PERO este es el camino inevitable que sigue todo sistema comunista. El método para establecer la dirección totalitaria, o la unidad ideológica, puede ser menos severo que el de Stalin, pero la esencia es siempre la misma. Inclusive cuando la industrialización no es la forma o la condición para establecer la dirección totalitaria, como en Checoeslovaquia y Hungría, la burocracia comunista se ve obligada inevitablemente a establecer en los países poco desarrollados las mismas formas de autoridad que las establecidas en la Unión Soviética. Esto no ocurre simplemente porque la Unión Soviética haya impuesto esas formas a esos países como subordinados, sino porque el hacerlo está dentro de la naturaleza misma de los partidos comunistas y sus ideologías. El dominio del partido sobre la sociedad, la identificación del gobierno y de la maquinaria gubernamental con el partido, y el derecho a exponer ideas dependientes de la cantidad de poder y de la posición que se ocupa en la jerarquía, son las características esenciales e inevitables de toda burocracia comunista tan pronto como llega al gobierno.
El partido es la fuerza principal del Estado y del gobierno comunista. Es la fuerza motriz de todo. Une en sí mismo a la nueva clase, el gobierno, la propiedad y las ideas.
Por este motivo no han sido posibles las dictaduras militares bajo el comunismo, aunque, según parece, se han producido conspiraciones militares en la Unión Soviética. Las dictaduras militares no podrían abarcar todas las fases de la vida, ni siquiera convencer a la nación momentáneamente de la necesidad de esfuerzos excepcionales y sacrificios. Eso sólo lo puede hacer el partido, y sólo un partido que cree en ideales tan grandes que su despotismo les parece a sus miembros y adherentes necesario, la forma más elevada del Estado y la organización social.
Mirada desde el punto de vista de la libertad, una dictadura militar en un sistema comunista indicaría un gran progreso. Significaría la terminación del dominio del partido totalitario, o de una oligarquía partidaria. Teóricamente, sin embargo, una dictadura militar sólo sería posible en el caso de una derrota militar o de una crisis política excepcional. Aun en semejante caso sería inicialmente una forma de dictadura de partido, o tendría que ocultarse en el partido. Pero esto llevaría inevitablemente a un cambio en el sistema entero.
La dictadura totalitaria de la oligarquía del Partido Comunista en el sistema comunista no es el resultado de relaciones políticas momentáneas, sino de un proceso social largo y complejo. Un cambio en ella no significaría un cambio en la forma de gobierno en uno y el mismo sistema, sino un cambio en el sistema mismo, o el comienzo de un cambio. Esa dictadura es ella misma el sistema, su cuerpo y alma, su esencia.
El gobierno comunista se convierte rápidamente en un pequeño círculo de dirigentes del partido. La pretensión de que es una dictadura del proletariado se convierte en un lema vacío. El proceso que lleva a esa evolución con la inevitabilidad de los elementos, y la teoría de que el partido es la avant-garde del proletariado no hacen sino ayudar a ese proceso.
Esto no significa que durante la batalla por el poder el partido no sea el dirigente de las masas trabajadoras o que no trabaje en favor de sus intereses. Pero ese papel y esos esfuerzos del partido son etapas y formas de su avance hacia el poder. Aunque su lucha ayuda a la clase trabajadora, también fortalece al partido, así como a los futuros poseedores del poder y la clase nueva en embrión. Tan pronto como obtiene el poder, el partido dispone de toda la fuerza y se apodera de todos los bienes, declarando que es el representante de los intereses de la clase trabajadora y todos los que trabajan. Salvo en breves períodos durante la batalla revolucionaria, el proletariado no interviene en ella ni desempeña un papel más importante que cualquiera otra clase.
Esto no significa que el proletariado, o algunos de sus estratos, no se interese momentáneamente por mantener al partido en el poder. Los campesinos apoyaban a quienes manifestaban la intención de liberarlos de su miseria desesperada por medio de la industrialización.
Aunque estratos individuales de las clases trabajadoras pueden apoyar temporariamente al partido, el gobierno no es suyo, ni su participación en él tiene importancia para el curso del progreso social y las relaciones sociales. En el sistema comunista nada se hace para ayudar a que quienes trabajan, particularmente la clase obrera, consigan poder y derechos. No puede ser de otro modo.
Las clases y las masas no ejercen la autoridad, pero el partido lo hace en su nombre. En todos los partidos, incluyendo los más democráticos, los dirigentes desempeñan un papel tan importante que la autoridad del partido se convierte en la autoridad de los dirigentes. La llamada “dictadura del proletariado”, que en las mejores circunstancias se convierte en autoridad del partido, evoluciona inevitablemente hasta convertirse en dictadura de los dirigentes. En un gobierno totalitario de este tipo la dictadura del proletariado es la justificación teórica, o en el mejor caso la máscara ideológica, de la autoridad de algunos oligarcas.
Marx se imaginaba la dictadura del proletariado como democracia dentro y para beneficio del proletariado, es decir como un gobierno en el que hay muchas corrientes o partidos socialistas. La única dictadura del proletariado, la Comuna de París en 1871, en la que Marx basaba sus conclusiones, se componía de varios partidos, entre los cuales el partido marxista no era ni el más pequeño ni el más importante. Pero una dictadura del proletariado ejercida directamente por el proletariado es pura utopía, pues ningún gobierno puede funcionar sin organismos políticos. Lenin delegó la dictadura del proletariado en la autoridad de un partido, el suyo Stalin delegó la dictadura del proletariado en su propia autoridad personal, en su dictadura personal en el partido y el Estado. Desde la muerte del emperador comunista sus descendientes han tenido la fortuna de que por medio de la “dirección colectiva” pueden distribuirse la autoridad entre ellos. En todo caso, la dictadura del proletariado comunista es o bien un ideal utópico o bien una función reservada a un grupo selecto de dirigentes del partido.
Lenin creía que los soviets rusos, el “descubrimiento fundamental” de Marx, eran la dictadura del proletariado. Al comienzo, a causa de su iniciativa revolucionaria y de la participación de las masas, los soviets parecían ser algo de eso. También Trotsky creía que los soviets eran una forma política contemporánea, como lo habían sido los parlamentos en la lucha contra los monarcas absolutos. Pero se trataba de ilusiones. Los soviets se transformaron de cuerpos revolucionarios en una forma apropiada para la dictadura totalitaria de la nueva clase, o sea el partido.
Lo mismo sucedió con el centralismo democrático de Lenin, tanto el del partido como el del gobierno. Mientras las diferencias públicas son toleradas en el partido se puede seguir hablando de centralismo, aunque no sea una forma de centralismo muy democrática, pero cuando se crea la autoridad totalitaria el centralismo desaparece y lo sustituye el despotismo abierto de la oligarquía.
De ello podemos sacar la conclusión de que existe la tendencia constante a transformar la dictadura oligárquica en una dictadura personal. La unidad ideológica, la lucha inevitable en las altas esferas del partido y las necesidades del sistema en general tienden hacia la dictadura personal. El dirigente que consigue llegar a la cima, juntamente con sus ayudantes, es quien consigue expresar más lógicamente y proteger los intereses de la nueva clase en un momento de terminado.
Hay una fuerte tendencia a la dictadura personal en otras situaciones históricas. Por ejemplo, todas las fuerzas tienen que someterse a una idea y una voluntad cuando urge la industrialización o cuando una nación se halla en guerra. Pero hay una razón comunista pura y peculiar para la dictadura personal: la autoridad constituye el fin y el medio fundamentales del comunismo y de todo verdadero comunista. La sed de poder es insaciable e irresistible entre los comunistas. La victoria en la lucha por el poder equivale a ser elevado a la divinidad, y el fracaso significa la mortificación y la deshonra mayores.
Los dirigentes comunistas tienden también al desmedido lujo personal, al que no pueden resistir a causa de la debilidad humana y de la necesidad inherente de quienes ocupan el poder de que se los reconozca como prototipos de esplendor y poderío.
El deseo de hacer carrera, el lujo y el amor al poder son inevitables, así como la corrupción. No se trata de la corrupción de los funcionarios públicos, pues esto puede ocurrir con menos frecuencia que en la situación anterior. Se trata de un tipo especial de corrupción causada por el hecho de que el gobierno se halla en manos de un solo grupo político y es la fuente de todos los privilegios. El “cuidado de sus hombres” y su colocación en puestos lucrativos, o la distribución de privilegios de todas clases, se hacen inevitables. El hecho de que el gobierno y el partido se identifiquen con el Estado, y prácticamente con la posesión de toda la propiedad, hace que el Estado comunista se corrompa a sí mismo, que cree privilegios y funciones parásitas.
Un miembro del Partido Comunista yugoeslavo describió muy pintorescamente la atmósfera en que vive un comunista corriente: “Estoy realmente dividido en tres partes: veo a aquellos que tienen un automóvil mejor que el mío, pero me parece que no se consagran al partido y el socialismo más fervientemente que yo; desde las alturas veo abajo a quienes no tienen automóvil alguno, pues no lo han merecido realmente. En consecuencia, me considero afortunado al tener el que tengo”.
Es evidente que no se trataba de un verdadero comunista, pero era una de esas personas que se hicieron comunistas porque eran idealistas y luego, desilusionadas, procuraban contentarse con lo que les podía tocar en una carrera burocrática normal. El verdadero comunista es una mezcla de fanático y de poseedor de poder desenfrenado. Sólo este tipo constituye un verdadero comunista. Los otros son idealistas o ambiciosos.
Puesto que se basa en la administración, el sistema comunista es inevitablemente burocrático, con una estricta organización jerárquica. En el sistema comunista se establecen grupos exclusivos alrededor de los dirigentes políticos. Toda la actividad política se reduce a contender dentro de esos grupos exclusivos en los que florecen la familiaridad y el espíritu de camarilla. El grupo más alto es generalmente el más íntimo. En comidas íntimas, en conversaciones entre dos o tres hombres se deciden las cuestiones oficiales de la importancia más vital. Las reuniones de los órganos del partido, las conferencias del gobierno y las asambleas, no sirven más que para hacer declaraciones y dar una apariencia oficial a las decisiones. Sólo se las convoca para que confirmen lo que se ha cocinado ya en las cocinas íntimas.
Los comunistas tienen una relación fetichista con el Estado o el gobierno, exactamente como si fueran propiedad suya. Los mismos hombres, los mismos grupos que se muestran íntimos y familiares dentro del partido se convierten en personas estiradas, ceremoniosas y pomposas cuando actúan como representantes del Estado.
Esta monarquía es todo menos ilustrada. El monarca mismo, o sea el dictador, no se cree monarca o dictador. Cuando le llamaban dictador, Stalin ridiculizaba la idea. Creía que era el representante de la voluntad colectiva del partido. Tenía razón hasta cierto punto, puesto que, probablemente, ninguna otra persona en la historia tuvo nunca tanto poder personal. Él, como todos los otros dictadores comunistas, se daba cuenta de que un apartamiento de las bases ideológicas del partido, del monopolismo de la nueva clase, de la propiedad de los bienes de la nación, o del poder totalitario de la oligarquía, traería como consecuencia su caída inevitable. En realidad, Stalin nunca pensó en semejante abandono, pues era el representante principal y el creador del sistema. Sin embargo, inclusive él mismo dependía del sistema creado bajo su administración, o de las opiniones de la oligarquía del partido. Nada podía hacer contra ellos ni le era posible pasar sobre ellos.
De ello se sigue que en el sistema comunista nadie es independiente, ni siquiera los que están en la cima y el jefe mismo Todos dependen unos de otros y deben evitar que los separen de quienes los rodean, de las ideas prevalecientes y de los mandos e intereses.
¿Tiene, por lo tanto, algún sentido hablar de la dictadura del proletariado bajo el comunismo?