FUNDADO por la fuerza y la violencia, en constante conflicto con su población, el Estado comunista, aunque no haya motivos externos, tiene que ser militarista. El culto de la fuerza, especialmente de la fuerza militar, en ninguna parte predomina tanto como en los países comunistas. El militarismo es la necesidad fundamental interna de la nueva clase, es una de las fuerzas que hacen posibles la existencia, la fuerza y los privilegios de la nueva clase.
Bajo la urgencia constante de ser ante todo y, cuando es necesario, exclusivamente un órgano de violencia, el Estado comunista ha sido burocrático desde el comienzo. Mantenido por el despotismo de un puñado de manejadores del gobierno, el Estado comunista tiene más poder que cualquier otro organismo estatal con la ayuda de diversas leyes y reglamentos. Poco tiempo después de su creación el Estado comunista se llena con tantas reglamentaciones que hasta a los jueces y abogados les es difícil abrirse camino entre ellas. Todo tiene que ser reglamentado y confirmado exactamente, aunque se obtenga poco beneficio de ello. Por razones ideológicas, los legisladores comunistas dictan con frecuencia leyes sin tener en consideración la verdadera situación y las posibilidades prácticas. Sumidos en fórmulas “socialistas” legales y abstractas, no sometidos a la crítica ni la oposición, comprimen la vida en párrafos que las asambleas ratifican mecánicamente.
El gobierno comunista no es burocrático, sin embargo, cuando se trata de las necesidades de la oligarquía y de los métodos de trabajo de sus dirigentes. Ni siquiera en casos excepcionales les agrada a los jefes del Estado y el partido encadenarse con reglamentos. Los planes de acción y las decisiones políticas están en sus manos y esas cosas no consienten demoras ni un formulismo demasiado estricto. En las decisiones que conciernen a la economía en general y en todas las otras cuestiones, salvo las que carecen de importancia o son puramente formales, los jefes actúan sin restricciones excesivas. Los creadores de la burocracia y el centralismo político más rígidos no son personalmente burócratas ni están atados por reglamentos legales. Por ejemplo, Stalin no era un burócrata en aspecto alguno. El desorden y la demora prevalecen en las oficinas y establecimientos de muchos dirigentes comunistas.
Esto no impide que de vez en cuando se declaren “contra la burocracia”, es decir contra la inescrupulosidad y la lentitud en la administración. En la actualidad libran una batalla contra la forma estalinista de administración burocrática. Sin embargo, no tienen la intención de eliminar la burocracia fundamental desenfrenada en el manejo del aparato político dentro de la economía y el Estado.
En esta “batalla contra la burocracia” los dirigentes comunistas se refieren habitualmente a Lenin. Pero un estudio muy atento de las obras de Lenin revela que no previó que el nuevo sistema se encaminara hacia la burocracia política. En el conflicto con la burocracia heredada en parte de la administración zarista, Lenin atribuía la mayoría de las dificultades al hecho de que “no existen aparatos compuestos por personas tomadas de una lista de comunistas o de una lista de miembros de escuelas del partido soviético”. Los viejos funcionarios desaparecieron bajo el régimen de Stalin y los comunistas de la “lista” ocuparon sus puestos, a pesar de lo cual siguió creciendo la burocracia. Hasta en países como Yugoeslavia, donde se debilitó considerablemente la administración burocrática, no desapareció su esencia, el monopolio de la burocracia política y las relaciones derivadas de él. Inclusive cuando es abolida como método administrativo la burocracia sigue existiendo como relación político-social.
El Estado o gobierno comunista tiende a representar por completo al individuo, la nación y hasta sus propios representantes. Aspira a convertir a todo el Estado en un Estado de funcionarios. Aspira a reglamentar y manejar, directa o indirectamente, los salarios, los alojamientos e inclusive las actividades intelectuales. Los comunistas no distinguen a las personas en cuanto a si son o no son funcionarios, sino por el sueldo que reciben y el número de privilegios de que gozan. Mediante la colectivización, inclusive el agricultor se convierte poco a poco en un miembro de la sociedad burocrática general.
Sin embargo, este es el aspecto externo. En el sistema comunista se hallan rigurosamente divididos los grupos sociales. Pero no obstante esas diferencias y conflictos, la sociedad comunista está en conjunto más unificada que cualquiera otra. La debilidad del conjunto se debe a las actitudes y relaciones obligatorias y a los elementos antagónicos que la componen. Sin embargo, cada parte depende de todas las demás partes, como en un mecanismo único y gigantesco.
En un gobierno o Estado comunista, así como en una monarquía absoluta, el desarrollo de la personalidad humana es un ideal abstracto. En el período de la monarquía absoluta, cuando los mercantilistas impusieron la primacía del Estado sobre la economía, la corona misma, por ejemplo Catalina la Grande, creyó que el gobierno estaba obligado a reeducar al pueblo. Los dirigentes comunistas piensan y actúan del mismo modo. Pero en época de la monarquía absoluta el gobierno hacía eso en un intento de subordinar las ideas existentes a las de él. Hoy día, en el sistema comunista, el gobierno es simultáneamente el propietario y el ideólogo. Esto no significa que la personalidad humana haya desaparecido o que se haya convertido en una rueda pasiva e impersonal que gira en un mecanismo estatal grande y despiadado de acuerdo con la voluntad de un hechicero omnipotente. La personalidad, tanto colectiva como individual, es indestructible por su naturaleza misma, inclusive en el sistema comunista. Claro está que ese sistema la sofoca más que otros y su individualidad tiene que manifestarse de diferente modo.
Su mundo es un mundo de pequeñas preocupaciones cotidianas. Cuando esas preocupaciones y los deseos consiguientes chocan con la fortaleza del sistema, que ejerce el monopolio sobre la vida material e intelectual de la población, ni siquiera ese mundo minúsculo es libre o seguro. En el sistema comunista la inseguridad es el sistema de vida del individuo. El Estado le da la oportunidad de ganarse la vida, pero con la condición de que se someta. La personalidad se divide entre lo que desea y lo que puede conseguir realmente. Está en libertad para reconocer los intereses colectivos y someterse a ellos, lo mismo que en todos los demás sistemas; pero también puede rebelarse contra los usurpadores representantes de lo colectivo. La mayoría de las personas que viven dentro de un sistema comunista no se oponen al socialismo, sino a la manera como se lo pone en práctica. Esto confirma que los comunistas no practican un verdadero socialismo. El individuo se rebela contra las limitaciones que benefician a la oligarquía, no contra las que benefician a la sociedad.
Quien no vive bajo esos sistemas no puede explicarse cómo seres humanos, sobre todo pueblos tan orgullosos y valientes, han podido renunciar a la libertad de pensamiento y trabajar tanto. La explicación más exacta, aunque no la más completa, de esa situación es la severidad y totalidad de la tiranía. Pero en la raíz de esa situación hay razones más profundas.
Una de ellas es histórica. El pueblo se vio obligado a soportar la pérdida de la libertad a causa de la necesidad irresistible del cambio económico. Otra razón es de carácter intelectual y moral. Puesto que la industrialización se había convertido en una cuestión de vida o muerte, el socialismo, o el comunismo, como su expresión ideal, se convirtió también en el ideal o la esperanza, casi hasta el extremo de una obsesión religiosa, tanto entre parte de la población en general como entre los comunistas. En opinión de quienes no pertenecían a las viejas clases sociales, una revuelta deliberada y organizada contra el partido o contra el gobierno habría equivalido a una traición contra la patria y los ideales más elevados.
La razón más importante de que no hubiera una resistencia organizada al comunismo es el totalitarismo del Estado comunista. Ha penetrado en todos los poros de la sociedad y de la personalidad, en la visión de los científicos, la inspiración de los poetas y los sueños de los amantes. Levantarse contra él significaría no sólo morir con la muerte de un individuo desesperado, sino también ser infamado y expulsado de la sociedad. No hay aire ni luz bajo el puño de hierro del gobierno comunista.
Ninguno de los dos tipos principales de grupos opositores —el que surgió de las clases más viejas y el que brotó del comunismo original mismo— encontró los medios de luchar contra esa intrusión en su libertad. El primer grupo tiraba hacia atrás, en tanto que el segundo realizaba una actividad revolucionaria obtusa y atolondrada y se dedicaba a sutilizar acerca del dogma con el régimen. Las condiciones no estaban todavía maduras para el hallazgo de caminos nuevos.
Entretanto, el pueblo recelaba instintivamente del camino nuevo y se oponía a cada paso y cada detalle minúsculo. Al presente esa resistencia constituye la amenaza mayor y más real para los regímenes comunistas. Los oligarcas comunistas ya no saben lo que piensan o sienten las masas. Los regímenes se sienten inseguros en un mar de descontento profundo y oscuro.
Aunque la historia no registra otro sistema que haya tenido tan buen éxito como la dictadura comunista en la represión de su oposición, ninguno ha provocado un descontento tan profundo y extenso. Parecería que cuanto más se aplasta la conciencia y cuanto menos oportunidades existen para establecer una organización, tanto mayor es el descontento.
El totalitarismo comunista lleva al descontento total, en el que van desapareciendo gradualmente todas las diferencias de opinión, pero no el odio y la desesperación. La resistencia espontánea —el descontento de millones de personas con los detalles cotidianos de la vida— es la forma de resistencia que los comunistas no han podido sofocar. Esto se confirmó durante la guerra germano-soviética. Cuando los alemanes atacaron a la Unión Soviética, los rusos mostraron al parecer pocos deseos de resistir. Pero Hitler mostró enseguida que sus intenciones eran la destrucción del Estado ruso y la conversión de los eslavos y los otros pueblos soviéticos impersonales del Herrenvolk. De lo profundo de la población surgió el amor tradicional e inextinguible a la patria. Durante toda la guerra Stalin no mencionó ante el pueblo al gobierno soviético ni su socialismo; sólo mencionó una cosa: la patria. Y merecía la pena morir por ella, a pesar del socialismo de Stalin.