TODAS las revoluciones y todos los revolucionarios emplean en abundancia medios opresivos e inescrupulosos.
Sin embargo, los revolucionarios anteriores no eran tan conscientes de sus métodos como lo han sido los comunistas. Eran incapaces de adaptar y utilizar sus métodos en la medida en que lo han hecho los comunistas.
“No necesitáis escoger los medios que habéis de utilizar contra los enemigos del movimiento… Debéis castigar no sólo a los traidores, sino también a los indiferentes; debéis castigar a todos los que permanecen inactivos en la república, a todos los que no hacen nada por ella”.
Estas palabras de Saint-Just las habría podido pronunciar cualquier dirigente comunista de la actualidad. Pero Saint-Just las pronunció en el calor de la revolución, para defender su destino. Los comunistas las pronuncian y actúan de acuerdo con ellas constantemente, desde el comienzo de su revolución hasta que alcanzan el poder completo, e inclusive en su decadencia.
Aunque los métodos comunistas superan a los de otros revolucionarios en alcance, duración y severidad, los comunistas no han empleado como regla general durante una revolución todos los medios que emplearon sus antagonistas. Sin embargo, aunque los métodos de los comunistas pueden haber sido menos sangrientos, se fueron haciendo cada vez más inhumanos cuanto más se alejaban de la revolución.
Como todos los movimientos sociales y políticos, el comunismo tiene que emplear métodos que convienen ante todo a los intereses y las relaciones de las autoridades. Las otras consideraciones, incluyendo las morales quedan subordinadas.
Aquí sólo nos interesan los métodos empleados por el comunismo contemporáneo, los cuales, según la situación, pueden ser suaves o severos, humanos o inhumanos, pero son distintos de los utilizados por otros movimientos políticos y sociales y distinguen al comunismo de otros movimientos, revolucionarios o no.
Esta distinción no se basa en el hecho de que los métodos comunistas son quizá los más brutales que registra la historia. La brutalidad es su aspecto más obvio, pero no el más intrínseco. Un movimiento que tiene como fin la transformación de la economía y de la sociedad por medio de la tiranía tiene que recurrir a métodos brutales. Todos los otros movimientos revolucionarios han utilizado y necesitado utilizar los mismos métodos. Pero el hecho de que su tiranía tuviese una duración más breve fue la razón de que no pudieron emplear todos esos métodos. Además, su opresión no podía ser tan total como la de los comunistas, porque se produjo en circunstancias que no permitían que lo fuese.
Sería todavía menos justificable buscar las razones de los métodos comunistas en el hecho de que los comunistas carecen de principios éticos o morales. Excepto por la circunstancia de que son comunistas, son hombres como todos los demás que en las relaciones entre ellos mismos se atienen a los principios morales habituales en las sociedades humanas. La falta de ética entre ellos no es la razón de sus métodos, sino el resultado de ellos. En los principios y las palabras los comunistas se adhieren a los preceptos morales y los métodos humanos. Creen que se ven obligados “temporariamente” a recurrir a algo contrario a sus ideas éticas. También los comunistas creen que sería mucho mejor que no tuvieran que obrar en contra de sus doctrinas morales. En esto no se diferencian mucho de los participantes en otros movimientos políticos, salvo en que se han divorciado del humanitarismo en una forma más permanente y monstruosa.
Pueden descubrirse numerosas características que distinguen al comunismo contemporáneo de otros movimientos en el uso de los métodos. Esas características son predominantemente cuantitativas o están animadas por distintas condiciones históricas y por los fines de los comunistas.
Sin embargo, hay una característica integral del comunismo contemporáneo que distingue sus métodos de los de otros movimientos políticos. A primera vista esta característica podría parecer semejante a las de algunas iglesias en el pasado. Nace de los fines idealistas para conseguir los cuales los comunistas emplean todos los medios. Esos medios se han hecho cada vez más temerarios a medida que los fines se hacían irrealizables. Ningún principio moral puede justificar el empleo de esos métodos, ni siquiera para alcanzar fines idealistas. Su empleo tacha a quienes los utilizan como manejadores del poder inescrupulosos y crueles. Las clases, los partidos y las formas de propiedad anteriores ya no existen o han sido incapacitados, pero los métodos no han cambiado esencialmente. En realidad, alcanzan al presente su mayor inhumanidad.
Cuando la nueva clase explotadora asciende al poder trata de justificar sus métodos no idealistas invocando sus fines idealistas. La inhumanidad de los métodos de Stalin llegó a su culminación cuando trató de construir una “sociedad socialista”. Porque debe mostrar que sus intereses son exclusiva e idealmente la finalidad de la sociedad y porque tiene que mantener el intelectual y todos los otros tipos de monopolio, la nueva clase se ve obligada a proclamar que los métodos que emplea no son importantes. Sus representantes gritan que lo que importa es el fin, y todo lo demás es insignificante. Lo que importa es que “tengamos” ahora el socialismo. Los comunistas justifican así la tiranía, la vileza y el crimen.
Claro está que el partido tiene que asegurar el fin mediante instrumentos especiales, lo que lo convierte en algo dominante y supremo en sí mismo, como la Iglesia en la Edad Media. He aquí lo que decía en 1411 Dietrich von Nieheim, obispo nominal de Verden:
“Cuando su existencia está amenazada, la Iglesia se libera de los edictos morales. La unidad como fin santifica todos los medios: la perfidia, la traición, la tiranía, la simonía, las prisiones y la muerte. Pues todas las órdenes sacerdotales existen a causa de los fines de la sociedad y la personalidad debe ser sacrificada al bien general”.
También estas palabras parecen haber sido pronunciadas por algún comunista contemporáneo.
Hay mucho de feudal y fanático en el dogmatismo del comunismo contemporáneo. Pero no vivimos en la Edad Media ni el comunismo contemporáneo es una iglesia. El hincapié en el monopolismo ideológico y de otras clases es lo único que hace que el comunismo contemporáneo se parezca a la Iglesia medieval; la esencia de ambos es distinta. La Iglesia era sólo en parte propietaria y gobernante; en los casos más extremos aspiraba a perpetuar un sistema social determinado por medio del dominio absoluto de la mente. Las iglesias perseguían a los herejes inclusive por razones dogmáticas que no exigían siempre las necesidades prácticas directas. Según la propia Iglesia, trataba de salvar a las almas pecadoras y herejes destruyendo los cuerpos. Consideraba permitidos todos los medios terrenales con el propósito de alcanzar el reino de los cielos.
Pero los comunistas desean ante todo la autoridad física o estatal. La persecución intelectual y la fiscalización de las ideas, ejercidas por razones dogmáticas, son sólo medios auxiliares para fortalecer el poder del Estado. A diferencia de la Iglesia, el comunismo no es el sostén del sistema, sino su encarnación.
La nueva clase no surgió de pronto, sino que fue evolucionando y transformándose de un grupo revolucionario en uno propietario y reaccionario. También sus métodos, aunque parecían los mismos, se transformaron esencialmente de revolucionarios en tiránicos y de protectores en despóticos.
Los métodos comunistas son en esencia amorales e inescrupulosos aunque en la forma sean especialmente severos. Por ser completamente totalitario, el régimen comunista no puede permitirse mucha elección de medios. Y los comunistas no pueden renunciar a lo esencial —la imposibilidad de elegir los medios— porque desean conservar el poder absoluto y sus intereses egoístas.
Aunque no lo desearan, los comunistas tendrían que ser propietarios y déspotas y que utilizar muchos medios con ese propósito. A pesar de las teorías de felicidad y de las buenas inclinaciones que puedan tener, su sistema mismo los lleva a la utilización de todos los medios. En caso de urgencia se encuentran en situación de actuar como campeones morales e intelectuales y verdaderos dueños de todos los medios disponibles.