LA ley de la sociedad y del hombre es aumentar y perfeccionar la producción. Esta ley se pone de manifiesto en el nivel contemporáneo de la ciencia, la tecnología, el pensamiento, etcétera, como una tendencia a la unificación de la producción mundial. Se trata de una tendencia que, por regla general, es tanto más irresistible si implica a personas de un alto nivel cultural y material.
Las tendencias occidentales a la unificación mundial son la expresión de necesidades económicas, técnicas y de otras clases y, tras ellas, de la propiedad política y otras fuerzas. El cuadro es distinto en el campo soviético. Aunque no hubiera habido otros motivos, el Oriente comunista, por hallarse más atrasado, se habría visto obligado a aislarse económica e ideológicamente y a compensar con medidas políticas sus debilidades económicas y de otras clases.
Puede parecer extraño, pero es cierto: la llamada propiedad socialista del comunismo es el principal obstáculo para la unificación mundial. El dominio colectivo y total de la nueva clase crea un sistema político y económico aislado que impide la unificación del mundo. Ese sistema sólo puede cambiar y cambia muy lentamente y casi nunca en lo que respecta a la mezcla y el entrelazamiento con otros sistemas para alcanzar una mayor consolidación. Sólo cambia con el propósito de aumentar su propia fuerza. Como lleva a un tipo especial de propiedad, gobierno e ideas, este sistema se aísla inevitablemente. E inevitablemente se inclina hacia el exclusivismo.
Un mundo unido que desean inclusive los dirigentes soviéticos sólo puede ser imaginado por ellos como más o menos idéntico al de ellos y como de ellos. La coexistencia pacífica de los sistemas de que hablan no significa para ellos el entrelazamiento de diversos sistemas, sino la continuación estática de un sistema al lado de otro, hasta que el otro sistema —el capitalista— sea vencido o corroído desde adentro.
La existencia del conflicto entre los dos sistemas no significa que hayan terminado los conflictos nacionales y coloniales. Al contrario, son los antagonismos de carácter nacional y colonial los que ponen de manifiesto el conflicto fundamental. La disputa por el canal de Suez a duras penas dejó de convertirse en una contienda entre los dos sistemas, en vez de seguir siendo lo que era: una disputa entre el nacionalismo egipcio y el comercio mundial, el que, por una coincidencia, estaba representado por las viejas potencias coloniales Gran Bretaña y Francia.
Una tensión extrema en todos los aspectos de la vida internacional ha sido la consecuencia inevitable de semejantes relaciones. La guerra fría se ha convertido en el estado normal del mundo moderno en tiempo de paz. Sus formas han variado y siguen cambiando; esa guerra se hace más suave o más severa, pero ya no es posible eliminarla en las condiciones actuales. Primeramente sería necesario eliminar algo mucho más profundo, algo que está en la naturaleza del mundo contemporáneo, de los sistemas contemporáneos y especialmente del comunismo. La guerra fría, al presente la causa de una tensión creciente, es el producto de otros factores más profundos y cuyo antagonismo se daba ya anteriormente.
El mundo en que vivimos es un mundo inseguro, un mundo de horizontes pasmosos e insondables que la ciencia está revelando a la humanidad; es también un mundo de terribles temores a una catástrofe cósmica, amenazado por los modernos métodos de guerra.
Este mundo cambiará de una manera u otra. No puede seguir como está, dividido y con una aspiración irresistible a la unidad. Las relaciones mundiales que surjan finalmente de este embrollo no serán ideales ni dejarán de provocar fricción, pero serán mejores que las actuales.
Sin embargo, el actual conflicto de sistemas no indica que la humanidad se encamine hacia un sistema único. Los conflictos de este tipo demuestran únicamente que la mayor unificación del mundo, o, más exactamente, la unificación de la producción mundial, se logrará mediante el conflicto entre los sistemas.
La tendencia a la unificación de la producción mundial no puede llevar al mismo tipo de producción en todas partes, es decir a las mismas formas de propiedad, gobierno, etcétera. Esta unidad de producción expresa la aspiración a la eliminación de los obstáculos heredados y artificiales que se oponen al florecimiento y la mayor eficiencia de la producción moderna. Significa un ajuste más completo de la producción a las condiciones locales, naturales, nacionales y de otras clases. La tendencia a la unificación lleva realmente a una coordinación y un uso mayores de la producción mundial potencial.
Es una suerte que no prevalezca en el mundo un solo sistema. Al contrario, lo malo es que haya tan pocos sistemas diferentes. Pero lo realmente malo es, sobre todo, la naturaleza exclusiva y aislada de los sistemas, cualquiera que sea su clase.
Las diferencias cada vez mayores entre las unidades sociales, los Estados y los sistemas políticos, juntamente con la eficiencia cada vez mayor de la producción, constituyen una de las leyes de la sociedad. Los pueblos se unen y el hombre se ajusta cada vez más al mundo que lo rodea, pero al mismo tiempo se hace cada vez más personal.
El mundo futuro será probablemente más variado y, no obstante, más unificado. Su unificación inminente será posible gracias a la variedad, y no a la semejanza en el tipo y la personalidad. Por lo menos así es como ha venido sucediendo hasta ahora. La igualdad de tipo y personalidad significarían la esclavitud y el estancamiento y no un grado de libertad para la producción mayor que el actual.
Una nación que no se dé cuenta de los verdaderos procesos y tendencias mundiales tendrá que pagar caro por ello. Quedará retrasada inevitablemente y al final deberá ajustarse a la unificación del mundo, cualquiera sea su fuerza numérica y militar. Ninguna evitará eso, así como en el pasado ninguna nación podía resistir la penetración del capital y la vinculación con otras naciones por medio del mercado mundial.
Esa es también la razón de que al presente toda economía autárquica, o sea exclusiva y nacional —cualquiera que sea su forma de propiedad o de orden político, o inclusive su nivel técnico— cae necesariamente en contradicciones irresolubles y en el estancamiento. Eso es cierto también con respecto a los sistemas sociales, las ideas, etcétera. El sistema aislado sólo puede ofrecer un modo de vivir muy modesto; no puede progresar y resolver los problemas que plantean las técnicas y las ideas modernas.
Incidentalmente, la evolución mundial ha destruido ya la teoría comunista-estalinista de la posibilidad de construir una sociedad socialista o comunista en un solo país y traído consigo el fortalecimiento del despotismo totalitario, o sea del dominio absoluto de una nueva clase explotadora.
En estas circunstancias, la construcción de una sociedad socialista, comunista o de cualquier otra clase en un país, o en un gran número de países aislados del mundo en general, tiene como consecuencia inevitable la autarquía y la consolidación del despotismo. Causa también el debilitamiento de las potencialidades nacionales para el progreso económico y social de los países interesados. Es posible obtener, en armonía con las crecientes aspiraciones económicas y democráticas del mundo, más pan y libertad para la gente en general, una distribución más justa de los bienes y un ritmo normal en el desarrollo económico. La condición para esto es la modificación de las relaciones de propiedad y políticas existentes, sobre todo las del comunismo, pues constituyen, a causa del monopolio de la clase gobernante, el obstáculo más serio, aunque no el único, para el progreso nacional y mundial.