3

MARX opinaba que la sustitución de la sociedad capitalista se produciría mediante una lucha revolucionaria entre sus dos clases fundamentales: la burguesía y el proletariado. El choque le parecía tanto más probable porque en el sistema capitalista de esa época tanto la pobreza como la riqueza seguían creciendo inconteniblemente, en los polos opuestos de una sociedad conmovida por crisis económicas periódicas.

En último análisis, la doctrina marxista era el fruto de la revolución industrial o de la lucha del proletariado industrial por una vida mejor. No era casual que la terrible pobreza y la brutalización de las masas que acompañaban al cambio industrial ejercieran una influencia poderosa en Marx. Su obra más importante, Das Capital, contiene un número de páginas importantes e irritantes sobre ese tema. Las crisis recurrentes, características del capitalismo en el siglo XIX juntamente con la pobreza y el rápido aumento de la población, llevaron lógicamente a Marx a la creencia de que la revolución era la única solución. Marx no creía que la revolución era inevitable en todos los países; sobre todo no lo era en aquellos donde las instituciones democráticas constituían ya una tradición de la vida social. En una de sus conversaciones citó como ejemplos de esos países a Bélgica y Holanda, Gran Bretaña y los Estados Unidos. Sin embargo, uno puede deducir de sus ideas, tomadas en conjunto, que lo inevitable de la revolución era una de sus creencias fundamentales. Creía en la revolución y la predicaba; era un revolucionario.

Las ideas revolucionarias de Marx, que eran condicionales y no universalmente aplicables, fueron convertidas por Lenin en principios absolutos y universales. En El desorden infantil del comunismo de izquierda, quizá su obra más dogmática, Lenin desarrolló esos principios todavía más, difiriendo de la opinión de Marx de que la revolución era evitable en ciertos países. Dijo que Gran Bretaña ya no podía ser considerada como un país en el que la revolución era evitable, porque durante la primera guerra mundial se había convertido en una potencia militarista y, en consecuencia, la clase obrera británica no tenía otra elección que la revolución. Lenin se equivocó, no sólo porque no comprendió que el “militarismo británico” era solamente una fase temporaria, de tiempo de guerra, de su desarrollo, sino también porque no previó el desarrollo de la democracia y el progreso económico en Gran Bretaña y otros países occidentales. Tampoco comprendió la naturaleza del movimiento sindicalista inglés. Hizo demasiado hincapié en sus ideas deterministas y científicas propias o marxistas y prestó demasiado poca atención al papel social objetivo y a las potencialidades de la clase trabajadora en países más desarrollados. Aunque lo negaba, proclamó en realidad que sus teorías y la experiencia revolucionaria rusa eran aplicables en todas partes.

Según las hipótesis de Marx y sus conclusiones al respecto, la revolución se produciría primeramente en los países capitalistas muy desarrollados. Marx creía que los resultados de la revolución —es decir la nueva sociedad socialista— llevaría a un nivel de libertad nuevo y más alto que el prevaleciente en la sociedad actual, en el llamado capitalismo liberal. Esto es incomprensible. En el acto mismo de rechazar los diversos tipos de capitalismo Marx se mostraba como un fruto de su época, de la época del capitalismo liberal.

Al desarrollar la opinión de Marx de que el capitalismo debe ser sustituido no sólo por una forma económica y social más elevada —es decir el socialismo—, sino también por una forma más elevada de libertad humana, los socialdemócratas se consideraban justificadamente a sí mismos como los sucesores de Marx. Tenían a esa pretensión no menos derecho que los comunistas, quienes citaban a Marx, como la fuente de su idea de que la sustitución del capitalismo sólo se puede realizar por medios revolucionarios. Sin embargo, ambos grupos de discípulos de Marx —los socialdemócratas y los comunistas— sólo tenían razón en parte al citarlo como la base de sus ideas. Al citar las ideas de Marx defendían sus propias prácticas, que tenían su origen en una sociedad diferente y ya modificada. Y, aunque ambos citaban las ideas marxistas y dependían de ellas, los movimientos socialdemócrata y comunista tomaron direcciones diferentes. En los países donde el progreso político y económico era difícil y la clase obrera desempeñaba un papel débil en la sociedad, fue surgiendo lentamente la necesidad de hacer con las doctrinas marxistas un sistema y un dogma. Además, en los países donde las fuerzas económicas y las relaciones sociales no estaban todavía maduras para el cambio industrial, como en Rusia y más tarde en China, la adopción y dogmatización de los aspectos revolucionarios de las doctrinas marxistas fueron más rápidas y completas. Se hacía hincapié en la revolución por medio de la clase trabajadora. En esos países el marxismo se fue haciendo cada vez más fuerte y con la victoria del partido revolucionario se convirtió en la ideología dominante.

En países como Alemania, donde el grado de progreso político y económico hacía innecesaria la revolución, los aspectos democrático y reformista de la doctrina marxista prevalecieron sobre los revolucionarios. Las tendencias ideológicas y políticas antidogmáticas hicieron que el movimiento obrero se interesara ante todo por la reforma.

En el primer caso, los vínculos con Marx se reforzaron, por lo menos en el aspecto externo. En el segundo caso se debilitaron.

El desarrollo social y el de las ideas llevaron a un cisma grave en el movimiento socialista europeo. De un modo general, los cambios en las condiciones políticas y económicas coincidieron con los cambios en las ideas de los teóricos socialistas, porque interpretaban la realidad de una manera relativa, es decir de una manera incompleta y unilateral, desde su punto de vista partidario.

Lenin en Rusia y Bernstein en Alemania son los dos extremos por medios de los cuales hallaron expresión los diferentes cambios sociales y económicos y las distintas “realidades” de los movimientos de la clase trabajadora.

Del marxismo original no quedó casi nada. En el Occidente había muerto o agonizaba; en el Oriente, como consecuencia del establecimiento del gobierno comunista, sólo quedaba de la dialéctica y el materialismo de Marx un residuo de formalismo y dogmatismo, que era utilizado con el propósito de cimentar el poder, justificar la tiranía y violar la conciencia humana. Aunque de hecho había sido abandonado también en el Oriente, el marxismo operaba allí como un dogma rígido con un poderío creciente. Era más que una idea; era un nuevo gobierno, una nueva economía, un sistema social nuevo.

Aunque Marx había proporcionado a sus discípulos el ímpetu para ese desarrollo, apenas lo deseaba ni lo esperaba. La historia traicionó a este gran maestro como lo ha hecho con otros que han tratado de interpretar sus leyes.

¿Cómo se han desarrollado los acontecimientos desde la época de Marx?

En la década de 1870 se había iniciado la formación de corporaciones y monopolios en los países donde se había producido ya la revolución industrial, como Alemania, Inglaterra y los Estados Unidos. Esta evolución se hallaba en su plenitud a comienzos del siglo XX. Hicieron de ella análisis científicos Hobson, Hilferding y otros. Lenin, en El imperialismo, la etapa final del capitalismo, realizó un análisis político, basado en esos autores, que contenía predicciones que en su mayoría han resultado inexactas.

Las teorías de Marx sobre el creciente empobrecimiento de la clase trabajadora no quedaron confirmadas por los acontecimientos ocurridos en los países de los que se derivaban esas teorías. Sin embargo, como dice Hugh Seton-Watson en De Lenin a Malenkov[1], parecían ser razonablemente exactas en su mayoría en el caso de los países agrarios de la Europa oriental. Así, mientras en Occidente se reducía su estatura hasta la de un historiador y un erudito, Marx se convirtió en Oriente en el profeta de una nueva era. Sus doctrinas han ejercido un efecto intoxicante, semejante al de una religión nueva.

La situación de la Europa occidental que influyó en las teorías de Engels y Marx es descrita por André Maurois en la edición yugoeslava de la Historia de Inglaterra del siguiente modo:

“Cuando Engels visitó Manchester en 1844 encontró a 350.000 obreros aplastados y amontonados en edificios húmedos, sucios y destartalados donde respiraban una atmósfera parecida a una mezcla de agua y carbón. En las minas vio mujeres medio desnudas que eran tratadas como los animales de tiro más despreciables. Los niños pasaban el día en túneles oscuros donde los empleaban en abrir y cerrar las aberturas primitivas para la ventilación y en otras tareas difíciles. En la industria del encaje la explotación llegaba a tal punto que niños de cuatro años trabajaban virtualmente de balde”.

Engels vivió lo suficiente para ver un cuadro diferente de Gran Bretaña, pero vio una pobreza todavía más horrible y, lo que es más importante, desesperada en Rusia, los Balcanes, Asia y África.

Los adelantos técnicos trajeron consigo cambios vastos y concretos en el Occidente, cambios inmensos desde todos los puntos de vista. Esos cambios llevaron a la formación de monopolios y al reparto del mundo en esferas de interés para los países avanzados y para los monopolios. Llevaron también a la primera guerra mundial y a la Revolución de Octubre.

En los países avanzados el rápido aumento en la producción y la adquisición de fuentes de materiales y mercados coloniales modificaron materialmente la situación de la clase trabajadora. La lucha por la reforma, por mejores condiciones materiales, juntamente con la adopción de formas parlamentarias de gobierno, se hizo más real y valiosa que los ideales revolucionarios. En esos lugares la revolución se hizo absurda e irrealista.

Los países que todavía no estaban industrializados, particularmente Rusia, se hallaban en una situación enteramente distinta. Se encontraron ante un dilema: tenían o bien que industrializarse o bien que interrumpir su participación activa en el escenario de la historia, convirtiéndose en cautivos de los países avanzados y de sus monopolios, con lo que quedaban condenados a la degeneración. El capital local y la clase y los partidos que lo representaban eran demasiado débiles para resolver los problemas de la industrialización rápida. En esos países la revolución se convirtió en una necesidad inevitable, en una necesidad vital para la nación, y sólo una clase podía realizarla: el proletariado, o el partido revolucionario que lo representaba.

La razón de esto es que existe una ley inmutable: que cada sociedad humana y todos los individuos que la componen se esfuerzan por aumentar y perfeccionar la producción. Al hacer eso se ponen en conflicto con otras sociedades y personas, de modo que compiten entre ellas para sobrevivir. Este aumento y expansión de la producción hacen frente constantemente a barreras naturales y sociales, como las costumbres y relaciones individuales, políticas, legales e internacionales. Como tiene que vencer obstáculos, la sociedad, es decir aquellos que en un momento dado representan sus fuerzas productivas, tiene que eliminar, cambiar o destruir los obstáculos que se alzan dentro o fuera de sus límites. Las clases, los partidos, los sistemas políticos, las ideas políticas, son una expresión de esta norma constante de movimiento y estancamiento.

Ninguna sociedad o nación permite que la producción se estanque hasta el punto de que su existencia se vea amenazada. Estancarse significa morir. Los pueblos nunca mueren voluntariamente; están dispuestos a hacer cualquier sacrificio para vencer las dificultades que se interponen en el camino de su producción económica y su existencia.

El ambiente y el nivel material e intelectual determinan el método, las fuerzas y los medios que serán utilizados para llevar a cabo el desarrollo y la expansión de la producción y los resultados sociales consiguientes. Sin embargo, la necesidad del desarrollo y la expansión de la producción —bajo cualquier bandera ideológica o fuerza social— no dependen de los individuos; porque desean sobrevivir, las sociedades y las naciones encuentran los dirigentes y las ideas que, en un momento determinado, se ajustan mejor a lo que necesitan y desean conseguir.

El marxismo revolucionario fue trasplantado, durante el período de capitalismo monopolista, de los países del Occidente industrialmente desarrollado a los del Oriente industrialmente poco desarrollado, como Rusia y China. Esto sucedió más o menos en el momento en que los movimientos socialistas se desarrollaban en el Oriente y el Occidente. Esta etapa del movimiento socialista comenzó con su unificación y centralización en la Segunda Internacional, y terminó con una división en el ala social-demócrata (reformista) y el ala comunista (revolucionaria), lo que llevó a la revolución en Rusia y a la creación de la Tercera Internacional.

En los países donde no había otro medio de realizar la industrialización existían razones nacionales especiales para la revolución comunista. En la Rusia semifeudal existieron movimientos revolucionarios más de medio siglo antes de la aparición de los marxistas a fines del siglo XIX. Además, había razones urgentes y concretas —internacionales, económicas y políticas— para la revolución. La razón fundamental —la necesidad vital de un cambio industrial— era común a todos los países como Rusia, China y Yugoeslavia, en los que se produjo la revolución.

Era históricamente inevitable que la mayoría de los movimientos socialistas europeos posteriores a Marx fueran no sólo materialistas y marxistas, sino también en grado considerable ideológicamente exclusivos. Contra ellos se unieron todas las fuerzas de la sociedad vieja: la iglesia, la escuela, la propiedad privada, el gobierno y, lo que es más importante, la gran maquinaria de fuerza que los países europeos han venido creando para hacer frente a las constantes guerras continentales.

Quien desee cambiar al mundo fundamentalmente lo primero que debe hacer es interpretarlo fundamentalmente y “sin error”. Cada nuevo movimiento tiene que ser ideológicamente exclusivo, sobre todo si la revolución es el único modo como se puede alcanzar la victoria. Y si este movimiento tiene buen éxito, ese mismo éxito tiene que fortalecer sus creencias e ideas. Aunque los buenos éxitos conseguidos mediante métodos parlamentarios “aventurados” y huelgas fortalecieron la tendencia reformista en el alemán y los otros partidos socialdemócratas, los obreros rusos, que no podían mejorar su situación en un solo copeck sin liquidaciones sangrientas, no podían hacer otra cosa que emplear las armas para evitar la desesperación y la muerte por hambre.

Los otros países de la Europa oriental, Polonia, Checoeslovaquia, Hungría, Rumania y Bulgaria, no caen dentro de esa regla, por lo menos los tres primeros. No pasaron por la experiencia de una revolución, pues el sistema comunista les fue impuesto por la fuerza del ejército soviético. Ni siquiera reclamaban el cambio industrial, al menos por el método comunista, pues algunos de ellos ya lo habían conseguido. En esos países la revolución fue impuesta desde afuera y desde arriba por las bayonetas extranjeras y la maquinaria de la fuerza. Los movimientos comunistas eran débiles, excepto en el más avanzado de esos países, Checoeslovaquia, donde el movimiento comunista se parecía mucho a los movimientos socialistas izquierdistas y parlamentarios hasta el momento de la intervención directa de la Unión Soviética en la guerra y el coup d’état de febrero de 1948.

Como los comunistas de esos países eran débiles, la substancia y la forma de su comunismo tenían que ser idénticas a las de la Unión Soviética. Ésta les impuso su sistema y los comunistas locales lo adoptaron de buena gana. Cuanto más débil era el comunismo tanto más tenía que imitar inclusive en la forma a su “gran hermano” el comunismo totalitario ruso.

Países como Francia e Italia, que contaban con partidos comunistas relativamente fuertes, pasaron por momentos difíciles para mantenerse a la altura de los países industrialmente más avanzados y en consecuencia incurrieron en dificultades sociales. Puesto que ya habían pasado por las revoluciones democrática e industrial, sus movimientos comunistas diferían mucho de los de Rusia, Yugoeslavia y China. En consecuencia, la revolución no tenía verdadera posibilidad en Francia e Italia. Puesto que vivían y actuaban en un ambiente de democracia política, ni siquiera los dirigentes de sus partidos comunistas podían liberarse por completo de las ilusiones parlamentarias. En lo que se refería a la revolución, tendían a confiar en el movimiento comunista internacional y la ayuda de la Unión Soviética más que en su propia fuerza revolucionaria. Sus seguidores, considerando que sus dirigentes luchaban contra la pobreza y la miseria, creían ingenuamente que el partido luchaba por una democracia más amplia y auténtica.

El comunismo moderno comenzó siendo una idea al iniciarse la industria moderna. Está muriendo o siendo eliminado en los países donde el progreso industrial ha alcanzado sus fines fundamentales. Florece en los países donde no ha sucedido eso.

El papel histórico del comunismo en los países poco desarrollados ha determinado el curso y el carácter de la revolución que se ha visto obligado a realizar.