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LA economía planificada comunista oculta dentro de si misma una anarquía de un género especial. A pesar de ser planificada, es quizá la más despilfarradora en la historia de la sociedad humana. Esto puede parecer extraño si se tiene en cuenta el desarrollo relativamente rápido de algunas ramas particulares de la economía, y de la economía en conjunto, pero tiene una base sólida.

El despilfarro en proporciones fantásticas era inevitable si manejaba la economía un grupo que lo veía todo, inclusive la economía, desde el punto de vista estrecho de su propiedad y su ideología. ¿Cómo podía un grupo de este género administrar eficaz y frugalmente una compleja economía moderna, una economía que, a pesar de los planes más completos, mostraba de día en día tendencias internas y externas variadas y con frecuencia contradictorias? La ausencia de toda clase de crítica, e inclusive de toda clase de sugestión importante, lleva inevitablemente al derroche y el estancamiento.

A causa de esta omnipotencia política y económica es imposible evitar las empresas ruinosas aunque se tengan las mejores intenciones. Se presta muy poca atención a lo que significa el costo de esas empresas para la economía en general. ¿Cuánto le cuesta a una nación una agricultura estancada a causa del temor supersticioso que sienten los comunistas con respecto al campesino y de las inversiones irrazonables en la industria pesada? ¿Cuál es el costo del capital invertido en industrias ineficientes? ¿Qué cuestan los obreros mal pagados que, en consecuencia, trabajan mal y lentamente? ¿Qué cuesta la mala calidad de la producción? No se tienen en cuenta estos costos, ni pueden ser calculados.

Así como administran la economía, los dirigentes comunistas lo manejan todo de una manera contraria a sus propias doctrinas, es decir desde su punto de vista personal. Y la economía es precisamente la ciencia que menos tolera la arbitrariedad. Aunque deseasen hacerlo, los dirigentes no podrían tomar en consideración los intereses de la economía en conjunto. Por razones políticas, el grupo gobernante decide qué es lo “vitalmente necesario”, “de importancia esencial” o “decisivo” en un momento determinado. Nada le impide llevar a cabo lo que se propone, pues no teme perder su poder o su propiedad.

Los dirigentes admiten periódicamente la crítica o la autocrítica y citan las experiencias cuando es evidente que algo no progresa o cuando se ha puesto de manifiesto un derroche tremendo. Khrushchev criticó a Stalin por su política agrícola. Tito criticó a su propio régimen por las inversiones de capital excesivas y el derroche de miles de millones. Ochab se criticó a sí mismo por su descuido “condicional” del nivel de vida. Pero la esencia sigue siendo la misma. Los mismos hombres prolongan el mismo sistema siguiendo aproximadamente el mismo método, hasta que se hacen evidentes las brechas y las “irregularidades”. Las pérdidas ya no pueden ser reparadas, por lo que el régimen y el partido no cargan con la responsabilidad de esas pérdidas. Han “advertido” los errores y hay que “corregirlos”. ¡Y todo tiene que comenzar de nuevo!

No existen pruebas de que un solo dirigente comunista haya sufrido por haber derrochado improductiva o fantásticamente los medios a su disposición. Pero muchos han sido depuestos por sus “desviaciones ideológicas”.

En los sistemas comunistas son inevitables los robos y las malversaciones. No es sólo la pobreza lo que hace que la gente robe la “propiedad nacional”, sino también el hecho de que la propiedad no parece pertenecer a nadie. Todos los objetos de valor lo pierden de algún modo, lo que crea una atmósfera favorable para el robo y el derroche. En 1954, solamente en Yugoeslavia, se descubrieron más de 20.000 casos de robo de la “propiedad socialista”. Los dirigentes comunistas manejan la propiedad nacional como si fuera suya, pero también la derrochan como si fuera de otros. Tal es la naturaleza de la propiedad y del gobierno en ese sistema.

El mayor despilfarro no es ni siquiera visible. Es el despilfarro del potencial humano. El trabajo lento e improductivo de millones de personas desinteresadas, juntamente con la prohibición de todo trabajo no considerado “socialista”, constituyen el despilfarro calculable, invisible y gigantesco que ningún régimen comunista ha podido evitar. Aunque se adhieren a la teoría de Smith de que el trabajo crea valor, teoría que adoptó Marx, los que manejan el poder no prestan la menor atención al trabajo y al potencial humano, pues los consideran como algo muy poco valioso que se puede reemplazar fácilmente.

El temor que sienten los comunistas a la “resurrección del capitalismo”, o a las consecuencias económicas que se derivarían de estrechos motivos “ideológicos” de clase, ha costado a la nación una gran pérdida de riqueza y puesto freno a su desarrollo. Industrias enteras son destruidas porque el Estado no se halla en situación de mantenerlas o desarrollarlas; sólo a lo que pertenece al Estado se lo considera “socialista”.

¿Hasta dónde y durante cuánto tiempo puede seguir así una nación? Se acerca el momento en que la industrialización, que al principio hizo inevitable el comunismo, hará superflua, al seguir desarrollándose, la forma comunista del gobierno y de la propiedad.

El derroche es tremendo a causa del aislamiento de las economías comunistas. Toda economía comunista es esencialmente autárquica. Las razones de esa autarquía residen en el carácter de, su gobierno y su propiedad.

Ningún país comunista —ni siquiera Yugoeslavia, que se vio obligada a cooperar más extensamente con países no comunistas a causa de su conflicto con Moscú— ha conseguido desarrollar el comercio exterior más allá del tradicional intercambio de mercaderías. No se ha llegado a una producción planificada en escala mayor en cooperación con otros países.

Los planes comunistas, entre otras cosas, tienen muy poco en cuenta las necesidades de los mercados mundiales o la producción en otros países. En parte como consecuencia de esto, y en parte como resultado de motivos ideológicos y de otras clases, los gobiernos comunistas toman demasiado poco en cuenta las condiciones naturales que afectan a la producción. Construyen con frecuencia plantas industriales sin contar con las materias primas suficientes, y casi nunca prestan atención al nivel mundial de los precios y la producción. Producen algunas mercaderías a un costo varias veces mayor que el de otros países. Simultáneamente, son descuidadas otras ramas de la industria que podrían superar en productividad al promedio mundial, o que podrían producir a precios inferiores al promedio mundial. Se crean nuevas industrias aunque los mercados mundiales estén abarrotados con las mercaderías que van a producir. La población trabajadora tiene que pagar todo eso para que los oligarcas sean “independientes”.

Éste es uno de los aspectos del problema común a todos los regímenes comunistas. Otro es la carrera insensata del “primer país socialista”, la Unión Soviética, para alcanzar y sobrepasar a los países más avanzados. ¿Qué cuesta eso? ¿Y a dónde lleva?

Quizá la Unión Soviética pueda alcanzar en algunas ramas de la economía a los países más avanzados. Mediante un derroche infinito del potencial humano, los salarios bajos y el descuido de otras ramas de la industria, eso es posible. Es una cuestión enteramente distinta si se lo puede justificar económicamente.

Esos planes son agresivos en sí mismos. ¿Qué puede hacer pensar al mundo no comunista el hecho de que la Unión Soviética esté decidida a mantener el primer puesto en la producción de acero y petróleo crudo a costa de un bajo nivel de vida? ¿Qué queda de la “coexistencia” y la “cooperación de los amantes de la paz” si consisten en la competencia en la industria pesada y en un intercambio comercial muy pequeño? ¿Qué queda de la cooperación si la economía comunista se desarrolla autárquicamente, pero penetra en el mundo principalmente por razones ideológicas?

Esos planes y relaciones malgastan el potencial humano y la riqueza nacionales y mundiales y están injustificados desde todos los puntos de vista salvo el de la oligarquía comunista. El progreso técnico y las necesidades vitales cambiantes hacen que una rama de la economía tenga importancia en un momento y otra en el momento siguiente. Esto es cierto tanto para las naciones como para el mundo en general. ¿Qué sucederá si dentro de cincuenta años el acero y el petróleo pierden la importancia que tienen en la actualidad? Los dirigentes comunistas no tienen en cuenta ésta y otras muchas cosas.

Los esfuerzos para vincular las economías comunistas, la soviética en primer término, al resto del mundo, y para introducirse en el mundo por medio de esas economías están lejos de hallarse a la altura de la técnica y las otras capacidades de esas economías. En su etapa actual esas economías podrían cooperar con el resto del mundo en un grado mucho mayor que en el que lo hacen. El fracaso en el uso de esas capacidades para cooperar con el mundo exterior y la prisa por introducirse en ese mundo por razones ideológicas y de otras clases se deben al monopolio que ejercen los comunistas sobre e la economía y a su necesidad de mantenerse en el poder.

Lenin tenía en gran parte razón cuando afirmó que la política es una “economía concentrada”. Esto ha sido invertido en el sistema comunista, en el que la economía se ha convertido en política concentrada. Es decir, la política desempeña un papel casi decisivo en la economía.

La separación del mercado mundial, o la creación de un mercado “socialista mundial” que inició Stalin y a la que permanecen fieles los dirigentes soviéticos, representa quizá el motivo principal de la tensión mundial y el despilfarro que se produce en todo el mundo.

El monopolio de la propiedad y los métodos de producción anticuados —quienquiera que los emplee o cualquiera que sea su clase— se hallan en conflicto con las necesidades económicas mundiales. La libertad contra la propiedad se ha convertido en un problema mundial.

La abolición de la propiedad privada o capitalista en los Estados comunistas atrasados ha hecho posible su progreso económico rápido, si no suave. Esos Estados se han convertido en grandes potencias físicas, nuevas y resistentes, con una clase rígida y fanática que ha saboreado los frutos de la autoridad y la propiedad. Este acontecimiento no puede resolver ninguna de las cuestiones que interesaban al socialismo clásico del siglo XIX, ni siquiera las que interesaban a Lenin; y todavía menos puede asegurar el progreso económico sin dificultades y convulsiones internas.

A pesar de su poderosa concentración de fuerzas en un par de manos y de sus éxitos rápidos aunque desequilibrados, el sistema económico comunista ha venido mostrando profundas grietas y debilidades desde que alcanzó su victoria completa. Aunque todavía no ha llegado a la cima de su poderío, encuentra ya dificultades. Su porvenir es cada vez menos seguro. El sistema económico comunista tendrá que luchar furiosamente, dentro y fuera, para subsistir.