LA teoría de que el comunismo contemporáneo es un tipo de totalitarismo moderno es no sólo la más difundida, sino también la más exacta. Sin embargo, la verdadera comprensión de la expresión “totalitarismo moderno” al referirse al comunismo no está tan difundida.
El comunismo contemporáneo es ese tipo de totalitarismo que se compone de tres factores fundamentales para dominar al pueblo. El primero es el poder, el segundo la propiedad, y el tercero la ideología. Están monopolizados por un único partido político, o, según mi explicación y mi terminología anteriores, por una clase nueva; y al presente por la oligarquía de ese partido o esa clase. Ningún sistema totalitario de la historia, ni siquiera uno contemporáneo, con la excepción del comunismo, ha conseguido incorporar simultáneamente todos esos factores para dominar al pueblo hasta ese grado.
Cuando uno examina y pesa esos tres factores advierte que el poder es el que ha desempeñado y sigue desempeñando el papel más importante en la evolución del comunismo. Uno de los otros factores puede prevalecer momentáneamente sobre el poder, pero es imposible determinar eso sobre la base de las condiciones actuales. Creo que el poder seguirá siendo la característica fundamental del comunismo.
El comunismo nació como una ideología que contenía la semilla de su carácter totalitario y monopolista. Puede decirse, ciertamente, que las ideas ya no desempeñan el papel principal y predominante en el dominio del pueblo por el comunismo. El comunismo como ideología ha terminado en gran parte su carrera. No tiene muchas cosas nuevas que revelar al mundo. Esto no se podría decir de los otros dos factores: el poder y la propiedad.
Puede decirse que el poder, sea físico, intelectual o económico, desempeña un papel en todas las luchas, e inclusive en todos los actos humanos sociales. Hay alguna verdad en ello. Puede decirse también que en toda acción política el poder, o la lucha para adquirirlo y mantenerlo, constituye el problema y el fin básicos. También en esto hay algo de cierto. Pero el comunismo contemporáneo no es solamente ese poder; es algo más. Es un poder de un tipo particular, un poder que une en sí mismo la fiscalización de las ideas, la autoridad y la propiedad, un poder que se ha convertido en un fin en sí mismo.
Hasta el presente el comunismo soviético, que es el tipo que existe desde hace más tiempo y el más desarrollado, ha pasado por tres fases. Lo mismo ha sucedido, más o menos, con los otros tipos de comunismo que han conseguido llegar al poder, con excepción del tipo chino, que está todavía predominantemente en la segunda fase.
Esas tres fases son: la revolucionaria, la dogmática y la no dogmática. De un modo general, los lemas, fines y personalidades principales correspondientes a esas tres fases son los siguientes: Revolución, o la usurpación del poder: Lenin; “socialismo”, o la creación del sistema: Stalin; “legalidad”, o la estabilización del sistema: “dirección colectiva”.
Es importante advertir que esas tres fases no están claramente separadas unas de otras, pues elementos de todas ellas se encuentran en cada una. El dogmatismo abundaba y la “construcción del socialismo” se había iniciado ya en el período leninista; Stalin no renunció a la revolución ni rechazó los dogmas que estorbaban la construcción del sistema. Al presente, el comunismo no dogmático es no dogmático sólo condicionalmente; lo único que hace es no renunciar ni siquiera a las ventajas prácticas más insignificantes por razones dogmáticas. Precisamente a causa de esas ventajas, estará al mismo tiempo en situación de perseguir inescrupulosamente la menor duda con respecto a la verdad o la pureza del dogma. Así, el comunismo, teniendo en cuenta las necesidades y posibilidades prácticas, ha aferrado las velas de la revolución, o de su propia expansión militar, pero no ha renunciado a una ni a otra.
Esta división en tres fases es exacta sólo si se la toma de una manera aproximada y abstracta. No existe en realidad una clara separación de las fases, ni corresponden éstas a períodos determinados en los distintos países.
Los limites entre las fases, que se sobreponen, y las formas en que aparecen esas fases varían en los diferentes países comunistas. Por ejemplo, Yugoeslavia ha pasado por las tres fases en un período de tiempo relativamente breve y con las mismas personalidades en la cima. Esto es evidente tanto en los preceptos como en el método de acción.
La fuerza desempeña un papel importante en las tres fases. En la revolución era necesaria para apoderarse del poder; en la construcción del socialismo era necesaria para crear un sistema nuevo por medio de ese poder; hoy día la fuerza tiene que proteger al sistema.
Durante la evolución de la primera a la tercera fase, la quintaesencia del comunismo —el poder— se convirtió de un medio en un fin en sí mismo. En realidad el poder fue siempre más o menos el fin, pero los dirigentes comunistas, creyendo que utilizando el poder como un medio alcanzarían la meta ideal, no lo consideraban como un fin en sí mismo. Precisamente porque el poder les sirvió como un medio para la transformación utópica de la sociedad, no pudo menos de convertirse en un fin en sí mismo y en el objetivo más importante del comunismo. El poder aparece como un medio en la primera y la segunda fases. Ya no se puede ocultar que en la tercera fase es el fin principal y la esencia del comunismo.
Porque el comunismo está desapareciendo como ideología tiene que conservar el poder como el medio principal para manejar al pueblo.
En la revolución, como en la guerra de cualquier tipo, era natural que los esfuerzos se concentrasen ante todo en la fuerza: había que ganar la guerra. Durante el período de la industrialización la concentración en la fuerza todavía podía ser considerada natural: era necesaria la construcción de la industria, o de la “sociedad socialista”, por la cual se habían hecho tantos sacrificios. Pero a medida que se va realizando todo esto se hace evidente que en el comunismo la fuerza o el poder no sólo ha sido un medio, sino que además se ha convertido en el principal si no en el único fin.
En la actualidad el poder es tanto el medio como la meta de los comunistas, para que puedan mantener sus privilegios y su propiedad. Pero como se trata de formas especiales de poder y de propiedad, sólo mediante el poder mismo se puede ejercer esa propiedad. El poder es un fin en sí mismo y la esencia del comunismo contemporáneo. Otras clases pueden conservar la propiedad sin el monopolio del poder, o el poder sin el monopolio de la propiedad. Hasta ahora eso no ha sido posible para la nueva clase que ha creado el comunismo, y es muy improbable que sea posible en el futuro.
Durante las tres fases el poder se ha ocultado bajo el disfraz de fin secreto, invisible, tácito, natural y principal. Su papel ha sido más firme o más débil según el grado de dominio del pueblo que se requería en el momento. En la primera fase, las ideas eran la inspiración y la fuerza motriz para alcanzar el poder; en la segunda fase, el poder actuaba como el látigo de la sociedad y en favor de su propio mantenimiento; actualmente la “dirección colectiva” está subordinada a los impulsos y las necesidades del poder.
El poder es el alfa y el omega del comunismo contemporáneo, inclusive cuando el comunismo se esfuerza por evitarlo.
Las ideas, los principios filosóficos y las consideraciones morales, la nación y el pueblo, su historia, en parte inclusive la propiedad; todas esas cosas pueden ser cambiadas y sacrificadas. Pero no el poder, porque eso significaría la renuncia del comunismo a sí mismo, a su propia esencia. Los individuos pueden hacer eso, pero no puede hacerlo la clase, el partido, la oligarquía. Este es el significado y el propósito de su existencia.
Todo tipo de poder, además de ser un medio, es al mismo tiempo un fin, al menos para quienes aspiran a él. El poder es casi exclusivamente un fin en el comunismo, porque constituye tanto la fuente como la garantía de sus privilegios. Por medio del poder consigue la clase gobernante los privilegios materiales y la propiedad de los bienes nacionales. El poder determina el valor de las ideas y reprime o permite su expresión.
En esto es en lo que el poder del comunismo contemporáneo difiere de todos los otros tipos de poder y en lo que el comunismo mismo se distingue de todos los demás sistemas.
El comunismo tiene que ser totalitario, exclusivo y solitario precisamente porque el poder es su componente esencial. Si en realidad pudiera tener otros fines tendría que permitir que surgieran otras fuerzas opositoras y que actuaran con independencia.
La definición del comunismo contemporáneo es una cuestión secundaria. Todo el que emprende la tarea de explicarlo se encuentra ante el problema de definirlo, aunque la situación le estimule a hacerlo, pues se trata de una situación en la que los comunistas ensalzan su sistema como “socialismo”, “sociedad sin clases” y “la realización de los sueños eternos del hombre”, en tanto que los opositores lo definen como una tiranía cruel, el triunfo casual de un grupo terrorista y la condenación de la raza humana.
La ciencia debe utilizar las categorías ya establecidas para hacer una exposición sencilla. ¿Hay en la sociología alguna categoría en la que, con un poco de fuerza, podamos introducir al comunismo contemporáneo?
Lo mismo que muchos autores que partieron de otros puntos de vista, en los arios recientes he equiparado al comunismo con el capitalismo de Estado, o, más precisamente, con el capitalismo de Estado total.
Esta interpretación predominó entre los dirigentes comunistas de Yugoeslavia durante el antagonismo con el gobierno de la Unión Soviética. Pero así como los comunistas, de acuerdo con las necesidades prácticas, cambian con facilidad inclusive su análisis “científico”, los dirigentes del partido yugoeslavo modificaron su interpretación después de su “reconciliación” con el gobierno soviético y una vez más proclamaron que la Unión Soviética es un país socialista. Al mismo tiempo declararon que el ataque imperialista soviético a la independencia de Yugoeslavia, según palabras de Tito, había sido un acontecimiento “trágico e incomprensible” provocado por “la arbitrariedad de individuos particulares”.
En su mayor parte, el comunismo contemporáneo se parece al capitalismo de Estado total. Su origen histórico y los problemas que tenía que resolver —a saber una transformación industrial semejante a la realizada por el capitalismo, pero con la ayuda del mecanismo estatal— le han llevado a eso.
Si bajo el comunismo el Estado fuera el propietario en nombre de la sociedad y de la nación, las formas del poder político sobre la sociedad cambiarían inevitablemente de acuerdo con las variables necesidades de la sociedad y de la nación. El Estado, por su naturaleza misma, es un órgano de unidad y armonía en la sociedad y no sólo una fuerza que se impone a ésta. El Estado no puede ser en sí mismo tanto el propietario como el gobernante. En el comunismo sucede lo contrario: el Estado es un instrumento y siempre se subordina exclusivamente a los intereses de uno y el mismo propietario exclusivo, o a una y la misma dirección en la economía y en los otros campos de la vida social.
La propiedad del Estado en el Occidente podría ser considerada como capitalismo de Estado más que en los países comunistas. La alegación de que el comunismo contemporáneo es capitalismo de Estado es provocada por los “escrúpulos de conciencia” de quienes se sienten desilusionados por el sistema comunista, pero no consiguen definirlo, por lo que equiparan sus males con los del capitalismo. Puesto que en el comunismo no existe realmente propiedad privada, sino más bien una propiedad del Estado oficial, nada parece más lógico que atribuir todos los males al Estado. Esta idea del capitalismo de Estado la aceptan también quienes ven “menos mal” en el capitalismo privado, y, en consecuencia, les agrada señalar que el comunismo es un tipo de capitalismo peor.
Decir que el comunismo contemporáneo es una transición a otra cosa no lleva a ninguna parte ni explica nada. ¿Qué no es una transición a otra cosa?
Aunque se admita que tiene muchas de las características de un capitalismo de Estado que lo abarca todo, el comunismo contemporáneo tiene también tantas características propias que es más justo considerarlo como un nuevo sistema social de un tipo especial.
El comunismo contemporáneo posee su propia esencia que no permite que se lo confunda con ningún otro sistema. Aunque absorbe en sí mismo otros elementos de todas clases —el feudal, el capitalista e inclusive la posesión de esclavos—, sigue siendo singular e independiente al mismo tiempo.