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NO tendría importancia dejar sentado el hecho de que en el comunismo contemporáneo se halla implicada una nueva clase propietaria y explotadora y no sólo una dictadura temporaria y su burocracia arbitraria si algunos comunistas antiestalinistas, incluyendo a Trotsky así como a los socialdemócratas, no hubieran descrito a la capa gobernante como un fenómeno burocrático pasajero a causa del cual el nuevo ideal, la sociedad sin clases, todavía en pañales, debe sufrir como tuvo que sufrir la sociedad burguesa bajo el despotismo de Cromwell y Napoleón.

Pero la nueva clase es realmente una clase nueva, con una composición y un poder especiales. De cualquier definición científica de una clase, inclusive de la definición marxista, según la cual algunas clases son inferiores a otras de acuerdo con su posición particular en la producción, sacamos la conclusión de que en la Unión Soviética y los otros países comunistas existe una clase nueva de propietarios y explotadores. La característica particular de esta nueva clase es la propiedad colectiva. Los teóricos comunistas afirman, y algunos hasta lo creen, que el comunismo ha llegado a la propiedad colectiva.

La propiedad colectiva ha existido, en diversas formas, en todas las sociedades anteriores. Todos los despotismos del antiguo Oriente se basaban en la preeminencia de la propiedad del Estado o del Rey. En el Egipto antiguo, después del Siglo XV antes de Cristo, la tierra cultivable pasó a ser de propiedad privada. Con anterioridad a esa época sólo los hogares y los edificios circundantes eran de propiedad privada. La tierra perteneciente al Estado era entregada para el cultivo y los funcionarios del gobierno la administraban y cobraban los impuestos correspondientes. Los canales y las instalaciones, así como las obras más importantes, eran también de propiedad del Estado. El Estado lo poseía todo hasta que perdió su independencia en el siglo 1 de nuestra era.

Esto contribuye a explicar la edificación de los Faraones de Egipto y de los emperadores que uno encuentra en todos los despotismos del antiguo Oriente. Esa propiedad explica también la realización de empresas gigantescas, como la construcción de templos, tumbas, castillos de emperadores, canales, caminos y fortificaciones.

El Estado romano trató también a la tierra conquistada como de propiedad del Estado y poseía gran número de esclavos. La Iglesia medieval contaba asimismo con propiedad colectiva.

El capitalismo, por su naturaleza misma, era enemigo de la propiedad colectiva hasta la creación de las sociedades por acciones. Siguió siendo enemigo de la propiedad colectiva, aunque nada podía hacer contra las nuevas intrusiones de esa propiedad y la ampliación de su zona de operaciones.

Los comunistas no inventaron la propiedad colectiva como tal, pero sí inventaron la manera de hacer que lo abarque todo, de hacerla más extensa que en épocas anteriores, inclusive más que en el Egipto de los Faraones. Eso es todo lo que hicieron los comunistas.

La propiedad de la nueva clase, así como su carácter, se formaron durante un período de tiempo y estuvieron sujetos a un cambio constante durante el proceso. Al principio, sólo una pequeña parte de la nación sentía la necesidad de que todas las facultades económicas fuesen puestas en manos de un partido político con el propósito de ayudar a la transformación industrial. El partido, actuando como la avant-garde del proletariado y como “la fuerza más culta del socialismo”, reclamaba insistentemente esa centralización que sólo se podía conseguir mediante un cambio en la propiedad. Ese cambio se hizo en realidad y formalmente mediante la nacionalización en primer lugar de las grandes empresas y luego de las menores. La abolición de la propiedad privada fue un requisito previo para la industrialización y para el comienzo de una clase nueva. Sin embargo, sin su papel especial como administradores de la sociedad y distribuidores de la propiedad, los comunistas no podían transformarse en una clase nueva, ni se podía formar y establecer permanentemente una clase nueva. Los bienes materiales fueron nacionalizados poco a poco, pero en realidad, mediante su derecho a utilizarlos, disfrutarlos y distribuirlos, esos bienes se convirtieron en la propiedad de un estrato visible del partido y de la burocracia reunida a su alrededor. En vista de la importancia que tiene la propiedad para su poder —y también los frutos de la propiedad—, la burocracia partidaria no puede renunciar a extender su propiedad inclusive a los medios de producción en pequeña escala. A causa de su totalitarismo y su monopolismo, la nueva clase se encuentra inevitablemente en guerra con todo lo que no administra o maneja, y aspira de la manera más deliberada a destruirlo o conquistarlo.

En víspera de la colectivización Stalin dijo que se había planteado la cuestión de “quién hará qué a quién”, aunque el gobierno soviético no encontraba una oposición seria por parte de un campesinado política y económicamente desunido. La nueva clase no se sentía segura mientras hubiera otros propietarios además de ella. No podía correr el riesgo del sabotaje en la provisión de alimentos o de materias primas agrícolas. Esa fue la razón directa del ataque a los campesinos. Sin embargo, había una segunda razón, una razón de clase: los campesinos podían ser peligrosos para la nueva clase en una situación inestable. Por lo tanto, la nueva clase tenía que someter a los campesinos económica y administrativamente. Eso se hizo mediante los kolkhozes y las estaciones de tractores, lo que requirió un aumento proporcional de la nueva clase en las aldeas mismas. Como consecuencia, la burocracia creció como los hongos también en las aldeas.

El hecho de que el apoderamiento de la propiedad de otras clases, especialmente de los pequeños propietarios, trajese consigo disminuciones en la producción y el caos en la economía no tuvo consecuencias para la nueva clase. Lo más importante para la nueva clase, como para todo propietario en la historia, era el logro y la consolidación de la propiedad, la clase se beneficiaba con la nueva propiedad adquirida, aunque la nación perdía con ello. La colectivización de los bienes de los agricultores, que no estaba justificada económicamente, era inevitable si la nueva clase tenía que asegurar su poder y su propiedad.

No se dispone de estadísticas dignas de confianza, pero todos los testimonios confirman que la producción por acre en la Unión Soviética no es superior a la de la Rusia zarista, y que el número de cabezas de ganado no se acerca todavía al de antes de la revolución.

Las pérdidas en la producción agrícola y ganadera pueden calcularse, pero las pérdidas en potencial humano a causa de los millones de campesinos internados en los campamentos de trabajo, son incalculables. La colectivización fue una guerra terrible y devastadora parecida a una empresa de locos, salvo porque fue provechosa para la nueva clase al asegurar su autoridad.

Mediante diversos métodos, como la nacionalización, la cooperación obligatoria, los impuestos altos y las desigualdades en los precios, la propiedad privada fue destruida y convertida en propiedad colectiva. El establecimiento de la propiedad de la nueva clase se puso de manifiesto en los cambios en la psicología, la manera de vivir y la posición material de sus miembros, lo que dependía de la situación que ocupaban en la escala jerárquica. Adquirieron casas de campo, las mejores viviendas, muebles y cosas semejantes, y se edificaron alojamientos especiales y casas de descanso exclusivos para la burocracia superior, para la élite de la nueva clase. El secretario del partido y el jefe de la policía secreta en algunos lugares no sólo se convirtieron en las autoridades supremas, sino que además obtuvieron las mejores viviendas, los automóviles más modernos y otras muestras de privilegio semejantes. Los que estaban bajo ellos podían obtener privilegios comparables, lo que dependía de su posición en la jerarquía. Los presupuestos oficiales, los “regalos” y la construcción y reconstrucción ejecutadas para las necesidades del Estado y sus representantes se convirtieron en fuentes permanentes e inagotables de beneficios para la burocracia política.

Sólo en los casos en que la nueva clase no era capaz de conservar la propiedad recurría a la usurpación, o, en los casos en que esa propiedad era exorbitantemente costosa o políticamente peligrosa, la cedía a otros estratos o ideaba nuevas formas de propiedad. Por ejemplo, en Yugoeslavia se abandonó la colectivización porque los campesinos la resistían y porque la constante disminución de la producción que era su consecuencia constituía un peligro latente para el régimen. Sin embargo, la nueva clase no renunció en esos casos al derecho a volver a apoderarse de la propiedad o colectivizarla. La nueva clase no puede renunciar a ese derecho, pues si lo hiciese ya no sería totalitaria y monopolista.

Ninguna burocracia por sí sola podría insistir tan empecinadamente en sus propósitos y fines. Sólo quienes están empeñados en nuevas formas de propiedad, quienes siguen el camino que conduce a nuevas formas de producción, son capaces de mostrarse tan persistentes.

Marx previó que después de su victoria el proletariado estaría expuesto al peligro procedente de las clases desposeídas y de su propia burocracia. Cuando los comunistas, especialmente los de Yugoeslavia, critican la administración y los métodos burocráticos de Stalin se refieren generalmente a lo que previó Marx. Sin embargo, lo que está sucediendo en el comunismo actual tiene poco que ver con Marx y seguramente nada con su pronóstico. Marx pensaba en el peligro de un aumento en la burocracia parasitaria, que se da también en el comunismo contemporáneo. Per o no se le ocurrió que los hombres fuertes del comunismo actual, que manejan los bienes materiales en beneficio de sus intereses de casta más bien que de la burocracia en general, constituirían la burocracia en que pensaba. También en este caso sirve Marx como una buena excusa para los comunistas cuando son criticados los gustos extravagantes de diversas capas de la nueva clase o su mala administración.

El comunismo contemporáneo no es sólo un partido de cierto tipo, o una burocracia nacida de la propiedad monopolista y de la excesiva intervención del Estado en la economía. Más que nada, el aspecto esencial del comunismo contemporáneo es la nueva clase de propietarios y explotadores.