LA idea de comunismo nacional carecía de significado hasta el final de la segunda guerra mundial, cuando se manifestó el imperialismo soviético no sólo con respecto a los Estados capitalistas, sino también a los comunistas. Esa idea nació sobre todo del choque entre Yugoeslavia y la Unión Soviética. La renunciación a los métodos de Stalin por la “dirección colectiva” de Khrushchev y Bulganin quizá pueda modificar las relaciones entre la Unión Soviética y los otros países comunistas, pero no puede resolverlas. Los actos de la Unión Soviética no sólo afectan al comunismo, sino también, simultáneamente, al imperialismo del gran Estado soviético ruso. Ese imperialismo puede cambiar en la forma y el método, pero no puede desaparecer, como tampoco pueden desaparecer las aspiraciones a la independencia de los comunistas de otros países.
Una evolución semejante se producirá en los otros Estados comunistas. Según su fuerza y su situación, también ellos tratarán de hacerse imperialistas de una manera u otra.
En la evolución de la política exterior de la Unión Soviética ha habido dos fases imperialistas. Al principio se trataba casi exclusivamente de conseguir la expansión en otros países mediante la propaganda revolucionaria. En esa época existían poderosas tendencias imperialistas (con respecto al Cáucaso) en la política de los dirigentes supremos. Pero, en mi opinión, no hay razones satisfactorias para que a la fase revolucionaria se la pueda considerar categóricamente como imperialista, pues en ese tiempo era más defensiva que agresiva.
Si no consideramos imperialista a la fase revolucionaria, el imperialismo comenzó, aproximadamente, con la victoria de Stalin, o con la industrialización y el establecimiento de la autoridad de una nueva clase en la década de 1930. Ese cambio se manifestó claramente en vísperas de la guerra, cuando el gobierno de Stalin pudo entrar en acción y dejar atrás las fases pacifista y antiimperialista. También se manifestó en el cambio de la política exterior; en el lugar del jovial y hasta cierto punto probo Litvinov apareció el inescrupuloso y reservado Molotov.
La causa fundamental de la política imperialista se oculta completamente en la naturaleza explotadora y despótica de la nueva clase. Para que esa clase se pudiera manifestar como imperialista le era necesario obtener la fuerza prescrita y aparecer en circunstancias apropiadas. Ya contaba con la fuerza cuando comenzó la segunda guerra mundial. La guerra misma abundaba en posibilidades para las combinaciones imperialistas. Los pequeños Estados bálticos no eran necesarios para la seguridad de un país tan grande como la Unión Soviética, sobre todo en la guerra moderna. Esos Estados no eran agresivos y sí, en cambio, aliados; sin embargo, constituían un bocado atrayente para el apetito insaciable de la burocracia comunista de la Gran Rusia.
En la segunda guerra mundial el internacionalismo comunista, hasta entonces parte integral de la política exterior soviética, entró en conflicto con los intereses de la burocracia soviética gobernante. Con ello cesó la necesidad de su organización. La idea de la disolución de la Internacional Comunista (Comintern) se concibió, según Georgi Dimitrov, después de la subyugación de los países bálticos y en el período de la cooperación con Hitler, aunque no se llevó a cabo hasta la segunda fase de la guerra, durante el período de la alianza con los Estados occidentales.
El Cominform, compuesto por los partidos comunistas de la Europa oriental y de Francia e Italia, fue creado por iniciativa de Stalin para garantizar la dominación soviética en los países satélites y para intensificar su influencia en la Europa occidental. El Cominform era peor que la anterior Internacional Comunista, la que, si bien estaba completamente dominada por Moscú, representaba, por lo menos oficialmente, a todos los partidos. El Cominform se desarrolló en el campo de la influencia soviética real y aparente. El conflicto con Yugoeslavia reveló que estaba destinado a subordinar al gobierno soviético los Estados y partidos comunistas que habían comenzado a debilitarse a causa del crecimiento interno del comunismo nacional. Después de la muerte de Stalin fue disuelto finalmente el Cominform. Hasta el gobierno soviético, deseando evitar disputas más importantes y peligrosas, aceptó el llamado camino separado para llegar al socialismo, si no el comunismo nacional mismo.
Estos cambios en la organización tenían profundas causas económicas y políticas. Como los partidos comunistas de la Europa oriental eran débiles y la Unión Soviética no era lo bastante fuerte económicamente, el gobierno soviético habría tenido que recurrir a métodos administrativos para subyugar a los países de la Europa oriental aunque no hubiesen existido la arbitrariedad y el despotismo estalinista. El imperialismo soviético, mediante métodos políticos, policiales y militares, tenía que compensar su debilidad económica y de otras clases. El imperialismo en la forma militar, que era sólo una etapa avanzada del viejo imperialismo militar y feudal zarista, se adaptaba también a la estructura interna de la Unión Soviética, en la que el aparato policial y administrativo, centralizado en una personalidad, desempeñaba un papel principal. El estalinismo era una mezcla de dictadura comunista personal y de imperialismo militarista.
Estas formas de imperialismo consistían en compañías por acciones, absorción de las exportaciones de los países de la Europa oriental mediante la presión política a precios inferiores a los del mercado mundial, formación artificial de un “mercado socialista mundial”, dirección de todos los actos políticos de los partidos y Estados subordinados, transformación del amor tradicional de los comunistas a la “Patria socialista” en deificación del Estado soviético, Stalin y las prácticas soviéticas.
¿Pero qué sucedió?
En la Unión Soviética misma se realizó tranquilamente un cambio dentro de la clase gobernante. Cambios semejantes, en otro sentido, se produjeron también en los países de la Europa oriental. Las nuevas burocracias nacionales han anhelado siempre la creciente consolidación del poder y de las relaciones de propiedad, pero al mismo tiempo encontraban dificultades a causa de la presión hegemónica del gobierno soviético. Si anteriormente habían tenido que renunciar a las características nacionales para llegar al poder, eso se convertía ahora en un obstáculo para aumentar ese poder. Además, al gobierno soviético se le hizo imposible adherirse a la exorbitante y peligrosa política exterior estalinista de presión militar y aislamiento y, simultáneamente, durante el período de los movimientos coloniales generales, mantener a los países europeos en un cautiverio infame.
Los dirigentes soviéticos tuvieron que admitir, tras largas vacilaciones y una argumentación indecisa, que a los dirigentes yugoeslavos se les acusaba falsamente de ser hitleristas y espías de los norteamericanos sólo porque defendían su derecho a consolidarse y a construir un sistema comunista a su modo. Tito se convirtió en la personalidad más importante del comunismo contemporáneo. El principio del comunismo nacional fue reconocido oficialmente. Pero con eso Yugoeslavia dejó de ser la creadora exclusiva de innovaciones en el comunismo. La revolución yugoeslava se apaciguó convirtiéndose en rutina y se inició un gobierno pacífico y realista. Eso no hizo que aumentara el afecto entre los enemigos del día anterior, ni terminó con los desacuerdos. Fue simplemente el comienzo de una nueva fase.
La Unión Soviética ha entrado ahora en la fase predominantemente económica y política de su plan de acción imperialista. O por lo menos así parece si se juzga por los hechos actuales.
Al presente el comunismo nacional es un fenómeno general en el comunismo. En diversos grados, todos los movimientos comunistas —con excepción del de la Unión Soviética, contra la cual están dirigidos— son nacionalistas. En su época, en el período del ascendiente de Stalin, lo era también el comunismo soviético. En esa época el comunismo ruso abandonó el internacionalismo, excepto como un instrumento de su política exterior. Hoy día se ve obligado, aunque vagamente, a reconocer una nueva realidad en el comunismo.
Al cambiar internamente, el imperialismo soviético se vio obligado también a alterar sus puntos de vista con respecto al mundo exterior. Abandonando los métodos predominantemente administrativos, avanzó hacia la gradual integración económica con los países de la Europa oriental. Eso se realiza por medio de la planificación mutua en importantes ramas de la economía a la que contribuyen voluntariamente los gobiernos comunistas locales, pues todavía se sienten más débiles externa e internamente.
Esa situación no puede durar mucho tiempo, porque oculta una contradicción fundamental. Por una parte las formas nacionales del comunismo se hacen más fuertes, pero por otra el imperialismo soviético no disminuye. Tanto el gobierno soviético como los de los países de la Europa oriental, incluyendo a Yugoeslavia, buscan, mediante acuerdos y la cooperación, soluciones, para los problemas comunes que influyen en su naturaleza misma: la preservación de una forma determinada de autoridad y de propiedad. Sin embargo, aunque sea posible la cooperación con respecto a la propiedad, no lo es con respecto a la autoridad. Aunque se están dando las condiciones para una mayor integración con la Unión Soviética, se dan también, con más rapidez, las condiciones que llevan a la independencia de los gobiernos comunistas de la Europa oriental. La Unión Soviética no ha renunciado a la autoridad en esos países, ni los gobiernos de esos países han renunciado a su anhelo de conseguir algo semejante a la independencia de Yugoeslavia. El grado de independencia que consigan dependerá de fuerzas internacionales e internas.
El reconocimiento de formas nacionales de comunismo, que el gobierno soviético ha hecho a regañadientes, tiene una importancia inmensa y oculta en sí peligros muy considerables para el imperialismo soviético.
Implica libertad de discusión hasta cierto punto, lo que significa también independencia ideológica. Ahora el destino de ciertas herejías dentro del comunismo dependerá no sólo de la tolerancia de Moscú, sino también de sus potencialidades nacionales. La desviación de Moscú, que se esfuerza por mantener su influencia en el mundo comunista sobre una base “voluntaria” e “ideológica”, no podrá ser contenida, probablemente.
Moscú misma ya no es lo que era. Por sí sola ha perdido el monopolio de las ideas nuevas y el derecho moral a prescribir la única “línea” permisible. Al renunciar a Stalin ha dejado de ser el centro ideológico. En Moscú misma llega a su fin la época de los grandes monarcas comunistas y de las grandes ideas y comienza el reinado de la burocracia comunista mediocre.
La “dirección colectiva” no previó las dificultades y los fracasos que le esperaban dentro del comunismo mismo, externa o interiormente. ¿Pero qué podía hacer? El imperialismo de Stalin era exorbitante y extremadamente peligroso, y, lo que es peor, ineficaz. Bajo su mando no sólo el pueblo en general, sino también los comunistas mismos, refunfuñaban, y lo hacían en un momento en que la situación internacional era muy tensa.
El centro mundial de la ideología comunista ya no existe; se halla en proceso de completa desintegración. La unidad del movimiento comunista mundial está incurablemente herida. No se ven las posibilidades de que se la pueda restablecer. Sin embargo, así como el cambio del régimen de Stalin a la “dirección colectiva” no alteró la naturaleza del sistema mismo en la Unión Soviética, así también el comunismo nacional no ha podido, a pesar de sus crecientes posibilidades de liberarse de Moscú, alterar su naturaleza interna, que consiste en el manejo y el monopolio totales de las ideas y la propiedad por la burocracia del partido. En realidad ha aliviado significativamente la presión y disminuido la velocidad en el establecimiento de su monopolio de la propiedad, sobre todo en las zonas rurales, pero el comunismo nacional no puede ni desea transformarse en algo distinto del comunismo, y algo lo arrastra siempre espontáneamente hacia su fuente, hacia la Unión Soviética. No podrá separar su destino de lo que lo vincula con los otros países y movimientos comunistas.
Las modificaciones nacionales en el comunismo ponen en peligro al imperialismo soviético, sobre todo al imperialismo de la época de Stalin, pero no al comunismo en conjunto ni en su esencia. Al contrario, donde el comunismo ejerce la dirección esos cambios pueden incluir en su orientación e inclusive fortalecer y hacerlo aceptable en el exterior. El comunismo nacional armoniza con el no dogmatismo, es decir con la fase antiestalinista en la evolución del comunismo. En realidad es una forma fundamental de esa fase.