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EN toda la historia no se ha dado un caso de fines ideales alcanzados con medios no ideales e inhumanos, así como no ha habido una sociedad libre creada por esclavos. Nada revela la realidad y la grandeza de los fines tan bien como los métodos empleados para alcanzarlos.

Si el fin tiene que ser utilizado para condonar los medios es porque en el fin mismo, en su realidad, hay algo indigno. Lo que santifica realmente el fin y justifica los esfuerzos y sacrificios que se hacen por él, son los medios, su perfección constante, su humanitarismo, su libertad creciente.

El comunismo contemporáneo ni siquiera ha llegado al comienzo de semejante situación. En cambio, se ha detenido bruscamente, vacilando con respecto a sus medios, pero seguro con respecto a sus fines.

En la historia ningún régimen democrático —o relativamente democrático mientras duró— se estableció predominantemente sobre la base de sus aspiraciones a fines ideales, sino más bien sobre la base de los pequeños medios cotidianos que tenía a la vista. Juntamente con éstos, cada uno de esos regímenes alcanzó, más o menos espontáneamente, grandes fines. Por otra parte, todos los despotismos han tratado de justificarse con sus fines ideales, y ni uno solo de ellos ha conseguido grandes fines.

La brutalidad absoluta, o sea el empleo de cualquier medio, está de acuerdo con la grandiosidad, e inclusive con la irrealidad, de los fines comunistas.

Con medios revolucionarios, el comunismo contemporáneo ha conseguido destruir una forma de sociedad y construir despóticamente otra. Al principio se guió por las ideas humanas primordiales, sumamente bellas, de la igualdad y la fraternidad; sólo más tarde ocultó tras esas ideas el establecimiento de su dominio por cualquier medio.

Como hace decir Dostoyevsky a su protagonista Shigaliev, citado por otro personaje, en Los poseídos:

“… Ha escrito algo bueno en ese manuscrito —añadió Verkhovensky—. Cada miembro de la sociedad espía a los otros, y es su deber informar contra ellos. Cada uno pertenece a todos y todos a cada uno. Todos son esclavos e iguales en su esclavitud. En los casos extremos defiende la calumnia y el asesinato, pero lo grande a este respecto es la igualdad… Los esclavos están destinados a ser iguales. Nunca ha habido libertad o igualdad sin despotismo…”

Así, al justificar los medios con el fin, el fin mismo se hace cada vez más lejano e irreal, en tanto que la terrible realidad de los medios se hace cada vez más obvia e intolerable.