses o al budismo o al taoísmo a los europeos. No debemos ni queremos convertir ni ser convertidos, sino abrirnos y desarrollamos; ya no reconocemos a la sabiduría oriental y occidental como dos fuerzas hostiles, perpetuamente en guerra, sino como polos entre los cuales oscila una vida fructífera.

48 (1955)

Tampoco siento nunca la necesidad de tener razón; me gusta la diversidad, tanto de opiniones como de formas de fe. Esto me impide ser un cristiano verdadero, pues ni creo que Dios haya tenido un solo Hijo, ni que la fe en El sea el único camino hacia Dios o la bienaventuranza. La piedad me es siempre simpática, mientras que las autoritarias teologías, con su pretensión de ser las únicas válidos, me inspiran antipatía.

49 (ca 1955)

El error de nuestras preguntas y lamentaciones estriba probablemente en que nos gustaría recibir, del exterior un regalo que sólo podemos conseguir nosotros mismos, con la entrega propia. Nos empañamos en que la vida ha de tener un sentido, pero lo cierto es que tiene exactamente el sentido que nosotros somos capaces de darle. Como el individuo sólo puede hacerlo de modo imperfecto, en las religiones y filosofías se ha intentado dar una respuesta consoladora.

Estas respuestas son siempre las mismas: la vida solamente encuentra sentido a través del amor. Es decir: cuanto más amamos y mejor sabemos entregarnos, tanto más sentido tendrá nuestra vida.

50 (1956)

A su pregunta de «si se podría crear una religión universal» tengo que responder que no. Ni siquiera las religiones auténticas, de origen orgánico, pueden salvar a sus fíeles de la necedad y la rudeza, con excepción de un reducido número, de una élite de verdaderos creyentes. Y todavía se puede esperar menos de la religión sintética y artificial que usted propondría. Ocurre lo mismo que con las lenguas. Una y otra vez concibe un cerebro inteligente la idea de que es sólo la diversidad de lenguas lo que separa a los pueblos, y que si se inventara un lenguaje universal, todos se entenderían entre sí, etcétera, etcétera. Han aparecido ya varias lenguas sintéticas que procuran gran alegría a sus partidarios, pero los pueblos no las utilizan, tienen otras cosas que hacer y no sienten deseos de molestarse en aprender, y además, cada uno de ellos ama demasiado su propia lengua tradicional para preferir una de origen artificioso. En resumen: querer mejorar a la humanidad resulta siempre inútil. Por este motivo yo siempre he explicado mi credo a individuos aislados, pues el individuo es susceptible de educación y perfeccionamiento, y según mi credo, es y siempre ha sido la pequeña élite de hombres de buena voluntad, sacrificados y valientes la que ha preservado en el mundo el bien y la belleza.

51 (1956)

Usted pertenece a una Iglesia y a un orden establecido, y yo encuentro muy bien que siga perteneciendo a este orden y se beneficie de sus grandes bendiciones. Pero en tal caso será mejor que no lea usted libros como Demian.

La propia vida se encargará de enfrentarle con la problemática de los órdenes incluso mejor organizados; le pondré un ejemplo actual: usted podría ser educado y entrenado como soldado y ser puesto frente a algún enemigo. Entonces tendrá a su lado a sus sacerdotes, su Iglesia y su patria si mata al enemigo de un disparo. Pero al mismo tiempo tendrá contra usted la prohibición divina de matar. Entonces dependerá de su conciencia si debe obedecer los mandamientos de Dios o los de su Iglesia y su patria. Probablemente concederá usted entonces más autoridad al sacerdote y la patria que a Dios. Pero si no lo hace y empieza a dudar de la autoridad de Iglesia y patria, pertenecerá a la clase de hombres a los cuales Demian tiene algo que decir.

52 (1956)

Cuando encuentro en alguna parte una repulsa especialmente fuerte, un odio instintivo o una negativa rotunda a comprender, veo que casi siempre van dirigidos contra el impacto del espíritu del Asia antigua, al que me refiero en mis relatos. Este temor instintivo ante lo extranjero, lo no europeo de la vida y el pensamiento chino e hindú, equivale, según creo, a la prevención o el odio entre las razas. Es algo corriente, histórica y psicológicamente comprensible, pero también algo retrógrado, estéril, que debe ser vencido. Este espíritu retrógrado no sólo es fomentado por el entusiasmo occidental ante el progreso y la técnica, sino también por la pretensión del cristianismo eclesiástico-dogmático ser la única religión válida.

53 (1956)

Acerco de los «Grados» podría decirse: el poema pertenece a Juego de abalorios, un libro en el que, entre otras, juegan un papel las religiones y filosofías de India y China. En ellas domina la Idea de fa resurrección de todos los seres, pero no en el sentido de un más allá cristiano, con paraíso, purgatorio e infierno. Esta idea me es muy familiar, y también lo es para el autor de dicho poema, Josef Knecht. Por consiguiente, he pensado seriamente en una continuación de la vida o una nueva vida después de la muerte, aunque no creo en absoluto, de un modo craso y material, en las reencarnaciones. Las religiones y mitologías, al igual que la poesía, son una tentativa de la humanidad para expresar en imágenes aquellas cosas indecibles que usted trata en vano de traducir a lo llanamente racional.

54 (1957)

Sobre Lutero ya hemos discutido en diversas ocasiones. Yo le admiro, le amo incluso como un hombre completo y grandilocuente, y no obstante, considero infortunado su papel en la historia universal. Si hubiera sido sencillamente un protestante, un rebelde contra los frailes, etc., un individuo violento contra la Iglesia y el Estado, no diría ni una sola palabra contra él. Pero fundó otra Iglesia, en nada mejor que las antiguas, ayudó al Estado y a los príncipes, abandonó a los campesinos, y Alemania le debe el cisma, la Guerra de los Treinta Años, la posterior ortodoxia de su Iglesia y muchas cosas más. Fue una figura brillante, pero infortunada. Perdona, no lo digo con mala intención, y sé que el iniciador de una idea o un movimiento no puede ser hecho responsable de todas las consecuencias; históricas de su obra. Pero no quiero expresar una verdad objetiva, sino sólo mi reacción enteramente subjetiva ante el fenómeno de Lutero.

55 (1960)

Evito siempre desconcertar en su fe a tos fieles de una Iglesia y comunidad religiosa. Está muy bien para la mayoría de hombres pertenecer a una Iglesia y profesar un credo. El que se aparta de ellos se enfrenta a una soledad que muy a menudo le obliga a añorar su antigua condición de miembro de su comunidad. Sólo al final de su camino descubrirá que ha entrado en el seno de otra comunidad, grande pero invisible, que abarca a todos los pueblos y religiones. Será más pobre en dogmática y nacionalismo, pero tendrá la riqueza de la fraternidad con los espíritus de todas las épocas y todas las naciones y lenguas.

56 (marzo 1960)

En lo que se refiere a Lutero y Roma, opino que ninguno de los dos existirían si no correspondieran a una necesidad. Lo explicare: si Lutero es el guía y más alto representante de aquellos cristianos para quienes la sed de libertad es algo natural y evidente —o sea de los individualistas, diferenciados del término medio por su espíritu, carácter y conciencia—, queda todavía la gran mayoría de la humanidad, que prefiere obedecer a decidir que tiene carácter débil pero es de buena voluntad y que desconoce en absoluto las luchas intelectuales y de conciencia de los primeros. Las Iglesias como la de Roma son buenas para mantener el orden dentro de esta parte de la humanidad, para evitar que caiga en el vicio o se descarríe, para consolarla en la vida y en la muerte, y para proporcionarle, además, muchas hermosas fiestas. Han ayudado a millones a soportar la vida y hacerla más bella, y por añadidura, nos han regalado a los demás espléndidos edificios, mosaicos, frescos y esculturas, cosas que los protestantes pueden destruir o atesorar, pero nunca crear.

57 (setiembre 1960)

Existe una mesa, una silla, un pan, un vino, un padre, una madre, pero cada pueblo y cada civilización los llama de un modo distinto. Lo mismo ocurre con Dios, con la piedad, con la fe. Griegos y persas, hindúes y chinos, cristianos y budistas, todos se refieren a lo mismo y esperan, desean y creen lo mismo, pero no emplean para designarlo el mismo nombre que nosotros. En el pensamiento político de personas progresistas, el nacionalismo es algo que ya pertenece al pasado; en cambio, en las religiones predomina todavía la creencia infantil en la validez única de la propia fe. Hace tiempo que la ciencia ha reconocido la unidad de todas las formas de fe que hay en el mundo; la investigación de las religiones ya no admite ninguna religión como la única verdadera.

58 (noviembre 1960)

No soy católico ni tampoco muy buen cristiano, aunque a pesar de ello soy piadoso. Por lo tanto, para mí no significan nada las estigmatizaciones y si Francisco de Asís fuera conocido sólo por sus estigmatizaciones y no por su maravillosa vida, tampoco él significaría nada para mí.

Pero como usted es un católico ferviente, creo que no debe regatear ningún esfuerzo para aumentar su fe y perseverar en su conducta y en sus ideas. ¡No se desvíe de ellas! Todo aquél que cree en un sentido de la vida y en el alto destino de los hombres es muy valioso en medio del caos actual, sea cual sea la confesión a que pertenezca y los signos en que crea.

59 (mayo 1961)

El (Guardini) y Reinhold Schneider son ambos buenos católicos en la literatura alemana de nuestro tiempo, ambos sabios, ambos generosos y libres de fanatismo. Y, sin embargo, ambos, o por lo menos Guardini, entienden por «fe» la exacta, única válida y única verdadera dogmática católica, que ya siglos atrás fue rechazada como inaceptable por todos los herejes y reformadores piadosos, y que desde entonces aún se ha complicado más. Para Guardini, la historia universal es una cuestión terrenal y humana, pero la aparición de Cristo, una cuestión divina. Como si, creyendo en Dios, la historia universal no fuera también una creación o un intento divino, y como si millones de hombres no hubiesen vivido piadosamente y muerto en olor de santidad, exactamente igual que en la fe de Jesús, en la fe inquebrantable de Krishna, Buda o Mahoma. La aceptación de lo que Guardini llama «fe» es imposible sin el sacrificio de la razón. Para mí, este sacrificio significa renunciar al don más preciado que nos ha dado Dios. Y sin embargo siento un gran respeto por hombres como Guardini.

60 (diciembre 1961)