YA nos hemos referido al carácter particular del Partido Comunista. Existen otras características especiales que contribuyen a poner de manifiesto la esencia de un Estado comunista.
El Partido Comunista no se caracteriza únicamente porque es revolucionario, está centralizado, observa la disciplina militar y tiene fines concretos. Existen otros partidos que tienen características semejantes, aunque éstas sean más fuertes en el Partido Comunista.
Pero sólo el Partido Comunista posee una “unidad ideológica”, o sea un concepto del mundo y de la evolución de la sociedad idéntico y obligatorio para todos sus miembros. Esto se aplica únicamente a las personas que actúan en los puestos más altos del partido. Las otras, las que ocupan puestos inferiores, sólo están obligadas a defender de labios afuera los mismos puntos de vista ideológicos mientras ejecutan las órdenes recibidas desde arriba. Existe, no obstante, la tendencia a hacer que quienes ocupan puestos inferiores ajusten su nivel ideológico al de los dirigentes.
Lenin no creía que todos los miembros del partido estaban obligados a mantener las mismas opiniones. Sin embargo, en la práctica, refutaba y rechazaba todas las opiniones que no le parecían “marxistas” o “del partido”, es decir todas las opiniones que no fortalecían al partido de la manera como él lo había concebido originalmente. Su arreglo de cuentas con los diversos grupos opositores del partido era distinto del de Stalin, porque Lenin no mataba a sus súbditos, sino que se limitaba a reprimirlos. Mientras él estuvo en el poder rigieron la libertad de expresión y el privilegio del voto. Todavía no se había establecido la autoridad total sobre todo.
Stalin exigía la unidad ideológica además de la unidad política para todos los miembros del partido. Esta es en realidad la contribución de Stalin a la doctrina de Lenin con respecto al partido. Stalin se formó la idea de la unidad ideología obligatoria en su temprana juventud; en esa época la unanimidad se convirtió en el requisito no escrito de todos los partidos comunistas, y sigue siéndole hasta el presente.
Los dirigentes yugoeslavos sostenían y siguen sosteniendo los mismos puntos de vista. Se hallan todavía bajo la “dilección colectiva” soviética y los dogmas de los otros partidos comunistas. Esta insistencia en la unidad ideológica obligatoria del partido es una señal de que no se han producido cambios esenciales y no hace sino confirmar el hecho de que no es posible la discusión libre, o es posible sólo de una manera muy limitada, bajo la actual “dirección colectiva”.
¿Qué significa la unidad obligatoria del partido y a dónde lleva?
Sus consecuencias políticas son muy serias. En todos los partidos, y especialmente en el comunista, el poder reside en sus dirigentes y sus órganos más altos. La unidad ideológica como una obligación, sobre todo en el Partido Comunista centralizado y militarmente disciplinado, trae consigo inevitablemente la influencia del cuerpo central en los pensamientos de sus miembros. Aunque en la época de Lenin se consiguió la unidad ideológica mediante la discusión en las esferas más altas, fue Stalin quien comenzó a reglamentarla. Al presente, la “dirección colectiva” posestalinista se contenta con hacer imposible que aparezcan nuevas ideas sociales. Así, el marxismo se ha convertido en una teoría que sólo pueden definir los dirigentes del partido. Hoy día no existe otro tipo de marxismo o comunismo y apenas es posible la aparición de uno nuevo.
Las consecuencias sociales de la unidad ideológica han sido trágicas: la dictadura de Lenin era estricta, pero la de Stalin se hizo totalitaria. La abolición de toda lucha ideológica en el partido significó la terminación de todas las libertades en la sociedad, puesto que sólo por medio del partido podían expresarse las diversas capas sociales. La intolerancia de otras ideas y la insistencia en el carácter presumiblemente exclusivo y científico del marxismo fueron el comienzo del monopolio ideológico por la dirección del partido, el que más tarde se convirtió en un monopolio completo de la sociedad.
La unidad ideológica del partido hace imposibles los movimientos independientes dentro del sistema comunista y de la sociedad misma. Toda acción depende del partido, que ejerce el control total sobre la sociedad; dentro de ella no existe la menor libertad.
La unidad ideológica no surgió de pronto, sino que, como todo en el comunismo, se fue desarrollando poco a poco y llegó a su mayor altura durante la lucha por el poder entre las diversas facciones partidarias. No es de modo alguno casual que durante la ascensión de Stalin al poder a mediados de la década de 1920 se le exigiera abiertamente a Trotsky por primera vez que repudiara todas las ideas que no eran las formuladas por el partido.
La unidad ideológica del partido es la base espiritual de la dictadura personal. Sin ella ni siquiera puede imaginarse la dictadura personal. Engendra y fortalece la dictadura, y viceversa. Esto se comprende: un monopolio sobre las ideas, o sea la unidad ideológica obligatoria, es sólo un complemento y una máscara teórica de la dictadura personal. Aunque la dictadura personal y la unidad ideológica eran ya evidentes en los comienzos del comunismo o bolcheviquismo contemporáneo, ambas han quedado firmemente establecidas al alcanzar el comunismo su poderío pleno, de modo que, como tendencias y con frecuencia como formas prevalecientes, no serán abandonadas hasta la caída del comunismo.
La supresión de las diferencias ideológicas entre los dirigentes ha abolido también las fracciones y corrientes, y así ha abolido totalmente la democracia en los partidos comunistas. Y ha comenzado el período del principio del Führer en el comunismo: los ideólogos son meramente personas que tienen poder en el partido, con independencia de su capacidad intelectual.
La continuación de la unidad ideológica en el partido es una señal inconfundible del mantenimiento de una dictadura personal, o de la dictadura de un pequeño número de oligarcas que momentáneamente trabajan juntos o mantienen un equilibrio de poder, como en el caso de la Unión Soviética en la actualidad. Descubrimos una tendencia a la unidad ideológica también en otros partidos, sobre todo en los socialistas en sus primeras etapas. Sin embargo, en esos partidos se trata sólo de una tendencia; en los partidos comunistas se ha hecho obligatoria. Uno se ve obligado no sólo a ser marxista, sino también a adoptar el tipo de marxismo prescrito por la dirección. El marxismo se ha transformado de una ideología revolucionaria libre en un dogma prescrito. Como en el antiguo despotismo oriental, la autoridad suprema interpreta y prescribe el dogma, y el Emperador es el Sumo Sacerdote.
La unidad ideológica obligatoria del partido, que ha pasado por diversas fases y formas, sigue siendo la característica esencial de los partidos bolcheviques o comunistas.
Si esos partidos no hubiesen creado al mismo tiempo nuevas clases y si no hubieran tenido que desempeñar un papel histórico especial, la unidad ideológica obligatoria no habría podido existir en ellos. Con excepción de la burocracia comunista, ningún partido o clase ha alcanzado en la historia moderna una unidad ideológica completa. Ninguno se ha hecho cargo hasta ahora de la tarea de transformar a toda la sociedad, sobre todo por medios políticos y administrativos. Para llevar a cabo esa tarea es necesaria una confianza completa y fanática en la rectitud y la nobleza de sus opiniones. Esa tarea exige medidas excepcionales y brutales contra otras ideologías y otros grupos sociales. Exige también el monopolio ideológico sobre la sociedad y la unión absoluta de la clase gobernante. Los partidos comunistas necesitaban por esa razón una solidaridad ideológica especial.
Una vez establecida la unidad ideológica, opera tan poderosamente como un prejuicio. Los comunistas están educados en la idea de que la unidad ideológica, o la prescripción de las ideas desde arriba, es el santo de los santos y la división en el partido el mayor de los crímenes.
El dominio completo de la sociedad no se podía alcanzar sin llegar a un acuerdo con otros grupos socialistas. Tampoco la unidad ideológica es posible sin una reconciliación dentro de las filas del partido. Tanto lo uno como lo otro se producen más o menos simultáneamente; en la mente de los partidarios del totalitarismo se presentan como “objetivamente” idénticos, aunque lo primero es una reconciliación de la nueva clase con sus opositores, y lo segundo una reconciliación dentro de la clase gobernante. En realidad Stalin sabía que Trotsky, Bujarin, Zinoviev y los otros no eran espías al servicio del extranjero ni traidores a la “patria socialista”. Sin embargo, como su desacuerdo con él demoraba evidentemente el establecimiento de la dirección totalitaria, tuvo que destruirlos. Sus crímenes dentro del partido consisten en que transformó la “hostilidad objetiva” —o sea las diferencias ideológicas y políticas en el partido— en la culpabilidad subjetiva de grupos y personas, atribuyéndoles delitos que no habían cometido.