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HAY otras diferencias fundamentales entre la revolución comunista y las anteriores. Las anteriores, aunque habían llegado ya al punto de preparación en el seno de una economía y una sociedad, no podían estallar sino en condiciones ventajosas. Ahora sabemos cuáles son las condiciones generales necesarias para la erupción o el triunfo de una revolución. Sin embargo, toda revolución cuenta, además de con esas condiciones generales, con peculiaridades que hacen posible su preparación y ejecución.

La guerra, o más precisamente el colapso nacional de la organización estatal, era innecesario para las revoluciones del pasado, por lo menos para las más importantes. Sin embargo, hasta ahora esa ha sido una condición fundamental para la victoria de las revoluciones comunistas. Esto se puede aplicar inclusive a China. Es cierto que allí la revolución comenzó con anterioridad a la invasión japonesa, pero continuó durante toda una década para difundirse y por fin salir victoriosa al final de la guerra. La revolución española de 1936, que habría podido ser una excepción, no tuvo tiempo para transformarse en una revolución puramente comunista y, por lo tanto, no salió victoriosa.

La razón de que la guerra fuese necesaria para la revolución comunista, o para la caída de la maquinaria del Estado, debe buscarse en la inmadurez de la economía y la sociedad. Cuando se produce el derrumbe de un sistema, y sobre todo en una guerra que ha sido desafortunada para los círculos gobernantes y el sistema estatal existentes, un grupo pequeño pero bien organizado y disciplinado es inevitablemente capaz de tomar la autoridad en sus manos.

Así, cuando se produjo la Revolución de Octubre el Partido Comunista contaba con unos 80.000 miembros. El Partido Comunista yugoeslavo inició la revolución de 1941 con unos 10.000 miembros. Para apoderarse del poder son necesarios el apoyo y la participación activa de por lo menos una parte de la población, pero en todos los casos el partido que dirige la revolución y asume el poder es un grupo minoritario que confía exclusivamente en condiciones excepcionalmente favorables. Además, ese partido no puede ser un grupo mayoritario hasta que se convierte en la autoridad establecida permanentemente.

La realización de una tarea tan grandiosa como la destrucción de un orden social y la construcción de una sociedad nueva cuando las condiciones para semejante empresa no son propicias en la economía o la sociedad, es una tarea que sólo puede atraer a una minoría, y aun así sólo a aquellos que creen fanáticamente en sus posibilidades.

Condiciones especiales y un partido particular son las características fundamentales de las revoluciones comunistas.

El logro de toda revolución, así como de toda victoria en la guerra, exige la centralización de todas las fuerzas. Según la teoría malthusiana, la Revolución Francesa fue la primera en que “todos los recursos de un pueblo en guerra fueron puestos en manos de las autoridades: la población, los alimentos y los vestidos”. Esto tenía que suceder, en un grado todavía mayor, en una revolución comunista “inmatura”: no sólo todos los medios materiales, sino también todos los medios intelectuales tenían que caer en manos del partido, y el partido mismo tenía que centralizarse al máximo políticamente y como organización. Sólo los partidos comunistas políticamente unidos, firmemente agrupados alrededor del centro y con idénticos puntos de vista ideológicos pueden realizar semejante revolución.

La centralización de todos los medios y fuerzas, así como alguna clase de unidad política de los partidos revolucionarios son condiciones esenciales para que triunfe una revolución. Para la revolución comunista esas condiciones son todavía más importantes, pues desde el comienzo mismo los comunistas excluyen a todos los otros grupos o partidos independientes como aliados del suyo. Al mismo tiempo exigen la uniformidad de todos los puntos de vista, incluyendo las opiniones sobre la política práctica tanto como las teóricas, filosóficas e inclusive morales. El hecho de que los socialistas revolucionarios del centro izquierdo intervinieran en la revolución de octubre e individuos y grupos de otros partidos intervinieran en las revoluciones de China y Yugoeslavia no refuta, sino más bien confirma, esta proposición: esos grupos eran sólo colaboradores del Partido Comunista y sólo intervinieron en la lucha en un grado determinado. Después de la revolución se dispersaron o se disolvieron por propia voluntad y se fundieron con el Partido Comunista. Los bolcheviques destruyeron a los socialistas revolucionarios tan pronto como éstos quisieron hacerse independientes, en tanto que los grupos no comunistas de Yugoeslavia y China que habían apoyado a la revolución renunciaban a sus actividades políticas.

Las revoluciones anteriores no fueron llevadas a cabo por un solo grupo político. Seguramente, en el curso de una revolución grupos individuales se presionaban y destruían mutuamente, pero, en conjunto, la revolución no era obra de un solo grupo. En la Revolución Francesa los jacobinos consiguieron mantener su dictadura sólo durante un período breve. La dictadura de Napoleón, que surgió de la revolución, significó tanto el final de la revolución jacobina como el comienzo del gobierno de la burguesía. En cada caso, aunque un partido desempeñó un papel decisivo en las revoluciones anteriores, los otros partidos no perdieron su independencia. Aunque la supresión y la dispersión existían, sólo se podían poner en ejecución durante un tiempo muy breve. No se podía destruir a los partidos, que surgían siempre de nuevo. Hasta la Comuna de París, a la que los comunistas consideran como la precursora de su revolución y de su Estado, fue una revolución multipartidaria.

Un partido puede haber desempeñado el papel principal, y hasta un papel exclusivo, en una fase particular de una revolución. Pero ningún partido anterior estuvo centralizado ideológicamente, o como organización, en el grado en que lo estaba el Partido Comunista. Ni los puritanos en la revolución inglesa ni los jacobinos en la francesa estaban unidos por las mismas opiniones filosóficas e ideológicas, aunque los primeros pertenecían a una secta religiosa. Desde el punto de vista de la organización los jacobinos eran una federación de clubs, y los puritanos no eran ni siquiera eso. Sólo contemporáneamente las revoluciones comunistas llevaron al primer plano a partidos compulsivos monolíticos en cuanto a sus ideas y su organización.

En todos los casos es cierta una cosa: en todas las revoluciones anteriores la necesidad de métodos y partidos revolucionarios desapareció con la terminación de la guerra civil y de la intervención extranjera, y hubo que librarse de esos métodos y partidos. Después de las revoluciones comunistas, los comunistas siguen empleando los métodos y las formas de la revolución y su partido alcanza pronto el grado máximo de centralismo y de exclusividad ideológica.

Lenin lo destacó durante la revolución misma al enumerar las condiciones para la admisión en el Comintern:[2]

“En la presente época de aguda guerra civil un Partido Comunista sólo podrá realizar su deber si es organizado de la manera más centralizada, sólo si prevalece en él una disciplina de hierro que linda con la disciplina militar, y si su núcleo partidario es un órgano poderoso y autorizado que dispone de poderes amplios y goza de la confianza universal de los miembros del partido”.

Y a eso agregó Stalin en Fundamentos del Leninismo:[3]

“Esta es la posición con respecto a la disciplina en el partido en el período de lucha que precede a la instalación de la dictadura.

Lo mismo, pero en un grado todavía mayor, debe decirse con respecto a la disciplina en el partido después de instalada la dictadura”.

La atmósfera y la vigilancia revolucionarias, la insistencia en la unidad ideológica, la exclusividad política e ideológica, el centralismo político y de otras clases no cesan después de la asunción del poder. Al contrario, se intensifican todavía más.

La crueldad en los métodos, la exclusividad en las ideas y el monopolio en la autoridad de las revoluciones anteriores duraron más o menos lo que las revoluciones mismas. Puesto que en la revolución comunista la revolución es solamente el primer acto de la autoridad despótica y totalitaria de un grupo, es difícil prever la duración de esa autoridad.

En las revoluciones anteriores, incluyendo el Reinado del Terror en Francia, se prestaba una atención superficial a la eliminación de los verdaderos opositores, y ninguna a la eliminación de quienes podían llegar a ser opositores. La única excepción fue la extirpación y persecución de algunos grupos sociales o ideológicos en las guerras religiosas de la Edad Media. Por la teoría y por la práctica, los comunistas saben que están en conflicto con todas las otras clases e ideologías, y obran en consecuencia. Luchan no sólo contra una oposición real, sino también contra una potencial. En los países bálticos fueron liquidadas de la noche a la mañana millares de personas sobre la base de documentos que indicaban sus opiniones ideológicas y políticas anteriores. La matanza de varios millares de oficiales en el bosque de Katyn tuvo un carácter semejante. En el caso del comunismo, se siguen empleando métodos terroristas y opresivos mucho tiempo después de haber terminado la revolución. A veces se los perfecciona y se les da más amplitud que durante la revolución, como en el caso de la liquidación de los kulaks. La exclusividad ideológica y la intolerancia se intensifican después de la revolución. Aun cuando pueda reducir la opresión física, el partido gobernante tiende a reforzar la ideología prescrita: el marxismo-leninismo.

Las revoluciones anteriores, sobre todo las llamadas burguesas, atribuían una importancia considerable al establecimiento de libertades individuales inmediatamente después de haber cesado el terror revolucionario. Hasta los revolucionarios consideraban importante asegurar el estado legal de los ciudadanos. La administración de justicia independiente era un resultado final inevitable de todas esas revoluciones. El régimen comunista de la Unión Soviética está todavía lejos de la administración de justicia independiente tras cuarenta años de ejercicio del poder. Los resultados finales de las revoluciones anteriores eran con frecuencia una mayor seguridad legal y mayores derechos civiles. No puede decirse lo mismo de la revolución comunista.

Hay otra gran diferencia entre las revoluciones anteriores y las comunistas contemporáneas. Las revoluciones anteriores, especialmente las más importantes, eran una consecuencia de las luchas de las clases trabajadoras, pero sus resultados definitivos beneficiaron a otra clase bajo cuya dirección intelectual y con frecuencia organizadora se realizaron esas revoluciones. La burguesía, en cuyo nombre se llevó a cabo la revolución, cosechó en gran parte los frutos de las luchas de los campesinos y los sans-culottes. Las masas de una nación intervienen también en una revolución comunista, pero los frutos de ésta no les benefician a ellas, sino a la burocracia. Pues la burocracia no es otra cosa que el partido que realiza la revolución. En las revoluciones comunistas no son liquidados los movimientos revolucionarios que las realizan. Las revoluciones comunistas pueden “devorar a sus propios hijos”, pero no a todos.

En realidad, cuando termina una revolución comunista se producen inevitablemente disputas crueles y clandestinas entre los diversos grupos y facciones que están en desacuerdo con respecto al camino que se debe seguir.

Las acusaciones mutuas se resuelven siempre alrededor de la prueba dogmática de quién es “objetiva” o “subjetivamente” un contrarrevolucionario mayor o agente del “capitalismo” interno y extranjero. Con independencia de la manera como se resuelven esos desacuerdos, el grupo que sale victorioso es el que apoya con más consecuencia y decisión la industrialización según los principios comunistas, es decir sobre la base del monopolio total del partido, sobre todo de los organismos oficiales que dirigen la producción. La revolución comunista no devora a aquellos hijos suyos que son necesarios para su actividad futura: la industrialización. Los revolucionarios que aceptan literalmente las ideas y los lemas de la revolución, que creen ingenuamente en su realización, son liquidados por lo general. El grupo que comprende que la revolución debe asegurar la autoridad, sobre una base social y política comunista, como un instrumento de la futura transformación industrial, es el que sale victorioso.

La revolución comunista es la primera en que los revolucionarios y sus aliados, sobre todo el grupo que maneja la autoridad, sobreviven a la revolución. Grupos semejantes fracasaban inevitablemente en las anteriores. La revolución comunista es la primera que se lleva a cabo para beneficio de los revolucionarios. Ellos, y la burocracia que se forma a su alrededor, cosechan sus frutos. Esto crea en ellos, y en los escalones más amplios del partido, la ilusión de que la suya es la primera revolución que sigue siendo fiel a sus lemas.