LAS ilusiones que la revolución comunista crea acerca de sus verdaderos fines son más permanentes y extensas que las de las revoluciones anteriores, porque la revolución comunista resuelve las relaciones de una manera nueva y trae consigo una nueva forma de propiedad. Las revoluciones anteriores tenían también como consecuencia inevitable cambios más o menos importantes en las relaciones de la propiedad, pero en esas revoluciones una forma de propiedad privada reemplazaba a las otras. No es eso lo que sucede en la revolución comunista, pues el cambio es radical y profundo y la propiedad colectiva sustituye, suprimiéndola, a la propiedad privada.
La revolución comunista, mientras se halla todavía en proceso de desarrollo, destruye al capitalista, al terrateniente, la propiedad privada, es decir la propiedad que utiliza fuerzas de trabajo extrañas. Esto crea inmediatamente la creencia de que se cumple la promesa revolucionaria de un nuevo reinado de la igualdad y la justicia. El partido, o la autoridad gubernativa bajo su dirección, toma simultáneamente grandes medidas en favor de la industrialización. También esto intensifica la creencia de que ha llegado por fin el tiempo de la liberación de la necesidad. El despotismo y la opresión siguen presentes, pero se los acepta como manifestaciones temporarias que sólo durarán hasta que sea sofocada la oposición de las autoridades expropiadas y los opositores y se complete la transformación industrial.
Varios cambios esenciales se producen en el proceso mismo de la industrialización. La industrialización en un país atrasado, sobre todo si no cuenta con ayuda y le ponen obstáculos desde el exterior, exige la concentración de todos los recursos materiales. La nacionalización de la propiedad industrial y de la tierra es la primera concentración de la propiedad en manos del nuevo régimen. Sin embargo, no termina, ni puede terminar, en eso.
La nueva propiedad se pone inevitablemente en conflicto con las otras formas de propiedad. La nueva propiedad se impone por la fuerza a los pequeños propietarios que no emplean mano de obra ajena, o para quienes esa mano de obra no es esencial, es decir los artesanos, obreros, pequeños comerciantes y campesinos. Esta expropiación de los pequeños propietarios se realiza aunque no sea por motivos económicos, es decir para conseguir una mayor productividad.
En el curso de la industrialización el gobierno se apodera de la propiedad de quienes no sólo no se han opuesto, sino inclusive han ayudado a la revolución. Como cuestión de forma, el Estado se convierte también en propietario de esa propiedad. La propiedad privada cesa o disminuye hasta desempeñar un papel de importancia secundaria, pero su desaparición completa depende del capricho de los hombres nuevos que ejercen la autoridad.
A esto lo consideran los comunistas y algunos miembros de las masas como una liquidación completa de las clases y la realización de una sociedad sin clases. En realidad, las viejas clases prerevolucionarias desaparecen al terminar la industrialización y la colectivización. Pero queda el disgusto espontáneo y no organizado de la masa del pueblo, disgusto que no cesa ni disminuye. Los errores y el engaño comunistas con respecto a los “restos” y la “influencia” de la “clase enemiga” subsisten, pero la ilusión de que la durante largo tiempo soñada sociedad sin surge gracias a esos medios es completa, por lo menos para los comunistas mismos.
Toda revolución, e inclusive toda guerra, crea ilusiones y se la realiza en nombre de ideales irrealizables. Durante la lucha esos ideales les parecen bastante reales a los combatientes; al final dejan de existir con frecuencia. No sucede lo mismo en el caso de la revolución comunista. Quienes llevan a cabo esa revolución, así como los que ocupan los escalones inferiores, conservan sus ilusiones mucho tiempo después de haber terminado la lucha armada. A pesar de la opresión, del despotismo, de las confiscaciones francas y de los privilegios de los elementos gobernantes, parte de la población, y sobre todo los comunistas, conservan las ilusiones contenidas en sus lemas.
Aunque la revolución comunista puede iniciarse con los conceptos más idealistas y poner en juego un heroísmo admirable y un esfuerzo gigantesco, siembra las ilusiones más grandes y permanentes.
Las revoluciones son inevitables en la vida de las naciones. Pueden terminar en el despotismo, pero también lanzan a las naciones por caminos que antes les estaban cerrados.
La revolución comunista no puede alcanzar uno solo de los ideales mencionados como su fuerza motriz. Sin embargo, la revolución comunista ha llevado la civilización industrial a grandes zonas de Europa y Asia. De este modo se han creado las bases materiales para una futura sociedad más libre. Por lo tanto, aunque ha traído consigo el despotismo más completo, la revolución comunista ha creado también la base para la abolición del despotismo. Así como el siglo XIX introdujo la industria moderna en Occidente, así también en el siglo XX introducirá la industria moderna en Oriente. La sombra de Lenin se extiende sobre el inmenso territorio de Eurasia de una manera u otra. En forma despótica en China, en forma democrática en la India y Birmania, todas las demás naciones asiáticas y no asiáticas están entrando inevitablemente en una revolución industrial. La revolución rusa inició ese proceso, que sigue siendo el hecho incalculable e históricamente importante de esa revolución.