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DESPUÉS de la primera guerra mundial, las formas de propiedad fueron, probablemente, el motivo esencial de los conflictos entre el Occidente y la Unión Soviética. Los monopolios desempeñaban entonces un papel mucho más importante y no podían aceptar la idea de que una parte del mundo, específicamente la Unión Soviética, escapase a su dominio. La burocracia comunista acababa de convertirse en la clase gobernante.

Las relaciones de propiedad han sido siempre vitales para la Unión Soviética en sus tratos con otros países. Siempre que era posible imponía por la fuerza su tipo peculiar de propiedad y de relaciones políticas. Por mucho que desarrollase así sus relaciones comerciales con el resto del mundo, ello no podía pasar del mero intercambio de mercaderías que se había creado durante el período de los Estados nacionales. Lo mismo sucedió en Yugoeslavia en el período de su antagonismo con Moscú. Yugoeslavia no podía llevar a cabo ninguna clase de cooperación económica importante fuera del intercambio de mercaderías, aunque tenía y sigue teniendo esperanzas de conseguirlo. Su economía también ha seguido aislada.

Hay otros elementos que complican este cuadro y esas relaciones. Si el fortalecimiento de las tendencias occidentales a la unidad mundial de la producción puede no significar una ayuda a los países poco desarrollados, en la práctica llevará al ascendiente de una nación —los Estados Unidos—, o, en el mejor caso, de un grupo de naciones.

A causa del intercambio mismo, la economía y la vida nacional de los países poco desarrollados son explotadas y obligadas a subordinarse a los países avanzados. Esto significa que los países poco desarrollados sólo pueden defenderse por medios políticos y encerrándose en su voluntad de sobrevivir. Este es uno de los medios. El otro es recibir ayuda del exterior, de los países más avanzados. No hay un tercer medio. Hasta ahora apenas se ha iniciado el segundo procedimiento: la ayuda en cantidades insignificantes.

Al presente la diferencia entre el obrero norteamericano y el indonesio es mayor que la que existe entre el obrero y el accionista rico en los Estados Unidos. En 1949 cada habitante de los Estados Unidos ganaba un término medio de 1440 dólares mensuales; el obrero indonesio ganaba solamente 27 dólares, según los datos de las Naciones Unidas. Y se conviene generalmente en que las diferencias materiales y de otras clases entre los países avanzados y los poco desarrollados no disminuyen, sino que, por lo contrario, crecen.

La desigualdad entre los países occidentales desarrollados y los poco desarrollados se manifiesta como principalmente económica. La tradicional dominación política por parte de gobernadores y señores locales está ya en camino de desaparecer. Ahora, por regla general, la economía de un gobierno nacional poco desarrollado pero políticamente independiente se subordina a la de algún otro país.

Hoy día ningún pueblo particular puede aceptar de buena gana esas relaciones subordinadas, así como tampoco puede ningún pueblo particular renunciar voluntariamente a las ventajas que hace posibles una mayor productividad.

Pedir a los obreros norteamericanos o de la Europa occidental —para no mencionar a los propietarios— que renuncien voluntariamente a los beneficios que les ofrece el alto nivel técnico y el trabajo más productivo es tan inimaginable como sería convencer a los asiáticos pobres de que deben sentirse felices al recibir tan poco por su trabajo.

La ayuda mutua entre los gobiernos y la eliminación gradual de la desigualdad económica y de otras clases entre los pueblos deben nacer de la necesidad para convertirse en hijos de la buena voluntad.

En general, la ayuda económica sólo se ha prestado hasta ahora en los casos en que los países poco desarrollados con bajo poder adquisitivo y escasa producción se han convertido en una carga para los países desarrollados. El conflicto actual entre los dos sistemas es el obstáculo principal para la extensión de la verdadera ayuda económica. Esto no se debe únicamente a que se invierten grandes cantidades de dinero en las necesidades militares y otras semejantes, las relaciones contemporáneas impiden también el florecimiento de la producción y su tendencia a la unificación, obstaculizando así la ayuda a los países poco desarrollados y el progreso de los países desarrollados mismos.

Las diferencias materiales y de otras clases entre los países avanzados y los poco desarrollados se han registrado también en su vida interna. Sería completamente erróneo interpretar la democracia en el Occidente sólo como una expresión de la solidaridad de las naciones ricas en el saqueo de las pobres. Los países occidentales eran democráticos mucho tiempo antes de la época de los beneficios extraordinarios coloniales, aunque en un nivel inferior al actual. La única relación entre la democracia actual de los países occidentales y la del período en que vivieron Marx y Lenin consiste en la continuidad entre ambos períodos. La semejanza entre la democracia del pasado y la del presente no es mayor que la que existe entre el capitalismo liberal o monopolista y el estatismo moderno.

En su obra In Place of Fear, el socialista británico Ancurin Bevan observa:

“Es necesario distinguir entre la intención del liberalismo y sus realizaciones. Su intención consistía en conquistar el poder para las nuevas formas de propiedad creadas por la revolución industrial. Lo que hizo fue conquistar el poder político para el pueblo con independencia de la propiedad”.[10]

“La función de la democracia parlamentaria, bajo el derecho político universal, considerada históricamente, es exponer el privilegio de la riqueza al ataque del pueblo. Es una espada que apunta al corazón del derecho de propiedad. El lugar donde se plantean los problemas es el Parlamento”.[11]

La observación de Bevan se aplica a Gran Bretaña. Se la podría aplicar también a otros países occidentales, pero sólo a los occidentales.

En el Occidente se han hecho dominantes los medios económicos que llevan hacia la unificación mundial. En el Oriente, en el lado comunista, han predominado siempre los medios políticos para llegar a esa unificación. La Unión Soviética sólo es capaz de “unir” lo que conquista. Desde este punto de vista ni siquiera el nuevo régimen puede cambiar nada esencialmente. Según sus ideas, son pueblos oprimidos únicamente aquellos a los que impone su dominio_ algún otro gobierno, no el soviético. El gobierno soviético subordina su ayuda a otros, inclusive los préstamos, a sus necesidades políticas.

La economía soviética no ha llegado todavía al punto en que podría llevar a la unificación de la producción mundial. Sus contradicciones y dificultades nacen principalmente de fuentes internas. El sistema mismo puede seguir sobreviviendo a pesar de su aislamiento del mundo exterior. Esto es enormemente costoso, pero se consigue mediante el uso amplio de la fuerza. Sin embargo, esta situación no puede durar mucho tiempo; hay que llegar al límite. Y éste será el comienzo del fin de un dominio ilimitado por la burocracia política, o sea por la nueva clase.

El comunismo contemporáneo podría contribuir a alcanzar la meta de la unificación mundial principalmente por medios políticos, mediante la democratización interna y haciéndose más accesible al mundo exterior. Pero todavía está lejos de eso. ¿Es realmente capaz de semejante cosa?

¿Qué idea se hace el comunismo de sí mismo y del mundo exterior?

En un tiempo, durante el período de los monopolios, el marxismo modificado por Lenin concebía las relaciones internas y externas en que habían caído la Rusia zarista y otros países semejantes con cierta exactitud. Con el estímulo de ese cuadro luchó y venció el movimiento encabezado por Lenin. En la época de Stalin esa misma ideología, modificada nuevamente, era realista hasta el punto de que definía, casi exactamente, la posición y el papel del nuevo Estado en las relaciones internacionales. El Estado soviético, o la nueva clase, se hallaba en buena posición exterior e interiormente, y subordinaba a sí mismo todo lo que podía adquirir.

Ahora a los dirigentes soviéticos se les hace difícil orientarse. Ya no son capaces de ver la realidad contemporánea. El mundo que ven no es el que existe realmente. Es el que existía en otro tiempo o el que ellos desearían que existiera.

Ateniéndose a dogmas anticuados, los dirigentes comunistas creían que todo el resto del mundo se estancaría y destruiría gracias a los conflictos y las luchas. No sucedió eso. El Occidente progresó económica e intelectualmente. Demostró que se hallaba unido siempre que amenazaba el peligro de otro sistema. Las colonias se liberaron, pero no se hicieron comunistas, ni eso las llevó a una ruptura con las madres patrias respectivas.

No se produjo el derrumbe del capitalismo occidental a causa de las crisis y las guerras. En 1949 Vishinsky, en las Naciones Unidas, en nombre de la dirección soviética, predijo el comienzo de otra gran crisis en los Estados Unidos y en el capitalismo. Sucedió lo contrario. Y eso no fue parque el capitalismo sea bueno o malo, sino porque el capitalismo denostado por los dirigentes soviéticos ya no existe. Los dirigentes soviéticos no podían ver que la India, los Estados árabes y otros países se habían hecho independientes hasta que comenzaron a aprobar, por razones propias, los puntos de vista soviéticos en política exterior. Los dirigentes soviéticos no comprendían ni comprenden ahora la democracia social. En cambio la miden con la vara con que miden la suerte de los socialdemócratas en su propia zona. Basando su pensamiento en el hecho de que su país no alcanzó el desarrollo que preveían los socialdemócratas, los dirigentes soviéticos concluyen que la socialdemocracia en el Occidente es también irreal y “traicionera”.

Esto es también cierto con respecto a su evaluación del conflicto fundamental, el conflicto entre los sistemas, o la tendencia básica a la unificación de la producción. También a este respecto su evaluación está desenfocada.

Declaran que este conflicto es una lucha entre dos sistemas sociales diferentes. En uno de ellos —el suyo, por supuesto— no hay clases, según afirman, o las clases están en proceso de liquidación, y la suya es propiedad estatal. En el otro sistema —el extranjero— hay, según insisten en decir, furiosas luchas de clases y crisis económicas, todos los bienes materiales se hallan en manos de individuos particulares y el gobierno es sólo el instrumento de un puñado de monopolistas codiciosos. Con esta visión del mundo, creen que los conflictos actuales habrían sido evitados si no hubieran predominado en el Occidente esas relaciones.

En esto está la dificultad.

Aunque las relaciones en Occidente fueran como les gustaría a los comunistas que fuesen, el conflicto continuaría. Quizá sería todavía más severo en ese caso. Pues no sólo diferirían las formas de la propiedad, sino que se darían también aspiraciones diferentes y opuestas, apoyadas por la técnica moderna y los intereses vitales de naciones enteras, en las que varios grupos, partidos y clases se esfuerzan por resolver el mismo problema de acuerdo con sus necesidades.

Cuando los dirigentes soviéticos consideran a los países occidentales modernos como instrumentos ciegos de los monopolios, se equivocan tanto como cuando interpretan su propio sistema como una sociedad sin clases en la que la propiedad está en manos de la sociedad. Ciertamente, los monopolios desempeñan un papel importante en la política de los países occidentales, pero en ningún caso es ese papel tan grande como lo era antes de la primera guerra mundial, ni siquiera antes de la segunda. Hay en el fondo algo nuevo y más esencial: una aspiración irresistible a la unificación del mundo. Esto se manifiesta ahora más fuertemente mediante el estatismo y la nacionalización, o mediante el papel del gobierno en la economía, que por medio de la influencia y la acción de los monopolios.

En la medida en que una clase o un partido o un dirigente reprime completamente la crítica, o ejerce el poder absoluto, incurre inevitablemente en un juicio de la realidad irrealista, egoísta y pretencioso.

Esto está sucediendo al presente a los dirigentes comunistas. No son dueños de sus actos, sino que la realidad los obliga a realizarlos. Esto tiene sus ventajas; ahora son más prácticos que antes. Sin embargo, tiene también sus desventajas, porque esos dirigentes carecen fundamentalmente de opiniones realistas, o por lo menos aproximadamente realistas. Pasan más tiempo defendiéndose de la realidad mundial y atacándola que acostumbrándose a ella. Su adhesión a un dogma anticuado los incita a actos insensatos de los cuales, después de pensarlo mejor, se arrepienten constantemente, pero con la cabeza ensangrentada. Esperemos que prevalezca en ellos la sensatez. Ciertamente, si los comunistas interpretasen al mundo en forma real, quizá saldrían perdiendo como tales, pero ganarían como seres humanos, como parte de la raza humana.

En todo caso, el mundo cambiará y avanzará en la dirección en que se ha estado moviendo y debe seguir haciéndolo: hacia una unidad, un progreso y una libertad mayores. La fuerza de la realidad y la fuerza de la vida han sido siempre mayores que cualquier clase de fuerza bruta y más reales que cualquier teoría.

FIN