CUANDO se analiza críticamente los sistemas comunistas se considera que su distinción fundamental reside en el hecho de que gobierna al pueblo una burocracia organizada en un estrato especial. Esto es cierto en general. Sin embargo, un análisis más minucioso mostrará que sólo un estrato especial de burócratas, los que no son funcionarios administrativos, forman el núcleo de la burocracia gobernante, o, según mi terminología, de la clase nueva. Esta es en realidad una burocracia partidaria o política. Los otros funcionarios son sólo el aparato que maneja la nueva clase. Ese aparato puede ser tosco y lento, pero como quiera que sea, tiene que existir en toda sociedad socialista. Es sociológicamente posible trazar la línea divisoria entre los diferentes tipos de funcionarios, pero en la práctica son indistinguibles. Esto es cierto no sólo porque el sistema comunista, por su naturaleza misma, es burocrático, sino también porque los comunistas manejan las diversas funciones administrativas importantes. Además, el estrato de burócratas políticos no puede disfrutar de sus privilegios si no arroja las migajas de su mesa a las otras categorías burocráticas.
Es importante que se tengan en cuenta las diferencias fundamentales que existen entre las burocracias políticas mencionadas aquí y las que surgen con cada centralización de la economía moderna, especialmente las centralizaciones que llevan a formas colectivas de propiedad, como los monopolios, las compañías y la propiedad estatal. El número de empleados aumenta constantemente en los monopolios capitalistas y también en las industrias nacionalizadas del Occidente. En Human Relations in Administration[4], R. Dubin dice que los funcionarios oficiales relacionados con la economía se están convirtiendo en un estrato especial de la sociedad.
“… Los funcionarios poseen la sensación de que todos los que trabajan juntos tienen un destino común. Comparten los mismos intereses, sobre todo porque existe una competencia relativamente pequeña en la medida en que los ascensos se realizan de acuerdo con la antigüedad. La agresión en grupo queda así reducida al mínimo y en consecuencia se considera que este sistema es positivamente beneficioso para la burocracia. Sin embargo, el esprit de corps y la organización social irregular que se producen típicamente en esas situaciones llevan con frecuencia a que el personal defienda sus intereses atrincherados más bien que a que ayude a su clientela y a los altos funcionarios elegidos”.
Aunque esos funcionarios tienen mucho en común con los burócratas comunistas, especialmente en lo que respecta al esprit de corps, no son idénticos. Si bien los burócratas del gobierno y de otras clases de los sistemas no comunistas forman un estrato especial, no ejercen la autoridad como los comunistas. Los burócratas de un Estado no comunista tienen amos políticos, generalmente electos, o propietarios que ejercen la autoridad sobre ellos, en tanto que los comunistas no tienen amos ni propietarios que los manden. Los burócratas de un Estado no comunista son funcionarios en una economía capitalista moderna en tanto que los comunistas son algo diferente y nuevo: una clase nueva.
Como sucede con otras clases poseedoras, la prueba de que se trata de una clase especial se halla en su propiedad y en sus relaciones especiales con las otras clases. Del mismo modo, la clase a que pertenece un miembro es indicada por los privilegios materiales y de otros géneros que le proporciona la propiedad.
Tal como la define el derecho romano, la propiedad constituye el uso, el disfrute y la disposición de bienes materiales. La burocracia política comunista usa, disfruta y dispone de la propiedad nacionalizada.
Si damos por supuesto que la calidad de miembro de esta burocracia o nueva clase propietaria, se basa en el uso de privilegios inherentes en la propiedad —en este caso de bienes materiales nacionalizados—, entonces la calidad de miembro de la nueva clase partidaria o burocracia política, se refleja en una obtención de bienes materiales y de privilegios mayor que la que la sociedad concedería normalmente por esas funciones. En la práctica, el privilegio de propiedad de la nueva clase se manifiesta como un derecho exclusivo a que la burocracia política distribuya la renta nacional, fije los salarios, dirija el desarrollo económico y disponga de la propiedad nacionalizada y la otra. Así es como se presenta ante el hombre corriente, quien considera al funcionario comunista como un hombre muy rico y que no tiene que trabajar.
La propiedad privada ha demostrado ser, por numerosas razones, desfavorables para el establecimiento de la nueva autoridad de clase. Además, la destrucción de la propiedad privada era necesaria para la transformación económica de las naciones. La nueva clase obtiene su poder, sus privilegios, su ideología y sus costumbres de una forma de propiedad peculiar: la propiedad colectiva, que la clase administra y distribuye en nombre de la nación y de la sociedad.
La nueva clase sostiene que la propiedad se deriva de una relación social designada. Es la relación entre los monopolistas de la administración, que constituyen un estrato estrecho y cerrado, y la masa de productores (labradores, obreros e intelectuales) que carece de derechos. Pero esa relación no es válida, puesto que la burocracia comunista goza del monopolio en la distribución de bienes materiales.
Todo cambio fundamental en la relación social entre quienes monopolizan la administración y quienes trabajan se refleja inevitablemente en la relación de propiedad. Las relaciones sociales y políticas y la propiedad —el totalitarismo del gobierno y el monopolio de la autoridad— se ponen más completamente de acuerdo en el comunismo que en cualquier otro sistema particular.
Despojar a los comunistas de sus derechos de propiedad sería suprimirlos como clase. Obligarles a renunciar a sus otros poderes sociales, para que los obreros puedan participar en los beneficios de su trabajo —lo que los capitalistas han tenido que permitir como consecuencia de las huelgas y de la acción parlamentaria— significaría privarles de su monopolio sobre la propiedad, la ideología y el gobierno. Eso sería el comienzo de la democracia y la libertad en el comunismo, el fin del monopolismo y el totalitarismo comunistas. Hasta que suceda eso no puede haber indicios de que se producen cambios importantes, fundamentales en los sistemas comunistas, por lo menos a los ojos de los hombres que piensan seriamente en el progreso social.
Los privilegios de propiedad de la nueva clase y el ingreso en esa clase son los privilegios de la administración. Esos privilegios se extienden desde la administración del Estado y de las empresas económicas hasta la de los deportes y los organismos humanitarios. La dirección política, partidaria o “general” está a cargo del núcleo central. Esa posición directiva trae consigo privilegios. En su Stalin au povouir, publicado en París en 1951, Orlov afirma que el sueldo medio de un obrero en la Unión Soviética en 1935 era de 1800 rublos anuales, en tanto que el sueldo y las asignaciones del secretario de una comisión de radio ascendía a 45.000 rublos anuales. La situación ha cambiado desde entonces tanto para los obreros como para los funcionarios del partido, pero la esencia sigue siendo la misma. Otros autores han llegado a las mismas conclusiones. Las diferencias entre el sueldo de los obreros y el de los funcionarios del partido son extremas, lo que no podía ocultarse a las personas que visitaban la Unión Soviética o los otros países comunistas durante los últimos años.
También otros sistemas cuentan con sus políticos profesionales. Uno puede pensar bien o mal de ellos, pero su existencia es necesaria. La sociedad no puede vivir sin un Estado o un gobierno, y por lo tanto no puede vivir sin aquellos que lo defienden.
Sin embargo, hay diferencias fundamentales entre los políticos profesionales de otros sistemas y los del sistema comunista. En casos extremos, los políticos de otros sistemas utilizan al gobierno para asegurarse privilegios para ellos mismos y sus partidarios, o para favorecer los intereses económicos de un estrato social u otro. La situación es diferente en el sistema comunista, en el que el poder y el gobierno se identifican con el uso, el disfrute y la disposición de casi todos los bienes nacionales. Quien se apodera del poder se apodera de los privilegios e indirectamente de la propiedad. En consecuencia, en el comunismo el poder o la política como profesión constituye el ideal de quienes desean o tienen la probabilidad de vivir a expensas de los demás.
El ingreso en el Partido Comunista antes de la revolución significaba un sacrificio. Ser un revolucionario profesional era uno de los honores más altos. Ahora que el Partido ha consolidado su poder la afiliación al mismo significa que uno pertenece a una clase privilegiada. Y en el núcleo del partido figuran los explotadores y amos todopoderosos.
La revolución comunista y el sistema comunista han estado ocultando durante mucho tiempo su verdadera naturaleza. La aparición de la nueva clase ha quedado oculta bajo la fraseología socialista y, lo que es más importante, bajo las nuevas formas colectivas de la propiedad. La llamada propiedad socialista es un disfraz de la verdadera propiedad por la burocracia política. Y al comienzo esa burocracia se apresuraba a realizar la industrialización y ocultaba bajo ella su composición de clase.