LOS comunistas hablan de “moral comunista”, “el nuevo hombre socialista” y cosas parecidas como si hablaran de categorías éticas superiores. Esos conceptos vagos sólo tienen un fin práctico: la consolidación de las filas comunistas y la oposición a la influencia exterior. Pero no existen como verdaderas categorías éticas.
Como no puede surgir una ética comunista especial ni un “hombre socialista”, el espíritu de casta de los comunistas, y la moral especial y otros conceptos que fomentan entre ellos mismos, adquieren una intensidad tanto mayor. No se trata de principios absolutos, sino de normas morales cambiantes. Están incrustadas en el sistema jerárquico comunista, en el que casi todo está permitido en los círculos superiores, en tanto que las mismas cosas son condenadas si se practican en los círculos inferiores.
Este espíritu de casta y esta ética, variables e incompletos, han sufrido una evolución larga y variada y con frecuencia han constituido el estímulo para el mayor desarrollo de la nueva clase. El resultado final de esta evolución ha sido la creación de series especiales de normas morales para las diversas castas, siempre subordinadas a las necesidades prácticas de la oligarquía. La formación de esas éticas de casta coincide aproximadamente con la aparición de la nueva clase y se identifica con su abandono de las normas verdaderamente éticas y humanas.
Estas proposiciones exigen una exposición detallada.
Como todos los otros aspectos del comunismo, la ética de casta se deriva de la ética revolucionaria. Al principio, a pesar de que formaba parte de un movimiento aislado, se decía que esa ética era más humana que la de cualquier otra secta o casta. Pero un movimiento comunista comienza siempre como inspirado en el idealismo más alto y en el sacrificio más desinteresado y atrae a sus filas a las inteligencias mejor dotadas, más valientes e inclusive más nobles de la nación.
Esta afirmación, como la mayoría de las que se hacen en este libro, se refiere a los países en los que el comunismo se ha desarrollado principalmente a causa de las condiciones nacionales y en los que ha alcanzado el poder pleno, como Rusia, Yugoeslavia y China. Sin embargo, se aplica también, con algunas modificaciones, al comunismo en otros países.
El comunismo comienza en todas partes como una aspiración a una sociedad bella e ideal. Como tal, atrae e inspira a hombres de elevado nivel moral y que se distinguen por otras altas cualidades. Pero como el comunismo es también un movimiento internacional, se vuelve, como el girasol hacia el sol, hacia el movimiento más fuerte, hasta ahora principalmente el de la Unión Soviética. En consecuencia, hasta los comunistas de otros países donde no se hallan en el poder pierden rápidamente las características que tenían al comienzo y toman las de los que manejan el poder. El resultado es que los dirigentes comunistas del Occidente y de otros lugares se han acostumbrado a jugar con la verdad y los principios éticos con la misma facilidad que los de la Unión Soviética. Todo movimiento comunista tiene también al principio elevadas características morales que personas aisladas pueden conservar más tiempo y que provocan crisis cuando los dirigentes inician procedimientos amorales y cambios de actitud arbitrarios.
En la historia no ha habido muchos movimientos que, como el comunista, hayan iniciado su ascensión con principios morales tan elevados y con luchadores tan devotos, entusiastas e inteligentes, unidos entre sí no sólo por las ideas y el sufrimiento, sino también por el amor desinteresado, la camaradería, la solidaridad y esa sinceridad cálida y directa que sólo pueden producir las batallas en las que los hombres están destinados a vencer o morir. Los esfuerzos, pensamientos y deseos cooperativos; inclusive el esfuerzo más intenso para lograr el mismo método de pensar y sentir; el hallazgo de la felicidad personal y la formación de la individualidad mediante la completa consagración al bien colectivo del partido y los trabajadores; el sacrificio entusiasta por los demás, el cuidado y la protección de los jóvenes y el tierno respeto a los ancianos: tales son los ideales de los verdaderos comunistas cuando el movimiento se halla en su comienzo y es todavía verdaderamente comunista.
También la mujer comunista es más que una camarada o compañera de lucha. No se puede olvidar que ella, al intervenir en el movimiento, decidió sacrificarlo todo: la felicidad tanto del amor como de la maternidad. Entre los hombres y las mujeres del movimiento se crea una relación limpia, modesta y cordial, una relación en la que la solicitud por los camaradas se convierte en una pasión ajena al sexo. La lealtad, la ayuda mutua, la franqueza con respecto a los pensamientos más íntimos constituyen en general los ideales de los verdaderos comunistas.
Esto es cierto solamente cuando el movimiento es joven, antes que haya probado los frutos del poder.
El camino que lleva a la realización de esos ideales es muy largo y difícil. Los movimientos comunistas están formados por fuerzas y centros sociales variados. La homogeneidad interna no se alcanza de la mañana a la noche, sino mediante las luchas feroces de los diversos grupos y fracciones. Si las condiciones son favorables, el grupo o facción que gana la batalla es el que ha tenido más consciencia del avance hacia el comunismo y que, cuando se apodera del poder, es también el más moral. Mediante crisis morales, intrigas e insinuaciones políticas, calumnias mutuas, odios no razonados y choques bárbaros; mediante la corrupción y la decadencia intelectual, el movimiento asciende lentamente, aplastando a grupos e individuos, descartando a los superfluos, forjando su núcleo y su dogma, su ética, su psicología, su atmósfera y su manera de trabajar.
Cuando se hace verdaderamente revolucionario, el movimiento comunista y sus seguidores alcanzan, durante un momento, los altos niveles morales aquí descritos. Es un momento del comunismo en el que es difícil separar las palabras de los hechos, o más exactamente, en que los comunistas más importantes, genuinos e idealistas creen sinceramente en sus ideales y aspiran a ponerlos en práctica en sus métodos y su vida personal. Es el momento en que se está en la víspera de la batalla por el poder, momento que se da solamente en los movimientos que llegan a ese punto singular.
Es cierto que se trata de la ética de una secta, pero de una ética en un plano alto. El movimiento está aislado y con frecuencia no ve la verdad, pero esto no significa que no aspire a ella o que no la ame.
La moral interna y la fusión intelectual son el resultado de una larga batalla por la unidad ideológica y en la acción. Sin esa fusión ni siquiera se puede imaginar un verdadero movimiento comunista revolucionario. La “unidad de pensamiento y de acción” es imposible sin la unidad moral y psíquica. Y viceversa. Pero esta misma unidad psíquica y moral —para la que no se han escrito estatutos ni leyes, sino que se produce espontáneamente y se convierte en costumbre y hábito consciente— es lo que hace más que nada de los comunistas esa familia indestructible, incomprensible e impenetrable para los demás, inflexible en la solidaridad e identidad de sus reacciones, ideas y sentimientos. Más que ninguna otra cosa, la existencia de esa unidad psíquico-moral —que no se alcanza inmediatamente y que ni siquiera se forma finalmente sino como algo a que se aspira— es la señal más digna de confianza de que el movimiento comunista se ha consolidado y se ha hecho irresistible para sus seguidores y para otros muchos, poderoso porque se ha fundido en una pieza, un alma y un cuerpo. Esta es la prueba de que ha surgido un movimiento nuevo y homogéneo, un movimiento que encara un futuro completamente diferente del que preveía el movimiento al comienzo.
Sin embargo, todo esto se debilita, desintegra y desaparece lentamente en el curso de la ascensión al poder completo y la propiedad por los comunistas. Sólo subsisten las formas y ceremonias desnudas que carecen de verdadera substancia.
La monolítica cohesión interna que se creó durante la lucha con los opositores y los grupos semicomunistas se transforma en una unidad de asesores obedientes y burócratas mecánicos dentro del movimiento. Durante la ascensión al poder, la intolerancia, el servilismo, el pensamiento incompleto, el manejo de la vida personal —que en otro tiempo era ayuda de camaradas pero ahora es una forma de manejo oligárquico—, la rigidez y la introversión jerárquicas, el papel nominal y descuidado de las mujeres, el oportunismo, la concentración en sí mismo y el atropello sofocan a los principios elevados existentes en otro tiempo. Las admirables características humanas de un movimiento aislado se convierten lentamente en la ética intolerante y farisaica de una clase privilegiada. Así, la politiquería y el servilismo reemplazan a la rectitud anterior de la revolución. Cuando los héroes que estaban dispuestos a sacrificarlo todo, inclusive la ida, por los demás y por una idea, por el bien del pueblo, no han sido asesinados o puestos a un lado, se convierten en cobardes concentrados en sí mismos, sin ideas ni camaradas, dispuestos a renunciar a todo —el honor, la fama, la verdad y la ética— para mantener su puesto en la clase gobernante y el circulo jerárquico. El mundo ha visto pocos héroes tan dispuestos a sacrificarse y sufrir como los comunistas en vísperas y durante la revolución. Nunca se ha visto, probablemente, unos infelices sin carácter y defensores estúpidos de fórmulas áridas como lo que han llegado a ser después de alcanzar el poder. Aquellas admirables características humanas eran la condición para que el movimiento creara y consiguiera el poder; el espíritu de casta exclusivo y la carencia completa de principios y virtudes morales se han convertido en las condiciones para el poder y la subsistencia del movimiento. El honor, la sinceridad, el sacrificio y el amor a la verdad eran en otro tiempo cosas que podían ser comprendidas por sí mismas; ahora la mentira deliberada, la adulación, la calumnia, la impostura y la provocación se han ido convirtiendo poco a poco en las acompañantes inevitables del poder atroz, intolerante y que lo abarca todo de la nueva clase, e inclusive afectan a las relaciones entre los miembros de la clase.