LO mismo sucede en el arte. En este campo los favores se extienden, en medida creciente, a las formas ya establecidas y las opiniones vulgares. Esto es incomprensible, pues no hay arte sin ideas, o sin algún efecto en la conciencia. El monopolio de las ideas y la formación de las conciencias son los requisitos previos de los gobernantes. Los comunistas son tradicionalistas en arte, sobre todo a causa de la necesidad de mantener su monopolio sobre el pensamiento de la gente, pero también a causa de su ignorancia y parcialidad. Algunos de ellos toleran una especie de libertad democrática en el arte moderno, pero esto es sólo un reconocimiento de que no comprenden el arte moderno y en consecuencia creen que deben permitirlo. Lenin pensaba así con respecto al futurismo de Mayakovsky.
A pesar de esto, los pueblos atrasados que viven bajo los sistemas comunistas experimentan un renacimiento cultural juntamente con el técnico. La cultura se hace más accesible para ellos, aunque les llega principalmente en forma de propaganda. A la nueva clase le interesa la difusión de la cultura porque la industrialización trae consigo la necesidad de un trabajo de calidad superior y de aumentar las oportunidades intelectuales. La red de escuelas y de ramas profesionales del arte se ha extendido muy rápidamente, a veces sobrepasando a las necesidades y capacidades reales. El progreso en el arte es innegable.
Después de una revolución y antes que la clase gobernante haya establecido un monopolio completo, se crean generalmente importantes obras de arte. Esto sucedió en la Unión Soviética con anterioridad a la década de 1930; y eso sucede actualmente en Yugoeslavia. Es como si la revolución hubiese despertado los talentos dormidos, aunque el despotismo, que nace también de la revolución, ahoga cada vez más el arte.
Los dos métodos básicos para ahogar las artes son la oposición a sus aspectos intelectuales e idealistas y la oposición a las innovaciones en la forma.
En la época de Stalin llegaron las cosas al extremo de que estaban prohibidas todas las formas de expresión artística excepto las que le agradaban a Stalin. Éste no poseía un gusto particularmente bueno; era duro de oído y le agradaban los versos octosílabos y alejandrinos. Deutscher ha afirmado que el estilo de Stalin se convirtió en el estilo nacional. La aceptación de las opiniones oficiales sobre las formas artísticas se hizo tan obligatoria como la adopción de las ideas oficiales.
No ha sucedido siempre esto en los sistemas comunistas, ni es inevitable que suceda. En 1925 se tomó en la Unión Soviética una resolución declarando que “el partido en conjunto no puede en modo alguna adherirse a una causa en el campo de la forma literaria”. Pero el partido no renunciaba a la llamada “ayuda ideológica”, es decir a su control ideológico y político de los artistas. Ese fue el máximo de democracia a que llegó el comunismo en el campo del arte. Los dirigentes yugoeslavos adoptan la misma actitud al presente. Después de 1953, cuando comenzó el abandono de las formas democráticas en favor de la burocracia, fueron estimulados los elementos más primitivos y reaccionarios. Se inició una caza furiosa de intelectuales petit bourgeois que tenía abiertamente por objetivo el control de las formas artísticas. De la noche a la mañana todo el mundo intelectual se volvió contra el régimen. En consecuencia, el régimen tuvo que dar marcha atrás y anunció, por medio de un discurso de Kardelj, que el partido no puede prescribir la forma misma, pero no permitiría “el contrabando ideológico antisocialista”, es decir opiniones que el régimen considerara antisocialistas. Los partidos bolcheviques habían tomado esa misma actitud en 1925. Éstos constituían los límites “democráticos” del régimen yugoeslavo con respecto al arte. Sin embargo, eso no cambió, ni mucho menos, las actitudes internas de la mayoría de los dirigentes yugoeslavos. Privadamente consideran a todo el mundo intelectual y artístico como “inseguro”, petit bourgeois o, para decirlo más suavemente, “ideológicamente confuso”. En el diario más importante de Yugoeslavia (Politika, 25 de mayo de 1954) se citan las siguientes palabras “inolvidables” de Tito: “Un buen libro de texto es más valioso que cualquier novela”. Han continuado los periódicos ataques histéricos contra la “decadencia”, las “ideas destructoras” y las “opiniones hostiles” en arte.
La cultura yugoeslava, a diferencia de la cultura soviética, ha conseguido por lo menos ocultar, más bien que destruir, los opiniones descontentas y turbulentas con respecto a las formas artísticas. Esto no ha podido hacerlo la cultura soviética. Una espada cuelga sobre la cultura yugoeslava, pero la espada se ha clavado en el corazón de la cultura soviética.
La relativa libertad de forma, que los comunistas sólo pueden suprimir periódicamente, no puede liberar por completo a la persona creadora. El arte, aunque sea indirectamente, tiene también que expresar ideas nuevas por medio de la forma misma. Hasta en los países comunistas en los que se concede mayor libertad al arte sigue sin resolverse la contradicción entre la libertad de forma prometida y la fiscalización obligatoria de las ideas. Esta contradicción aflora de vez en cuando, a veces en la forma de ataques a las ideas “de contrabando” y otras veces en la obra de los artistas que se ven obligados a emplear formas particulares. Aflora esencialmente a causa del conflicto entre las desenfrenadas aspiraciones monopolistas del régimen y las irresistibles aspiraciones creadoras de los artistas. Se trata en realidad del mismo conflicto que existe entre el espíritu creador de la ciencia y el dogmatismo comunista; no ha hecho sino pasar al campo del arte.
Todo pensamiento o idea nuevo tiene que ser primeramente examinado en su esencia, aprobado o desaprobado, y ajustado a un marco innocuo. Como les sucede con otros conflictos, los dirigentes comunistas no pueden resolver éste. Pero pueden, como hemos visto, sacarse a sí mismos de la dificultad periódicamente, por lo general a expensas de la verdadera libertad de creación artística. En los sistemas comunistas no ha sido posible, a causa de esa contradicción, desarrollar temas de arte genuinos o una teoría del arte.
Una obra de arte, por su naturaleza misma, es habitualmente una crítica de una situación o de unas relaciones determinadas. En los sistemas comunistas, por lo tanto, no es posible la creación artística basada en temas reales. Sólo se permite el elogio de una situación dada o la crítica de los opositores al sistema. En esas condiciones el arte no puede tener valor alguno.
En Yugoeslavia los funcionarios y algunos artistas se quejan de que no existen obras de arte que muestren “nuestra realidad socialista”. En la Unión Soviética, por otra parte, se crean toneladas de obras de arte basadas en temas reales, pero puesto que no reflejan la verdad, no tienen valor alguno, el público se apresura a rechazarlas y más tarde inclusive caen bajo la crítica oficial.
El método es variado, pero el resultado final es el mismo.