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LA terminación de la segunda guerra mundial confirmó ya la tendencia a la división de sistemas en escala mundial. Todos los países que cayeron bajo la influencia soviética, e inclusive partes de países (Alemania y Corea) adoptaron más o menos el mismo sistema, e igual ocurrió en el lado occidental.

Los dirigentes soviéticos se daban plena cuenta de ese proceso. Recuerdo que en una reunión íntima realizada en 1945 Stalin dijo: “En la guerra moderna el vencedor impondrá su sistema, lo que no sucedía en las guerras pasadas”. Dijo eso antes que terminara la guerra, en un momento en que la amistad, la esperanza y la confianza llegaban al máximo entre los aliados. En 1948 nos dijo a nosotros, los yugoeslavos y los búlgaros: “Ellas, las potencias occidentales, harán un país propio de la Alemania Occidental y nosotros haremos lo mismo con la Alemania Oriental. Eso es inevitable”.

Hoy día está de moda, y se justifica hasta cierto punto, juzgar la política soviética haciendo la distinción entre lo que era antes y lo que es después de la muerte de Stalin. Sin embargo, Stalin no inventó los sistemas, ni quienes le han sucedido creen en ellos más que él. Lo que ha cambiado desde su muerte es el método mediante el cual los dirigentes soviéticos manejan las relaciones entre los sistemas, no los sistemas mismos. ¿Acaso Khrushchev, en el XX Congreso del Partido, no mencionó su “mundo socialista”, su “sistema socialista mundial” como algo separado y especial? En la práctica eso no significa más que la insistencia en una división en sistemas, en un mayor exclusivismo del sistema y el dominio hegemónico del comunismo.

Porque el conflicto entre el Occidente y el Oriente es esencialmente un conflicto de sistemas tiene que tomar el aspecto de una lucha ideológica. La guerra ideológica no disminuye aunque se llegue a avenencias temporarias y narcotiza hasta dejarlas inconscientes las mentes en los campos opuestos. Cuanto más se agudiza el conflicto en los campos material, económico y político tanto más parece que están en juego únicamente ideas puras.

Además de los que representan al comunismo y el capitalismo, hay países de un tercer tipo; los que se han liberado de la dependencia colonial, como la India, Indonesia, Birmania, los países árabes, etcétera. Estos países se esfuerzan por crear economías independientes para librarse de la dependencia económica. En ellos se sobreponen varias épocas y cierto número de sistemas, y sobre todo los dos contemporáneos.

Estas naciones nuevas son, principalmente por razones nacionales, las defensoras más sinceras de los lemas de soberanía nacional, paz, entendimiento mutuo e ideas semejantes. Pero no pueden eliminar el conflicto entre los dos sistemas. Lo único que pueden hacer es aliviarlo. Además constituyen los campos de batalla entre los dos sistemas. Su papel puede ser importante y noble, pero no es decisivo por el momento.

Es importante observar que ambos sistemas pretenden que se haga de acuerdo con uno u otro la unificación del mundo. Ambos declaran que la unidad mundial es necesaria, pero sus posiciones son diametralmente opuestas. La tendencia del mundo moderno a la unidad se manifiesta y realiza mediante una lucha entre fuerzas opuestas, una lucha de una severidad extraordinaria en tiempos de paz.

Las expresiones ideológicas y políticas de esa lucha son la democracia occidental y el comunismo oriental.

Como las tendencias no organizadas a la unificación se manifiestan con más fuerza en el Occidente, a causa de la democracia política y el mayor nivel técnico y cultural, el Occidente parece ser también el defensor de la libertad política e intelectual.

En esos países uno de esos sistemas de propiedad característicos puede contener o estimular esa tendencia, lo que depende de las circunstancias. Sin embargo, la aspiración a la unidad se extiende. Un obstáculo concreto para ella lo constituyen los monopolios. Éstos desean también la unidad, por su propio interés, pero desean realizarla mediante un método ya anticuado: en la forma de esferas de influencia. Sin embargo, sus opositores, por ejemplo los laboristas ingleses, son también partidarios de la unificación, pero de una manera diferente. La tendencia a la unidad es también fuerte en Gran Bretaña, que ha realizado la nacionalización. También los Estados Unidos realizan la nacionalización, en una escala todavía mayor, pero no modificando la forma de la propiedad, sino poniendo en manos del gobierno una parte considerable de la renta nacional. Si los Estados Unidos lograran una economía completamente nacionalizada, las tendencias a la unificación del mundo contemporáneo recibirían un impulso todavía mayor.