EL hecho de que haya una nueva clase propietaria en los países comunistas no lo explica todo, pero constituye la clave más importante para comprender los cambios que se producen periódicamente en esos países, sobre todo en la Unión Soviética.
No es necesario decir que cada uno de esos cambios en cada uno de los países comunistas y en el sistema comunista en general debe ser examinado por separado para determinar la amplitud y la importancia del cambio en las circunstancias particulares. Pero para hacer eso es necesario comprender el sistema en general de la manera más completa posible.
En relación con los cambios corrientes en la Unión Soviética será conveniente señalar de paso lo que ocurre en los kolkhozes. La creación de los kolkhozes y la política del gobierno soviético con respecto a ellos ilustran claramente el carácter explotador de la nueva clase.
Stalin no consideraba, ni considera Khrushchev, a los kolkhozes como una forma de propiedad “lógicamente socialista”. En la práctica esto quiere decir que la nueva clase no ha conseguido apoderarse por completo de la administración de las aldeas. Mediante los kolkhozes y el sistema obligatorio de compra de las cosechas, la nueva clase ha conseguido convertir a los campesinos en vasallos y quedarse con la parte del león de los ingresos de los agricultores, pero no ha llegado a ser la única dueña de la tierra. Stalin se daba cuenta de ello plenamente. Poco antes de morir, en Problemas económicos del socialismo en la Unión Soviética, previó que los kolkhozes llegarían a ser propiedad del Estado, es decir que la burocracia sería la verdadera propietaria. Al criticar a Stalin por su uso excesivo de las depuraciones, Khrushchev no renuncia, sin embargo, a la opinión de Stalin con respecto a la propiedad de los kolkhozes. La designación por el nuevo régimen de 30.000 obreros del partido, en su mayoría como presidentes de kolkhozes, fue sólo una de las medidas tomadas de acuerdo con la política de Stalin.
Lo mismo que en la época de Stalin, el nuevo régimen, al llevar a cabo la llamada política de liberalización, está extendiendo la propiedad “socialista” de la nueva clase. La descentralización en la economía no significa un cambio en la propiedad; lo único que hace es conceder mayores derechos a las capas inferiores de la burocracia, o sea de la clase nueva. Si la llamada liberalización y descentralización significase otra cosa, ello se pondría de manifiesto en el derecho político de por lo menos una parte del pueblo a ejercer alguna influencia en la administración de los bienes materiales. El pueblo tendría por lo menos el derecho a criticar la arbitrariedad de la oligarquía. Eso llevaría a la creación de un nuevo movimiento político, aunque sólo fuera una oposición leal. Pero nunca se habla de eso, como no se habla de democracia en el partido. La liberalización y la descentralización sólo rigen para los comunistas, en primer lugar para la oligarquía, y en segundo lugar para los que ocupan los escalones inferiores. Este es el nuevo método, inevitable bajo condiciones variables, que se sigue para fortalecer y consolidar todavía más la propiedad monopolista y la autoridad totalitaria de la nueva clase.
El hecho de que exista una nueva clase propietaria, monopolista y totalitaria en los países comunistas lleva a la siguiente conclusión; todos los cambios iniciados por los jefes comunistas son dictados ante todo por los intereses y las aspiraciones de la nueva clase, la que, como todos los grupos sociales, vive y reacciona, se defiende y avanza con el objetivo de aumentar su poder. Esto no significa, sin embargo, que esos cambios no puedan tener también importancia para el resto de la población. Aunque las innovaciones introducidas por la nueva clase no han modificado todavía materialmente el sistema comunista, no deben ser menospreciadas. Es necesario examinar la esencia de esos cambios para determinar su alcance e importancia.
El régimen comunista, lo mismo que los otros, debe tener en cuenta el estado de ánimo y la actitud de las masas. A causa del exclusivismo del Partido Comunista y de la falta de opinión pública libre en sus filas, el régimen no puede discernir el verdad o estado de las masas. Sin embargo, su descontento penetra en la consciencia de los altos dirigentes. A pesar de su administración totalitaria, la nueva clase no es inmune a todos los tipos de oposición.
Una vez en el poder, a los comunistas no les es difícil arreglar sus cuentas con la burguesía y con los dueños de grandes propiedades. La evolución histórica es hostil a ellos y su propiedad y es fácil levantar a las masas contra ellos. El apoderarse de la propiedad de la burguesía y de los dueños de grandes heredades no ofrece dificultades; éstas surgen cuando se trata de apoderarse de las pequeñas propiedades. Pero después de adquirir fuerza con las expropiaciones anteriores, los comunistas pueden hacer también eso. Las relaciones se aclaran rápidamente: ya no existen las clases viejas ni los propietarios anteriores, hay una sociedad sin clases o en camino de serlo y los hombres han comenzado a vivir de una manera nueva.
En semejantes condiciones las demandas para que se vuelva a las relaciones prerrevolucionarias parecen poco realistas, si no ridículas. Ya no existen las bases materiales y sociales necesarias para el mantenimiento de esas relaciones. Los comunistas toman a broma esas demandas.
La nueva clase es más sensible a las demandas que hace el pueblo de una clase especial de libertad, que no es la libertad en general o la libertad política. Es especialmente sensible a las demandas en favor de la libertad de pensamiento y de crítica, dentro de los límites de las condiciones actuales y del “socialismo”; pero no a las demandas en favor de una vuelta a las anteriores relaciones sociales y de propiedad. Esa sensibilidad nace de la situación especial de la clase.
La nueva clase cree instintivamente que los bienes nacionales son, en realidad, propiedad suya y que inclusive las expresiones “propiedad socialista”, “social” o “estatal” denotan una ficción legal general. Cree también que cualquier brecha en su autoridad totalitaria puede poner en peligro su propiedad. En consecuencia, se opone a todo tipo de libertad, ostensiblemente con el propósito de defender la propiedad “socialista”. La crítica de la administración monopolista de la propiedad por la nueva clase engendra el temor a una posible pérdida de poder. La nueva clase es sensible a esas críticas y sabe que las demandas dependen de la medida en que expone la manera como gobierna y retiene el poder.
Se trata de una contradicción importante. Legalmente se considera a la propiedad como social y nacional, pero en realidad un solo grupo la maneja en su propio interés. La discrepancia entre las condiciones legales y las reales trae consigo continuamente relaciones sociales y económicas oscuras y anormales. Significa también que las palabras del grupo dirigente no están de acuerdo con sus actos, y que todos los actos contribuyen a fortalecer su posesión de la propiedad y su posición política.
Esta contradicción no se puede resolver sin comprometer la posición de la clase. Tampoco otras clases gobernantes y propietarias podían resolver esa contradicción si no se las privaba por la fuerza del monopolio del poder y de la propiedad. Dondequiera que la sociedad en general ha gozado de un alto grado de libertad las clases gobernantes se han visto obligadas, de una manera u otra, a renunciar al monopolio de la propiedad. También es cierto lo contrario: dondequiera que ha sido imposible el monopolio de la propiedad se ha hecho inevitable la libertad en algún grado.
En el comunismo el poder y la propiedad se hallan casi siempre en las mismas manos, pero este hecho se oculta bajo una apariencia legal. En el capitalismo clásico el obrero es igual al capitalista ante la ley, aunque el obrero sea explotado y el capitalista sea quien lo explota. En el comunismo, legalmente, todos son iguales con respecto a los bienes materiales. Su propietaria oficial es la nación. En realidad, a causa de la administración monopolista, sólo el grupo más pequeño de administradores goza de los derechos de propiedad.
Toda verdadera demanda de libertad en el comunismo, es decir toda demanda que afecta a la esencia del comunismo, se reduce a una demanda de que se pongan las relaciones materiales y de propiedad de acuerdo con lo que dispone la ley.
Un pedido de libertad basado en que los bienes de capital producidos por la nación pueden ser administrados más eficientemente por la sociedad que por el monopolio privado o un propietario particular, y en consecuencia deberían estar en manos o bajo la fiscalización de la sociedad ejercida por medio de sus representantes libremente elegidos, obligaría a la nueva clase a hacer concesiones a otras fuerzas o a quitarse la máscara y confesar sus características autoritarias y explotadoras. El tipo de propiedad y de explotación que crea la nueva clase utilizando su autoridad y sus privilegios administrativos es tal que la clase misma tiene que negarlo. ¿Acaso la nueva clase no hace hincapié en que utiliza su autoridad y sus funciones administrativas en nombre de la nación en conjunto para preservar la propiedad nacional?
Esto hace insegura la posición legal de la nueva clase y constituye también la fuente de sus principales dificultades internas. La contradicción descubre el desacuerdo entre las palabras y los hechos. Mientras promete abolir las diferencias sociales, tiene que aumentarlas constantemente adquiriendo los productos de los talleres de la nación y concediendo privilegios a sus adherentes. Tiene que proclamar en voz alta su dogma de que está cumpliendo su misión histórica de liberar “definitivamente” a la humanidad de todas sus miserias y calamidades mientras actúa de una manera exactamente contraria.
La contradicción entre la verdadera situación propietaria de la nueva clase y su situación legal puede proporcionar el motivo fundamental para la crítica. Esta contradicción encierra en sí la capacidad no sólo de incitar a otros, sino también de corroer a los miembros de la propia clase, pues sólo uno pocos gozan en realidad de los privilegios. Cuando se intensifica, esta contradicción tiene posibilidades de originar verdaderos cambios en el sistema comunista, esté o no la clase gobernante en favor de esos cambios. El hecho de que esta contradicción sea tan evidente ha sido la causa de los cambios realizados por la nueva clase, especialmente las llamadas liberalización y descentralización.
Obligada a retractarse y a someterse a los estratos individuales, la nueva clase aspira a ocultar es contradicción y fortalecer su posición. Puesto que la propiedad y la autoridad siguen intactas, todas las medidas que toma —inclusive las de inspiración democrática— muestran una tendencia hacia el fortalecimiento de la administración de la burocracia política. El sistema convierte las medidas democráticas en métodos positivos para consolidar la posición de la clase gobernante. La esclavitud de la antigüedad en el Oriente afectaba inevitablemente a todas las actividades y todos los componentes de la sociedad, inclusive la familia. Del mismo modo, el monopolismo y el totalitarismo de la clase gobernante en el sistema comunista se imponen en todos los aspectos de la vida social, aunque los jefes políticos no se lo propongan.
La llamada administración y autonomía de los trabajadores en Yugoeslavia, concebida en la época de la lucha contra el imperialismo soviético como una medida democrática de gran alcance destinada a privar al partido del monopolio de la administración, ha sido relegada cada vez más a una de las zonas de la actividad del partido. Por lo tanto, apenas es posible cambiar el sistema actual. El propósito de crear una nueva democracia mediante este tipo de administración no será conseguido. Además, la libertad no se puede extender al pedazo mayor del pastel. La administración de los trabajadores no ha traído consigo la participación en los beneficios por quienes producen, tanto en el nivel nacional como en las empresas locales. Este tipo de administración se ha convertido cada vez más en una caja de caudales para el régimen. Mediante diversos impuestos y otros medios, el régimen se ha apropiado inclusive de la participación en los beneficios que los obreros creían les iban a dar. Sólo les han quedado las migajas de la mesa y las ilusiones. Sin libertad general no puede ser libre ni siquiera la administración por los trabajadores. En una sociedad que no es libre nadie puede decidir nada libremente. Los donantes han obtenido la parte más valiosa del donativo de libertad que hicieron supuestamente a los obreros.
Esto no significa que la nueva clase no pueda hacer concesiones al pueblo, aunque sólo tenga en cuenta sus propios intereses. La administración por los trabajadores, o descentralización, es una concesión a las masas. Las circunstancias pueden obligar a la nueva clase, por monopolista y totalitaria que sea, a retirarse ante las masas. En 1948, cuando se produjo el conflicto entre Yugoeslavia y la Unión Soviética, los dirigentes yugoeslavos se vieron obligados a realizar algunas reformas. Aunque eso podía significar un paso hacia atrás, apelaron a las reformas tan pronto como se vieron en peligro. Algo parecido está sucediendo actualmente en los países de la Europa oriental.
En defensa de su autoridad, la clase gobernante tiene que realizar reformas cada vez que se hace evidente al pueblo que esa clase trata a la propiedad nacional como si fuera suya. No se dice que esas reformas son lo que son en realidad, sino más bien que forman parte del “nuevo desarrollo del socialismo” y de la “democracia socialista”. La base para las reformas se establece cuando se hace pública la discrepancia antes mencionada. Desde el punto de vista histórico, la nueva clase se ve obligada a fortalecer su autoridad y su propiedad constantemente, aunque se aleje de la verdad. Debe demostrar constantemente que está obteniendo buen éxito en la creación de una sociedad de personas felices, todas las cuales gozan de iguales derechos y han sido liberadas de todo tipo de explotación. La nueva clase no puede menos de caer continuamente en profundas contradicciones internas, pues a pesar de su origen histórico no puede hacer legal su propiedad, ni puede renunciar a la propiedad sin destruirse a sí misma. En consecuencia se ve obligada a tratar de justificar su autoridad creciente, invocando propósitos abstractos e irreales.
Esta es una clase cuyo poder sobre los hombres es el más completo que se haya conocido en la historia. Por esta razón es una clase con miras muy limitadas, miras que son falsas y peligrosas. Reducida en su número y poseedora de una autoridad completa, puede valorizar de manera nada realista su propio papel y el de la gente que la rodea.
Después de haber realizado la industrialización, la nueva clase no puede hacer ahora otra cosa que aumentar su fuerza bruta y el saqueo del pueblo. Deja de crear. Su herencia espiritual se hunde en la oscuridad.
En tanto que la nueva clase realizó una de sus hazañas más grandes durante la revolución, su método de dominio constituye una de las páginas más vergonzosas de la historia humana. Los hombres admirarán las empresas grandiosas que llevó a cabo, pero se avergonzarán de los medios que empleó para realizarlas.
Cuando la nueva clase abandone el escenario histórico —y eso tiene que suceder— se lamentará su desaparición menos que la de cualquier otra clase anterior. Al sofocar todo menos lo que convenía a su ego, se ha condenado a sí misma al fracaso y a la ruina vergonzosa.