PARA determinar más claramente la situación internacional del comunismo contemporáneo es necesario trazar brevemente un cuadro del mundo actual.
Los resultados de la primera guerra mundial llevaron a la transformación de la Rusia zarista en un nuevo tipo de Estado, o en un país con nuevos tipos de relaciones sociales. Internacionalmente aumentó la diferencia entre el nivel técnico y el ritmo de los Estados Unidos y los de los países de la Europa occidental. La segunda guerra mundial iba a transformar esto en un abismo infranqueable, de modo que sólo los Estados Unidos no sufrieron cambios importantes en la estructura de su economía.
Las guerras no fueron la única causa de ese abismo entre los Estados Unidos y el resto del mundo; lo único que hicieron fue acelerar su apertura. Las razones para el rápido progreso de los Estados Unidos pueden encontrarse, indudablemente, en sus potencialidades internas, en las condiciones naturales y sociales y en el carácter de la economía. El capitalismo norteamericano se desarrolló en circunstancias diferentes que las del capitalismo europeo y se hallaba en su plenitud en el momento en que el europeo había comenzado ya a declinar.
En la actualidad el abismo tiene esta amplitud: el 6 por ciento de la población mundial, o sea la de los Estados Unidos, produce el 40 por ciento de las mercaderías y los servicios mundiales. Entre la primera y la segunda guerras mundiales los Estados Unidos contribuyeron con el 33 por ciento de la producción mundial; después de la segunda guerra mundial contribuyen con el 50 por ciento. Lo contrario sucede en Europa (con exclusión de la Unión Soviética), pues su contribución a la producción mundial descendió del 68 por ciento en 1870 al 42 por ciento en el período de 192529, y luego al 34 por ciento en 1937 y el 25 por ciento en 1948, según datos de las Naciones Unidas.
El desarrollo de la industria moderna en las economías coloniales tuvo también una importancia especial e iba a hacer posible que la mayoría de ellas consiguieran la libertad después de la segunda guerra mundial.
En el período entre la primera y la segunda guerra mundiales el capitalismo pasó por una crisis económica tan profunda y de consecuencias tan grandes que sólo cerebros comunistas dogmáticos dejaron de reconocerla. En contraste con las crisis del siglo XIX, la gran crisis de 1929 puso de manifiesto que semejantes cataclismos significan al presente un peligro para el orden social mismo y hasta para la vida de la nación en general. Los países avanzados —en primer lugar los Estados Unidos— tuvieron que encontrar los medios de salir de la crisis poco a poco. Mediante diversos métodos, los Estados Unidos recurrieron a una economía planificada en escala nacional. Los cambios en relación con esto tuvieron una importancia transcendental para los países avanzados y para el resto del mundo, aunque no fueron reconocidos lo suficiente desde un punto de vista teórico.
En ese período surgieron diversas formas de totalitarismo en la Unión Soviética y en algunos países capitalistas como la Alemania nazi.
Alemania, en contraste con los Estados Unidos, no fue capaz de resolver el problema de su expansión interna y externa con los medios económicos normales. La guerra y el totalitarismo (el nacional-socialismo) eran las únicas salidas para los monopolistas alemanes y se sometieron al partido bélico y racista.
Como hemos visto, la Unión Soviética recurrió al totalitarismo por otras razones. Era la condición para su transformación industrial.
Sin embargo, había otro elemento, quizá no muy evidente, realmente revolucionario para el mundo moderno. Ese elemento eran las guerras modernas. Éstas llevan a cambios substanciales aunque no lleven a verdaderas revoluciones. Al dejar tras sí una devastación espantosa, modifican tanto las relaciones mundiales como las relaciones dentro de cada país.
El carácter revolucionario de las guerras modernas se pone de manifiesto no sólo en el hecho de que impulsan los descubrimientos técnicos, sino, sobre todo, en que modifican la estructura económica y social. En Gran Bretaña la segunda guerra mundial expuso y afectó las relaciones hasta tal punto que se hizo inevitable una nacionalización considerable. La India, Birmania e Indonesia salieron de la guerra como países independientes. La unificación de la Europa occidental se inició como consecuencia de la guerra. Elevó a los Estados Unidos y la Unión Soviética como las dos potencias económicas y políticas principales.
La guerra moderna afecta a la vida de las naciones y de la humanidad en general mucho más profundamente que las guerras de épocas anteriores. Hay dos razones para ello: La primera es que la guerra moderna tiene que ser inevitablemente total. Ninguna fuente económica, humana o de otra clase puede permanecer inexplotada, porque el nivel técnico de la producción es ya tan alto que hace imposible que queden a un lado partes de una nación ni rama alguna de la economía. La segunda razón es que por los mismos motivos técnicos, económicos y de otras clases el mundo, en una medida incomparablemente mayor, se ha convertido en un todo, de modo que los menores cambios en una parte producen reacciones en las otras partes. Toda guerra moderna tiende a convertirse en guerra mundial.
Esas revoluciones militares y económicas invisibles alcanzan una extensión y una importancia enormes. Son más espontáneas que las revoluciones hechas por la fuerza; es decir, no están cargadas en gran parte con elementos ideológicos y de organización. En consecuencia, esas revoluciones hacen posible registrar de un modo más ordenado las tendencias de los movimientos del mundo moderno.
El mundo tal como es actualmente y como salió de la segunda guerra mundial no es, evidentemente, el mismo de antes.
La energía atómica, que el hombre ha arrancado del corazón de la materia y arrebatado al cosmos, es el signo más espectacular, pero no el único, de la nueva época.
Los pronósticos comunistas oficiales sobre el futuro de la raza humana declaran que la energía atómica es el símbolo de la sociedad comunista, así como el vapor era el símbolo y la fuerza del capitalismo industrial. Como quiera que interpretemos este razonamiento ingenuo y tendencioso, una cosa es cierta: la energía atómica está produciendo ya cambios en los diversos países y en el mundo en conjunto. Pero ciertamente esos cambios no apuntan hacia el comunismo y el socialismo que esos “teóricos” desean.
La energía atómica, como descubrimiento, no es el fruto de una nación, sino de un siglo de trabajo de centenares de las inteligencias más brillantes de numerosas naciones. Su aplicación es también el resultado de los esfuerzos, no sólo científicos, sino también económicos, de cierto número de países. Si el mundo no hubiera estado ya unificado no habrían sido posibles el descubrimiento ni la aplicación de la energía atómica.
El efecto de la energía atómica tenderá, en primer lugar, a unificar todavía más al mundo. Entretanto derribará inexorablemente todos los obstáculos heredados: las relaciones de propiedad y las sociales, pero sobre todo los sistemas e ideologías exclusivos y aislados, como el comunismo tanto anterior como posterior a la muerte de Stalin.