LOS regímenes comunistas han conseguido resolver muchos problemas insolubles para los sistemas anteriores. También están consiguiendo resolver el problema de la nacionalidad tal como existía hasta el momento en que llegaron al poder. Pero no han podido resolver por completo el conflicto de la burguesía nacional. Ese problema ha reaparecido en los regímenes comunistas en una forma nueva y más grave.
El gobierno nacional se realiza en la Unión Soviética mediante una burocracia muy desarrollada. Pero en Yugoeslavia se producen disputas a causa de la fricción entre las burocracias nacionales. Ni en el primero ni en el segundo caso tienen nada que ver las disputas nacionales en el viejo sentido. Los comunistas no son nacionalistas; para ellos la insistencia en el nacionalismo es sólo una fórmula, como cualquier otra fórmula, mediante la cual fortalecen su poder. Con ese propósito pueden actuar de vez en cuando inclusive como patrióticos vehementes. Stalin era georgiano, pero en la práctica y en la propaganda, siempre que era necesario, se mostraba como un gran ruso rabioso. Khrushchev admitió que entre los errores de Stalin figuraba la exterminación de pueblos enteros. Stalin y Compañía utilizaban los prejuicios nacionales de la nación en conjunto —la nación rusa— como si ésta se hubiera compuesto de hotentotes. Los dirigentes comunistas recurrirán siempre a lo que consideren útil, como la predicación de la igualdad de derechos entre las burocracias nacionales, que para ellos es prácticamente lo mismo que la demanda de igualdad de derechos entre las nacionalidades.
Sin embargo, los sentimientos y los intereses nacionales no se hallan en la base del conflicto entre las burocracias nacionales comunistas. El motivo es enteramente distinto: es la supremacía en la zona de uno, en la esfera que se halla bajo la administración de uno. La lucha por la reputación y los poderes de la república de uno no va mucho más allá del deseo de fortalecer el poder de uno. Las unidades nacionales del Estado comunista no tienen más importancia que la de ser divisiones administrativas sobre la base del idioma. Los burócratas comunistas son patriotas locales vehementes en defensa de sus propias unidades administrativas, aunque no hayan adquirido una preparación para actuar en esa unidad sobre una base lingüística o nacional. En algunas unidades puramente administrativas de Yugoeslavia (los consejos regionales) el patrioterismo ha sido mayor que en los gobiernos de las repúblicas nacionales.
Entre los comunistas se puede encontrar tanto el patrioterismo burocrático miope como una decadencia de la conciencia nacional, inclusive en las mismas personas, lo que depende de las oportunidades y las necesidades.
El lenguaje que hablan los comunistas es apenas el mismo que habla la gente que gobiernan. Las palabras son las mismas, pero las expresiones, el significado, el sentido interno son exclusivos de ellos.
Aunque sean autárquicos con respecto a los otros sistemas y localistas dentro de su propio sistema, los comunistas pueden ser internacionalistas fervientes cuando les interesa serlo. Las diversas naciones, cada una de las cuales tenía en otro tiempo su forma y su color propios, su historia y sus esperanzas propias, ahora se hallan virtualmente detenidas, grises y lánguidas, bajo las oligarquías omnipotentes, omnisapientes y esencialmente no nacionales. Los comunistas no han conseguido excitar o despertar a las naciones; en este sentido tampoco han conseguido resolver las cuestiones nacionalistas. ¿Quién sabe al presente algo de los escritores y las figuras políticas ucranios? ¿Qué ha sido de esa nación, que tiene el mismo tamaño que Francia y era en otro tiempo la nación más avanzada de Rusia? Se creería que bajo esa máquina impersonal de opresión sólo puede quedar una masa de población amorfa e informe.
No es así, sin embargo.
Así como siguen viviendo la personalidad, las diversas clases sociales y las ideas, así también siguen viviendo las naciones. Funcionan, luchan contra el despotismo y conservan intactas sus características distintivas. Su conciencia y su alma pueden ser sofocadas, pero no destruidas. Aunque están subyugadas, no se han rendido. La fuerza que las mueve al presente es algo más que el viejo nacionalismo burgués; es un deseo imperecedero de ser dueñas de sí mismas, y de llegar, mediante su propia voluntad libre, a una confraternidad cada vez mayor con el resto de la raza humana en su existencia eterna.